“Lo más inquietante es que la desinformación se difunde a través de unos medios que erosionan la confianza en el discurso público y en los procesos democráticos. Y eso es precisamente lo que quieren los malos participantes. Los desinformadores no pretenden que les creamos a ellos necesariamente: No quieren que creamos a nadie. Es más, tal y como están las cosas, hay una convergencia de intereses económicos entre los desinformadores y las plataformas: Ambos ganan dinero cuando la desinformación se hace viral”. (Richard Stengel: Guerras de la Información).
Una ola de populismos campea por el mundo. Vientos huracanados autoritarios se esparcen por el planeta generando desconfianza, desapego a la verdad, a la objetividad y en la confiabilidad. El núcleo esencial es propiciar la falta de confianza que ha de tener todo espacio de solidaridad y de proyecto colectivo. El populismo, en su conceptualización, es tan incierto como la incertidumbre que anida e incuba en sí mismo, pues subvierte en su praxis, más allá del prisma ideológico que lo sustente, la inobservancia, el espacio legal, legítimo, en gran medida, de sus acciones.
El populismo en su génesis es siempre amplio. Llega con una alta popularidad. Expresan en sus discursos las canteras de insatisfacción de una sociedad y de un momento histórico. Con el tiempo de sus decisiones, el ritmo de amplitud de su base se achica y el epicentro se encamina a la reducción de la libertad en todas sus dimensiones, ondeando entonces, el resquicio de la coerción como espectro de dominación.
La ola de populismo que vemos por el mundo, ¿es coyuntural? ¿Cuál es su naturaleza? ¿Es una especie de mutación en la esfera política del capitalismo, en su nueva esfera de tecnofeudalismo o neofeudalismo o postcapitalismo de la economía digital, donde los datos constituyen la moneda de cambio en la hegemonía del mundo de las plataformas? ¿Es el populismo que estamos atravesando, sobre todo autoritario, un nuevo estilo de hacer política, un campo bisoño del marketing político? ¿Constituye el diseño y organización de un proemio en la manera de dirigir? ¿Qué relación tiene esa enorme eclosión, irrupción de populismo, con el plano de la sociedad digital y con ello, nos encontramos atrapados en las redes y por vía de consecuencia en el tránsito del on bullishit, en el camino de la verdad a la posverdad?
El populismo de hoy solo guarda relación en comparación al siglo XIX y XX con el apelar al pueblo a través de las emociones y sentimientos. Sin embargo, lo que caracteriza el populismo del siglo XXI, de su tercera década, no es el llamado a la justicia social, sino a la fragmentación y polarización de la sociedad, aún se encuentren en esferas de intereses similares. Domingo Perón, Getulio Vargas, Lázaro Cárdenas, eran populistas diametralmente opuestos a Donald Trump, Víctor Orban, Marine Le pen, Bukele. Estos últimos crean un enemigo o varios adversarios. Buscan culpables más allá de las raíces de los problemas de sus países, haciendo creer con la posverdad, con las creencias, sean elementos fácticos y objetivos creíbles, que el presente puede redituarse en el pasado glorioso de su historia. El populismo como espacio redentor, ayer, de justicia social, haciendo al pueblo protagonista en la lucha de sus conquistas contra la oligarquía dominante.
Hoy, en gran medida, el populismo que se esparce por el mundo con su ola autoritaria, encuentra su cimiento en la exclusión, marginalización, la xenofobia, el racismo, la polarización y fragmentación. Aquí lo coyuntural se crea en el imaginario como algo estructural, que es la razón de ser de nuestra decadencia. En este caso, nuestros problemas son causados por los otros.
El populismo actual encuentra sus raíces para su éxito y recreación en la alta tecnología como arma de poder. Así como es inconcebible la sociedad del espectáculo sin los medios de comunicación (televisión, radio, periódicos) no se puede entender el éxito de los populistas, sobre todo autoritarios y autárquicos, sin las plataformas digitales. Google, Facebook, Microsoft, Tik Tok, Instagram, Amazon, Apple, constituyen siete de las empresas más grandes que nos radiografían día a día, creando la psicografía que ha permeado hoy, la psicopolítica. ¡Nos siguen a donde quiera! “A dónde vamos, que hacemos a quién conocemos y qué queremos”.
