La emotividad
Como piedra en ojo de tuerto le cayó al gobierno dominicano y a sus socios nacionalistas el último informe de Amnistía Internacional, donde se acusa al país de aplicar una política migratoria basada en la discriminación y exclusión racial y se señalan varias de las violaciones que se comenten durante las repatriaciones de haitianos indocumentados.
La reacción no se hizo esperar: “informe abusivo, desconsiderado, injerencia, atropello a la soberanía nacional.”
Es una constante, el victimario termina siempre haciéndose la víctima. Esa ha sido también la reacción de gobiernos represivos como el de Daniel Ortega, en Nicaragua y Nayib Bukele, en El Salvador (para citar uno de izquierda y otro de derecha), cada vez que se les acusa de negar derechos y libertades a sus ciudadanos: “injerencia imperialista.”
Pero es imposible ocultar el sol con un dedo. Tan solo el desgarrador video de un bebé que cuelga en la verja de la camiona mientras su tutora está encerrada en ella, echa por el suelo este discurso de rechazo al informe de Amnistía Internacional, lleno de adjetivos y carente de datos y argumentos que demuestren lo contrario.
¿Acaso es esto respeto a la dignidad humana y apego al más elemental sentido de humanidad? Claro que no.
La insensatez
El gobierno y su coro nacionalista no se cansan de repetirlo: “la inmigración haitiana representa una carga muy grande para la nación dominicana, no podemos continuar cargando a Haití sobre nuestros hombros.”
En parte, esto es cierto. Según sus cálculos (estimación de 2022), la inmigración haitiana le costó al país algo más de 22.000 millones de pesos, en gastos de salud, educación y seguridad (cuidado de la frontera y operativos de repatriación). En dólares, esto es un poco más de 366 millones anuales. Ciertamente una suma considerable, para un país de desarrollo medio como República Dominicana.
Pero veamos ahora la otra mitad de la verdad, la otra cara de la moneda.
En 2017, año en que se publicó la ENI-2017, primer gran estudio sobre la inmigración haitiana en el país, el profesor Antonio Ciriaco Cruz, economista de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, elaboró un informe donde se revela que los obreros haitianos aportaban un 7.4% del PIB de República Dominicana.
Según el Banco Mundial, en 2017 el PIB dominicano era de US$80.000 millones. El 7.4% de esa cantidad es un poco más de US$5900 millones, dieciséis veces más que lo que calculaba el gobierno que se gastaba en los haitianos.
Y esta relación costo/beneficio a favor del país receptor es muy difícil de rebatir, porque es así en todas partes. Los inmigrantes aportan más a las sociedades receptoras que lo que reciben de ellas, solo en RD se piensa lo contrario.
En su caso, está relación costo/beneficio a su favor es mucho mayor, porque Haití es además su más importante socio comercial, después de los Estados Unidos. De los casi US$12.000 millones en exportaciones de 2023, US$857.2 millones fueron por productos que terminaron en suelo haitiano.
Los haitianos, por su parte, solo exportaron US$13.5 millones al país en 2023, según la Dirección General de Aduanas.
Haití es uno de los pocos países con los que República Dominicana tiene un intercambio comercial favorable. Es allí que evacua una serie de productos que sería muy difícil colocar en otros mercados, más exigentes en controles de calidad, fitosanitarios, etc. Para la economía dominicana representa una especie de extensión de su mercado interno, donde vende de todo, tenga o no tenga calidad.
El cierre total de la frontera que se produjo entre septiembre y octubre de 2023 dejó cuantiosas pérdidas al país. Por cada día de cierre se perdieron entre US$2.5 a US$3 millones de dólares. El negocio transfronterizo, más allá de las exportaciones y las ventas que surgen en la misma frontera, está cuantificado en más de US$430 millones al año.
Admito que las ventajas y desventajas de las migraciones no pueden medirse solo en términos económicos, ya que se trata de una cuestión multidimensional, que se extiende a lo social, político y cultural.
Es por esa razón que el argumento favorito de los nacionalistas para justificar su rechazo a la inmigración haitiana es la supuesta amenaza que representa para la cultura y la identidad nacional.
Pero, contrario a este infundado discurso, en la relación interétnica entre dominicanos y haitianos quienes tienen su cultura y su identidad amenaza no son los primeros, sino los segundos. Son los dominicanos (y es lógico que así sea), los que tienen el control de las riquezas del país, del Estado y sus instituciones (incluyendo las fuerzas represivas, policías y fuerzas armadas). También son los nacionales los que controlan las organizaciones de la sociedad civil y medios de difusión de la cultura, medios de comunicación, instituciones culturales, etc.
¿Qué posibilidad tiene entonces el grupo minoritario, rechazado y excluido, de asimilar al grupo mayoritario dominante? Ninguna.
No hay en el país un solo estudio serio que documente esa supuesta pérdida de la identidad dominicana y asimilación al grupo haitiano.
Sin embargo, desde hace ya un buen tiempo, sí hay algunos estudios dirigidos a documentar la aculturación de los haitianos, principalmente de segunda y tercera generación, pero que incluye también a los propios inmigrantes, nacidos en Haití.
A los interesados en el tema, los remito al libro La nueva inmigración haitiana, Rubén Silié, Carlos Segura y Carlos Dore Cabral, ed. Flacso-RD, 2002, que en parte examina esta cuestión. (Este libro está agotado, pero pueden consultarlo en bibliotecas).