
Francisco Moscoso Puello y Francisco Veloz Núñez despuntaron como escritores de memorias, uno con su emblemático La misericordia y sus contornos y el otro, con Navarijo. En ambos libros los escritores describen su barrio y sus alrededores. Veloz haciendo gala de una memoria prodigiosa, unida a un talento muy campechano de recordar los ciudadanos por sus grados de consanguinidad o de vecindad, Moscoso, mucho más narrativo, se sitúa como protagonista de los hechos que cuenta y lo que describe está subordinado a la presentación de su biografía.
Los tocayos son contemporáneos, Veloz Núñez nació en 1888 y Moscoso Puello en 1885. El primero, descendiente de sancarleños, el segundo, perteneciente a una tradicional familia dominicana que desde principio del siglo XVIII se encuentra presente en el quehacer social y político de la nación.
Ambos fueron alumnos -aunque al parecer no coincidieron- de la escuela La Trinitaria, situada en la histórica Puerta del Conde, construcción poseedora de larga historia y testigo de acontecimientos trascendentales de la vida citadina. Sus inicios se remontan según el historiador Luis E. Alemar a la época de la colonia:
“Para 1656, está probado pues, existía el fuerte de El Conde, así como la tan controvertida Puerta del Conde, que si es verdad estaba cerrada para 1655, fue abierta después y fortificada por el Conde de Peñalba, pues como tal (Baluarte), aparece citado en documento de 1656, como edificado”[1]
En 1891 durante la administración de Abelardo Nanita la puerta fue remodelada y se dispuso el desalojo de ciudadanos que tenían por morada las dos casetas laterales, disponiéndose el establecimiento de una estación de la policía municipal en una caseta y en la contigua, la escuela La Trinitaria. Ambas inauguradas en febrero de 1891.
Su primer director fue el Profesor Federico Velásquez y Hernández, quien posteriormente ocupó la vicepresidencia de la República. Sobre este pequeño plantel tanto Moscoso Puello como Veloz Núñez poseen experiencias testimoniales distintas.
En la novela Navarijo, publicada en 1956, Moscoso relata su primer día. Recién llegado de la ciudad de Santiago, ingresa en la escuela y cuenta por qué fue esa la elegida por sus padres: “Desde que vivíamos en la casa de d. Juan Ramón mi madre me hizo inscribir en la única escuela del barrio. La Trinitaria, que estaba instalada al lado de la puerta del conde.”[2]
Con un tono de gratitud y optimismo, diferente al irónico Moscoso, Veloz cuenta:
“…Hubo algunos padres, que a pesar de las dificultades del medio y otras clases de dificultades que a veces se padecían, tal como la falta de trabajo, encontraron el modo de defenderse de una cosa y de la otra, es decir, mandando a sus hijos a trabajar ya a la escuela quitándolos así de la calle. Los míos fueron de ese grupo… la escuela no se perdió de vista, y aunque en el barrio de la misericordia no había señales de tal cosa, como hemos dicho ya, recurrieron a la Trinitaria, escuela que dirigía el profesor José Francisco Camarena (Titío), donde nos mandaban todas las noches de 7 a 9, que eran las horas en que podíamos asistir.”[3]
Moscoso la describe:
“Esta escuela era una pequeña sala cuadrada con dos puertas a la calle, una ventana en un costado, doce bancos de pino, un pizarrón, cuatro mapas deteriorados y un globo terrestre”.
Completaban estos útiles la mesa del director, colocada en el fondo del salón, debajo de la venta. Era una mesa de pino, sobre la cual había una regla, un tintero y una cajita con dos o tres pozos pequeños de tiza.[4]
Para Veloz: “Allí, gracias a la seriedad y buena voluntad del señor Camarena con el discipulado y del señor Espinal, que con otros dos profesores eran los que repartían las clases de noche a las horas indicadas aprendimos a leer y a escribir y en aritmética llegamos a los quebrados.”[5]
Legándonos una descripción conmovedora y positiva de sus maestros. En cambio, Moscoso dice:
“Nada había en la Trinitaria que me pudiera ser agradable. Más bien parecía una cárcel que una escuela… Con frecuencia nos entretenía el Violón, un cuarto oscuro y asqueroso que hedía a sudor y orines, que se cerraba con una gran puerta gris… Este Violón era una cárcel preventiva, donde llevaban a los contraventores de la ley, y a los borrachos y a las prostitutas.
Muchas veces se interrumpía la clase. Desde este Violón llegaban a la escuela Trinitaria las frase más vulgares y soeces que se puedan imaginar.”[6]
Concluye Veloz su relato: “…y que muchos muchachos de diferentes barrios, pudieron como nosotros, eliminar el analfabetismo a tiempo, a pesar de tenerla que frecuentar de noche, por estar trabajando en el día”.
Mientras que, en las memorias de Mocoso, sus padres se vieron obligados a sacarlo de la misma puesto que:
“Un día, vimos a una mujer casi desnuda delante de nosotros, arrodillada en la calzada y que pedía a gritos ¡justicia! ¡Justicia! Mientras se hundía los dedos en el pelo.
Cuando se lo conté a mi madre exclamó:
-Usted no va más a esa escuela. Por lo visto usted no va ahí más que a pervertirse.”[7]
Dos testimonios de una escuelita que se hospedó en un emblemático baluarte y pasó a la historia a través de los alumnos y maestros que por su pequeña y única aula pasaron, como estos testimonios de los tocayos Francisco Moscoso y Francisco Veloz.
[1]Alemar Rodríguez, José Luis, “La puerta de El Conde”, Editorial El Diario, Santiago de los Caballeros, 1944.pp. 16-17.
[2]. Moscoso Puello, Francisco, “Navarijo”, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Santo Domingo, 2015. p.245.
[3] Veloz Maggiolo, Francisco, “La misericordia y sus contornos 1894-1916”, Editorial Arte y Cine, Santo Domingo, 1967.P. 246.
[4] p.270.
[5]. p. 247.
[6]. pp. 271-272.
[7] p.273.
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