“El pasado está enterrado en las profundidades de la tierra en Rabat”. Raquel Cepeda
Un viernes en la noche mis amigas Hara, Carmela y yo íbamos en lo que parecía la velocidad de la luz en un Tuk-tuk por la ciudad de Rabat. Rabat es la capital de Marruecos y los Tuk-tuks son los triciclos en los que los jóvenes montan a quienes vamos de turistas y queremos caminar un poco menos sin dejar de explorar un poco más. Ya nos habíamos montado en un Tuk-tuk unos días antes (¡con una de las pocas mujeres conductoras!) para volver a nuestro Riad, la casa tradicional marroquí en la que nos quedamos en el centro de la Medina o ciudad amurallada de Rabat. Pero esa noche era un momento especial. Estábamos celebrando el final del V Foro Internacional de Sociología y además era nuestra última noche en Rabat y queríamos despedirnos de la ciudad como ella y nosotras nos lo merecíamos.
Por eso cenamos juntas en otro riad hermosísimo que tiene su propio restaurante y en el que habíamos estado en una de las recepciones de la conferencia. Los riads son originalmente casas en las que conviven diferentes generaciones pero muchos han sido convertidos en hoteles pequeños o sitios para alquilar en Airbnb. Sus jardines interiores me recordaron que lo que llamamos patio español en nuestro país es en realidad un regalo de las civilizaciones árabes que nos llegó a través de España cuando los árabes reinaron por más de ocho siglos en lo que es Andalucía (Al-Ándalus) hoy. Como estábamos celebrando, Carmela nos regaló ese último recorrido en Tuk-tuk y nos reíamos como niñas entre la emoción y el nerviosismo por lo rápido que conducía Abdul, el buenmozo joven marroquí que nos llevaba, dentro de la Medina.
La emoción era la felicidad que sentíamos por empezar nuestros días de vacaciones después de una conferencia bastante intensa en la que presentamos nuestro trabajo, organizamos y moderamos varios paneles y talleres, asistimos a múltiples reuniones de coordinación y conocimos y conversamos con decenas de colegas. La brisa intensa que nos despeinaba a las tres por la velocidad del Tuk-tuk nos recordaba que ya el trabajo había terminado y era momento de relajarse y disfrutar. De hecho, no podíamos dejar de reír por las ocurrencias de Abdul y por la forma en que la gente reaccionaba a su paso porque, al parecer, todo el mundo conoce a Abdul en la Medina.
El nerviosismo era por lo impresionantes que son las habilidades de conductor de Abdul. Los padres y madres cargaban a sus chiquitos y los quitaban del camino y algunos hasta miraban mal a Abdul por ir tan rápido entre tante gente. (Y tenían toda la razón). Otros lo saludaban con cariño o le daban algún encargo que por supuesto no entendíamos porque no hablamos árabe. Con él recorrimos la sección más elegante de la Medina donde las tiendas están bajo hermosos techos de madera y volvimos a ver los colores y la diversidad que tanto nos han fascinado desde que llegamos a Marruecos.
En cuestión de minutos pasamos raudas y veloces frente a los cientos y cientos de zapatos de cuero de todos los colores, las hermosas túnicas bordadas de hombres y mujeres, los jeans, pijamas y camisetas de los equipos de fútbol, las lámparas y los espejos antiguos en venta al lado de los celulares más modernos, las especias, los abanicos, en fin, una muestra de lo que ofrecen Marruecos y el mundo. Así también vimos resumida la diversidad de la gente de la ciudad. O sea, hombres y mujeres de todas las edades vestidos de todas las maneras: con jeans y camiseta o con burkas (las largas túnicas que usan algunas mujeres musulmanas por modestia), con hiyabs o bufandas cubriéndoles toda la cabeza (y a veces toda la cara) o solo el cabello o con el pelo totalmente suelto. Fue como si ese recorrido de solo media hora que duró toda una eternidad nos sirviera de resumen de todo lo que vimos la semana pasada en Rabat.
Salimos más rápido todavía de la Medina y vimos otra vez a la gente paseando por la ciudad como notamos en las noches que pudimos salir temprano de la conferencia. Las familias salen para que las niñas y niños jueguen en los parques porque en la noche es cuando empieza a hacer menos calor. Abdul seguía manejando a toda velocidad y repitiendo las advertencias que hace para que la gente se quite y deje pasar al Tuk-tuk. Para mí era como si estuviéramos viendo una película y nuestros ojos fueran la cámara que recorría este mundo cambiante escena por escena.
