I. Un encuentro en Roma:

Una tarde de otoño en Roma, mientras caminaba por las cercanías del Vaticano, me encontré con un sacerdote dominicano. Era un hombre de trato amable, mirada serena y conversación fluida. Entre anécdotas sobre su trabajo pastoral y la comunidad latina en Italia, me dijo con naturalidad que tenía una villa en Punta Cana y que algún día podría invitarme a visitarla. Le agradecí su cortesía, pero con la misma cortesía decliné la invitación.

La frase me quedó resonando: una villa en Punta Cana. No era el lugar lo que me sorprendía, sino la posibilidad. En mi mente se formó una pregunta que se ha repetido muchas veces en distintas circunstancias: ¿cómo es posible mantener un estilo de vida de lujo con ingresos de servidor eclesiástico, funcionario o periodista?

II. Las apariencias del éxito:

En República Dominicana —como en casi toda América Latina— hay profesionales de sectores públicos o privados que viven con una opulencia difícil de justificar. Periodistas, magistrados, pastores, oficiales, empresarios medianos o funcionarios que exhiben un nivel de vida que supera con creces lo que permiten sus ingresos conocidos.

No se trata de envidia, sino de asombro. Muchos de esos personajes se desplazan en vehículos de lujo, viajan constantemente y poseen villas en zonas exclusivas como Casa de Campo, Punta Cana o Jarabacoa. Algunos lo hacen a través de “amigos”, fundaciones, o empresas donde no figuran directamente, pero que los benefician.

Mientras tanto, la mayoría de los ciudadanos sobrevive con salarios que apenas cubren las necesidades básicas. Las clases medias, antaño símbolo de estabilidad, se ven cada vez más presionadas entre el costo de la vida, la inflación inmobiliaria y la falta de oportunidades reales de ascenso.

III. El magistrado y la rubia:

Recuerdo también a un magistrado italiano que conocí en Roma, acompañado de una mujer rubia, elegante y risueña. Conversamos sobre la justicia internacional, los tribunales europeos y, de pronto, mencionó que viajaba con frecuencia a la República Dominicana.

“Me encanta Casa de Campo”, me dijo. “Allí tengo amigos, buena comida y descanso, como en ningún otro sitio del mundo”.

Era evidente que el viaje frecuente requería recursos. Pensé entonces en el contraste entre las leyes que estos hombres representan —la justicia, la ética, la transparencia— y los espacios donde a menudo se diluyen esas fronteras morales entre lo público y lo privado.

IV. El espejismo del bienestar:

Vivimos en una época donde la apariencia ha sustituido a la verdad. Las redes sociales multiplican imágenes de éxito que no siempre corresponden a una realidad sostenible. El lujo se convierte en lenguaje, y quien no lo habla parece marginado.

Pero detrás de ese brillo hay endeudamiento, corrupción, tráfico de influencias y favores políticos o corporativos. Hay también un sistema que, en lugar de premiar el mérito y la honestidad, recompensa la cercanía al poder.

En países como el nuestro, donde el servicio público debería ser un honor y una responsabilidad, muchos lo han convertido en trampolín de ascenso económico. No sorprende que la confianza ciudadana en las instituciones se erosione cada día más.

V. La ética como rareza:

El sacerdote con villa, el periodista con casa de playa, el magistrado que descansa en Casa de Campo: tres imágenes distintas, un mismo signo de los tiempos.

El problema no está en el lujo en sí, sino en su origen. Si los recursos provienen del trabajo honesto, del talento o de la herencia, nada hay que reprochar. Pero cuando el bienestar material contradice la lógica del salario y las leyes de la economía personal, algo se ha roto en la conciencia colectiva.

La corrupción no comienza en los grandes contratos públicos, sino en las pequeñas justificaciones privadas. Empieza cuando un funcionario se convence de que “todo el mundo lo hace” o de que “merece” algo más por su esfuerzo.

Así, el país se acostumbra a una cultura del privilegio sin mérito, donde el ejemplo moral deja de existir y donde los valores pierden vigencia frente al pragmatismo del poder y del dinero.

VI. Epílogo:

A veces, al recordar aquella conversación romana, pienso que la verdadera pobreza no es material, sino ética. El lujo sin virtud es solo un disfraz.

Quizás el día que en nuestra sociedad ser honesto vuelva a tener más prestigioso que aparentar riqueza podremos decir que comenzamos a salir del atraso moral que nos ha acompañado desde hace décadas.

No se trata de condenar a nadie, sino de invitar a reflexionar: ¿de dónde viene lo que tenemos? Esa simple pregunta, tan olvidada en el Caribe como en Roma, es la que separa la apariencia del testimonio, y la prosperidad verdadera de la corrupción elegante.

Víctor Grimaldi

Víctor Manuel Grimaldi Céspedes (Santo Domingo, 22 de diciembre de 1949) periodista, historiador, político y diplomático dominicano.

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