“Yo creo que hay que ganarse el llegar a Marrakech. El viaje es la preparación para la experiencia. Llegar demasiado rápido es menospreciarla, hace que sea un poco más difícil de entender” Tahir Shah

La jornada había empezado temprano y todavía estábamos con un poco de cuaja y sueño por el viaje. Mis amigas, las hijas y el hijo de una de ellas y yo llegamos a Fez antes del mediodía y caminábamos extasiadas por nuestro nuevo hogar temporal en la ciudad más antigua de Marruecos. Después de la intensa semana de trabajo que tuvimos en Rabat que les conté hace unos días llegamos a Fez en modo “Amazing Race” (“La carrera increíble”) en una pequeña van. Igual que en el famoso reality show, queríamos llegar antes que el resto de nuestro grupo como si estuviéramos en una competencia pero también para dejar nuestras cosas en el Airbnb y empezar a explorar.

Nuestro alojamiento era también un riad o casa tradicional marroquí en la Medina o ciudad amurallada del centro histórico. Igual que en Rabat donde disfrutamos la calidez y hospitalidad de Malika, la señora a cargo del riad que con mucho cariño nos preparaba el desayuno, en Fez nos recibió Mohammed, uno de los seres humanos más pacientes y dulces que he conocido. Mohammed nos dio un tour del edificio y nos explicó con su tono pausado y su amabilidad sin fin todo lo que necesitábamos saber. Luego se ofreció a llevarnos a un restaurante cercano y aceptamos su oferta inmediatamente porque ya sabíamos que la Medina de las ciudades marroquíes es siempre un laberinto. Lo que no sabíamos es que de las tres ciudades en las que nos quedamos (Rabat, Fez y Marrakech), la Medina de Fez era la más difícil de navegar por ser la más antigua pero también porque hay lugares donde no hay internet y no te salva ni el omnipresente Google Maps. Además, igual que pasa a veces en nuestro país, también hay gente dispuesta a engañar a las y los turistas, algo de lo que ya varias personas nos habían advertido en Rabat.

Aun así nada nos preparó para lo que vimos y vivimos cuando salimos a caminar por Fez. Como académicas y nerds que somos, lo que más nos interesaba era conocer la universidad más antigua del mundo, la Universidad de al-Qarawiyyin fundada por una mujer, la filántropa Fátima al-Fihri, en el año 857. La universidad es parte de un complejo que incluye la mezquita gigantesca del mismo nombre, una biblioteca famosa entre los académicos musulmanes y otros espacios. No podíamos entrar a la mezquita porque no se permite la entrada a las personas que no somos musulmanas pero es tan grande (tiene capacidad para 22,000 personas) que la vimos desde fuera por varias puertas a medida que íbamos caminando en búsqueda de la biblioteca y la universidad. Sin embargo, a diferencia de la Medina de Rabat, el laberinto de Fez era mucho más enredado y difícil de navegar como le corresponde a una ciudad fundada en el siglo octavo después de Cristo, cuatro siglos antes que Rabat.

Otra cosa que no sabíamos es que el camino no era plano sino que íbamos bajando por calles peatonales cada vez más estrechas. Las calles se convertían en túneles y los túneles oscurecían y se volvían casi claustrofóbicos hasta que volvíamos a salir a la luz. Era bajar, bajar, bajar para luego subir, subir, subir para luego volver a bajar para luego volver a subir, para luego… Bueno, ya tienen una idea. Nosotras que pensábamos que nos la estábamos comiendo como turistas ya expertas en Marruecos nos perdimos una y otra vez sin atrevernos a preguntar como hacíamos en Rabat porque también nos perseguían los tígueres marroquíes (sí, hay tígueres en todas partes, no solo en RD) tratando de convencernos de que entráramos en sus tiendas o tomáramos otros caminos supuestamente más cortos. Finalmente cuando logramos llegar a la entrada de la universidad nos llevamos la lamentable sorpresa de que ya han descontinuado la práctica de abrirla al público como se hizo por un tiempo después de su renovación en el 2016 y habíamos visto en internet. Ahí nos recordamos que viajar y explorar también significa aprender a tener una actitud abierta ante las sorpresas así que decidimos disfrutar la recompensa de tomar fotos y extasiarnos imaginando la historia detrás de la imponente puerta de la entrada.

Aunque nuestro primer encuentro con Fez fue un poco intenso, nos dejamos seducir poco a poco por la ciudad. Tres del grupo nos fuimos a un hammam o baño público donde las masajistas se reían de lo relajadas que estábamos mientras nos exfoliaban y nos apapuchaban hasta más no poder. Luego nos dimos una sesión de masajes y yo, que según mis amigas tengo complejo de pan sobao por lo mucho que me gustan, estaba que no podía con tanta felicidad. También visitamos la famosa curtiduría de Fez fundada en el siglo XII donde todavía se ve a hombres de diferentes edades (el oficio se pasa de padres a hijos) caminando sobre los enormes contenedores desinfectando y tiñendo las pieles que se usan para los miles de productos de cuero de todo tipo y de todos los colores que vimos en la tienda.

Paseamos sonrientes entre el arcoíris de zapatos, correas, carteras, chaquetas y maletines impresionadas por la calidad de la artesanía marroquí y lo mismo nos pasó en la fábrica de cerámica a la que fuimos ese mismo día en las afueras de la ciudad. Como nos mostró el simpatiquísimo maestro de cerámica que nos dio el tour, se lleva meses crear cada una de las piezas. Y es que Marruecos es una cultura obsesionada con la belleza en cada detalle. Como confirmamos en la fábrica y vimos en todos los lugares que visitamos en Marruecos, hasta los objetos del día a día (el vaso para beber, la jabonera para poner el jabón o incluso la cubierta tejida para la botella de agua) tienen la geometría, los colores y las formas para cultivar de poquito a poco la alegría en el aquí y el ahora.

