Varoufakis (Technofeudalism: What Killed Capitalism, 2023).

Un monopolio ocurre cuando una empresa es la poseedora de la única oferta de un producto o servicio. Cuando existen barreras para ingresar a dicho mercado para los nuevos competidores y cuando no hay substituto que pueda crear una alternativa para los consumidores. Cuando una compañía tiene un monopolio en su industria, le da poder de mercado, es decir, la capacidad de fijar los precios de sus bienes y servicios arbitrariamente, por encima del nivel del equilibrio, sin afectar su clientela, pues estos no tienen otra alternativa. Prácticamente se convierten en productos inelásticos.

En las sociedades capitalistas siempre se intentan evitar estos monopolios, pues desincentivan la producción, la tecnología y la competencia. Por esto, en países como Estados Unidos, existen leyes antimonopolio que buscan castigar a quienes incurren en estas prácticas abusivas, como al excluir competidores, manipular precios o imponer condiciones injustas.

Cabe también destacar y diferenciar los monopolios abusivos de los “naturales” o “legales”, que ocurren en estas industrias, en las cuales le beneficia más a la sociedad que existan monopolios, ya que de esta manera se puede garantizar mejor eficiencia (como en electricidad, agua, telecomunicaciones y gobierno).

En la teoría clásica del capitalismo, especialmente en la visión de pensadores como Adam Smith, los monopolios son una distorsión del libre mercado.

El capitalismo ha sido suplantado por un nuevo sistema socio-económico que combina los espacios tecnológicos, donde pasamos la mayoría de nuestros días, junto con el poder ilimitado que estos otorgan a los dueños de dichos monopolios.

Un neofeudalismo que cambia la posibilidad de cultivar la tierra por el derecho a la libre expresión a través de las redes sociales. Los castillos y reinos han sido suplantados por servidores y computadoras. Y los plebeyos ya no trabajan de sol a sol en los cultivos, sino que invierten una gran parte de sus días navegando por estos servidores, dejando millones de datos con un gran valor. Yanis Varoufakis, ex ministro de economía de Grecia durante la crisis de 2008 afirma que el capitalismo ha sido reemplazado por este nuevo sistema al que denomina Tecnofeudalismo.

Y es interesante analizar esta perspectiva que ya se había introducido años atrás, pero en pos de la toma de posición del presidente de Estados Unidos, donde, en una de las fotos principales de esta investidura, se puede observar cómo, en primera fila, se encontraban Elon Musk, propietario de X (Twitter) y Tesla y el hombre más rico del mundo; Jeff Bezos, dueño de Amazon y The Washington Post y segundo hombre más rico del mundo; Mark Zuckerberg, dueño de Facebook, Instagram y WhatsApp y cuarto hombre más rico del mundo y también el CEO de Google, Sundar Pichai.

La comparación de esta actualidad con el feudalismo de la Edad Media tiene varias similitudes. En el antiguo Feudalismo, la sociedad estaba dividida en clases sociales jerárquicas, donde los señores feudales, que se encontraban en la cima de esta pirámide, controlaban grandes cantidades de tierras, algunos de ellos aclamaban incluso haber recibido estas por el poder divino, y a sus pies tenían a cientos de plebeyos y siervos que las cultivaban a cambio de un lugar para vivir y comida con la que comer.

En la actualidad volvemos a tener señores, aunque no feudales pero sí tecnócratas, que, en vez de controlar grandes extensiones de tierra, están a cargo de espacios digitales, no físicos, en los que, sin embargo, pasamos la mayoría de nuestro tiempo. Además de que esta concentración del poder, que estos grandes señores poseen, es cada vez más grande, pues, gracias a su capital, pueden adquirir cualquier nueva plataforma que intente competir, como es el caso de Mark Zuckerberg, co-fundador de Facebook, el cual adquirió Instagram y WhatsApp para unirlos en una sola compañía llamada Meta.

Internet ha dejado de ser lo que significó en sus comienzos, un espacio de plena libertad, donde las personas pudieran compartir distintos tipos de contenidos sin ser vigilados ni rastreados, y de forma completamente anárquica, pues, en sus comienzos, las informaciones y contenidos se compartían a través de foros desorganizados creados por “frikis”, que tenían mucho más conocimiento de las computadoras. Y, aunque este tipo de comunicación aun sigue existiendo, la verdad es que la mayor porción del internet está concentrada. Por ejemplo, cuando queremos acceder a cualquier página de internet y se nos establece automáticamente hacerlo a través de Google, o cuando, para poder comunicarnos, solo tenemos la opción de utilizar WhatsApp para enviar mensajes de texto.

