“Una revuelta es el lenguaje de quienes no escuchamos”. Martin Luther King
Vehículos quemados, propiedades destruidas, jóvenes envueltos en banderas mexicanas, salvadoreñas o guatemaltecas subidos en carros o desafiando a las fuerzas del orden, policías y militares lanzando bombas lacrimógenas, empujando a la multitud desde sus caballos y hasta disparando balas de goma a personas indefensas incluyendo protestantes y periodistas. Probablemente muchas y muchos de ustedes vieron estas imágenes de las protestas en Los Ángeles, la ciudad que se ha convertido en mi segunda casa desde que me mudé a su centro o “downtown”, justamente donde han ocurrido las manifestaciones.
Lo que es menos probable que hayan visto, porque han circulado mucho menos, son las imágenes de la gran mayoría de las personas que han participado en las protestas de manera pacífica y creativa ni los videos de activistas, profesores y profesoras, inmigrantes y otras personas denunciando la nueva oleada de redadas y deportaciones indiscriminadas que ha estado llevando a cabo ICE, la agencia federal a cargo del control migratorio y aduanal en Estados Unidos. También han circulado mucho menos las imágenes de cómo ICE no sólo aumentó sus redadas siguiendo las órdenes de Stephen Miller, uno de los asesores más cercanos de Trump, sino que además lo hizo presentándose de manera violenta en lugares de trabajo, escuelas, salas de emergencia y albergues para personas que viven en la calle. (¿Les parece conocido?)
Tal y como ocurrió con las protestas por el asesinato de George Floyd en el 2020, una parte de la prensa y los grupos de la extrema derecha compartieron el primer tipo de imágenes sin ofrecer ningún contexto. Nuevamente distorsionaron los hechos; en esta ocasión dando la impresión, como dijo el mismo Trump, que la ciudad estaba totalmente “fuera de control” y que había que “liberar[la]” de “una invasión extranjera”. Y no es así. Así como en Santo Domingo las protestas tienen lugar en lugares simbólicos como el Parque Independencia o frente al Palacio Nacional, las manifestaciones en Los Ángeles se han concentrado en unas cuantas cuadras del centro donde se encuentran los edificios gubernamentales más importantes como el ayuntamiento. El toque de queda que la alcaldesa estableció para controlar la violencia de un grupo muy pequeño de protestantes también fue en un área muy limitada del downtown.
En mi columna de hoy, les invito a analizar qué representan estas protestas, la violencia con que intervino el gobierno federal para “controlarlas” y por qué empezaron en Los Ángeles. Lo primero es que Los Ángeles es la ciudad más pro-inmigrante de los EEUU por ser el mayor centro urbano en el que la mayoría de la población pertenece a minorías raciales y étnicas. De hecho, la comunidad latina representa casi la mitad de la metrópoli (46.9% en el censo del 2020) y la ciudad siempre ha sido multicultural desde que la fundaron un grupo de personas negras, indígenas y españolas en 1781 como destaca mi colega Maga Miranda. Por eso estoy de acuerdo con el profesor de Harvard Steven Levitsky quien argumenta que el haber ampliado las acciones de ICE en Los Ángeles ha sido una maniobra calculada de Trump para generar una falsa emergencia que pueda utilizar como una oportunidad para expandir su poder. Como enfatiza también Maga Miranda, lo que Trump busca es castigar a Los Ángeles por desafiar su agenda y usarla como ejemplo para amedrentar a otras ciudades santuario o pro-inmigrantes.
Como han planteado tanto el gobernador de California, Gavin Newsom, como la alcaldesa Karen Bass, el gobierno federal ha utilizado la excusa de las protestas contra ICE para intervenir en la ciudad pasándole por encima a las autoridades del estado; una medida tan extraordinaria que ningún presidente la había utilizado desde que Johnson lo hizo para obligar a los estados del sur a integrar racialmente sus escuelas en 1965. Tal y como destacó Newsom, las redadas y deportaciones indiscriminadas de ICE bajo Trump no siguen el consenso histórico entre ambos partidos de perseguir solo a quienes tienen procesos de deportación ya iniciados o han cometido crímenes graves. Por eso poner a la Guardia Civil de California bajo el mando del gobierno federal para mandarla a Los Ángeles sin consultar al gobernador y a la alcaldesa “no tiene como propósito proteger, sino aterrorizar” a quienes viven en la ciudad. De hecho, el tener a la Guardia Civil en las calles solo contribuyó a que la situación se saliera aún más de control.
