Día 2: Lunes, 23 de noviembre

A las 6:30 de la mañana de un lunes vi una llamada perdida. Era Kim Ives. Uno de los editores del periódico Haití Liberté.

Su mensaje fue directo: “Tenemos un asunto urgente”.

Jean Max Louissaint, un periodista haitiano que utiliza el alias Ralph Laurent, había sido detenido la tarde anterior en el Aeropuerto Internacional Las Américas y trasladado al Centro de Detención de Haina. Entre los mensajes, Kim Ives me envió un reportaje de Haití Liberté: el gobierno haitiano, el cual Louissaint denunciaba por corrupción, había emitido una orden de arresto contra el periodista. Eso disparó una alerta cuando entró a la República Dominicana.

Louissaint, es un ciudadano estadounidense que vive en Nueva Jersey. Kim Ives me informó que la policía dominicana lo había amenazado y maltratado. Él temía que lo enviaran a Haití, donde la muerte lo esperaba.

Pensé en el caso de Maria Ressa, la periodista filipina condenada a una pena de entre seis meses y seis años. Bajo el gobierno de Rodrigo Duterte, al que ella había denunciado por corrupción y abusos, enfrentó además un arsenal de cargos adicionales que, de haberse acumulado, podían sumar más de cien años de cárcel. La lógica era similar: silenciar y desaparecer al periodista.

Leí los mensajes y los reenvié. Todas las personas (antirracistas) en mi teléfono que tuvieran aunque fuera una pizca de influencia los recibieron: autoridades dominicanas, funcionarias/os estadounidenses en Santo Domingo, defensores de derechos humanos, abogadas/os, periodistas, artistas, curadoras/es. Puse la alarma en Instagram. En casos como este, hacer pública la situación puede ser la única protección que una persona tiene. Era urgente que las autoridades dominicanas supieran que el caso ya estaba expuesto. El silencio desaparece gente, la visibilidad es la única defensa.

A las nueve llegaron algunos mensajes: Louissaint era parte de las “bandas” o “gangs", dijeron algunos contactos. “Mejor mantenerse alejado”.

Este el nuevo atajo familiar usado contra las personas haitianas, una acusación fácil que no requiere evidencia, solo prejuicio. La palabra “bandas” hacía el trabajo de borrar el nombre de una persona, su profesión, su vida. Es una etiqueta usada para justificar el racismo. Una forma de despojar a las personas de sus derechos. Y la mayoría de la gente, al escuchar esa palabra, retrocedió.

A las 10:00 a.m., llegué a las oficinas de la Dirección General de Migración. Allí me encontré con uno de los amigos de Louissaint. Dos militares nos señalaron el camino alrededor del edificio. Caminamos hacia la prisión donde lo tenían.

Su celda estaba en el segundo piso. Frente al mar Caribe. Un viejo y roto toldo azul colgaba sobre los barrotes. A pesar de que el sol caía fuerte sobre el edificio, no entraba luz a la celda. Algunos brazos colgaban de las ventanas. Primero se veían las siluetas de los cuerpos, luego los ojos, observando a quienes caminaban libres abajo.

No teníamos acceso a Louissaint; las autoridades lo estaban interrogando. Alrededor de las 11:00 a.m., alguien me envió los contactos del Comité para Proteger Periodistas (CPJ, en sus siglas en inglés). El periódico Haiti Liberté se comunicó con ellos.

Dieciséis minutos después, sonó el teléfono del amigo. Era Louissaint. “Me están interrogando,” dijo, “y luego podré reunirme con ustedes.” Parecía calmado.

Llegaron más llamadas. Eran personas, conocidas y desconocidas, advirtiéndome que tuviera cuidado. Insistían en que Louissaint era miembro de una “banda”. Ahí estaba de nuevo la palabra. Los contactos se fueron retirando uno por uno.

Al mediodía, Louissaint dijo que la Embajada de Estados Unidos estaba ayudando. “Tenemos que esperar” me dijo.

Después de que la Embajada de Estados Unidos intervino, todo cambió. Ninguna persona haitiana, ni siquiera una persona haitiana-estadounidense como él, era tratada con respeto y dignidad, a menos que tuviera ese tipo de escudo. Fue la participación de Estados Unidos en su proceso lo que lo protegió. En una isla de dos naciones nacidas del mismo suelo, compartiendo líneas de sangre e historia, ambas víctimas de la ocupación militar estadounidense, era extraño ver de dónde venía la protección.

El gobierno dominicano ha dicho que ejecuta sus políticas migratorias con respeto por la dignidad de todos, pero el trato hacia las personas haitianas cuenta otra historia: un hábito de sospecha, de acusaciones fáciles, de abuso e intimidación, de mirar hacia otro lado cuando alguien necesita ayuda. Exhorto a la ministra de Interior y Policía dominicana a prestar mucha atención a esto y ayudar a fortalecer las medidas que protejan a cada persona en el país, para que la dignidad se sostenga en la práctica y no solo en principio. Que en la práctica, el racismo no siga tomando las decisiones.

