“La política se manipula, pero la historia se crea”. (Juan Bosch).
Nada más significativo que la cultura como fuente de aprendizaje, pues somos el único animal de la naturaleza que crea cultura. No nacemos con ella, no es innata, empero, es la expresión singular de nuestra diferenciación, con las demás especies animales. La cultura, de manera diáfana, conforma intrínsecamente una construcción social. Al crear cultura nos creamos a nosotros mismos, al tiempo que, a través de ella, su accionar amplifica la gama decisional de la historia. Por eso, la cultura incorpora como eje esencial, la cohesión social y hoy, se constituye en un signo inevitable de la diversidad.
La cultura a lo largo de todo su entramado propicia un determinado capital social que grafica la contemporaneidad y los contextos en cada época, señalando los distintos grados de interactuación social que configuran los seres humanos, a lo largo de sus condiciones materiales de existencia. La cultura en cada época forja la fragua de la conflictividad y su gestión, así como las normas, leyes y marcos normativos que condicionan la cuadratura de nuestro porvenir y que impide que el lobo se erija en lobo, destruyendo los límites, originando que el animal devore nuestro ascenso piramidal social a través de la cultura.
El cuadro de síntomas y signos (síndrome) de nuestra cultura de “viene el lobo”, acusa una variedad de causas, donde la ideología configura un accionar reactivo. La cultura del lobo, forma parte del cuerpo social-cultural dominicano, como médula espinal tradicional que se bosqueja en la forjación de la sumisión, en la subordinación, en la jerarquización del poder como plano fundamental de dominación.
La cultura de “viene el lobo” es el radio radiactivo de la cantera reactiva que nos caracteriza. Ponemos “candado” después que nos roban”. No somos como sociedad proactivos, no hemos desarrollado la cultura de la prevención. Es tal la cultura entronizada de la reactividad que no arreglamos algo hasta que no se rompe, hasta que no se daña. Expresiones como: “Déjalo así, que eso funciona”. “Yo no voy a cerrar para reforzar, evaluar potencial vulnerabilidad porque pierdo dinero”. “Siempre ha funcionado así, tengo 100 así y nunca ha pasado nada”.
El pensamiento reactivo que forma parte de la cultura del lobo, del dejar, del posponer, del eterno procrastinar, del curar, en lugar de prevenir, se encuentra acentuada por diferentes ángulos:
- La concepción del poder, sumamente atrasada, en el cuerpo social dominicano. El dueño de la empresa es el “conocedor absoluto” de todo y no sabe delegar
- La autoestima: un alto porcentaje de los dominicanos (as) tiene la autoestima baja, lo que le impide la curiosidad y el pensamiento crítico. En la pirámide de Abraham Maslow, de la jerarquía de las 5 necesidades: el 70% se encuentran en los dos primeros escalones: 1) Necesidades primarias; 2) Necesidades secundarias.
- El ensayo y error no conforma el tren de la forjación de nuestra cultura. Damos por bueno lo sabido. La cultura de emprender, de la innovación no se encuentra en nuestro corpus institucional. El mito y la ficción de la ilusión negadora del futuro se aferra: “vale pájaro en manos que cien volando”. El clivaje de la parálisis paradigmática es asombroso. Un miedo perplejo a lo desconocido, al encuentro permanente de lo que tengo, aunque el presente es verdaderamente infausto.
Ese flujo maligno del desequilibrio entre el emprender con creatividad y la innovación nos paraliza y crea un círculo del inmovilismo que potencializa la frustración. Es la eterna tautología que se regodea en medio de una sociedad que ha avanzado en su fisonomía material, de tal forma que el PIB se encuentra en US$136,000 millones de dólares y el Ingreso per cápita esta hoy en US$12,400 dólares. Sin embargo, los niveles educacionales no se encuentran acordes con el grado de materialidad de la sociedad, lo que explica un grado de crecimiento que no sintoniza con el desarrollo humano, vinculación no tan solo del enorme abismo de la desigualdad, sino, de que la competitividad, la rentabilidad de los actores económicos se debe a la productividad de los asalariados y como paradoja, a los bajos salarios.
La eterna tautología nos hace actuar como una sociedad del Siglo XX en sus primeros 50 años. Esa visión tautológica nos degrada como sociedad, al tiempo que se complejiza en la sociedad digital, en el capitalismo informacional, en el capitalismo de la vigilancia. Información, desinformación, hipnocracia, hoy, son los pinceles que gravitan, más allá de la verdad, más allá de la realidad.