Más aún, según datos recientes del Pentágono las tropas enviadas por Trump a Los Ángeles superan en número a las tropas de EEUU presentes en Siria y en Iraq. También es extraordinario el envío de marines en el mismo territorio estadounidense. La última vez que eso ocurrió fue en 1992 también en Los Ángeles cuando el primer presidente Bush los envió para ayudar a controlar las protestas por la golpiza y el abuso contra el afroamericano Rodney King por parte de cuatro policías. En esta ocasión, sin embargo, los hechos parecen darle la razón a Levitsky. Trump no hace ningún esfuerzo por ocultar su intención de seguir provocando situaciones de emergencia para concentrar más poder. Hace poco anunció que expandirá las redadas de ICE en otras ciudades demócratas como Chicago, Seattle y Nueva York. Esto tampoco es casualidad porque, como planteó la diputada de Chicago Delia Ramírez, hija de inmigrantes de Guatemala, Trump está “enviando el ejército a las ciudades que se atreven a disentir y resistir”.
Esta vena autoritaria se refleja en la manera en que el gobierno de Trump sistemáticamente ataca a quienes se le oponen incluyendo las y los representantes de los otros poderes del estado. En el último mes y medio, por ejemplo, el FBI arrestó a la jueza Hannah Dugan en Milwaukee, agentes de ICE arrestaron al alcalde de Newark, Ras Baraka y la semana pasada oficiales del FBI sacaron a la fuerza, tiraron al piso y arrestaron al senador de California Alex Padilla cuando intentó hacerle preguntas a la ministra de seguridad nacional Kristi Noem en una rueda de prensa. Este autoritarismo también se sigue reflejando en el empoderamiento de los grupos paramilitares y otras personas fanatizadas de la extrema derecha como quienes participaron en la insurrección en el Capitolio en enero del 2021 y fueron perdonados por Trump o como el fanático de MAGA Vance Boelter quien asesinó hace unos días a la legisladora demócrata de Minnesota Melissa Hortman y su esposo e intentó matar a su colega John Hoffman y su esposa.
Es en este contexto que hay que analizar las protestas de los últimos días. Las manifestaciones en Los Ángeles prendieron una mecha que se ha expandido a todo EEUU. La oleada más reciente fueron las protestas “No Kings” (“No queremos reyes”) el sábado pasado en oposición al desfile militar que Trump tuvo para celebrar su cumpleaños usando como excusa el aniversario 250 del ejército a pesar de las amenazas del mismo Trump de que iban a utilizar la fuerza en contra de las y los protestantes. Muchas personas asistieron justamente en reacción a los abusos cometidos por el gobierno federal en Los Ángeles en un momento en el que Trump sigue perdiendo apoyo en temas claves. Como destaca Levitsky, el 54% de las personas encuestadas recientemente en un estudio de la Universidad Quinnipiac desaprueban la forma en que Trump ha estado manejando el tema migratorio y el 56% está en contra de las deportaciones. En la encuesta del Public Religion Research Institute (Instituto de Investigación de la Religión Pública), el 76% del total se oponían al desfile militar del sábado incluyendo más de la mitad de las personas que se definen como seguidoras de Trump.
Por eso las protestas son cada vez más diversas. En las del fin de semana pasado estuvieron no solo activistas y otras personas progresistas sino también exmilitares y gente de otros sectores y muchas de las manifestaciones tuvieron lugar en estados predominantemente republicanos como Tejas, Kentucky, Arizona, Utah y la Florida. Se estima que entre 4 y 6 millones de personas asistieron a estas protestas en más de 2 mil ciudades y pueblos en todo el país. El periodista G Elliott Morris plantea que a la fecha ya ha habido 15,396 protestas contra Trump en este segundo mandato comparadas con 5,043 protestas en su contra para esta misma fecha en el 2017. Morris también sugiere que “No Kings” puede haber sido la mayor manifestación en la historia de EEUU. Eso lo sabremos en los próximos días pero por lo pronto está claro que ha sido la mayor de las marchas en contra de Trump hasta ahora.
Todavía es muy temprano para saber si esta nueva oleada de protestas se podrá convertir en un movimiento social sostenido. Pero uno de los efectos no previstos de las acciones de Trump es que está ayudando a que se expanda la cantidad de personas preocupadas por la naturaleza antidemocrática de sus políticas incluyendo gente que nunca antes había ido a una protesta. Por ejemplo, el actor y activista Mark Ruffalo se refería a cómo los excesos de Trump pueden aumentar el nivel de conciencia del público estadounidense. En una entrevista durante las protestas del sábado en Nueva York, enfatizó que “este gobierno va a continuar pasándose de la raya y esta [las protestas] será la respuesta”.
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