¿Adónde podemos mudarnos?
¿Tenemos otro estado
más arriba, con diques y muros
Contra la naturaleza?
Indran Amirthanayagam, Isla Itinerante (Perú 2025)
El reencuentro
Dejé mi vaso de agua en la vieja mesa de madera de la cocina mientras leía la publicación que colgó en su muro de Facebook, mi amigo peruano Harold Alva, poeta y analista político. Él y yo hacía poco que nos conocíamos, sin embargo, entre nosotros se ha creado una profunda admiración, así como una amistad y un respeto mutuo.
- «En marzo coincidí con el poeta Evans Okan (Haití), en Pachuca y Tizayuca (Hidalgo, México), en julio, gracias a la invitación de mi hermano Jorge Contreras Herrera, director del Festival Internacional de Poesía Ignacio Rodríguez Galván, volvimos a coincidir en México con Evans y conocí a Indran Amirthanayagam (Sri Lanka)». En septiembre nos reunimos los tres en Lima, en la duodécima Primavera Poética. Anoche nos reencontramos en Miraflores, acompañados por nuestro maestro Omar Aramayo»
—¡Qué chido! — exclamé en mi mente o corazón más bien, al compartir en mi muro la publicación donde fui etiquetado. La foto muestra a cuatro poetas de tres países diferentes, incluyéndome a mí de pie, unidos en un solo abrazo en el Café de la Paz, en el distrito de Miraflores de Lima. Estoy en el extremo derecho de la foto, y fui yo quien tuvo el honor de tomar la selfie porque, según uno de ellos, tengo el "brazo más largo", dijo con un toque de humor, reviviendo la idea de que todas las personas negras necesariamente tienen extremidades muy largas. En realidad, estaba buscando una pose más favorecedora para disimular el cansancio que tenía en la cara en ese momento, pose que, desgraciadamente, según mi ego, no pude encontrar después de unas diez fotos. En cualquier caso, todos estábamos convencidos de que una de las tomas tenía que ser un éxito, y lo principal no es hacer una foto para las redes sociales, sino inmortalizar una tarde entre “cuates” hablando de poesía, de futuros proyectos, de nuestras vidas, tomando un café.
En el extremo izquierdo de la foto, vemos al poeta esrilanqués Indran, con su característico sombrero, que nunca se quita. Siempre bromea diciendo que no se quita el sombrero porque “un país sin sombrero” es una metáfora haitiana que significa muerte, ya que nuestro amigo, que también es exdiplomático, vivió un tiempo en Puerto-Príncipe. Junto a Indran se encuentra el maestro Omar Aramayo, el mayor, no solo en edad, sino sobre todo en experiencia vital, forjada por la poesía y las pruebas del amor.
- «Ah, si lo hubiera sabido entonces», dijo el viejo poeta, «y si tuviera los medios hoy…»
Tuve el placer de conocerlo tres meses antes en el festival de Harold, pero sólo tuvimos tiempo de saludarnos brevemente, porque además del evento de poesía, yo tenía otras actividades planeadas durante este viaje. El Maestro, como todos los hombres mayores de setenta años, lleva las marcas de sus batallas, pero su mirada permanece firme y su corazón incorruptible; se puede ver en su rostro que había vivido para la poesía toda su vida: a pesar de todo, mantenía una sonrisa en sus ojos. Una de sus cualidades esenciales es que, cuando se le llama peruano, siempre aclara con orgullo: «Soy un poeta puneño, no peruano». Y como un verdadero puneño, en la mesa, no dejaba de hacerme preguntas sobre Haití después de cada sorbo de su café. De hecho, ocurrieron hechos, o más bien manifestaciones, que el poeta Aramayo calificó de místicos o sobrenaturales, con lo que todos coincidimos, como cuando su taza de porcelana cayó al suelo mientras les hablaba de Ogou Feray, que no es otro que el poderoso espíritu de la guerra en el vudú haitiano.
