Género breve, hecho de brillantez y de verdad, de digresión y de complejidad en el progreso de la composición, de mordacidad y de complicidad con el lector, la anécdota pasa de ser una historia descentrada, marginal, à part, para convertirse en el auténtico centro donde reside la verdad de la Historia. Dolores Jiménez

En el año 2021 la Editorial Universitaria Bonó publicó el libro titulado La ciudad del corazón, del ingeniero y profesor universitario Paulo Herrera Maluf. En él se presentan cien anécdotas autobiográficas en las que el autor recrea vivencias familiares, sociales, escolares y universitarias, con un estilo ameno, lúdico y perspicaz, que permite “entre leer”, lo observador y agudo que era ya, desde jovencito.

En la puesta en circulación de la obra, presentada en el Centro León de su ciudad corazón, el editor Pablo Mella, ofreció unas palabras que contextualizaban la publicación del libro; observaba que La ciudad del corazón, llegaba a “enriquecer y alegrar el catálogo de publicaciones de la Editora Universitaria Bonó”, valoraba la “sencillez, candor y sabiduría” con que contaba sus anécdotas, y consideraba que el manejo de la escritura era “capaz de sorprender a cualquier lector”. A mí me sorprendió y habiendo tenido la oportunidad de leerlo antes de su publicación, lo consideré, desde ese momento, uno de mis preferidos.

Sin embargo, es tiempo después, en una segunda lectura, que, en adición al impacto que me provocó su lectura – por las historias que elige contar, por la emotividad con que caracteriza a los personajes que lo marcaron, por la  lucidez de sus evaluaciones morales, por el humor inteligente con que recrea los hechos que narra y sobre todo, por la fascinación que siempre generan en mí las microhistorias- que comienzo a valorar, también, el aporte que hace Herrera Maluf a la comprensión de los espacios educativos y entornos de aprendizaje de los que formó parte.

En ocho de los artículos publicados: El Cristo de los exámenes, Risa y fe, Treinta y tres guineos, Sorpresas te da la vida, Un examen de Lengua Española, Cantar para vivir, Cambiar el mundo y La dama de hierro; Herrera Maluf hace referencia a colegios, maestros, compañeros de clases y acontecimientos que vivió o de los que fue testigo, en torno a la cultura escolar. Y digo en torno a la cultura escolar, pues historias como la del Cristo de los exámenes, o Risa y Fe, por ejemplo, refieren a prácticas escolares como los exámenes y las cartillas de calificaciones, aun cuando se narran sobre el escenario doméstico.

Al hogar de los Herrera Maluf -como a todos los hogares con niños- llegan los destellos que irradia la vida escolar en forma de anécdotas, risas, llantos, diálogos, hábitos, y también viceversa. A la escuela van los estudiantes llevando consigo sus entornos familiares. Ejemplo de esto son los textos en los que Herrera reflexiona sobre las mujeres de su familia. La influencia que esas mujeres “gordas y geniales” ejercen en cada uno de los miembros del clan, es una muestra de cómo el hogar también, se traslada a la escuela.

El editor planteaba, cómo a entender del consejo editorial, el libro de Herrera Maluf intervenía con la decisión -tomada hasta el momento- por el equipo de trabajo, de no publicar ficción, sino, de tener como línea editorial solo “las obras académicas discursivas en humanidades, ciencias sociales y filosofía[1]”. Y cómo fue precisamente la dificultad de encajar las narraciones de Paulo en un género literario, lo que le dio el empujón final a su publicación. En ese sentido, concluye Pablo: “Esta obra tampoco se puede decir que sea un texto de ficción, ni se corresponde con los géneros literarios conocidos…Sencillamente se trata de anécdotas”.

En una brillante monografía escrita por Dolores Jiménez, titulada La anécdota en el siglo XVIII, se describe como:

“Un recurso paralelo al recuerdo, complementario: si el primero remite a una realidad vivida por el autor, más o menos fabulada, la segunda reenvía a referencias culturales que, presentadas en forma de micro-relatos, procuran al texto envergadura y peso, los que procuran la experiencia y la erudición.

