Desde los primeros años del cine, surgió también la crítica cinematográfica, inicialmente a través de los periódicos, revistas y boletines culturales. En ese contexto, los primeros escritos críticos estaban vinculados a las películas que se realizaban a finales del siglo XIX, como las obras pioneras de los hermanos Lumière. A medida que el cinematógrafo comenzaba a consolidarse como forma expresiva de lo visual, fueron apareciendo críticos, que vieron en el celuloide un nuevo lenguaje que merecía ser analizado con criterios estéticos y teóricos propios.
Entre los primeros nombres que se destacaron en ese surgimiento están Louis Delluc (Francia), considerado uno de los fundadores de la crítica cinematográfica moderna, y Ricciotto Canudo (Italia), quien acuñó la célebre expresión del cine como séptimo arte, ubicándolo dentro de las artes mayores al lado de la literatura, la pintura y la música.
En los albores de la actividad cinematográfica en la República Dominicana, surgieron voces que, desde la reflexión y la escritura, comenzaron a trazar los primeros mapas de lo que sería la crítica de cine en el país. Críticos como Pedro Henríquez Ureña, Eugenio María de Hostos, Emilio Rodríguez Demorizi, Rafael Díaz Niese, el Padre Alberto Villaverde, Manuel Valdeperes, Emilio Mckinnney, José M. García Rodríguez, Máximo José Pou Rodríguez, Santiago Lamela Geler, entre otros, fundaron los principales espacios para el diálogo entre el séptimo arte y la cultura nacional. Con sus textos, sembraron las semillas de una disciplina que, con el tiempo, encontraría cauces más amplios, pero que en sus manos tuvo el valor de lo fundacional.
A partir de 1950, la crítica cinematográfica dominicana se caracterizó por un enfoque descriptivo y contenidista, centrado en la reseña de tramas y datos básicos, sin abordar el lenguaje específico del cine. Este modo primario de análisis omitía la reflexión sobre la técnica, el sonido, la composición visual y las múltiples capas simbólicas que configuran una obra fílmica.
A partir de los años 70, con la labor de críticos como Humberto Frías (1951-1998), la crítica comenzó a profundizar en sus métodos, integrando el estudio de las particularidades fílmicas y sus dimensiones simbólicas. Frías trascendió el resumen argumental para ofrecer una lectura que revelaba un orden simbólico e imaginario, sumergiendo al espectador en las complejidades semióticas de la película. Su enfoque concebía el cine como un espacio de alteridad y diálogo entre lo distinto y lo otro, insospechado e inédito, donde estas diferencias se integran como parte esencial del lenguaje cinematográfico.
La propuesta teórica y crítica de Humberto Frías se distinguió por una aproximación intelectual y poética que destacaba la singularidad creativa de la película, apartándose de posturas ideológicas que tendían a reducir el cine a mera propaganda. Para Frías, el cine era un pensamiento visual comprometido, capaz de retener y expresar otra mirada existencial que yace en los márgenes del texto fílmico, revelando un espacio de compromiso estético que va más allá de la simple anécdota visual.
Este abordaje se fundamenta en la cualidad fílmica entendida como narrativa icónica múltiple, que potencia el significado y la carga afectiva de la imagen. A través de conexiones entre los elementos críticos, se enriquecen la conciencia interna del film, permitiendo que las cualidades expresivas del cine se actualicen en espacios, tiempos e historias particulares.
La experiencia crítica de Frías se entiende también como una antropología cultural, un panorama en el que las imágenes dialogan con las acciones humanas, expresándose mediante diversos códigos y tendencias que invitan a una interpretación abierta, múltiple y contradictoria. Su análisis visual construye una experiencia estética y cognitiva que desvela lo oculto de la “pulsión escópica”, es decir, la que se centra en la mirada, tanto en la propia como en la del otro, y su relación con el deseo, creando un universo lacaniano, donde el sujeto busca “ser visto” y “ver”, experimentando placer tanto en su mirada como en la mirada. Así, la película se configura como un espacio simbólico y semiótico, un escenario de significación múltiple que invita a una aventura interior y a una conciencia libre.
Finalmente, el desenlace de una película, en este marco crítico, es entendido como un despliegue de signos visuales y valores ontológicos que revelan su condición de obra de arte. Este espacio poético provee a la imagen de una iniciativa que trasciende la simple pulsión escópica, construyendo un recorrido interior donde se valoran las formas narrativas y los matices sensibles que dotan de sentido estético a los hechos visuales. Así, el entramado interior que estructura la imagen se reconoce como un valor artístico fundamental.
