La envidia se considera como una “declaración de inferioridad” porque surge de la comparación constante con los demás y una autoestima baja. Es una tristeza por el bien ajeno.  Se considera una emoción tóxica que surge cuando una persona percibe una desigualdad entre lo que tiene y lo que posee el otro.

La envidia es una pasión callada y vergonzosa que nadie se atreve a confesar nunca. Daniel Bell se extrañaba de que se hubiera estudiado tan poco la envidia en la literatura psicológica. La envidia es lo que callamos.

En tanto, Helmut Schoeck, en la obra que dedicó a este tema, señalaba que el concepto de envidia había sido rechazado del discurso de las ciencias sociales y políticas, y era como si hubiera “cierta resistencia a estudiar la envidia”.

A su vez, Gille Lipovestky en su obra ´La Felicidad Paradójica´ dice que “en el mundo del trabajo, del espectáculo, de la política, de las artes y las letras, el éxito de unos enciende el resentimiento de otros, en todas partes florecen las envidias y las alegrías malsanas”.

La envidia tiene muy mala reputación. Por lejos que nos remontemos en la historia de las sociedades humanas el “veneno” de la envidia se conoce, se nombra y al mismo tiempo se teme. En todas las civilizaciones y lenguas conocidas, el enemigo presa de la envidia es objeto de condenas y críticas, en los cuentos, las leyendas y los proverbios.

En todas partes desde la creencia salvaje hasta el Antiguo Testamento (Caín y Abel), la envidia y la codicia califican de pasiones devoradoras, de amenazas, plagas terribles.

La envidia nace de una carencia personal. El individuo que siente envidia, se siente también invadido por un sentimiento de inferioridad respecto a los demás, por lo que compite por “conseguir” como sea aquello que cree que le falta respecto a los demás.

La envidia patologiza la salud, la convivencia social y la política. Aquellos que sienten envidia suelen compararse continuamente con los demás, lo que aumenta su sensación de insatisfacción y la dificultad para celebrar el éxito ajeno.

La envidia provoca que el individuo tan solo piense en obtener lo que poseen los demás. En este sentido, la envidia mueve al individuo a sentir tristeza y malestar propio ante el bien o la prosperidad ajena, llegando a causar depresión, conductas masoquistas o trastornos psicológicos.

A medida que las regulaciones colectivas desaparecen ante las normas del individuo que se gobierna solo, la envidia destructora cede el paso a una cultura que lesiona la autoestima de los perdedores.

Las primeras democracias modernas fomentaban la “la envidia, los celos y la furia impotentes” (Stendhal), las de hoy son testigos de una disminución de los resentimientos y las hostilidades contra los poderosos.

Las personas envidiosas encuentran difícil alegrarse por los logros o el bienestar de otros, ya que esto les recuerda sus propias carencias. En palabras de Antonio Machado, el envidioso "Guarda su presa y llora lo que el vecino alcanza; / Ni pasa su infortunio ni goza su riqueza”.

Héctor Rodríguez Cruz

Académico, filósofo

Obtuvo su Ph.D en el Departamento de Filosofía del Derecho, Moral y Política II (Ética y Sociología), dentro del Programa de Filosofía y Lenguaje: la Formación Humanística en el Desarrollo Personal y la Identidad Sociocultural, de la Universidad de Complutense de Madrid.

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