Pero si bien la anécdota es un recurso innegable de legitimación de lo escrito, representa además un observatorio excepcional de las intenciones del mismo texto: como relato corto de hechos curiosos, se carga de un potencial de ejemplaridad que la hace apta para sustentar un proceso discursivo, ya sea científico, moral o religioso.”[2]

Y tomando como referente la influencia ejercida por el francés Sébastien-Roch-Nicolas Chamfort al género, la investigadora enlista diez características de las que me permito aquí señalar y parafrasear algunas. La primera característica que observa del género anecdótico es su introducción como relato, o bien de un hecho vivido, o bien, de un episodio sucedido a una tercera persona:

“El tío Juanito era el benjamín de la casa. Fue el noveno fruto del vientre cansado de la bisabuela, que cerró con broche de oro con un varón que llegó como una consolación para el bisabuelo. Seis mujeres y solo dos hombres constituían la descendencia de la pareja.”[3]

Suele tener como protagonista o a un personaje notable, o a su propio autor y traduce un carácter, un sentimiento de clase, un estado social o un conflicto político.  Es, breve, de esencia didáctica y moralista:

“Entre frases de Martí y máximas latinas, nos hicimos conscientes de la injusta existencia de otras realidades. No había espacio para la indiferencia. Ni para las medias tintas. El mensaje llegaba claro. ¿Qué vas a hacer? ¿Parte del problema o parte de la solución?”[4]

La ocurrencia, la sorpresa, el sentido del humor, caracterizan su escritor. Puede necesitar de una explicación contextualizadora, que el autor asume, reconociéndose como historiador de la vida cotidiana de la época:

“Brumas. Eso es lo que queda cuando el pasado familiar se vuelve remoto. Los protagonistas que tejieron la historia se van marchando de este mundo, y su memoria se deshilacha en anécdotas sueltas que repiten, una y otra vez, los que quedan en el más acá…

Los hechos conocidos son los siguientes.

Agapito Najjar llegó a Santo Domingo, proveniente del Líbano, en algún momento de la década de 1880. Y ya.”[5]

El historiador anecdótico es un coleccionista ya que acumula anécdotas que escucha y lee:

“Como era lógico, el crucifijo pasó entonces a la custodia de la hija mayor del bisabuelo, la portentosa Atala. Descansando en su pecho generoso -que lo era tanto en sentido literal como figurado- el Cristo alfabetizó generaciones de niños, inspeccionó escuelas, animó tertulias y coleccionó recuerdos.”[6]

Incluye al lector como interlocutor directo al que se dirige y se pone a sí mismo en escena como protagonista, en primera, o en tercera persona:

“La memoria y los sueños se parecen mucho. Es más, si nos ponemos a ver, podría decirse incluso que son casi lo mismo. Ambos funcionan como proyectores de cine de antes, plasmando sobre un telón blanquecino imágenes temblorosas, unas veces a blanco y negro y otras a color, unas mudas otras con banda sonora.

De ambos- vaya usted a saber con qué criterio- seleccionamos una pequeña pare y desechamos el resto.”[7]

Y, por último, trata a la literatura como tema anecdótico y practica la brevedad:

“Otro destello. En este, estoy en un prado verde, lanzando pelotas de béisbol contra un cielo azul, para que un carajito flaco de once años las atrape. Me toca a mí ahora, enseñarle a mi hijo a fildear.

Mientras lo hago, no puedo evitar recordar a mi papá, haciendo lo mismo conmigo, treinta y pico de a los atrás. Es un ciclo, la vida. Interminable, y –hasta cierto punto-repetitivo y previsible.”[8]

Todas estas características las maneja con destreza Paulo Herrera, situándose como colega del género con el francés Sébastien-Roch-Nicolas, destacándose en el ambiente narrativo dominicano desde su primera obra literaria y situando, como valor agregado, para el caso que nos ocupa, el ambiente escolar, como centro de algunas de sus relatos.