En ese momento Abdul empezó a subir con nosotras tres la colina que está entre una de las salidas de la Medina y la famosa fortaleza militar Qasba de los Udayas, una de las principales atracciones de la ciudad. Nosotras seguíamos riendo sin parar y la gente se reía también en complicidad con nosotras viendo a Abdul pasar trabajo por terco pedaleando él solo a pesar de que le ofrecimos bajarnos del Tuk-tuk para poder subir con más facilidad. Tres soldados que bajaban muy serios por la acera tuvieron que reírse también cuando nos vieron y un grupo de hombres y mujeres se puso a relajar a Abdul como si estuvieran animando a un maratonista en una carrera igualito como habría hecho cualquier grupo de gente en cualquier lugar de República Dominicana ante esa escena tan cómica.
Pero Abdul perseveró y logró subirnos a la cima de la colina y entró triunfante en la Qasba de los Udayas desde donde contemplamos maravilladas la vista nocturna de la ciudad. Abdul, siempre tan amable, nos tomó fotos y sonriendo accedió a estar con nosotras en una de ellas. Ese gesto tan simple nos recordó también que la amabilidad es una de las características principales del pueblo marroquí. Todo lo hacen con una sonrisa, a todo le buscan la vuelta, bromean constantemente y la mayoría tiene la paciencia que generalmente desarrolla la gente cuando tiene mucha más edad.
Antes de irnos nos detuvimos a tomar fotos de la enorme puerta Bab Oudaya, también conocida como Bab Lakbir o Bab al-Kabir (bab significa puerta en árabe). La puerta fue construida en el siglo XII y es conocida como una de las muestras más impresionantes del arte árabe. Y como siempre, mis amigas tuvieron que recordarme que teníamos que irnos porque estaba como hipnotizada tomando fotos y admirando la belleza de ese lugar espectacular. Luego Abdul nos llevó a ver el famoso Mausoleo de Mohammed V, abuelo del rey actual Mohammed VI. En el camino vimos algunas de las enormes mansiones de la clase más pudiente en Rabat que tanto contrastan con las viviendas humildes del centro de la Medina donde nos quedamos.
Después de tomar fotos de la hermosa edificación blanca del Mausoleo y de la antigua Torre Hassan que queda al lado, nos dimos cuenta de que desde donde estábamos podíamos ver el Gran Teatro de Rabat, una de las últimas obras diseñadas por la icónica arquitecta británica de origen iraquí Zaha Hadid. El Gran Teatro está inspirado en la caligrafía árabe y en las curvas del río Bou Regreg que separa Rabat de la ciudad de Salé y es parte de las obras que el rey tiene en planes para continuar modernizando la ciudad. Y es que Rabat es una yuxtaposición constante del pasado de Marruecos con la esperanza que su gente deposita en el futuro.
Aun así, el rey y su gobierno son objeto de críticas por violar los derechos humanos y por múltiples casos de corrupción y tráfico de influencias. También varias colegas en la conferencia nos contaron de la discriminación y las dificultades que todavía sufren las mujeres marroquíes a pesar de que la Constitución del país estableció la equidad y la paridad de género en el 2011. Por eso nos llamó la atención que diferentes personas nos contaron orgullosas que el monarca ha estado preparando Marruecos para ser co-anfitrión de la Copa Mundial de Fútbol 2030 junto con España y Portugal. Las inversiones incluyen mejoras de la infraestructura de carreteras, trenes y espacios públicos como hemos podido comprobar en varios lugares. También nos contaron que su gobierno fomenta el cooperativismo y los pequeños negocios para beneficiar a la gente con menos recursos y, a la vez, preservar el legado histórico como estamos viendo ahora que estamos conociendo otras partes del país.
Lo que no está en discusión es que en la sociedad marroquí todo es para el disfrute de los sentidos. La arquitectura, la artesanía y hasta los objetos que usamos todos los días son para ser disfrutados con la vista. La comida es exquisita para el disfrute del paladar. El té de menta que te sirven en todas partes es para sentarse a hablar y esperar a que baje el sol. Y el hammam o baño público inspirado por los baños romanos y tan famoso en el mundo árabe es para la higiene y la relajación pero también para ponerse al día con las amistades. Después les contaré más de Marruecos incluyendo lo que aprendimos sobre la sociedad marroquí en la conferencia y en nuestros viajes y sus otras ciudades. Pero lo que ya tengo muy claro es que, como capital que es de Marruecos, Rabat refleja esta celebración constante del disfrute. Y manifiesta también la combinación de lo viejo y lo nuevo, el legado que nos dejó el pasado y la esperanza que tenemos en el futuro.
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