“Los vivos han perdido la memoria
y los muertos no tienen donde caerse muertos”. LGM.

Luis García Montero.

En la obra poética de Luis García Montero (Granada, 1958) se observa siempre un tono imperativo, sentencioso, apelativo y confesional. Su poesía se lee como una  crónica del amor y del sentimiento. Historia personal, experiencia sensorial y memoria sensitiva, en su escritura lírica hay un tú imaginario, que dialoga con su yo íntimo: poema y soliloquio.  Otro eco que actúa como espejo de resonancia es la ciudad como reverso del yo; o la mujer como encarnación simbólica de la ciudad. De ahí que la poesía se transfigura, en su obra, en imagen citadina de la nostalgia del desarraigo voluntario. En cierto modo, la ciudad se vuelve metáfora de la mujer: un jardín secreto de los días y las noches, como telón de fondo del deseo amatorio. Mujer, amor y ciudad conforman la triangularidad de sus deseos y de su voluntad creadora. En su universo poético la nostalgia se convierte en materia prima de los recuerdos, en apología de la tristeza como reducto del romanticismo. El pensamiento aquí siempre participa como luz que vigila e irradia la sabiduría del verbo y de la palabra poética. Granada, su ciudad natal, lo persigue –como Ítaca a Cavafis—en el sueño y la vigilia, en la nostalgia y la culpa.

El erotismo sutil, invisible, imperceptible, sirve de decorado a su “poesía de la experiencia”, cuya escritura se alimenta de la contemplación y la fiesta del pensamiento;  y más aún: de la “tristeza del pensamiento”, en contrapunto con la emoción sensible de lo visible y lo vivible. Así pues, vemos siempre a un otro imaginario, ficticio y creador: el tú es la amada (ella). Siempre hay un tú femenino, que evoca y convoca el yo poético: un yo lírico, que se nutre de anécdotas y vivencias, de la soledad y la comunión.

La poesía que ha escrito, de modo sostenido y vertical, Luis García Montero, representa un diálogo con la amada, con la mujer deseada (amante o amada) presente, en la memoria del deseo o como presencia viva. Su voz, en efecto, dialoga con la ciudad, que actúa como representación simbólica de todo acto amoroso o como evocación del deseo erótico: la ciudad como nostalgia no de lo perdido sino de lo ausente: sueño y ciudad, melancolía y soledad. En el fondo, la ciudad siempre es su espejo y su sombra. Es decir, el teatro de su imaginación poética y el centro de gravedad de su nostalgia sensible y su melancolía creativa, que le inyectan energía, savia y sustancia, a sus versos. El poema deviene aquí palabra del discurso amoroso y pretexto, en el extrañamiento del objeto del deseo. Este poeta y ensayista, novelista y cronista, proviene de cultivar la poesía popular del cancionero español; es decir, de la canción popular de los trovadores y juglares, y de ahí que se escuchen los ecos de sus dioses poéticos tutelares, tanto de la tradición clásica como de la tradición medieval. Cancioncillas, canciones populares, el poema breve, el soneto –rimado o libre–, versos encabalgados, pareados, dípticos, trípticos, églogas o coplas, en este poeta culto hay una asombrosa y sorprendente variedad de registros, tonos, formas y técnicas, que reflejan conocimiento y formación en la práctica poética, como ejercicio y artesanía del estilo. Como estudioso y profesor de literatura y poesía hispánica, lo hace con conciencia de oficio y sentimiento de la palabra. En sus versos resuenan las voces de Rafael Alberti y Góngora, Espronceda y Bécquer. Y también, los ecos y las resonancias rítmicas y metafóricas de Lorca, Antonio Machado, Neruda, Cernuda y Gil de Biedma. Como se ve, la Generación del 27 y del 50 han sido sus influencias más notorias.

Luis García Montero.

