Los acontecimientos políticos recientes en Europa confirman una realidad que muchos líderes evitaron admitir durante décadas: las preocupaciones de la población sobre la inmigración masiva no eran simples fabricaciones de la derecha populista, sino síntomas profundos de cambios demográficos, económicos y culturales que hoy reconfiguran la política del continente. El fenómeno es global, pero el epicentro actual se encuentra en países tradicionalmente centroizquierdistas como Dinamarca, Alemania, Suecia y ahora también el Reino Unido bajo el gobierno laborista de Keir Starmer.
La prensa internacional —incluido The New York Times— reconoce abiertamente que las medidas que estos gobiernos implementan hoy coinciden con los planteamientos que en su momento defendió Donald Trump sobre control fronterizo, revisión estricta de solicitudes de asilo y exigencia de responsabilidad a los países de origen. Lo que antes era criticado como 'crueldad performativa' o política antiinmigrante, ahora aparece adoptado por gobiernos socialdemócratas que buscan frenar la pérdida de apoyo popular ante el avance de partidos nacionalistas y antiinmigración.
El modelo danés: la inspiración inesperada del laborismo británico
El gobierno de Starmer ha propuesto que un refugiado no pueda obtener residencia permanente en el Reino Unido hasta después de 20 años, una medida que representa un giro drástico respecto a la tradición británica. Esta política no surge de la derecha, sino del ejemplo de Dinamarca, gobernada por socialdemócratas que desde 2016 aplican leyes diseñadas explícitamente para desincentivar la llegada de solicitantes de asilo.
Dinamarca redujo beneficios, prolongó procesos, confiscó bienes de quienes llegaban sin recursos y estableció revisiones constantes de estatus migratorio. Resultado: De 21,000 solicitantes de asilo en 2015 pasaron a poco más de 2,000 en 2024. Un descenso mucho más abrupto que el promedio europeo.
El argumento danés —hoy repetido en Londres— es claro: la inmigración descontrolada debilita la cohesión social y pone en peligro el financiamiento del Estado de bienestar. Para sostener impuestos altos y servicios generosos, se necesita confianza en las instituciones y una identidad nacional estable. De lo contrario, los sistemas sociales colapsan.
La paradoja de la izquierda europea
La izquierda moderada europea descubre ahora lo que Trump insistía desde 2016: un país no puede mantener generosidad sin control. La apertura ilimitada destruye el consenso interno y alimenta reacciones extremistas. Por eso, los mismos partidos que hace una década defendían fronteras abiertas hoy aplican políticas más estrictas que muchos gobiernos conservadores.
Pero esto tiene un costo. En Dinamarca, la política de 'disuasión' ha generado pobreza entre refugiados, tensiones culturales e integración fallida. En Londres, sectores urbanos y progresistas acusan a Starmer de traicionar valores humanitarios. Estos gobiernos avanzan por una línea fina entre responder al clamor popular y mantener coherencia con su ideología.
Una verdad incómoda: Europa reconoce tarde el problema
El reconocimiento de que el modelo migratorio anterior fracasó es una victoria conceptual para Trump y para los sectores que advirtieron sobre los riesgos de una inmigración acelerada y mal regulada. Europa está aplicando tardíamente políticas que el expresidente estadounidense defendió desde el inicio: revisar estatus, acelerar deportaciones, imponer responsabilidad a países que no acepten repatriaciones, reducir incentivos económicos y afirmar control nacional.
El hecho de que este giro provenga de gobiernos de centroizquierda demuestra que el problema dejó de ser ideológico y pasó a ser existencial. La presión demográfica y la crisis de identidad en Europa son tan profundas que obligan a revisar principios que dominaban el discurso político desde los años 90.
Europa, enfrentada a una ola populista sin precedentes, reconoce que para sostener el bienestar social se necesita orden migratorio. Paradójicamente, los gobiernos progresistas adoptan políticas que la prensa calificó como radicales cuando provenían de Trump. El tiempo ha demostrado que la lógica de control y seguridad —cuando se aplica con transparencia y justicia— representa una defensa de la estabilidad nacional y de la democracia misma.
Europa no se derechiza: se vuelve realista. Y en ese nuevo realismo, el discurso de Trump encuentra confirmación inesperada.
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