En el Cristo de los exámenes, aparece esbozado el papel que tradicionalmente han jugado los exámenes en la vida de los estudiantes. En su caso, el emblemático crucifijo de oro trasladado presumiblemente por su tatarabuelo desde Inglaterra a San Juan de la Maguana y que, según la leyenda familiar, había revelado su potencial salvador en la batalla de Santomé, cuando su primer propietario, formando parte del ejercito independentista, lo frotó, invocando su favor y logrando en el acto, que el viento cambiara la dirección del fuego hacia el enemigo.

Historia que contada por la primogénita Atala se decretó como el rito inaugural y que posteriormente acompañó la fama del crucifijo, haciéndolo protagonista de las aprobaciones de los exámenes del batallón familiar.

“Fue la hija mayor de Atala, la no menos asombrosa Tía Tere, la primera que – a principios de los años cincuenta- usó el crucifico como amuleto para un examen en la Facultad de Derecho. Como el resultado fue muy bueno, todos prefirieron creer que la causa había sido una intercesión del Cristo y no la evidente brillantez de la tía. A partir de ese día, el crucifijo del tatarabuelo pasó a ser el Cristo de los Exámenes.”[9]

En Risa y fe, evidencia el significado que poseían y en muchas familias, todavía poseen, las calificaciones obtenidas por los hijos. Las entregas de notas son actos casi rituales. Seguido a ellos pueden venir momentos de celebración o de tristeza. Su hermano Juan, debe mostrar su volante de evaluación, pero ha sacado un rojo. Dos de sus hermanos incluyendo al autor, le ayudan a ensayar lo que le van a decir al padre, pero, a la hora de la verdad Juan no hace más que reír, no pudiendo terminar la tan ensayada primera frase. Por contagio, su padre ríe, Juan entrega el boletín, pero, se pregunta el narrador ¿y quién da un boche riendo? Juan acababa de neutralizar al padre. Su risa naturalizó la represalia.

Esta historia le sirve al autor como medio para valorar el papel de la risa en la vida de su hermano, su personalidad relajada y distendida, así como su admiración hacia él. Parece casi un tributo, al menos, un giño de ojo fraternal.  Además de reflejar la reflexión moralizante que le atribuye Dolores Jiménez al género anecdótico, también vislumbro que refleja, ante todo, el gran amor de hermanos:

“En muchas ocasiones he podido ser testigo de la enorme influencia que ejerce Juan en quienes lo rodean. Se me antoja que la clave puede ser que, conectando con la gente a través de la risa y del buen humor, conecta con la alegría más básica, preciada y auténtica de cada quien.”[10]

Treinta y tres guineos, trata sobre las actividades extracurriculares que se viven en los colegios y escuelas y el protagonismo que juega en ellas la promoción graduanda. Hoy en día se ven, verdaderas puestas en escena para los “lanzamientos de promociones” y la creatividad a la hora de llevar a cabo actividades pro recaudación de fondos es asombrosa. Una mezcla de altruismo y ansias dejar huellas en la escuela.

Vitico, estudiante de último año, estaba “dándolo todo” como animador de un pasadía benéfico a mediados de los 80, cuando aún este tipo de actividades representaba una novedad. hasta que los ánimos comienzan a bajar y para mantener el interés, se sacrifica: deja su puesto de animador y pasar a competir en “quien come más guineos”, bajo el reluciente sol del mediodía santiaguero.

Por la jocosidad que desprende, por el manejo de la tensión y el suspenso, por lo bien caracterizado que está el protagonista y por lo novedoso de la historia, es sin duda el relato que más me atrapó. Yo llevo a Vitico “colgado del alma”. Pero me contenta saber que, a pesar de todo, le sacó el lado positivo:

“Entonces resonó en sus oídos el coro de sus compañeros en aquel caluroso mediodía de hacía más de veinte años: ¡Vitico, campeón! ¡Vitico campeón! Sonrió sin quererlo. Y sonrió un poco más cuando recordó que su rival se comió treinta y dos guineos y no ganó nada, aparte de la indigestión”.[11]

Sorpresas te da la vida cuenta el percance acontecido a raíz de la emoción del estudiante Francisco al ver a su compañero Gregorio dirigirse, al igual que él, al colegio De La Salle, para participar en uno de los disfrutados torneos deportivos intercolegiales, pero, con algunos metros de distancia. La algarabía -como lo deja saber el autor- era mucho más por la adrenalina que genera este tipo de evento, que por la sensación de llegar acompañado al plantel escolar. Francisco en medio de su energía desborda cayó en el hoyo de un alcantarillado, imprevisto que lo “ubicó” algunos decibeles más bajo, provocando que tuviera que devolverse a su casa a cambiarse de ropa, pero, sobre todo, pudiendo haber provocado una consecuencia mayor.