Poesía de visiones y miradas, sensorial y sensual, la de García Montero acusa las visiones y los sentidos del monólogo lírico. También, de la poesía moral, que no pretende moralizar sino poner la moral al servicio del verso y de la palabra, que brota del sentido íntimo de las cosas de la vida. No poesía para moralizar sino para hacer de la moral de la palabra, su poética y su estilo de vida: sus lecciones morales son lecciones poéticas. Sus crónicas del sentimiento se leen como claves poéticas. Poesía social, a su modo; poesía humana, de la ética del sentimiento y del pensamiento, unido por la metáfora de la experiencia cotidiana y la memoria de la melancolía. Artífice en el arte de la metonimia, al desplazar el sentido de la metáfora en el verso, este poeta –y trotamundos– nos ha dado lecciones de sabiduría y capacidad retórica de improvisación. Es capaz de pensar al hablar o de improvisar el pensamiento como un repentista, que tiene la cabeza llena de ideas y sintaxis, prosodia y poesía pensada. Oírlo es oír a un decidor no solo de palabras henchidas de sabiduría, sino de ideas, que nutren su poesía, y que brotan de las entrañas de su mundo poético para poblar el tiempo y el espacio de aire y silencio. Su oralidad hipnotiza y su poesía hechiza: leerlo es oírlo y oírlo es leerlo. Escribe como piensa y como habla: habla como escribe y piensa. Ha hecho pensamiento con la poesía y no poesía con el pensamiento –o del pensamiento.  Acaso escribe como sueña despierto la vigilia de los sentidos. De hablar pausado y acompasado: marca y matiza el énfasis de la frase sabia y mordaz. Su sabiduría proviene no de la tradición filosófica sino de la tradición poética misma: acaso del pensamiento poético romántico. No del pensamiento griego, que le dio origen, asombro y sustancia a la filosofía occidental, como sabemos, sino de la poesía de la calle, de la ciudad y de la experiencia de los sentidos. En cambio, la sabiduría de su poesía procede de la poesía del pensamiento de los románticos ingleses y alemanes: memoria del sentimiento y memoria del pensamiento. Poeta de símbolos. Poesía culta y culterana, que se nutre de la tradición de la poesía metafísica y moral, de estirpe quevedesca, pero alimentada por el cancionero español y la poesía popular gongorina, albertiana, y aun del cante jondo. Poeta-profesor, cuyas lecturas dan luz y aliento a sus versos inteligentes, depurados y agudos: combina la sabiduría popular con la experiencia amorosa, la sabiduría cultural con la sabiduría poética. Aúna inteligencia y pasión, razón y melancolía: lo romántico, lo neorromántico y lo clásico, el Lorca de Poeta en Nueva York con el Neruda amoroso. Rompe la retórica lírica de la metáfora como dios verbal del poema para asumir la anécdota, la intimidad personal, que transforma y convierte en piedra angular de su mundo simbólico, de su universo poético, creado por el imperio de la mirada y el sentimiento.

“Desde los arcos

nos miraban caídos los párpados del tiempo,

y nos sentimos débiles en medio

de la vida”, dice.

Un rasgo de la estrategia poética de García Montero es que cierra el poema, no se lo deja al lector, pese a que el lector es un ente vital y esencial en su poesía y en cada poema. Hay pues una poética del lector en su escritura y concepción del poema, en la que el proceso de recepción depara en un tiro al blanco. Es decir, al concluir la lectura, el lector recibe, literalmente, un flechazo en el sentimiento y la conciencia. Cada poema, en este poeta, obedece a una estrategia verbal, que hiere el corazón del lector y lo hace partícipe de la experiencia sensible del hecho amatorio y del fenómeno poético. El autor de La intimidad de la serpiente (2003) escribe a un hipotético lector en tono  apelativo y aun, invocativo. Sus ecos románticos aparecen metabolizados siempre con la sensibilidad moderna y la experiencia del presente. Es decir, desde su experiencia nostálgica y desde su mirada presente. Su “vista cansada”, de poeta embelesado de mirar y sentir, no la reemplazan ni la piel ni el tacto, pues su poesía está dirigida a los sentidos: al ojo, al olfato y al gusto. La suya es poesía cuya factura, composición e impulso de creación, media entre los límites del pensamiento y el lirismo puro. A ratos resuenan y reverberan, eso sí, la música de la poesía pura: de Juan Ramón Jiménez a Jorge Guillén o José Ángel Valente. Su poesía y su temperamento parecen de jaez neorromántico o posromántico. O de un nuevo sentimentalismo.

Luis García Montero.

“Nos duele envejecer, pero resulta

más difícil aun

comprender que se ama solamente

aquello que envejece”, afirma.

Granada siempre persigue al poeta, que siente la nostalgia de quedarse sin ella o perderla –y más la ciudad nocturna que diurna. Al escribir poesía nos hace ver lo que ve y siente. Nos presta sus ojos y su mirada para ver el mundo sensible: poesía para ver y sentir, para evocar y presagiar. Pintura y música de las palabras. Su poesía deviene fotográfica: imagen visual, sinestesia de lo visto y entrevisto. Enumeración borgeana, en García Montero se percibe el recurso anafórico de la enumeración empírica de las cosas del mundo, como un dios panteísta, que designa, y al designar los objetos y los fenómenos, se vuelve un dador de dones y dichas. Es decir, un dios ubicuo y cósmico.