La evolución de la crítica cinematográfica a partir de Humberto Frías refleja, por tanto, un avance significativo desde una mirada inicial limitada hacia un discurso interdisciplinario, estético y riguroso. Gracias a su axiología visual, la crítica ha logrado posicionar al cine como una expresión artística integral, que dialoga con la historia, la cultura y las demás artes desde una mirada compleja y dinámica. Este legado invita a continuar explorando el cine como una forma de pensamiento crítico que enriquece la experiencia cultural y estética contemporáneo
Uno de los primeros en abordar modernamente el cine desde una perspectiva histórica fue José Luis Sáez, autor del libro “Teoría del cine” (1974), entre otros, texto que puede considerarse como fundacional en el devenir cinematográfico dominicano.
Posteriormente, durante los años setenta, emergieron otros críticos como Efraím Castillo, Armando Almánzar Rodríguez, Carlos Francisco Elías, Agustín Martín Cano, Álvaro Arvelo hijo, Arturo Rodríguez Fernández, entre otros, quienes aportaron reflexiones y análisis desde medios impresos, contribuyendo a la difusión del séptimo arte en nuestro país. Sin embargo, es con el ensayista y profesor Humberto Frías que la crítica de cine dominicana quizás alcanza un nivel de madurez y profundidad inéditos.
Para muchos, Frías representa el más riguroso, culto y sistemático de los críticos del cine criollo. A diferencia de otros enfoques que recurren a marcos extra-artísticos para estudiar el cine, Frías fue de los primeros en analizar la creación visual en su propia especificidad estética y técnica, abordando con erudición el guion, el montaje, la iluminación, la trama y otros rasgos del lenguaje cinematográfico. Su mirada se aleja de la farándula para situar el análisis fílmico en un plano reflexivo y profundo, centrado en el valor artístico de las obras.
Desde principios de los años setenta, a muy temprana edad, Frías desarrolló durante más de 20 años, una amplia y fecunda labor crítica, en las aulas universitarias, también en los periódicos La Noticia, Última Hora y Hoy, consolidando una práctica analítica comprometida con la evaluación rigurosa del cine nacional e internacional. Además, fue fundador y director del Cine Cultural Universitario de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), espacio clave para la formación de una conciencia cinematográfica en nuestro país, activo hasta su cierre en los años noventa. Frías, además, fue profesor de semiología e historia del cine en la Escuela de Publicidad de esa alta casa de estudios.
Es válido recordar que, más allá de sus clases en la universidad, Humberto Frías mantuvo una intensa vida cultural. Se le veía en cineclubes, impartiendo talleres y participando activamente en La Semanal del Cine, La Pantalla, un espacio de los años setenta que fundó y compartía con la filósofa italiana Vanna Ianni, el cineasta Félix Frank Ayuso y Danilo Ubrí. Allí, las conversaciones no se limitaban a comentar películas: se adentraban en la filosofía del cine y en la historia entendida como un proceso en transformación, retorno y cambio. Según el sabio decir de Vico se trata de un proceso de corsi e ricorsi: ir hacia adelante y volver hacia atrás. Para ellos, el cine no era solo una narración historiográfica de entretenimiento, sino una expresión artística integral, capaz de reunir en sí misma todas las artes, para lograr una mirada inédita de la evolución creadora del ser humano y su realidad fenoménica e inmediata.
Quizás ese fue, en el fondo, el gran sueño de Humberto Frías: llevar al cine la aspiración wagneriana de la obra de arte total. Desde su conocimiento de la filosofía de Wagner y Nietzsche y su incansable búsqueda en el arte, imaginó un cine capaz de integrar todas las expresiones sensibles, todos los lenguajes y recursos movilizadores de la creación. Para él, el séptimo arte podía y debía reunir en sí mismo la fuerza de la música, la intensidad del teatro, la plasticidad de la pintura, la profundidad de la literatura. Así concebía al cine: como la expresión estética más completa y dinámica, capaz de contener en su unidad la riqueza de todas las demás artes.
Frías publicó un único libro, “Pasión de un oficio moderno” (1986), donde reúne buena parte de sus textos, además de incluir ensayos sobre temas culturales, filosóficos y sociológicos vinculados a la producción fílmica. Junto con Efraím Castillo, fundó la revista “Butaca 92”, publicación especializada que amplió los horizontes de la crítica y la cultura en la República Dominicana.