Un examen de Lengua Española recoge los momentos de tensión que pasan los estudiantes, previo al momento de examinarse y nos muestra hasta dónde puede llegar el ingenio de algunos por zafárseles. En el proceso, se nos muestra la dinámica del emblemático colegio Iberia y la forma de manejarse de algunos maestros.

Cantar para vivir también nos introduce en el ambiente escolar lasallista, pero esta vez mostrándonos la admiración que siente por su maestro Alfredo, a quien define como: “si de música hablamos, Alfredo era pianista, compositor, arreglista y director. Formado en las exigentes escuelas de su Cuba natal, era tan bueno en cada una de esas facetas que es difícil decidir cuál era la mejor.”[12]

Muchos dominicanos entendemos la buena valoración que tiene el sector educativo de los cubanos de determinada generación, que, educados en un régimen político distinto, adquirieron un nivel cultural elevado.  Sabemos los aportes que ha hecho la migración cubana en diversas áreas de la educación secundaria y universitaria del país. No obstante, lo que más conmueve de esta anécdota, es tal vez, la valoración moral que hace de la integridad del maestro, de la que la siguiente cita es solo un botón:

“Entre polifonías, acordes, ampliaciones de registros y organización de conciertos, Alfredo nos legó un mundo. Cada instante, cada ocasión era un aprendizaje. Cultura musical desde luego. También historia, geografía, etimología. Y, sobre todo, mucha solidaridad.”[13]

Cambiar el mundo, aborda una de las actividades extra curriculares de la escuela: los campamentos. Que en algunos casos reúne universitarios con colegiales, unos en calidad de facilitadores y otros en calidad de formandos. Aquí también, el campamento parece ser un tema tangencial para expresar su gratitud y admiración por el hermano Pedro. Esta narración, nos hace ver a los docentes, lo que, a final de cuentas, valoran los estudiantes del quehacer magisterial.

Finalmente, La dama de hierro, rinde homenaje a la maestra Fluvia Hernández, por la que desborda admiración y gratitud:

“Si tuviéramos que definir en una palabra a Fluvia María Hernández, esta bien pudiera ser firmeza. O, en su defecto, maestra. ¿O madre?

Por suerte, no tenemos que hacerlo. Podemos usar tantos sustantivos y adjetivos como necesitemos para describir una mujer singular, que se entregó a su vocación por casi sesenta años y haciéndolo, tocó para bien a tres generaciones de santiagueros”.[14]

Paulo Herrera ha logrado hacernos participe de los recuerdos que han poblado su vida, con maestría, humor y sabiduría, moviéndonos al mismo tiempo a reflexionar sobre el valor de la familia, los amigos, los maestros y la risa.

[1] Discurso de la puesta en circulación. https://www.youtube.com/watch?v=G9kEHfQ9qzQ

[2] https://cedille.webs.ull.es/tres/djimenez.pdf

[3] Herrera Maluf, “La ciudad del Corazón”, Editorial Universitaria Bonó, Santo Domingo, 2021. P. 39

[4] Ibid, P. 38

[5]Ibid, P. 33

[6]Ibid, PP. 58-59

[7] Ibid, P. 488

[8] Ibid, P. 491

[9] Ibid, pp. 59

[10] Ibid, P. 202

[11] Ibid, P. 303

[12] Ibid, P. 306

[13] Ibid, P. 307

[14] Ibid, P. 322

Duleidys Rodríguez Castro

Duleidys Rodríguez Castro es filósofa egresada del Instituto Filosófico Pedro Francisco Bonó. Posee una maestría en Filosofía en el Mundo Global por la Universidad del País Vasco. Es coleccionista especializada en historia de la educación dominicana. Desde hace 17 años se desempeña como profesora de Literatura.

Ver más