Israel nunca pierde la oportunidad de presentarse ante el mundo como víctima del "terrorismo" palestino, mientras realiza una limpieza étnica con todas las características de un genocidio contra el pueblo palestino.
Esa postura no es nueva. No empezó como respuesta a los acontecimientos del 7 de octubre del 2023. Ni siquiera empezó en el siglo XXI. Viene desde que las Naciones Unidas, en 1947, le entregaron más de la mitad de las tierras palestinas, donde establecieron, con apoyo y complicidad de las potencias, un Estado que nunca debió establecerse, y que es el origen de los conflictos en Palestina y en el Medio Oriente.
Ese Estado, nacido como terrorista, y sostenido sobre el terrorismo de Estado, fue un regalo dado por las potencias colonialistas, como Inglaterra, y respaldado por las dos potencias, que finalizada la Segunda Guerra Mundial empezaron a disputarse la hegemonía mundial, como Estados Unidos y la Rusia de Joseph Stalin.
Un regalo que le fue dado a Israel a costa del sacrificio y martirio de un pueblo, como el palestino, instalado allí, desde miles de años. Un regalo dado no solo a causa de la solidaridad que generó a favor de los israelíes el genocidio que en su contra ejecutó Adolf Hitler, sino también, producto de una campaña sionista efectuada para despertar conmiseración a raíz de ese horrible genocidio, parecido en su horror al que ellos ahora practican contra el pueblo palestino con el apoyo de las potencias occidentales y la indiferencia de las potencias orientales, como Rusia y China.
La ONU dividió las tierras palestinas en dos mitades. De un plumazo le regalaron a los sionistas 14 mil Km2 de los 27 mil que constituían las tierras palestinas llamadas a formar el Estado palestino luego de la salida de Gran Bretaña de allí. Los palestinos, por supuesto, se opusieron a esa repartición. Aquello generó una guerra, la primera entre palestinos e israelíes, que gracias al apoyo de las potencias y al terrorismo de las bandas militares judías, como la Hagan, fue ganada por el fraudulento y naciente Estado de Israel.
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Pero esa no fue una guerra cualquiera. Fue una guerra con carácter de limpieza, puesto que más de 700 mil palestinos fueron expulsados de sus hogares y de sus tierras. Algunos huyeron, sí, con la esperanza y promesa de volver, pero muchos fueron forzados a salir a punta de fusiles y bayonetas. Muchas aldeas palestinas fueron arrasadas y sus nombres borrados. Ese fue el resultado inmediato de la desastrosa decisión de la inservible ONU.
Ese fue apenas el comienzo de un camino de violencias, destrucciones, asesinatos y crímenes. Luego procedieron a colonizar las tierras que no eran de ellos y a borrar el recuerdo de lo que encontraron. Todo fue bien diseñado y ejecutado. Sembraron sobre las ruinas para ocultar el recuerdo. Levantaron bosques donde antes habían casas y aldeas. Y parques donde había cementerios. La idea era borrar los vestigios palestinos, y todo eso se hizo en el nombre de Dios y proclamando ser el pueblo elegido de Dios. Y peor: muchos le creyeron.
Y desde entonces nunca ha habido paz en Palestina, porque Israel ha elegido la dominación y nunca la paz. La ocupación no podía hacerse ni sostenerse en la paz, sino sobre la guerra. Un origen tan espurio no podía generar paz. Solo conflictos y más conflictos.
En 1967, en la llamada Guerra de los Seis Días, se apoderó de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este, los Altos del Golán y el Sinaí. Entonces otra vez recurrió al argumento de la seguridad, afirmando sistemáticamente que se apoderaba de esos territorios por seguridad. Es el argumento de siempre difundido y repetido miles de veces, y aceptado por muchos incautos y fanáticos religiosos. Se aferraron a esas tierras por poder y arrancaron a construir asentamientos, uno a uno, asfixiando de esa manera a los pueblos palestinos. El derecho internacional, y la propia ONU, condenaron y declararon esas acciones ilegales. Pero Israel, apoyada por Estados Unidos, ignoró todo eso. Su mapa se expandió. Terminó quedándose con todos los 27 mil Km2. Y mucho más.
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En 1994, los acuerdos de Oslo, firmados en Washington por el Primer Ministro israelí Yitzah Rabin y el líder histórico de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasser Arafat, en presencia del presidente Bill Clinton, pudieron iniciar un real camino hacia la paz. Era la oportunidad deseada, pero un israelí fanático, motivado por el discurso de odio y de oposición a esos acuerdos, impulsado por Benjamín Netanyahu y la extrema derecha, asesinaron a Yitzah Rabin una noche, cuando se celebraba una manifestación por la paz. Desde entonces Netanyahu se hizo con el poder y jamás ha habido intentos para construir la paz. Ese hombre, satánico, no dudó en proclamar su propósito de borrar el pueblo palestino y de construir el Gran Israel. Y todo el que se opone a esos macabros planes es calificado de terrorista, extremista y antisemita. Mientras tanto, Israel con la mayor impunidad construye muros, levanta asentamientos ilegales, asesina y llena sus cárceles de ciudadanos palestinos. Y todo es por su supuesta seguridad.
Israel es un Estado militarizado y terrorista. Forma a sus hijos en la creencia de que son elegidos por Dios. Sus libros de texto borraron a Palestina. Sus soldados patrullan las calles con rifles apuntando a los adolescentes y a todo el mundo. Sus medios justifican los bombardeos, los asesinatos de niños, mujeres y ancianos, y sus políticos proclaman abiertamente la necesidad de arrasar no sólo a Gaza, sino a toda Palestina. Sus aviones bombardean campos de refugiados, escuelas y hospitales, y luego descaradamente dicen que eran escudos humanos.
Israel ha elegido una y otra vez a Netanyahu. Ni una sola vez por error. Sino a sabiendas de sus ideas y planes. El les ha prometido aplastar a los palestinos, expandir los asentamientos y, sobre todo, nunca permitir un Estado palestino. Hoy ese hombre ejecuta un genocidio. Y proclama que lo hace como respuesta a los acontecimientos del 7 de octubre del 2023. Falso. Lo del 7 de octubre no es una causa, sino la consecuencia de décadas de humillaciones, ocupaciones, asesinatos y apresamiento masivos. Netanyahu y su banda creen que el genocidio barrerá a Palestina de la memoria colectiva. Grave error. Palestina siempre ha existido y seguirá existiendo, no importa el sacrificio que haya que pagar. Al final, si el mal juicio se impone y hace fracasar la fórmula cada vez más aceptada, que es la de los dos Estados, y uno de los dos pueblos tiene que emigrar, ese no será el pueblo palestino. Porque lo que es Palestina fue, es y siempre será de los palestinos.
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