La obra y trayectoria de Frías abren un nuevo camino para una crítica auténtica, rigurosa y autónoma, anclada en la especificidad de la producción fílmica y no en pretextos externos. Se puede afirmar que Frías fue el fundador de “la nueva crítica dominicana”.
Desde el inicio de su labor, transformó radicalmente la forma de abordar el cine en nuestro país, estableciendo un replanteamiento que abarca desde el análisis de la historia del cine clásico hasta la recepción de las nuevas corrientes críticas y expresiones estéticas emergentes. Frías desarrolló lo que podría considerarse una especie de “textualidad dinámica”, capaz de captar el trabajo de los directores y realizadores más innovadores de su tiempo.
Su aportación sigue siendo valiosa, porque asume el reto de reinventar una crítica que había quedado encorsetada en un lenguaje retórico e impresionista, en el que la experiencia visual se limita a describir sin adentrarse en una “lectura creadora” de la obra cinematográfica. Frías no se conformó con una simple reiteración de lo evidente; sino que propuso la creación de un espacio en el que se desvelan nuevos significados y se profundiza en la estructura estética y técnica del film.
Durante más de dos décadas, Frías ejerció con una pasión inusitada la labor de crítico de cine y de arte, apoyándose en una lujosa erudición, una fina ironía y una prosa rigurosa y densa que se distancia del estilo de las gacetillas miméticas de las reseñas periodísticas. Su ejercicio crítico impregnado de imaginación y una cultura consolidada, es un registro fílmico que enriquece cada obra estudiada, estableciendo una visualización interna capaz de “desocultar” los múltiples niveles de sentido presentes en el cine.
Humberto Frías es considerado, junto a Efraím Castillo, Félix Manuel Lora, José De Laura, Fidel Munnigh, Fernando Hued, Federico Sánchez, Gustavo A. Ricart, entre otros, el crítico más auténtico y conocedor tanto del cine dominicano como del universal. Su contribución ha permitido transformar la crítica tradicional en un ejercicio de interpretación y valoración profunda, ofreciendo al público y a los historiadores del arte un nuevo marco para la comprensión y el disfrute del cine.
Frías supo dotar a su labor crítica de una dimensión interdisciplinaria. Su aproximación al cine no se limitó al análisis formal de la imagen y el guion, sino que integra con lucidez otros lenguajes artísticos como la pintura, la música y el teatro. Esta articulación de múltiples expresiones estéticas permite que su crítica adquiriera una riqueza interpretativa poco común, convirtiéndola en un ejercicio amplio, riguroso y enriquecedor para la comprensión de las obras cinematográficas.
Más que un crítico convencional, Frías fue un lector apasionado, agudo e incisivo, especialmente implacable con las películas que, carentes de profundidad o propuesta artística, son promovidas insistentemente por los circuitos comerciales y los medios masivos de comunicación. Nuestro autor obvió el cine “light”, propagandístico y banal, reconstruyendo desde su escritura un imaginario crítico que permitió a los cinéfilos y espectadores discernir entre el cine meramente entretenido y el que ofrece una exploración ontológica de la condición humana.
Su mirada sigue invitando a una lectura compleja del cine, donde cada película puede convertirse en una ventana hacia el comportamiento humano, el mundo y las múltiples formas de expresión del espíritu. Para Frías, el cine no era solo espectáculo: sino también pensamiento, lenguaje, metáfora y posibilidad de transformación del espectador. En sus textos críticos, no solo se analizan las estructuras narrativas o técnicas de una obra, sino que se explora su potencial simbólico y poético, revelando lo que la película oculta o sugiere en sus márgenes.
En ese sentido, la crítica en Humberto Frías es una experiencia vital y una forma de compromiso artístico e intelectual que unifica sus múltiples intereses culturales. Su escritura crítica creó un puente entre el arte y la vida: una herramienta para abrir caminos hacia nuevas formas de ver, de pensar y de sentir. Al abordar una película, nos invitaba a mirar más allá de lo evidente, a cruzar a “la otra orilla”, a interrogar los sentidos ocultos del relato fílmico.
Así, Humberto Frías logró construir un pensamiento crítico que no solo evalúa películas, sino que abre espacios de conciencia estética y cultural. Su legado no reside únicamente en los textos que escribió, sino en la actitud analítica que promueven, en la manera en que contribuyen a formar a nuevas generaciones de espectadores capaces de leer una obra cinematográfica con profundidad, sensibilidad y libertad.
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