Acaso “los potros de bárbaros atilas” de César Vallejo, les declararon la guerra a los dominicanos. No, Atila no es cibaeño. Es probable que la ofensiva venga de las legiones de “los heraldos negros que nos manda la Muerte”.
Hace unas pocas semanas el país fue martirizado con la supuesta amenaza de exterminio fraguada en Friusa. Los patrioteros marcharon en defensa de su identidad pura, buscaban muertos recién matados. No los encontraron.
El fracaso en Friusa los empujó a hacer nuevas convocatorias, Palacio de Gobierno una y la otra hasta Matamosquito, comunidad vecina de Friusa. Pero el desplome del techo de la discoteca Jet Set les aguó la fiesta.
Lo cierto es que, tanto el mito de Friusa como la tragedia del Jet Set son un aviso. Anuncian que la sociedad dominicana está hundida en un momento histórico-social donde los hechos, sean colectivos o individuales, se transforman en invisibles.
Por lo anterior, en un abrir y cerrar de ojos la realidad disfrazada de tragedia asomó la cabeza al través del desplome total del techo de la discoteca Jet Set. Ahora el llanto se expresa como reflejo de una irresponsabilidad inexpresable, imposible de ser confesada.
La confesión para los dominicanos, igual que en el cristianismo, se hace en secreto absoluto. La autocrítica, —tan recurrida por los marxistas del patio— ya ni siquiera en las reuniones secretas se menciona.
Aquí, todo sucede bajo el manto de la hipocresía, bajo la protección de autoridades gubernamentales, políticas, eclesiástica y de los líderes sociales en todos los estratos. Cada uno quiere proteger sus beneficios sin importar que eso aplaste a cientos, miles, millones… lo que importa es que yo siga gozando de mis privilegios.
Es por ello que, nadie vio —anterior a la catástrofe— las irregularidades que mostraba el edificio donde funcionaba la discoteca Jet Set. Nadie se percata de los vicios cometidos en la construcción de puentes, carreteras, escuelas, etc.
Nadie se da cuenta de las alteraciones en la fabricación de alimentos, de medicamentos, ni en la embotelladora de agua. Nadie ha visto antes —ni lo verá mañana— los bolsillos de los funcionarios llenos de bote en bote. Funcionarios que ayer no tenían absolutamente nada.
Ante cada hecho deleznable o bochornoso, las masas —obedientes a las élites económicas, políticas y eclesiásticas— continuaran viendo para otro lado. Para que así sea ha bastado siempre con identificar dos o tres chivos expiatorios. Lo mismo que sucede ante cada cambio de gobierno.
Pan y circo, decía Roma. Pero al circo dominicano le darán el “pan que en la puerta del horno se (…) quema”.
¿Quién asegura que no pasará igual con la tragedia del Jet Set, que los casi doscientos cincuenta fallecidos sólo sirvan para alimentar el fenómeno mediático?
No. No se trata de sí el propietario del Jet Set es declarado culpable por un tribunal. No se trata de identificar funcionarios de este ni de gobiernos anteriores que fueran sobornados para hacerse de la vista gorda. No se trata de emprender una cacería de brujas sin alas ni aquelarre.
Lo importante en este caso es que, se establezcan los compromisos de todos los sectores que han propiciado estas irresponsabilidades históricamente. Que se establezcan o reconfirmen las reglas y controles necesarios para que jamás vuelvan a ocurrir hechos tan bochornosos como el del Jet Set.
Porque no son los desaprensivos de Friusa, no son los cientos de aplastados en el Jet Set. No. Estos son golpes repetitivos, son “Golpes como del odio de Dios (…) golpes (…) tan fuertes… ¡Yo no sé!”.
Pero evitar que la destrucción consciente y masiva de la vida humana se repita, no es tarea del gobierno. Toca al país, representado en todos y cada uno de los sectores en que se estratifica la sociedad dominicana. A estos les corresponde ser vigías del respeto a las reglas del juego.
Les toca, ser garantes de la aplicación —tan rígida como flexible— de las leyes reguladoras. Que nadie se quede viendo para otro lado. Que nadie se quede sin exigir lo que le toca hacer a cada quien.
Porque de lo contrario, habrá que pedir, con Joan Manuel Serrat, “una escalera / para subir al madero / para quitarle los clavos / a Jesús el Nazareno”.
Nota:
Las comillas corresponden, primero a Los heraldos negros del poeta peruano César Vallejo. Segundo, canción La saeta de Joan Manuel Serrat.
Compartir esta nota