Algo muy importante a destacar en este monopolio de las redes digitales es su contradicción con las bases teóricas del capitalismo, el cual reza que, para maximizar la producción, debe existir la innovación y la inversión en tecnologías, y el factor que más limita estas dos son precisamente los monopolios. Según la teoría del capitalismo, los monopolios son difícilmente plausibles, pues, en una economía abierta y con libre competencia e información, los monopolios caen al ser introducidos nuevas empresas con precios más competitivos. Sin embargo, no es una sorpresa para nadie que este no es el caso, prácticamente, en ningún país del mundo. Los monopolios suceden, y con mucha frecuencia.

Pasamos de ser los siervos del cultivo a ser los siervos de la nube. Dejamos de utilizar las palas y azadas, trabajando de sol a sol, a sentarnos en oficinas climatizadas y con todas las comodidades posibles; aunque generando menos producción tangible, somos mucho más lucrativos. Aun generando más ingresos que nunca en la historia, nos hemos vuelto más dependientes de nuestros señores tecnofeudales que nunca, pues, al ellos controlar los servidores de los cuales dependemos y pasamos la mayor parte de nuestros días, son ellos los que tienen la potestad de permitirnos usarlas o no.

Aunque los señores feudales del pasado permitían a los plebeyos ocupar sus tierras, les exigían que las trabajaran y pagaran impuestos, cosa que no hacemos en la actualidad, ya que estas redes sociales son gratis y de libre uso. No obstante, es la industria que más ingresos genera en el mundo, sobrepasando al comercio tradicional en cuanto a la aportación al PIB mundial. Logran hacer esto gracias a la recolección de nuestros datos personales.

Estos datos que colectan gracias a nosotros por simplemente navegar por sus redes son analizados para entender tendencias del comportamiento y gustos, los cuales son posteriormente vendidos para campañas de marketing, estudios de mercado e incluso campañas políticas.

Ya ha sido comprobado que nuestros gustos y comportamientos pueden ser modificados de acorde a lo que recibimos, a través de las redes sociales, puesto que generan distintas reacciones.

Aunque estas redes sociales han democratizado la palabra y extendido el derecho a la libertad de expresión por el mundo, no los libera de las suposiciones en cuanto a lo que hacen con nuestros datos. Ya han sido intervenidos y cuestionados por ello, principalmente en la Unión Europea, donde han tenido que rendir cuentas de algunas de sus prácticas.

Donde sigue habiendo duda es en los Estados Unidos, y se han despertado aún más dado a este acercamiento repentino de los principales tecnócratas a Donald Trump, tras ganar las elecciones. Principalmente, porque son los mismos que se oponían tajantemente a las políticas e ideas del presidente republicano, pues Zuckerberg y Musk fueron grandes críticos y opositores en el pasado.

Aunque decir que el capitalismo ha sido suplantado por el tecnofeudalismo, como proponen algunos, sea un tanto exagerado, ya que seguimos viviendo bajo regímenes socio-económicos de libre mercado, además de que este sector tecnológico es una industria más de las tantas que hay en nuestras economías. Empero, la preocupación emana del vínculo y acercamiento de estos señores, principalmente de Elon Musk a la política. Al parecer, estos nuevos magnates han entendido, como los oligarcas del pasado, que grandes cantidades de dinero son inútiles si no se combinan con grandes cantidades de poder. Es por lo que, al ocupar ya las plazas como los hombres más ricos del mundo, intentan inmiscuirse en política, y no solo de sus países, sino a nivel mundial. Elon Musk, con su adquisición de Twitter en medio de la crisis de censura y tendencias ideológicas en el 2022, y sus esfuerzos monetarios, a través de esta plataforma para financiar la campaña de Donald Trump, como también otros movimientos de derecha en el Reino Unido y el partido de ultraderecha, AfD en Alemania.

Y es que, aunque ya haya optado por dar un paso atrás de la política en los Estados Unidos, por un pique con el presidente Trump, pero también por haber perdido aproximadamente 126 mil millones de dólares en patrimonio, el, junto con los otros que conforman esta cúspide del poder de la información, ya han logrado establecerse y extenderse por todas las ramificaciones del poder en el mundo.

Así como el marketing favorable a las Inteligencias Artificiales intenta presentar estas nuevas tecnologías como el instrumento que va a erradicar la pobreza, que te va a devolver el tiempo, que se te asignará un ingreso básico universal porque se hayan eliminado tantos trabajos y otras tantas cosas que no serán posibles, igual que cuando la revolución industrial prometió acabar con la clase baja, igual que las redes sociales que prometían democratizar la información y la creación de contenido. Aunque ya se haya liberalizado tanto que no se sepa que es real o no. Una sociedad que se deteriora mentalmente por intentar adaptarse a los cambios continuos y abruptos que trae consigo el avance de la tecnología, y la desigualdad económica que siempre ha existido, nos deja allá, rezagados, encontrados a destiempo.

Amadeus Belliard

Estudiante de economía

Escritor. Estudiante de Economía, Ciencias Políticas y Filosofía por la University of Pittsburgh, Estados Unidos. En el año 2022, publicó su primer libro de aforismos, Ermitaño de la montaña.

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