Haití, la primera república Negra libre, dio refugio y apoyo a Simón Bolívar, pidiendo únicamente que liberara a los esclavizados. Haití ayudó a crear la independencia que hoy reclamamos en Latinoamérica. Y sin embargo, ver que Estados Unidos fuera el país que terminara interviniendo para proteger a un periodista haitiano mostró cuán lejos ha caído la solidaridad regional.

Hubo un antes y un después en la intervención de Estados Unidos en el caso de Louissaint. Y ni el antes ni el después habla bien de República Dominicana. Pero está dentro de nuestro poder cambiar eso.

A las 3:30 p.m., las redes sociales se encendieron. Noticias falsas afirmaban que Louissaint había sido deportado a Haití; muchos celebraban su muerte. A medida que llegaban los rumores, disfrazados como verdades, le pedí a su familia mantenerse fuera de las redes.

A las 4:00 p.m. se confirmó: regresaría a Estados Unidos, no a Haití. Las autoridades dominicanas habían terminado su parte del proceso. Concluyeron no tener nada contra él, ni cargos, ni motivos para deportación. Nos dijeron que sería enviado de regreso ese mismo día.

Vi a Louissaint por primera vez en persona cuando lo trasladaban de un edificio a otro. Era de noche y, aparte de los guardias, no había nadie más. Nos reconocimos de inmediato e intercambiamos un gesto rápido y una pequeña sonrisa a la distancia. Los guardias lo escoltaban.

No lo llevaron al aeropuerto para regresar a Estados Unidos esa noche. Lo llevaron de vuelta a Haina. Los oficiales de Migración nos dijeron que sería liberado a las 10:00 a.m. del día siguiente.

Haiti Liberté siguió alertando al CPJ, instando a que condenaran la detención.

Día 3: Martes, 25 de noviembre

Esperamos toda la mañana. Las diez llegaron y pasaron. Seguí pidiendo que me permitieran entrar al segundo piso de Migración, donde mantenían a las personas privadas de libertad. El acceso era solo con permiso. Cuando lo permitieron, sacaron a Louissaint de la celda y lo llevaron a una pequeña sala de recepción, y pude sentarme con él allí un rato.

Nos dijeron nuevamente que sería enviado de regreso a Estados Unidos, no a Haití. Para entonces, los guardias y oficiales, más relajados, bromeaban diciendo que él era un VIP porque era ciudadano estadounidense. Aquí, ser caribeño rara vez tiene peso. Incluso asumieron que yo era de la Embajada de Estados Unidos; simplemente no les cruzó por la mente que una persona dominicana pudiera estar al lado de una persona haitiana. Eso habla menos de ellos y más de los patrones que hemos heredado en la región y como siguen moldeando profundamente la manera en que nos vemos unos a otros, y la manera en que vemos a Estados Unidos.

Recordé a un policía en el aeropuerto de Puerto Rico cuando me dijo: “Bienvenida a los Estados Unidos de América”.

“Por favor, no vuelva a decir eso”, le respondí.

Solicité permiso para almorzar con Louissaint. Lo compartimos con otros que también estaban allí detenidos. Él no comió, solo bebió agua. A las 3:00 p.m. nos dijeron que el proceso estaba casi terminado. Él saldría ese día. Alrededor de las 4:00 p.m., tomó un pequeño bocado de comida, el primero en días. La hora del almuerzo se prolongó. Me permitieron quedarme y mientras alguien se sentara a su lado no lo encerraban en la celda.

Las noticias falsas en las redes seguían confirmando que lo enviarían a Haití.

A las 7:00 p.m., Migración cambió otra vez su fecha de salida. Ahora dijeron que saldría el miércoles. El sol ya estaba bajando. También la poca confianza que nos quedaba. Louissaint fue llevado al estacionamiento con otras personas haitianas privadas de libertad. Sus manos estaban atadas con cintas plásticas. Subieron a un autobús de Control Migratorio, como hacían cada noche.

Hablamos rápido mientras él subía. Le dije que todo estaba bien, que nos veríamos en la mañana. Realmente, no sabíamos si eso era verdad. Cada vez que lo movían a otro centro de detención, no había certeza de que regresara. Él es un periodista y es haitiano; eso por sí solo lo pone en riesgo en nuestro país. El autobús se alejó, llevándoles de vuelta a Haina. No teníamos nada a qué aferrarnos excepto la esperanza de que él estuviera allí en la mañana.

Haiti Liberté continuó alertando al CPJ y presionando por acción.