Al día siguiente mi amiga Hara y yo tomamos el tren de seis horas y media de Fez a Marrakech y desde ahí empezaron los contrastes. La ciudad antigua de Fez es también la más tradicional y eso se veía, por ejemplo, en la forma en que viste la mayoría de las mujeres. En Fez fue donde vimos más mujeres usando la burka o traje negro que las cubre de pies a cabeza a pesar de que sus maridos andaban muchas veces hasta con jeans y polochers. A medida que el tren avanzaba, la composición de la gente en las estaciones y las personas que se montaban en los asientos al lado de nosotras iba cambiando también. Lo vimos cuando pasamos nuevamente por Rabat y cuando llegamos a Marrakech las mujeres en la estación (como después veríamos en el resto de la ciudad) vestían igual que en cualquier ciudad de Occidente.

En Marrakech vimos más de cerca la forma en que conviven la cultura marroquí y la europea. Aunque es menor que Rabat y Fez, Marrakech es una ciudad todavía más cosmopolita. (Se supone que Casablanca es más internacional aún pero no la incluimos en el viaje). Incluso, Marrakech con frecuencia encabeza la lista de lugares más visitados en Marruecos. Por eso y porque sabíamos que no íbamos a tener tiempo para verlo todo nos concentramos en conocer la enorme plaza Jemaa el-Fna (en la noche es como un Times Square árabe con cientos de personas disfrutando los espectáculos, la comida y las tiendas que llenan la plaza), el Palacio Bahía (el impresionante palacio del siglo XIX donde vivieron varios de los líderes de la ciudad) y la famosa torre de la Mezquita Koutoubia (que sirvió de inspiración para la famosa Torre de la Giralda en Sevilla).

Pero mi amiga Hara y yo conocimos Marrakech aún mejor disfrutando sus jardines. Nos fuimos una mañana a caminar en el jardín público Jnane Sbil frente a uno de los muchos palacios del rey y donde vimos a varias personas caminado para hacer ejercicio o leyendo a la sombra de su árbol favorito. Al día siguiente exploramos el Jardín Secreto, un complejo de dos jardines originalmente construido en el siglo XVI y donde vivieron varias de las familias más poderosas de Marrakech. Uno de los jardines incluye plantas de diferentes partes del mundo y les confieso que me alegró muchísimo ver en la selección a nuestro querido flamboyán (que es originalmente de Madagascar).

También fuimos al Jardín Majorelle, el conocido jardín creado por el pintor francés Jacques Majorelle en los años ‘20 que el mismo Majorelle abrió al público en el 1947. El lugar fue salvado de desaparecer por su compatriota el diseñador Yves Saint-Lauren quien lo compró junto con su pareja Pierre Bergé en 1980 después de la muerte de Majorelle. Bergé donó el Jardín Majorelle a la Fundación del mismo nombre y el lugar abrió al público nuevamente el año pasado. El Jardín Majorelle es uno de los lugares donde se ve más claramente la fuerte presencia europea en Marruecos y la forma en que particularmente Marrakech se convirtió en el refugio de artistas incluyendo a los Beatles y los Rolling Stone desde los años ’60 convirtiéndose en una especie de “Meca hippie”. Conocer la historia del Jardín también nos confirmó una tendencia que habíamos visto en Rabat y en Fez: el hecho de que la mayoría de los riads, hoteles y otros lugares son de propiedad francesa.

En esa última semana también disfrutamos lo mejor de la hospitalidad y el cultivo de la belleza en el fabuloso riad en el que nos quedamos en Marrakech de la mano de Ayoub, el más joven y simpático de los encargados que nos tocaron en Marruecos. De hecho, ahora me doy cuenta de que en esa última semana en Marruecos por fin aprendimos a disfrutar nuestro viaje siguiendo el ritmo marroquí de saborear el momento sin ninguna prisa. Y es que el escritor Tahir Shah tiene razón: haber conocido otras partes de Marruecos antes de llegar a Marrakech realmente nos preparó para quererla y entenderla.

Esther Hernández-Medina

Doctora en sociología

Es una académica, experta en políticas públicas, activista y artista feminista apasionada por buscar alternativas para garantizar el ejercicio de los derechos de las mujeres y de los grupos marginados de todo tipo en la construcción de políticas públicas y sociedades más inclusivas. Es Doctora en Sociología de la Universidad de Brown, egresada de la Maestría en Políticas Públicas de la Universidad de Harvard y egresada de la Licenciatura en Economía (Summa Cum Laude) y de la Maestría en Género y Desarrollo del INTEC universidad donde también fue seleccionada como parte del Programa de Estudiantes Sobresalientes (PIES). Su interés en poner las instituciones y políticas públicas al servicio de la ciudadanía, la llevó a colaborar en procesos innovadores como el Diálogo Nacional, la II Consulta del Poder Judicial y el Programa de Igualdad de Oportunidades para las Mujeres (PIOM) en la década de los ’90 y principios de la siguiente década. Años después la llevaría a los Estados Unidos a estudiar la participación ciudadana en políticas urbanas en la República Dominicana, México y Brasil y a continuar investigando la participación de las mujeres y otros grupos excluidos en la economía y la política dominicana y latinoamericana.

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