Luego, junto al maestro, como en el centro de la foto, está Harold, nuestro anfitrión esa tarde. Recuerdo su cálida bienvenida y su gran abrazo. "¡Qué placer conocer a grandes poetas como ustedes!", le dije con inmensa alegría. "Eres maravilloso", respondió con su habitual humildad y diplomacia. Nos había hablado con gran entusiasmo de Primavera Poética, de sus recientes viajes a México y Europa, un poco de política en Perú y, por supuesto, de sus aventuras, no necesariamente literarias, temas que podrían llenar un libro entero. Harold, a sus cuarenta y siete años, ya ha publicado unos treinta libros; es un hombre de mil historias, nuestro amigo. Así que, al mirar esta fotografía, con todos estos buenos recuerdos, comprendí que también para Harold un encuentro simboliza un acontecimiento mágico; como si en esta publicación de Facebook quisiera resaltar esta dimensión mística de la realidad y no falsear un acontecimiento que no ocurrió, como sucede hoy en la era virtual.
Volviendo a nuestro encuentro de esta tarde en el café, debo mencionar que Indran, además de su vivo interés por los últimos avances de la poesía latinoamericana contemporánea, regaló al poeta Aramayo un ejemplar de su nuevo libro "Isla Itinerante"; esta nueva obra también es considerada por algunos críticos como su mejor obra hasta la fecha. De igual manera, nos confió que estaba preocupado por el tamaño de su estómago —podríamos decir, en el argot mexicano, que tiene un poco de panza—, lo cual no es realmente un secreto, ya que a menudo habla de ello, incluso durante sus recitales, con cierta autoironía. Pero lo más gracioso es que, a pesar de su preocupación, tomó dos cafés acompañados de una deliciosa crepa, lo que nos hizo reír a todos, "discretamente", por supuesto. Conozco muy bien al poeta; es mi hermano mayor en el mundo literario. Nuestra amistad se remonta a cuando él era diplomático en Haití, hace más de diez años, donde forjó estrechos vínculos con todos los actores de la escena cultural haitiana. Me confió, por ejemplo, así como él representa un mentor para mí, el poeta y dramaturgo haitiano recientemente fallecido Frankétienne también fue su mentor. Esto no me sorprende en absoluto, ya que se reunían a menudo para intercambiar poesía durante los tres años que pasó en Puerto Príncipe.
Continuemos la historia de esta fotografía.
El poeta, originario de Sri Lanka, pero conocido por los poetas peruanos como "el poeta de la India" debido a su apariencia o etiquetas asociadas a él, no dejaba de repetirle a todo el mundo que yo me alojaba en un hostal barato en Lima, e incluso mencionó el precio. Al final no entendí por qué había dicho eso, pero quizá simplemente no podía creer que hubiera encontrado un lugar tan simpático a tan bajo precio cuando, semanas antes, le había pedido recomendaciones de alojamiento en Lima.
- «Se llama Evans es novelista, poeta, cantante y promotor cultural haitiano. Se aloja aquí, en un hostal muy barato en el Parque Kennedy por solo 35 soles la noche».
Probablemente se refería a la habilidad haitiana para encontrar gangas; de hecho, en las tradiciones ancestrales haitianas, que forman parte de la herencia africana, un Ganga sigue siendo un sabio, en el sentido místico del término. En este caso en particular, lo que los otros dos poetas en nuestra mesa no sabían era que yo no solo había encontrado un hospedaje barato; también había descubierto pequeños restaurantes frente al Parque Kennedy donde se podía comer por once soles. Desde que compartí este descubrimiento con Indran, se había acostumbrado a ir allí todos los días: además de comer barato en uno de los barrios más turísticos de Lima, el auténtico sabor del lomo saltado era incomparable. El poeta disfrutó tanto de esta comida que el día antes de partir de Miraflores, le preguntó al cocinero su nombre para poder rendirle homenaje en un poema.
