Un verano envuelto en rumores de guerras, misiles y drones. Yo retomé la escritura, porque es una decisión que se toma para renunciar a ver esa ira que envuelve al mundo.
En estos días de tribulaciones por la guerra, he vuelto a desempolvar libros y pensé en un texto que escribió a principios de siglo XX, Rainer María Rilker titulado: Cartas a un Joven Poeta. Abrazo este texto como lo hicieron en el medievo, los cristianos conventuales, desde una morada en la que dominan los sonidos de los pájaros y un montón de libros en el que me pongo en contacto con la obra de arte y la urdimbre amarilla de un rebozo cuando me da frio en verano. Me gusta caminar y recorrer las calles con las viejas voces de artistas y escritores que reconfortan, a cualquier alma traviesa, y por supuesto cuando nos sentimos llenos de vida y de esperanza.
Estos libros no están en latín, pero describen trabajos de orfebrerías de poetas, grandes escritores, filósofos y las bulerías que me traen las imágenes de los sueños de otros, los cuales conocí, a través de las lecturas. Esos lugares están llenos de vida y olores que yo invento con la hermenéutica de mis travesías conociendo el alma humana.
Estas impresiones dan sentido a mi alma. Algunos de esos textos, los leí en bibliotecas, otros fueron libros regalados o comprados con mi bajo presupuesto. Algunos textos eran pequeñas ediciones de obras muy baratas compradas en mercadillos de segunda mano. Yo lo disfruté con dulzura, porque sentía que me reunía con los autores y sus personajes en lugares desconocidos y entraba en sus vidas para comprender parte del espíritu del sentir de su época.
Las apasionadas lecturas, las acompañé de infusiones de menta y manzanilla. Yo no puedo ir a las librerías, pues me “enfermo”, por la falta de recursos, ya que quiero comprarlo todo. Con los años aprendí que no se puede comprar todos los libros que deseamos leer, porque existen libros en las redes de libre lectura, aprendí a comprar copias especiales de segunda mano y a pedirles a mis estudiantes dichas copias para aprovechar de alguna manera, la memoria y emoción de textos muy costosos para mis bolsillos.
La escritura ofrece dulzura y saca el vinagre de la angustia que ofrece el verdugo. Es la sed del Gólgota y el amparo de las conversaciones que posibilitan los diálogos socráticos.
Otros libros, lo refugié con mis manos y lo curé con medicina natural, ya que han sido marcados y dañados por la carcoma y la traza. A sus dueños no les interesaba tenerlos en sus bibliotecas, porque estos especiales insectos gustan de saborear y comerse las hojas y dañar los lomos de los libros. Yo recurro a curarlos, una página tras otras. Uso plantas, a veces químicos y le pongo un ungüento de verbena para que la carcoma estornude, mientras disfruto de la lectura.
Cuando camino de cerca y me paso por los estantes de libros y me tropiezo con la correspondencia de Baudelaire y Flaubert y el texto mencionado de Rilke llegan, a mí las memorias de una primavera, que yo pensaba que se había alejado del cuerpo. Abro las páginas y sueño danzar con Beethoven, la Sonata al Claro de luna y con Frédéric Chopin el Preludio de la gota de Lluvia, o cuando imagino pedirle a mi amiga y hermana Carolina González que me lleve, a la entrada de una estación del tren en la Quinta Avenida, yo vistiendo con un pantalón de mezclilla y un suéter que tiene una lámina muy grande que abarque todo mi pecho con la imagen de Andreas –Salomé y que diga: “no he cambiado le guste o no a Elon Musk”.
Mi cuerpo tiene memoria a través de los libros. Es un aliento que le da sentido provechoso a la soledad. Está marcado con voces monacales en el que me confieso conmigo misma. La apuesta es vivir y escribir, a través de la rica inventiva que está en el alma.
Rilke decía a los jóvenes poetas que encuentren ese espacio para describir la tristeza, los testimonios de otros, los signos fugaces, la fe de los mayores, el respiro de lo bello en la íntima imagen del diario vivir. Escribir de manera firme desde nuestras interpretaciones del mundo. Rilke dice que para el poeta no hay pobreza, ni lugar indiferente, porque hay que adentrarse a esa belleza y riqueza interior que es la base para el desarrollo poético.
La escritura ofrece dulzura y saca el vinagre de la angustia que ofrece el verdugo. Es la sed del Gólgota y el amparo de las conversaciones que posibilitan los diálogos socráticos. La vida es un sentido de resurrección que se elige cuando parte de lo que se sabe, de aquellos que ya hemos vivido en la carne, o a través de lo que cuentan los enciclopedistas en esas bellas y viejas obras de bibliotecas que me encantan, porque allí también está la conciencia, la ironía, los soliloquios, lo apolíneo y el movimiento del espíritu de la época.
Lo demás no es un alimento fresco y forma parte de los merodeadores que tragan una tonelada de plástico e invierten en bombas exterminadoras de la vida. Ellos son lo que abren el sello de la caja, donde está atrapado el Dios Urano. Esta es la mesa que ofrece el mundo actual, una falsificación de la artesa renacentista, por un cómic mal escrito del juicio de Angelo Mai, porque no comprendieron bien, la naturaleza de la justicia y la necesidad de sostener las cosas públicas y privadas con una base ética.
De un modo general, si me preguntan cuál es el sentido de la época, le diría está de parto para que nazca el lítote y la caridad. En esta narrativa yo agarré el cable del procurador romano y lo llevé al viejo basurero de la historia. Yo no acepto el sometimiento, ni la ficción de la figura retórica de simulación. Hoy tenemos conciencia de que podemos entrar en el interior de nuestra humanidad, con el presentimiento de que Dios (tal como lo concibo) de una manera adecuada, abrace la gentileza de un regalo que implica, no disponer de la fuerza, no tomar el poder, no tomar venganza, y aceptar la sutileza del mensaje discreto de la paz y del servicio.
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