

I
Comprender que promover la cultura es promover la identidad cultural, pero también la diferencia, la diversidad; que esta identidad no es estática ni inmutable, sino dinámica y móvil, y no se reduce a una etiqueta (la sazonada “marca país”); que es diversidad de expresiones culturales, de identidades, vivas y plurales, y que esta diversidad cultural es el motor del desarrollo sostenible de pueblos, naciones y comunidades.
II
Comprender que la institucionalidad pública de cultura (el ministerio) del país es sumamente débil y deficiente, que la gestión cultural pública está en pañales y que es preciso revisarlo todo de cabo a rabo: antecedentes, políticas, planes, programas, iniciativas, acciones; comprender que construir una oferta cultural para sus ciudadanos es responsabilidad insoslayable de todo Estado-gobierno, pero que, a falta de ella, el ciudadano debe apostar por apoyar las acciones culturales independientes, o privadas, o comunitarias, en cualquier caso aquellas que no dependan de la ayuda oficial, o de un apoyo institucional público, o de una “política cultural” desde el Estado-gobierno, que siempre será insuficiente, contaminada y manipuladora por hallarse sujeta a los caprichos y las veleidades del poder político de turno.
III
Comprender que la economía creativa –esto es, la economía cultural basada en el conocimiento- es un concepto novedoso que combina el arte, la creatividad, la innovación y la tecnología, abarcando desde las artes escénicas hasta la multimedia; que esta economía se sustenta en tres elementos fundamentales: lo singular, lo simbólico y lo intangible (Fonseca, 2008); que se trata de algo completamente nuevo, capaz de generar crecimiento económico y desarrollo humano.
IV
Comprender que la economía cultural ofrece oportunidades inéditas en sus dos dimensiones fundamentales: el crecimiento económico y el desarrollo humano; que estas oportunidades no pueden darse sin reconocer antes las muchas necesidades formativas en gestión cultural; que estas necesidades se satisfacen al nivel de la educación tanto formal como no formal –técnico, medio y superior-, y que para esto se debe contemplar el diseño curricular de ofertas académicas en el nivel superior y programas de extensión o ciclos formativos en el nivel medio y técnico que, hoy día, gracias a la tecnología, se pueden implementar en modalidad semipresencial a través de plataformas virtuales.
V
Comprender el valor y la importancia de la praxis de los agentes culturales que desarrollan la vida cultural local en todo el territorio nacional significa verles como algo más que simples “animadores socioculturales”, conocer su experiencia, valorar su aporte, reconocer su acción cultural, más empírica que disciplinar, que moviliza y dinamiza iniciativas desde el corazón mismo de la cultura popular (tradiciones, fiestas, ferias, festivales…).
VI
Comprender que, desde la universidad como espacio de saber y enseñanza, es preciso construir una oferta académica en gestión cultural para responder a las necesidades y demandas de formación y fortalecer las capacidades específicas, institucionales y humanas, de los gestores culturales como recursos humanos; comprender que formar y capacitar en gestión cultural hoy –al nivel local, regional y nacional- significa identificar cuáles son las competencias y habilidades específicas requeridas para impulsar la economía creativa en sus diferentes áreas y sectores con miras a gestionar con eficacia las industrias culturales y creativas (Hernán Mejía, 2018).
VII
Comprender que hoy, desde cualquier instancia –pública, privada, comunitaria-, toda praxis cultural demanda invertir en I+D+I (Investigación, Desarrollo e Innovación), y que esto supone diagnósticos, diseños y estudios de campo; que se hace necesario realizar estudios de necesidades de formación en gestión cultural en República Dominicana (que incluya sus niveles y funciones), y diseñar el perfil profesional actualizado del gestor cultural, con competencias a desarrollar y contenidos de planes y programas formativos.
VIII
Comprender que cualquier concepto de gestión cultural siempre deberá partir de una perspectiva múltiple, de un enfoque interdisciplinario y multidisciplinario que integre los aportes de diversas ciencias sociales y humanas (la sociología, la antropología, la economía, entre otras); que para su labor el gestor cultural requiere del conocimiento y dominio de herramientas conceptuales y metodológicas aportadas por estas ciencias (entender, en este orden, que conceptos como campo cultural y capital cultural, aportados por Pierre Bourdieu a la sociología moderna, son sumamente útiles y valiosos para la gestión cultural).
IX
Comprender que construir una oferta cultural para sus ciudadanos es responsabilidad insoslayable de todo Estado-gobierno, pero que, a falta de ella, el ciudadano debe apostar por apoyar las acciones culturales independientes, o privadas, o comunitarias o asociativas, en cualquier caso aquellas que no dependan de la ayuda oficial, ni del apoyo institucional público, ni de una “política cultural” desde el Estado-gobierno, que siempre será insuficiente, contaminada y manipuladora por hallarse sujeta a las veleidades y arbitrariedades del poder político de turno.
X
Y, finalmente, comprender que la participación ciudadana en la vida cultural y el acceso de la ciudadanía a los bienes y servicios culturales es un derecho y una conquista, no un favor de ningún Estado-gobierno, democrático o autoritario, ni regalo de ningún presidente de turno, ni mérito de ministros y viceministros de ocasión que son simples burócratas culturales, y que el empoderamiento cultural de la ciudadanía fortalece la verdadera democracia, esencialmente plural y participativa.
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