- ¿Qué hizo que mi estancia en este hostal fuera tan especial que mi hermano de Sri Lanka no deja de hablar de ello? —me pregunté de nuevo— “En buena onda”.
Todavía temblando de frío a pesar del verano, con un gato a mi lado bebiendo de mi vaso, miré la foto en la pantalla de mi teléfono y reviví en un instante la alegría de aquella tarde entre poetas, y dejé escapar otra sonrisa al recordar la voz del poeta hablando del hostal, no sólo aquella tarde en la mesa, sino desde entonces, cada vez que me presentaba a un nuevo amigo en Perú, y ahí es precisamente donde entra el “Flying Dog”.
Los nuevos encuentros
Pasemos ahora a otro aspecto de la historia.
Contrario a lo que mi hermano poeta le contó a medio mundo, al llegar a Lima, sí me alojé en un hotel de tres estrellas en la tranquila calle Santa Cruz, cerca del Parque Grau, con acceso a una playa privada. Yo tenía una suite para mí solo, con cama queen, escritorio propio y refrigerador en la habitación, e incluso una pequeña terraza en el sexto piso desde donde, al atardecer, admiraba la vista de los edificios y sus ventanales que se extendían hacia el cielo de Miraflores. Sin embargo, cuando supe que me quedaría en Perú quizás varias semanas más, no por razones económicas, sino estratégicas —como mayor movilidad y, por supuesto, menores gastos—, tuve que buscar otro alojamiento.
“Flying Dog” es el nombre del hostal que finalmente encontré, ubicado en el Parque Kennedy, después de varios días de búsqueda con Germán, un buen colaborador, un hombre amable y acogedor, responsable de la logística de proyectos sociales en Lima. Antonio, el recepcionista venezolano que hablaba un francés excelente, me contó que antes de convertirse en el hostal, el edificio era una discoteca llamada Bizzaro. Pude ver que la estructura se había mantenido intacta, conservando varios vestigios de cómo era el bar años atrás. Nunca imaginé que pasar unos días allí cambiaría mi perspectiva del mundo tan drásticamente.
Para volver a la publicación de Harold Vila en Facebook, nuestro privilegio, los cuatro poetas reunidos esta tarde en el café de Miraflores, representa no sólo el placer de encontrarnos, sino sobre todo el privilegio de poder viajar; esto es precisamente lo que iba a descubrir al hacer amistad con jóvenes europeos durante mi estadía en este espacio diseñado para aventureros como yo.
Había un pequeño balcón con dos sillas de hierro forjado relativamente altas alrededor de una mesa redonda bastante alta, lo que le daba a este rincón el aspecto de un auténtico bar, y era precisamente allí donde algunos clientes solían sentarse con sus portátiles y un porro varias veces al día. Para completar este ambiente, precisamente la época navideña, coincidiendo con la feria del libro Ricardo Palma, iluminó el parque con letras, sonidos, colores y sabores variados. Fue allí, en ese paraíso de Miraflores, donde conocí a Ángel, un joven turista francés, mientras desde arriba yo observaba a los transeúntes pasear entre los puestos de libros, todos vestidos como modelos de las grandes marcas multinacionales que inundaban el barrio, o extras en el set de un videoclip de música pop latina.
- «I almost got arrested today for this thing»—dijo una voz con acento extranjero, refiriéndose a un porro.
- ¿What happened? — Le pregunté también en inglés, aceptando un apretón de manos al joven que estaba a punto de sentarse frente a mí.