El clivaje estructural del populismo de hoy descansa, más allá del espacio articulador del rol carismático del líder del momento, en todo el campo amplio de las distintas estrategias comunicacionales que se conciten para la movilización de las masas, vía la publicidad y la propaganda. El clivaje estructural del populismo se recrea, multiplica y socializa por las disfunciones y falencias de los sistemas de partidos, por las insatisfacciones y la no representación de sectores excluidos de vida pública. Dicho de otra manera, se crean los espacios de pérdida de legitimidad de los partidos y la no asunción de las nuevas agendas, que la dinámica y evolución de la sociedad que contiene.
El desencanto de la población con una situación determinada es el consomé del populismo. No es solo el vacío que va generando el sistema de partidos, sino, en gran medida, los problemas no resueltos de las condiciones materiales de existencia, de la pérdida del bienestar, del nivel y calidad de vida. El populismo de hoy y su ampliación no puede comprenderse sin las plataformas de las redes, sin la alta tecnología como arma imprescindible de poder. Toda la hegemonía cultural, de persuasión, se hace a través de las distintas plataformas. Lo más demoledor aquí es que en esas difusiones de la información no importa la verdad o la mentira. Por lo tanto, va en contra de la democracia, pues esta lleva en su seno como naturaleza intrínseca el flujo de información en el que esta ha de ser veraz, creíble y confiable para el desarrollo sostenible de los espacios colectivos.
La mentira, la desinformación, la manipulación y la posverdad conducen de manera inexorable, inevitable, a la erosión de la democracia, pues esta no se desarrolla de manera consistente sin la confianza y sin los indicadores positivos de la gobernabilidad: voz y rendición de cuentas, ausencia de violencia y terrorismo, calidad regulatoria del estado, efectividad gubernamental, estado de derecho y control de la corrupción.
Hay una degradación de la democracia, pues el mapa mental del populismo ya no es oponer al pueblo contra la elite para dar respuestas a sus reivindicaciones. Nos encontramos con un populismo, con excepción de Manuel López Obrador, que es encarnado por la propia elite económica, lo que grafica en sí mismo sus límites y su poca viabilidad a mediano tiempo. Tendrán que recorrer, día tras día, con la espectacularidad, con noticias desaforadas y pavorosas, para mantener a sus seguidores. Al final la verdad se impondrá. Mientras tanto, una ola de incertidumbre nos acogota como humanidad.
La democracia, que es expresión de la realidad social, política y económica y con ello, del pluralismo, tiende a chocar contra la posverdad. Como muy bien nos señala Manuel Arias Maldonado en su libro Posverdad y democracia “¿Acaso hay que concluir que la verdad es incompatible con la política? Así parece creerlo nuestra época, alarmada por el efecto de la digitalización sobre la opinión pública: incremento de la desinformación, credibilidad del fake, éxito del populismo. Desde este punto de vista, la democracia se encontraría hoy en peligro porque los ciudadanos han perdido la capacidad de distinguir la verdad de la mentira y los medios tradicionales han dejado de cumplir su función moderadora”.
La sociedad digital y con ello, la economía digital vía las plataformas y las redes sociales, están quebrando, eclipsando el periodismo tradicional. Aunque estos se han modernizado digitalmente, una parte de la población mundial accede a las redes alternativas, con informaciones sin filtros, ligeras e inmediatas, sin importarles la veracidad, objetividad, rigor y profesionalidad del mensaje, de la información. Desinformación, manipulación, propaganda y posverdad envueltas nos engañan. Donde hay siempre alguien que cobra y otros que alcanzan sus objetivos para igualarnos a todos en sus pretensiones, que no son otras que la falta de transparencia y de rendición de cuentas reales.
Es así como la alta tecnología, como fuente de arma de poder, desplaza a la información verdadera, originando una fractura confiable como contrapoder de los distintos intereses de las elites (económica, política, académica, religiosa). El poder, en la economía digital, se difumina en una horizontalidad gris y oscura que facilita, en medio del desconcierto que permea la incertidumbre, el objetivo de la nueva elite del poder. La mediocridad mediática ha sido el soporte medular de esta nueva era, que trata en su empeño plutocrático desgarrar toda fuente de credibilidad y confianza que se pueda tener de actores sociales, políticos, económicos decentes.
Como nos apuntala ese gran pensador Edgar Morin en su libro Despertemos “Una nueva política humanista de salvación pública es el gran proyecto que puede despertar las mentes abrumadas o resignadas. Ya no es la esperanza apocalíptica de la lucha final. Es la esperanza valiente de la lucha inicial: requiere restaurar una concepción, una visión del mundo, un saber articulado, una ética, una política”.
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