Es la historia de nunca acabar, desaprensivos desmontan, queman árboles y extraen arena; los banilejos protestan; y el Ministerio de Medio Ambiente envía una comisión para identificar los daños y promete castigar a los depredadores. Pero nada pasa, y el ciclo se repite una y otra vez.
Inexplicablemente, todo esto ocurre en las mismas narices de la Armada Dominicana de puesto en la Base Naval de Las Calderas, que ciertamente no tiene por misión explicita la protección de nuestros recursos naturales. Su misión específica es defender la integridad del territorio nacional frente a toda agresión exterior y asegurar la paz social en el interior del país.
Pero, frente a la incapacidad harto demostrada de las autoridades medioambientales para proteger esta importante reserva natural, el presidente Abinader, en su condición de jefe del Estado y por ende de las Fuerzas Armadas, está en obligación de ordenar a la comandancia de la Base Naval de Las Calderas una estricta y permanente vigilancia de Las Dunas. Solo hasta que las autoridades medioambientales dispongan de los recursos necesarios para asegurar su protección y sin que esto se convierta en un precedente para que la Armada se involucre en la solución de otros conflictos civiles.
Agregar, de manera temporal, esta función a la Armada no está en contradicción con su misión de defender la media isla contra cualquier agresión. Todo lo contrario, le daría una actividad de defensa de la patria, que es su misión suprema.
El patrullaje de la zona ayudaría además a mantener sus tropas en forma.
En un verdadero ejército, un soldado, sobre todo de coronel para abajo, es inadmisible que tenga una enorme barriga, y nuestros alistados, cabos, sargentos y demás, con frecuencia tienen una panza más grande que un Santa Claus.
La protección del medioambiente requiere del concurso de todos (y la Armada Dominicana no tiene por qué ser una excepción), solo así podríamos asegurar un clima que, pese a sus notables cambios, nos permita continuar viviendo en la isla, tener un aire respirable, el agua que necesitamos, y la biodiversidad de la cual somos totalmente dependientes, aunque no seamos conscientes de ello.
Las Dunas de Baní nos proporciona una parte importante de esa biodiversidad. Es un bosque seco subtropical que alberga varias especies nativas de cactus, cayucos, guayacán, guasábara, entre otras especies, y con una rica fauna compuesta por lagartos, gran variedad de aves y magníficos reptiles como la Iguana Hispaniola.
Preservar este pequeño desierto en pleno trópico (único en el Caribe) debe ser una prioridad nacional, porque juega un importante papel en la reproducción y criadero de una gran variedad de especies terrestres y marinas, además de ser una barrera natural que impide que se amplíe la salinización de los suelos del interior.
También es un interesante destino ecoturístico, inexplicablemente subestimado, que deslumbra con su belleza a todo aquel que visita la zona.
Cada vez que voy a Baní, el pueblo de mi niñez y temprana juventud, uno de mis rituales es detenerme un rato a observar estos majestuosos lagartos, que comenzaron a poblar el planeta con mucha anterioridad a nosotros los humanos (alrededor de 70 millones de años, fin del período cretáceo).
Sé que la destrucción de ecosistemas no es exclusiva de República Dominicana, pero todos debemos poner de nuestra parte para detener este desastre.
Y no es leyes y convenciones lo que hace falta, sinos gestos, acciones concretas, tanto de los decidores políticos como de los simples ciudadanos.
Al menos 155 países reconocen el derecho de los ciudadanos a vivir en un medioambiente sano, tanto por medio de legislaciones nacionales como de acuerdos internacionales, como la Declaración Universal de Derechos Humanos, pero en todos estos países, en unos más y en otros menos, se están produciendo diariamente daños al medioambiente.
Estamos cavando nuestra propia tumba y cada día nos acercamos más a hacer uso de ella.
La Organización Mundial de la Salud estima que el 23 por ciento de todos los decesos están ligados a riesgos medioambientales, tales como contaminación del aire, contaminación de las aguas y exposición a productos químicos.
La destrucción de especies, que es lo que se está produciendo en Las Dunas de Baní, aumenta el contacto entre humanos y fauna salvaje y favorece el paso de patógenos entre unos y otros.
Se estima que el 60 por ciento de las infecciones humanas son de origen animal, porque hay una enorme cantidad de virus que pasan de los animales a los humanos.
Hay que detener esta locura. Y cada quien en su rincón está en el deber de poner su granito de arena. A los banilejos corresponde reclamar al gobierno acciones permanentes que aseguren la conservación de sus Dunas.
Ya se habla en Baní de que hay organizaciones que están programando algunas actividades en defensa de esta reserva.
Aspiro a una significativa presencia de banilejos manifestando frente a la Base Naval de Las Calderas reclamando a la Armada cumplir con su deber de defender la patria agredida impunemente por malos dominicanos.