El joven viajero relató entonces su desventura en Larcomar: un policía peruano le había tirado su bolsita de marihuana bajo la nariz, mirándolo fijamente, tras obligarlo a vaciar sus bolsillos. No contenían euros, salvo la marihuana escondida en un paquete de cigarrillos, lo que al policía no le hizo ninguna gracia… Al final, ambos nos echamos a reír, y esta aventura se ha convertido en una entrañable anécdota de viaje para el joven francés. Entonces iniciamos un diálogo imbuido de sabiduría mística y espiritual para comprender la historia de dos razas humanas largamente marcadas por las diferencias, las mentiras, el saqueo, la manipulación y los privilegios. ¡Qué energía tan poderosa emanaba esa noche! Finalmente, como presentía, el joven me confesó que nuestro diálogo había marcado un antes y un después en nuestra propia perspectiva. Uno de nosotros tuvo que dejar de mirar el dolor, mientras que el otro tuvo que desprenderse de la vanidad.
- «Viajar es una de las experiencias más profundas que puede vivir un ser humano» — concluyó Ángel.
Mi nuevo amigo me contó durante nuestras posteriores conversaciones que había nacido de un padre francés proisraelí y de una madre palestina, lo que significa que, en algún momento, vivió la guerra entre ambas naciones bajo su propio techo. Afortunadamente para su familia, sus padres llegaron a acuerdos y se aceptaron mutuamente a pesar de sus diferencias ideológicas. Referente a su viaje, me explicó que llevaba tres días en Lima y que había estado viajando por Latinoamérica durante unos meses, en un año sabático. Su intención era recargar energías descubriendo otras culturas, lejos de las ideas preconcebidas de su entorno, ideas que, según él, ya no conectan con la nueva generación de jóvenes europeos. Al principio no dije nada, pero enseguida comprendí que este joven sentía un profundo llamado de la vida, una vocación por transformar su entorno. Quizás por eso tuvimos esa misteriosa conversación aquella noche. Como él, desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha sentido la necesidad de explorar, descubrir y aprender a través del movimiento. Esta búsqueda incesante de nuevos horizontes está arraigada en nuestra naturaleza; el deseo de conocer lo desconocido, de trascender nuestras limitaciones físicas y mentales, es un componente esencial de nuestro ser.
En ese preciso momento, sentí una punzada de tristeza al reflexionar sobre el verdadero propósito de mi viaje a Perú, y volvieron a mi mente los nombres de jóvenes como Laurie y Dodo, quienes llevaban varios meses esperando mi llamada anunciándoles la buena noticia de su cita consular para venir a estudiar a Lima, porque les era imposible encontrar una cita para la evaluación de sus documentos en el portal oficial del consulado de México en Haití. Tienen prácticamente la misma edad que el joven francés, también comparten el mismo sueño, el de conquistarse a sí mismos; ahora, la única diferencia entre ellos es lo que el joven europeo llama "el privilegio de haber nacido en Europa". Él no necesita, entre otras cosas que no deberían suponer ningún problema para ningún ser humano, una visa para entrar en América Latina, a diferencia del padre de Antonio, que es venezolano y, al carecer de visa, no puede visitarlo en Navidad después de ocho años sin verlo, y de las asociaciones de mujeres haitianas que tienen dificultades para visitar a sus homólogas peruanas porque ellas también no tienen visa.
En muchos casos, los gobiernos de países vecinos justifican la denegación de visas a personas de países que enfrentan situaciones políticas y socioeconómicas difíciles, como Haití, con el pretexto de la seguridad nacional y el control migratorio. Sin embargo, este enfoque oculta la compleja realidad que viven millones de niños, hombres y mujeres que se ven obligados a abandonar sus hogares, en busca de una vida mejor debido a factores como la pobreza, la violencia o la inestabilidad política. ¿Tenemos derecho a viajar por el mundo solo por placer? La respuesta es no. Al cerrar sus fronteras, estos gobiernos privan a estas personas de su derecho a la libertad de movimiento, un aspecto fundamental de la dignidad humana. Esto refleja una cosmovisión que considera a los ciudadanos de ciertas regiones menos valiosos o con menos derechos que otros. Esta doble moral no solo es moralmente reprobable, sino que también perpetúa las desigualdades globales.
