Abril, en la República Dominicana, no es solo un mes de primavera tropical. Es una temporalidad marcada por cicatrices históricas, luchas colectivas y una memoria que se niega al olvido. Desde las barricadas de 1965 hasta las protestas sociales de décadas posteriores, este mes condensa episodios que definen la identidad de un pueblo que ha luchado por su dignidad.
24 de abril de 1965, sucede la revolución que encendió la llama democrática, y quedó grabado en la historia como el día en que militares y civiles patriotas se alzaron para restaurar el gobierno constitucional de Juan Bosch, derrocado en 1963 por un golpe de Estado respaldado por poderes fácticos, sectores conservadores y altos mandos militares. (Según documentos desclasificados del Departamento de Estado de Estados Unidos). Bosch, líder del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), había impulsado reformas sociales y una Constitución progresista que amenazaba los intereses de las élites tradicionales y de Washington, en plena Guerra Fría.
La Revolución de Abril, encabezada por el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, trascendió su objetivo inicial. Se convirtió en un movimiento popular que defendía la soberanía nacional frente a la intervención militar estadounidense del 28 de abril.
El 28 de abril de 1965, una fuerza anfibia de la Infantería de Marina de los Estados Unidos, desembarcaron por la tarde en las costas dominicanas 42,000 marines, con el pretexto para “evitar una segunda Cuba”. La resistencia armada de los constitucionalistas —que duró meses— simbolizó la lucha por la autodeterminación y la justicia social, pero también expuso las heridas de un país fracturado por décadas de dictadura trujillista (1930-1961).
La ocupación extranjera dejó miles de muertos y un trauma colectivo. Aunque se logró evitar el retorno de Bosch, el conflicto sentó las bases para una transición democrática truncada, evidenciando cómo las sombras del imperialismo y el autoritarismo persistían en la política local.
24 de abril de 1984, se produce la masacre que cuestionó los límites de la democracia. Veinte años después, otra herida se abrió. El 24 de abril de 1984, durante el gobierno de Salvador Jorge Blanco, miles salieron a protestar contra el Acuerdo de Stand-By con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que imponía medidas de austeridad. La respuesta estatal fue brutal: represión militar, decenas de muertos y apresados. Este episodio, conocido como la Masacre de Abril, reveló las contradicciones de una democracia frágil, donde las demandas populares seguían siendo ahogadas por la fuerza.
El FMI exigía recortes al gasto público y la devaluación del peso, medidas que empobrecieron a las mayorías. Las protestas no solo eran contra el hambre, sino contra un sistema que priorizaba el pago de la deuda externa sobre la vida de las personas. La masacre de 1984 demostró que, aunque la dictadura había caído, los mecanismos de control y violencia persistían bajo nuevas máscaras, poco importó qué el partido gobernante, había llegado al país para restaurar la democracia y la libertad del pueblo dominicano.
El aparato de preservar el Estado está por encima de los partidos políticos gobernantes.
El 8 de Abril de 2025: La tragedia de la Discoteca Jet Set, que tiñó de rojo la primavera, conmocionó al país. Fallecieron 232 personas y dejó cientos de heridos. Este desastre volvió a teñir de rojo al mes de abril.
La sociedad dominicana, aún permanece entumecida, sus cimientos se estremecieron y llora a sus muertos, mientras espera los estudios forenses de las falencias estructurales que hicieron quebrar la resistencia del vetusto edificio.
Abril es un mes de paradojas, donde se mezclan memoria, resistencia y esperanza, En 1965, el pueblo empuñó armas por la democracia; en 1984, enfrentó balas por rechazar el hambre; en 2025, lloró a víctimas de la fatídica fiesta que terminó en el silencio pesado de las losas del techo. Aunque distinto en contexto, muestran la capacidad del pueblo dominicano de levantarse de la ceniza y levantar vuelo con las alas inmensas de la fe y esperanza.
Estos “Abriles teñidos de rojo” no son solo fechas de duelo. Son recordatorios de que la memoria histórica es un campo de batalla. Honrar a los caídos implica no solo recordar, sino actuar: exigir verdad, justicia y garantías de que la historia no se repita.
Como escribió Pedro Mir, “Hay un país en el mundo” que sigue buscando su camino. Abril nos enseña que, pese a las cicatrices, la esperanza es un acto de resistencia. Las nuevas generaciones tienen el desafío de convertir el dolor en potencia transformadora, porque solo desde la memoria crítica se construyen sociedades libres.
Que ningún abril futuro se tiña de rojo. Que todos los abriles florezcan la libertad y democracia dominicana.
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