Estamos en medio de la sociedad de las redes, que como nos dice Manuel Castells en su libro Redes, Indignación y Esperanza “Una dinámica por encima de fronteras, conectándose entre sí o imaginando un futuro mejor”. O, como nos diría Byung-Chul Han en su libro Infocracia “La tecnología de la información digital hace de la comunicación un medio de vigilancia”. La información es vigilancia, es dominación, penetrada con el soporte nodal de la psicopolítica.
Es en medio de la sociedad digital, de la sociedad de las redes, que flota y reflota en la cultura del síndrome del lobo, donde una sociedad caracterizada por la ideología conservadora queda circuncidada en el espacio del poder conservador que nos lleva a la tautología del lobo y, en consecuencia, no nos lleva a cambiar “aquello que sigue funcionando, aquello que no está roto, aquello que siempre ha sido así y no ha pasado nada”. En medio de la falta de una cultura de prevención, pretendemos que el lobo no llegue nunca y si llega no nos hace daño o se neutraliza.
Nos encontramos en el mismo trayecto del sol, donde la zona es proclive para los huracanes y terremotos. Hace 79 años, esto es, en 1946, ocurrió en Matancita, un municipio de la provincia María Trinidad Sánchez, un tsunami. En la línea historial de la espera debió ocurrir otro por los años 96-2000. 29 años después no ha sucedido. 6 generaciones no conocen del drama de terror que esta adversidad de la naturaleza ocasiona. ¡Ocurrirá! ¿Debemos esperar que ocurra, como la llegada del lobo, para ver cientos y cientos de muertos ante algo inevitable, empero, evitable desde ahora, en la pérdida de vidas humanas?
La sociedad digital, de la información y la hipnocracia, nos apabulla y nos desconcierta. Penetra en la vacuidad y la banalización más abyecta, canibalizando hasta la propia verdad. La hipnocracia, al definirla, corresponde a una nueva forma de dominación política que tiene como eje central, operar a través de un circuito de seducción digital y como soporte protagónico la manipulación. La hipnocracia, como forma de dominación, no sustituye la democracia, empero, la degrada, pues no le importa lo real, sino la representación. La hipnocracia que vemos hoy, sublimiza lo que Guy Debord en su libro La Sociedad del Espectáculo nos presagiaba, lo visual, la imagen, como la forma de mediación social.
En esta sociedad de la hipnocracia, los mercenarios y sicarios de la comunicación se multiplican y “agigantan” porque su “verdad” construida en la abstracción emocional, solo se evapora con el tiempo. Seducen y encantan con la teatralidad de sus mentiras. Vieron el lobo venir, sintonizan la gravedad, sin embargo, hay que “exorcizar” al animal feroz con un “performance” que niegue lo que ocurrió, que era evitable. Construyen así, la colectividad alterada como válvula de anestesia y, en consecuencia, como un mecanismo de sustituir la verdad. El tiempo es su aliado y su enemigo. Solo que, la sociedad digital le amplifica sus desinformaciones y manipulaciones. Posverdad, junk news: lo acorralan en la simultaneidad.
En la hipnocracia, los creadores del lobo y de su tiempo perforan en las honduras de la simulación y el simulacro de que nos hablara Jean Baudrillard. Los mercenarios y protagonistas de la comunicación, ante la llegada del lobo, no niegan su existencia. No tratan de ocultar la verdad, sino de producir una simulación más convincente que lo real (un atentado). Aquí, según Baudrillard, lo real ha sido reemplazado por la representación.
Ellos, sicarios y mercenarios de la comunicación, al decir de ese eminente intelectual y padre de la gramática generativa, Noam Chomsky, hoy los medios no informan, sino que modelan la opinión pública. No persuaden, a la luz de los mecanismos racionales. Su drama triste, al bajar el telón de su melodrama pésimo. Es la repetición de la forma, de la tragicomedia sin letras ni sentido, que no sea los intereses espurios, fuera de la objetividad, de la profesionalidad. ¡Relatos sin datos, sin información y sin historia!
Nos encontramos frente a una democracia muy defectuosa y enteramente vacía de contenido, con una crisis enorme de las ideas, del pensamiento, al decir de Edgar Morin. Estamos en presencia de una sociedad anestesiada en el dolor, del duelo colectivo, donde solo el costo de la verdad nos reconfortará como nación, para superar con el tiempo el doble peso del dolor que nos aflige.
La anestesia solo queda superada con la verdad. Allí donde el compromiso social triunfe sobre el narcisismo y donde el oráculo del poder no prevalezca. Que el lobo no nos siga atrapando en la mentira y en la desinformación de esta nueva forma de dominación, que es la HIPNOCRACIA. Tenemos que desarrollar el sometimiento a la fuerza de la razón y no a la razón de las fuerzas, que privilegia el dinero y el poder.
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