La convivencia
Viajar es mucho más que simplemente mudarse de un lugar a otro; es la expresión misma del ser humano. Como sugiere la foto de los poetas en el café, cada aventura revela nuevas facetas de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Es la confirmación innegable de que, a pesar de nuestras diferencias, todos somos uno: y para mí, esto se había convertido en una nueva forma de vida, mucho más que simples palabras vacías. Prueba de ello es que dos días después de mi conversación con Ángel en el pequeño balcón, ya conocía a casi todos los demás huéspedes del hostal, y mi estancia allí fue sumamente placentera.
Cierta noche, mientras Solange, una de mis compañeras de habitación, roncaba encima de mí en la litera de arriba, con los ojos abiertos, contemplando la luz que se filtraba por la ventana, percibí la tierra como ese espacio común, donde todos compartimos un viaje hacia nuestros respectivos destinos, los mismos privilegios, el mismo respeto sin estar condicionados por la raza, la región, el país, el color de piel, el sexo, las ideologías o cualquier otra forma de creencia que ciegue la mente humana. Un poco más tarde, en mitad de la noche, cuando la oí toser, quizá porque la ventana seguía abierta, igual que la puerta sin llave, volví a pensar, desde lo más profundo de mí.
- “Si una joven chica barbadense negra y una joven francesa blanca comparten la misma habitación durante una noche con un chileno, un haitiano y un estadounidense, todos reunidos por el coste económico o el encanto de ese espacio, aunque nunca se hayan conocido, no hablen el mismo idioma, no tengan la misma cultura, la misma educación, ni siquiera la misma religión o ideología, la misma edad, entre tantas otras diferencias y limitaciones que la mente pueda concebir, ¿cómo podemos seguir afirmando que es imposible alcanzar la paz mundial?”
Esto requiere una comprensión más profunda: percibir a la humanidad como un único cuerpo energético que envía su vibración al resto del universo, una manifestación de la voluntad divina, un alma universal. —¿Qué tiene de especial que extranjeros compartan habitación en un hostal si esto ocurre en todo el mundo? — cabría preguntarse.
Sin embargo, sí, más allá de la lógica, logras pensar de manera “surlógica”, permitiéndote explorar el reino de la consciencia, podrás enfocar tu atención en todo lo sutil y, en esta plenitud, admirar todas las virtudes de la vida. Te darás cuenta de que: la vida es libertad, es vivir en armonía, es compartir y ayudarnos unos a otros. Y todo esto, cuando miras con los ojos del corazón, lo puedes percibir en las cosas más sencillas.
Las cosas más simples, ¿cómo qué?
Una cosa sencilla como saludar, por ejemplo. No es raro que una mujer blanca, europea y rubia se despierte por la mañana y salude al chico latino de recepción con alegría y respeto. Ella dice "AMIGO" en español y se saludan sin ningún sentimiento de superioridad o inferioridad. De la misma manera, cuando una joven argentina del barrio Condesa en México occidentaliza su visión de la vida y usa un lenguaje racista para insultar a un policía mexicano que es latino como ella, pero tiene la piel más oscura, es una historia ridícula. Como el propio lenguaje occidental, podríamos decir que padece «trastorno blanco papilitis». Aún más absurdo, como reacción a este acto, escuché en la radio que los diputados locales estaban aprobando leyes contra los extranjeros, lo que sin duda creará más prejuicios y estereotipos negativos en la sociedad, como si el problema no fuera el racismo en sí, sino la coexistencia y presencia de extranjeros que, en un país, ofrecen muchas ventajas: enriquecen la cultura, estimulan la economía y promueven la cohesión social. Lo que no saben es que, al enfatizar la educación holística, el diálogo y la interculturalidad, podemos cultivar relaciones que allanen el camino para una coexistencia pacífica y armoniosa entre los pueblos.