Día 4: Miércoles, 26 de noviembre

Lo trajeron en la mañana. Nosotros también estábamos de vuelta.

Este día se sentía diferente. Louissaint pidió comida por primera vez desde su detención. Ya no lo mantenían encerrado en la celda sino en una oficina con el personal administrativo.

Yo esperaba abajo. Los soldados estaban por todas partes en los alrededores del estacionamiento. Algunos visiblemente armados. Seguían diciéndome que esperara dentro del comedor, que está en el primer piso. Allí los funcionarios del gobierno comen sus desayunos y más tarde sus almuerzos, mientras que justo arriba de ese comedor las personas haitianas privadas de libertad, incluidas mujeres y bebés, permanecían hambrientas, viendo pasar las horas con nada en el estómago.

Me quedé afuera. Mantuve mis ojos sobre el edificio, dejando que los guardias vieran que yo seguía allí. Era necesario que supieran que Louissaint no estaba solo, que si lo movían, yo lo vería.

A las 11:00 a.m., lo bajaron, con las manos atadas de nuevo con ese cable plástico. Él pidió retirar su dinero y cerrar su cuenta del Banreservas, que tiene una sucursal justo en el estacionamiento de Migración. Quería dejarle el dinero que le quedaba a las personas que estaban con él en la celda. Afuera del banco un hombre lo reconoció y suplicó a los soldados una foto. Se lo permitieron. Louissaint cerró su cuenta y los soldados lo llevaron de vuelta arriba.

A las 12:30 p.m., Migración nos dijo que estaban buscando su pasaje de vuelta a los Estados Unidos. A la 1:00 p.m. fue oficial: tenía un vuelo para las 7:00 p.m. No hubo acción por parte del CPJ.

A las 2:00 p.m., me permitieron entrar a las oficinas de Migración. Él se veía diferente, aliviado. Veinte minutos después pidió a uno de los oficiales que tomara una fotografía de nosotros.

Le dijeron que se fuera preparando. Dos hombres lo llevarían al estacionamiento y luego al aeropuerto.

A las 2:30 p.m., antes de entrar al carro, le preguntó a uno de los hombres si podía tomar una última foto y un video. Uno lo filmó; el otro se colocó frente a la cámara. En el video, agradeció a todos y dijo: “La lucha continúa. Luchamos por los derechos humanos. Luchamos por los débiles. Luchamos por quien sea. Seguimos luchando.”

Él levantó su puño izquierdo mirándome. Yo levanté el mío. “Hagámoslo,” dije. “Hagámoslo,” dijo él.

Ya era hora de irse. Nos abrazamos. Ambos lloramos.

“Gracias, hermana,” dijo.

“Cuídate, hermano.”

Los dos hombres subieron al carro con él. Mientras el carro se alejaba, bajó la ventana y levantó su puño izquierdo una vez más. Yo levanté el mío.

A las 3:30 p.m., confirmamos que había llegado al Aeropuerto Internacional Las Américas. A las 4:00 p.m., inició el proceso migratorio y fue escoltado por agentes especiales hasta la puerta de embarque.

Su avión despegó alrededor de las 7:00 p.m.

Llegó a Estados Unidos aproximadamente a las 11:00 p.m. Agentes del Departamento de Seguridad Nacional lo apartaron para una entrevista final.

Día 4: Jueves, 27 de noviembre

Sin orden de deportación. Sin cargos. Alrededor de las 3:00 a.m., Jean Max Louissaint fue liberado y finalmente regresó a su hogar con su familia.

Publicado originalmente en ingles en Haití Liberté

Noa Batlle

Noa Batlle es unx artista dominicanx cuya práctica se sitúa en el cruce entre creación, accesibilidad y justicia social. Durante más de doce años, Batlle ha colaborado con organizaciones y escuelas públicas para personas con discapacidad, articulando procesos pedagógicos que también se insertan en estructuras institucionales: desde la concepción y dirección del primer Departamento de Inclusión en la Alcaldía de Santo Domingo hasta la implementación, junto a la JCE, de las elecciones más accesibles celebradas en el país. Su práctica se expande también hacia la cultura y la música en vivo, ha contribuido a instaurar modelos de conciertos accesibles en giras como Music of the Spheres de Coldplay, Un Verano Sin Ti de Bad Bunny y Motomami de Rosalía. Batlle ha formado parte de plataformas internacionales como la Asamblea General de las Naciones Unidas (2023) y la 19ª Cumbre Mundial de Premios Nobel de la Paz (2024). En la actualidad, Batlle desarrolla una investigación como artista en residencia en el Jardín Botánico Nacional Dominicano, donde su taller para escuelas públicas ha sido integrado al programa oficial de servicio comunitario.

Ver más