Algunas personas pensarán que transformar radicalmente el sistema educativo dominicano es más costoso que dejarlo como está. Las excusas y justificaciones para ello son miles, pero todas son falsas.
Una de esas excusas es que no estamos preparados para ser mejores; no hay ignorancia mayor que esa, y quizás por eso sea hasta ridículo plantearlo. Otra excusa es que es más viable económicamente darle un “tune-up” a la guagua de vez en cuando y cambiar de chofer esporádicamente, aunque, como dice Juan Luis Guerra: “que la guagua va en reversa”.
Aunque un cálculo exacto del costo aproximado de no transformar el sistema educativo es complejo, podemos hacer una aproximación basada en estudios internacionales y datos económicos, siempre tomando en cuenta que el "costo" no se mide solo en lo que se gasta, sino en lo que se deja de ganar: la pérdida de productividad, innovación y potencial humano. ¡Vamos a intentarlo!
Según datos del Banco Mundial y Trading Economics, el PIB de la República Dominicana en 2024 fue de aproximadamente 124.28 mil millones de dólares.
Diversos estudios a nivel global, incluyendo análisis de organismos como el Banco Mundial y la OCDE, han estimado que la baja calidad educativa y las deficiencias de capital humano pueden costar a un país entre el 1% y el 10% de su PIB anual. Para un país en desarrollo como la República Dominicana, es razonable usar una estimación conservadora pero significativa de la pérdida de PIB, ya que, mientras más bajo es el nivel de capital humano, más baja es la productividad laboral y más alto es el desempleo y el subempleo causados por una educación deficiente.
Usando una estimación conservadora y considerando que la deficiencia del sistema educativo le cuesta al país un 5% de su PIB anual —una cifra hipotética, basada en la evidencia de que las brechas de habilidades y la baja productividad impactan directamente en la capacidad de crecimiento de la economía—: US$ 124,280,000,000 (PIB) x 0.05 (5% de pérdida) = US$ 6,214,000,000
El resultado es 6,214 millones de dólares anuales si la deficiencia del sistema educativo le costara al país un 5% de su PIB. US$ 6,214,000,000 / 365 = US$ 17,024,657.53.
17 millones de dólares diarios es una cifra escandalosamente vulgar y obscena.
Este es el cálculo aproximado del costo económico por tener un sistema educativo deficiente como el que tenemos.
La tragedia de este sistema es que refuerza el ciclo de la pobreza de manera intergeneracional. La educación de los padres es uno de los predictores más fuertes del éxito educativo de sus hijos.
Para los que hablan de reformas fiscales en la República Dominicana, es necesario recordarles que no hay mejor reforma fiscal que transformar lo que no sirve.
La educación es, en teoría, una escalera hacia el progreso. Pero para muchos en la República Dominicana, esa escalera carece de peldaños. En lugar de ser un camino de ascenso, el sistema educativo se ha convertido en un mecanismo que perpetúa la desigualdad, imponiendo un costo social profundo sobre la nación.
Este no es un problema de una sola generación; es un legado de deficiencias históricas que ha dejado a miles de jóvenes sin las herramientas para forjarse un futuro mejor.
Las estadísticas pintan un cuadro desalentador. La evidencia global demuestra una clara correlación entre el nivel educativo y el éxito económico. Un estudio de la OCDE reveló que las tasas de empleo son significativamente más altas para quienes completan la educación terciaria.
Por ejemplo, en países de la OCDE, el promedio de empleo para personas con educación terciaria es del 85%, mientras que para quienes solo tienen educación primaria o pre-primaria, cae al 49%.
Aunque no hay datos específicos para la República Dominicana, podemos inferir que si el país produce consistentemente un gran número de individuos con bajos niveles educativos, las disparidades de empleo son aún más pronunciadas, lo que se traduce en un lastre masivo para la economía nacional.
El problema no se detiene en el empleo; afecta también los ingresos.
Otro análisis de la misma OCDE mostró que las ventajas salariales de la educación han aumentado con el tiempo. Aquellos con menor educación no solo tienen menos probabilidades de conseguir un empleo, sino que, si lo logran, ganan significativamente menos.
Este bajo rendimiento educativo se traduce en una debilidad económica estructural, limitando la productividad, la innovación y la capacidad de la nación para crecer.
La tragedia de este sistema es que refuerza el ciclo de la pobreza de manera intergeneracional. La educación de los padres es uno de los predictores más fuertes del éxito educativo de sus hijos. Un análisis de Blanden et al. (2005) sobre la movilidad social intergeneracional de ingresos mostró que, en países con baja movilidad, los hijos tienen más probabilidades de permanecer en el mismo estrato socioeconómico que sus padres.
Países como Estados Unidos y el Reino Unido tienen correlaciones más altas (0.348 y 0.260 respectivamente), lo que indica una menor movilidad que en países escandinavos como Dinamarca o Noruega (0.143 y 0.139).
Si se infiere que las tasas de movilidad en la República Dominicana son bajas debido a las deficiencias educativas, esto sugiere una sociedad donde el talento y el esfuerzo no son recompensados de manera equitativa, lo que genera resentimiento y un profundo sentimiento de injusticia.
La falta de peldaños en la escalera educativa se manifiesta en el acceso a la educación superior. Un estudio de EURYDICE (1997) demostró que la participación en la educación terciaria está fuertemente ligada al nivel educativo de los padres. Los jóvenes cuyos padres no completaron la educación superior tienen un acceso significativamente menor a ella, limitando sus oportunidades futuras y perpetuando la desigualdad a través de las generaciones.
Además de los costos económicos, una educación deficiente tiene un impacto directo en la salud pública y la cohesión social. En ese sentido sería bueno que quienes dirigen las riendas del gobierno, se informaran aunque sea un poquito sobre lo que es “Adverse Childhood Experience” – ACE (Experiencias Adversas en la Infancia y el costo que eso representa en salud pública… se lo voy a dejar ahí.
Numerosos estudios han encontrado una clara relación entre un bajo rendimiento en alfabetización y tasas más altas de pobreza. Esto demuestra que las habilidades básicas son fundamentales para desenvolverse en la vida y evitar la pobreza, lo que implica que un sistema que no proporciona estas habilidades crea una vulnerabilidad social generalizada.
Para reparar esta escalera rota, se necesita un enfoque multifacético, preñado de voluntad política y no solo promesas de campaña o rotación de ministros. En este sentido, las inversiones en el desarrollo de la primera infancia son cruciales, ya que las brechas en habilidades surgen mucho antes de la escuela y tienen un efecto acumulativo.
Los programas de primera infancia pueden desempeñar un papel vital en la reducción de estas disparidades. Además, es imperativo reformar las estructuras educativas para promover la inclusión y la calidad, alejándose de los métodos de memorización y fomentando el pensamiento crítico y la resolución de problemas. La educación debe ser vista como una herramienta para empoderar a los ciudadanos a participar activamente en la vida democrática y no simplemente como un medio para mantener el statu quo.
El costo social de una educación deficiente es una pesada carga para la República Dominicana. Pero con un compromiso sostenido con una revolución educativa, el país puede empezar a reconstruir los peldaños de esa escalera rota, liberando el potencial de su gente y trazando un camino hacia un futuro más próspero y equitativo para todos.
El verdadero costo de no revolucionar la educación no es el que se mide en pesos, sino el que se paga en vidas rotas y sueños perdidos.
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