Poesía esencialmente autobiográfica y personal, íntima y memoriosa. Explota, explora, bucea y se sumerge en el territorio de su infancia, esa tierra y ese espacio de la memoria y la conciencia –esa patria, al decir de Rilke: “La patria es la infancia”—en que el ser se forma y deja sus huellas. El tiempo y el espacio alimentan todos sus temas: más el pasado que el presente. Es esa obsesión que nutre siempre la vida consciente y despierta. La obra poética de García Montero representa, en cierto modo, al individuo frente a la ciudad: al hombre solitario frente a la ciudad solitaria. Sus giros y reflexiones nos recuerdan al Borges poeta, al escribir poemas-ensayos o poemas que piensan y cantan las anécdotas del mundo –o el cuento del mundo que nunca se acaba, y que, como tal, alimenta la imaginación intrínseca de los poetas. En otro sentido, a menudo, buena parte de sus poemas semejan aforismos en versos, cargados de sabiduría poética: visiones, experiencias y presencias sensibles. Canto de inocencia y de experiencia, su poesía simboliza una “búsqueda del tiempo perdido”, recobrado por su sentimiento poético, a través de su memoria sensible, que hiere los recuerdos. Poesía, ya se sabe, intimista y de la intimidad existencial y moral: poeta interiorista y sentimental. De ahí que sea, en definitiva,  a su modo, un poeta-filosófico o un poeta filosofante, que, en cada verso o estrofa, filosofa, piensa y medita, desde una experiencia melancólica del ser. Es, en gran medida, un poeta-filósofo de la vida y del amor: un poeta metafísico del sentimiento. Poesía epitelial, que deja huella y que hiere la conciencia del lector y que conmueve su memoria. Pensamiento y sueño se confunden e intercambian sus sentidos y sus representaciones. Mago de la sinestesia, García Montero es el Proust de la poesía en lengua español actual, viva y presente. Roberto Juarroz, Antonio Machado y Jorge Guillén se oyen como ecos de sus lejanas reflexiones poéticas, esa poesía del pensamiento posromántico que se transfigura en teoremas y silogismos de la conciencia poética: círculos concéntricos, ideas laberínticas, aporías y tautologías de la mente y la emoción, la razón y la pasión. Artífice de la paradoja, la parábola  y el arte paradojal del verso y la palabra poética: su arte poético deviene poesía del sentimiento. Leerlo es sumergirse en su mundo sensible, en su universo simbólico, que inventa y crea, para dejarnos hipnotizados con la savia y la sabiduría de sus imágenes y símbolos poéticos. “Marinero en tierra”, poeta de la emoción, poeta de la ciudad, no de la naturaleza: no tanto social como intimista. Poeta del sentimiento íntimo de las cosas: inventor de recuerdos y compositor de poemas que hielan la sangre. Algunos nacen de las entrañas del deseo más hondo del ser enamorado; otros, brotan de los instintos de la historia o de la experiencia voluntaria de la declaración de amor.

Almudena Grandes y Luis García Montero.

“Si alguna vez la vida te maltrata,

acuérdate de mí,

que no puede cansarse de esperar

aquel que no se cansa de mirarte”, sentencia.

Poeta que ha hecho de su biografía, la materia prima de sus composiciones poéticas más sentidas y desgarradoras.

Guerrero solitario del amor desolado (del dolor amar) y héroe trágico de la poesía civil comprometida con el “sentimiento trágico de la vida”, de factura unamuniana. Vida y poesía en Luis García Montero encuentran su punto de inflexión y se yuxtaponen como el tiempo y el espacio, la memoria y la conciencia. Sus poemas representan los espejos donde se miran la vida y el tiempo, con sus lecciones y avatares, dichas y tragedias.

“Difícil soledad la de este mundo,

porque mueve sus alas

en el aire mezquino de la Historia,

y, sin embargo, vuela

por la luz asombrada de mi melancolía”, afirma.

Ha querido hacer del amor, la revolución de la palabra poética como vía insurreccional, que trasciende la historia y el presente. Es decir: hacer de la poesía y el oficio poético, una ética de vida y una moral del sentimiento. Sus poemas enmascaran su yo moral y las palpitaciones sociales de la vida civil. Así lo veo, siento y percibo.

Basilio Belliard

Poeta, crítico

Poeta, ensayista y crítico literario. Doctor en filosofía por la Universidad del País Vasco. Es miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua y Premio Nacional de Poesía, 2002. Tiene más de una docena de libros publicados y más de 20 años como profesor de la UASD. En 2015 fue profesor invitado por la Universidad de Orleans, Francia, donde le fue publicada en edición bilingüe la antología poética Revés insulaires. Fue director-fundador de la revista País Cultural, director del Libro y la Lectura y de Gestión Literaria del Ministerio de Cultura, y director del Centro Cultural de las Telecomunicaciones.

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