Esta playa está profundamente asociada a mi vida. En mi niñez, era el lugar donde mis padres solían llevarnos. Allí, junto a ellos y mis hermanas, la disfrutábamos: sus cocotales, sus frondosas sombras, su verdor; sus olas intensas o serenas; su arena suave y hermosa. Ese contraste entre el azul de su mar y la vegetación que le circunda es pura poesía. Aún tengo fresca la imagen de mi viejo enseñándome a flotar en sus aguas. Esta bahía era mágica para nosotros: llegábamos… y nunca queríamos irnos. Desde siempre ha sido la playa por excelencia de los santiagueros.
En la adolescencia siguió siendo nuestro paseo preferido. En familia, o con amigos del barrio —y luego de la universidad—, la amábamos. Conservo con especial cariño los recuerdos de los viajes universitarios con algunos de mis compañeros de promoción. Y muy gratamente, el “hotel cinco estrellas” Cama-arena, donde siempre nos hospedábamos.
Por lo regular, en nuestras vacaciones de verano (y hasta de invierno), todos los caminos conducían a Sosúa; casi siempre íbamos en el transporte público más económico. Allí nos alojábamos en una casa de campaña, y con un presupuesto de menos de cien pesos pasábamos una semana VIP. Ese dinero nos alcanzaba para alimentarnos y hasta para disfrutar, modestamente, de su vida nocturna. Dejábamos nuestras contadas pertenencias dentro de aquella peculiar habitación cerrada solo con un zipper, y nunca se nos perdió nada. Éramos felices —y lo sabíamos bien—.
Ya de adulto, Sosúa siguió siendo un destino familiar obligado. De esa otra época también guardo vivencias entrañables, en especial, su baño en familia, su vista espectacular y sus puestas de sol.
Por todo eso, nos duele en el alma observar y padecer cómo, en los últimos años, nuestra Sosúa se ha venido deteriorando. Cómo este encanto natural ha ido menguando por múltiples factores: la arrabalización de su playa; la pérdida de parte de su arena; y, muy especialmente, el auge de la prostitución. Esto ha sido tan lamentable, que poco a poco Sosúa se erigió, penosamente, en un “atractivo” para el turismo sexual.
De pronto, caminar por sus calles, de día o de noche, se volvió motivo de vergüenza y pesar. De vez en cuando, la Asociación para el Desarrollo de Sosúa nos daba la voz de alarma sobre esta crítica situación… y no pasaba nada. A lo sumo, cual zafra o bulto, se hacía un operativo para supuestamente enfrentar el problema, y días después todo volvía a ser igual o peor.
Precisamente por todo lo expuesto, apoyamos la reciente iniciativa de la procuradora general de la República, licenciada Yeni Berenice Reynoso, orientada a establecer una política criminal articulada con otros órganos claves del Estado para prevenir y enfrentar eficazmente este flagelo y su entramado de proxenetismo.
Lo decimos porque, por primera vez, comprobamos una verdadera planificación y coordinación de esfuerzos institucionales, junto a los sectores más genuinos de esta bella comunidad, para combatir este mal.
Ojalá esta valiosísima iniciativa cuente con el apoyo económico e institucional necesario de las máximas autoridades del país, la provincia y el municipio, así como de su propia gente, para que tenga el éxito que todos esperamos. De igual modo, que se evite a toda costa que las estructuras criminales enfrentadas y desmanteladas en Sosúa se desplacen a otros polos turísticos vecinos. Sosúa, para su relanzamiento, no necesita de este tipo de turismo malsano; tampoco ningún otro destino turístico del país.
En este sentido, resulta también imperativo que el Ministerio de Turismo concluya las obras emprendidas en el entorno de la playa. Es inexplicable —y reprochable— que el remozamiento de esta zona neurálgica lleve casi tres años sin señales claras de pronta conclusión.
Justo es reconocer que las autoridades del gobierno central han iniciado otras obras públicas de gran impacto en la comunidad. Entre ellas, el importante y largamente demandado Hospital General y Traumatológico que se construye en las afueras del pueblo; el edificio que alojará al Cuerpo de Bomberos y la Defensa Civil; así como las nuevas instalaciones de la Policía Nacional, entre otras. Esperamos, no obstante, que se concluyan en el menor tiempo posible.
Sin embargo, el despegue de Sosúa no puede descansar únicamente en las impostergables iniciativas de las autoridades. Los sectores más representativos y sanos de esta colectividad están llamados a integrarse de manera responsable, organizada y proactiva en este proceso. De su diligente participación dependerá, en gran medida, que las acciones oficiales se ejecuten con la celeridad, calidad y eficiencia necesarias. Asimismo, corresponde a estos actores convertirse en artífices del relanzamiento de su pueblo, y no en obstáculos para su concreción.
En definitiva, este es el momento propicio para relanzar el destino preciado de Sosúa. Hay que rescatar y potenciar el encanto de este tesoro: un pueblo dotado de belleza natural, gente emprendedora e historia únicas.
Sosúa, hoy más que nunca, necesita de quienes se comprometan por ella. Es decir, de quienes le devuelvan su esplendor de antaño… y más.
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