No se aprende lo que ya se sabe, y si se sabe poco se aprende. Por eso, de esta dolorosa catástrofe del “Jet Set” nos quedan pocas o ningunas lecciones; pues lo que llevó a ella el dominicano lo sabía.
Desde el jornalero hasta los encopetados empresarios conocen la interminable historia de faltas de mantenimiento y supervisión; de cogiocas y dejadez; del peligro de hacerse de la vista gorda; de fallas garrafales en miles de construcciones. Observan con miedo edificios estatales que no han tenido mantenimiento desde que Balaguer perdió la vista. Y tampoco ignoran la existencia de plantas eléctricas a punto de reventar. Esas lacras las conoce el público.
No es secreto que innumerables edificaciones privadas dependen de la corrupción, y, por eso, donde no debió permitirse un garaje ahora se levantan edificios de treinta pisos. Personas influyentes y funcionarios irresponsables se pasan las normas de seguridad y calidad por la entrepierna, sin tomar en cuenta los desastres a que nos exponen.
¿Acaso son novedad los puentes chatarras, los túneles defectuosos, los fuegos por incumplimientos de reglamentos, o miles de espectadores viendo caer goteras en el mismísimo escenario del Teatro Nacional? Claro que no: constituyen realidades tan sabidas como el calor del verano, “vox populi”.
En esta incierta y mal llevada república, los defectos estructurales son parte del panorama y se presentan a la vista de cualquiera. No es raro encontrarse con casas endebles sosteniendo encima tres y cuatro apartamentos, espacios públicos sin salidas de escapes, o alambres de alto voltaje colgando como espaguetis sobre la cabeza de los transeúntes. Y ni hablar de las carreteras que van perdiendo pedazos a poco de construirse. Y otros etcéteras más.
Entonces, si todas esas negligencias y descuidos los teníamos bien aprendidos, pocas lecciones nos deja la devastadora catástrofe de la discoteca. Es que, con lo que sabíamos, hace mucho que esperábamos esa tragedia; el inconsciente colectivo la presentía. Lo que hemos hecho es comprobar, llorando cientos de muertos, las consecuencias peligrosas de la irresponsabilidad y el contubernio; ese vicio crónico de nuestra sociedad.
Quienes deben sacar lecciones y aprender lo que escogieron no aprender, son los que ahora enfrentan las consecuencias de sus tratativas: políticos, funcionarios, y quienes utilizan el poder pensando en el beneficio propio sin importarles lo que suceda al prójimo.
Ahora la negación es imposible. Ya no puede ignorarse el daño de sus chanchullos. Llegó la hora de mirarse al espejo. Quizás hasta logren desenterrar sentimientos de culpa y arrepentimiento ( ????), y puede que no vuelvan a ponernos en peligro con sus teje manejes (????).
Pero esas lecciones han de darse a través de una condena a los responsables. Sin exclusiones. Por eso, hay algo que el dominicano sí quiere aprender, una lección que no acaban de ofrecerle: la de saber si la justicias y las autoridades cumplirán con su deber mientas investigan y enjuician esta traumática y apocalíptica hecatombe. Deseamos que en esta ocasión se nos clarifique si la judicatura intentará reivindicarse o volverá a defraudarnos.
En este horror que vivimos no hubo lecciones para el pueblo. Quien tiene que tenerlas y entender- si es que les importa hacerlo- es esa chanchullera parte de la clase gobernante que viene demostrando tener licencia para matar, con tal de conseguir poder, votos y dinero.
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