Segunda cosa sencilla, cómo vivir en comunidad. Un hombre y una mujer que no se conocen duermen en la misma habitación en plena noche, en total oscuridad. Hombres y mujeres que no se conocen comparten el mismo baño. Una noche, al entrar en la habitación, vi a una joven alemana salir del baño en ropa interior y tumbarse en la cama, por ejemplo. Pero eso no nos impide respetar la dignidad y la privacidad de todos. A nadie le parece repugnante.
Entonces, ¿por qué, en un mismo país, el Estado separa a hombres y mujeres en escuelas, iglesias, lugares de trabajo e incluso en el transporte público? Entendemos que todos podemos convivir con respeto mutuo, pero son los sistemas sociopolíticos los que pervierten el espíritu de comunidad y dividen a las personas. Quienes albergan ideas morbosas creen que un hombre debe inevitablemente tocar a una mujer en el metro, y desafortunadamente, son ellos quienes hacen las leyes y sumergen al mundo en la oscuridad, generando así conflicto dentro de la sociedad.
Finalmente, si nadie acosa a una joven alemana que camina en ropa interior por la noche en un hostal, ¿por qué un ciudadano acosaría a su propia “Presidenta” en público, en pleno Zócalo? Ante tales sucesos, se necesita una reflexión mucho más profunda para comprender lo que está sucediendo a nivel de la conciencia colectiva, en lugar de simplemente aceptar lo que dicen los periódicos o limitarse a crear memes en internet.
Tercera cosa sencilla como ir al baño. Un día, fui al baño y alguien se había olvidado de bajar el agua del inodoro. Vi el excremento, pero no había forma de saber quién lo había hecho. Porque el excremento no tiene raza ni género. Todos defecan igual. Era imposible distinguir si el excremento era chileno, estadounidense, suizo, japonés o francés. Por lo tanto, utilizar el poder para intentar demostrar la existencia de una raza superior y una raza inferior y establecer fronteras entre los individuos es una vez más absurdo y demuestra la enfermedad mental de quienes diseñan y construyen una sociedad sobre estos conceptos erróneos.
Es extremadamente peligroso que un loco dirija el Estado; puede sembrar el odio y poner en peligro a toda la humanidad. Tomemos el ejemplo de la República Dominicana, donde una niña haitiana de 11 años, de piel oscura, fue presuntamente ahogada en una piscina por niños de su misma edad, mientras los maestros se quedaron de brazos cruzados sin hacer nada. Incluso después de la tragedia, ni la escuela ni la policía tomaron medidas. Si el Estado no es responsable, ¿quién lo es?
Desde esta perspectiva, ¿podemos asumir que los dominicanos son un pueblo cruel? No. De hecho, dominicanos y haitianos somos dos pueblos hermanos que siempre nos ayudamos mutuamente, como el poeta dominicano Tomás Modesto Galán y yo. Los hombres haitianos siempre han amado a las mujeres dominicanas desde la historia de la Grand Rue de Puerto Príncipe; ambas comunidades siempre han tenido intercambios comerciales y profesionales cuando la frontera no estaba cerrada, por lo que los dominicanos y los haitianos pobres siempre comían. Ahora que la frontera está cerrada, los pequeños comerciantes dominicanos no pueden vender en Haití. Los jóvenes haitianos que deseen estudiar en el exterior no pueden transitar por territorio dominicano. Siempre son las masas desfavorecidas las que pagan el precio cuando estalla una guerra entre dos países.
Ante esta situación entre ambas naciones, es fundamental y urgente comprender que las fronteras y los canales, que están en la raíz de los crímenes del gobierno dominicano contra la población civil haitiana, carecen de sentido. En realidad, haitianos y dominicanos somos uno, y este territorio no pertenece a nadie. Al nacer, la tierra estaba allí, igual que para nuestros abuelos. ¿Quién habría inventado la idea de decir un día: «Esta tierra es mía»? Es absurdo, ya que el hombre no vive ni un siglo, ni sus hijos, ni los hijos de sus hijos, ni los hijos de los hijos de sus hijos, en fin, todos morimos y la Tierra seguirá ahí, y nadie sabe quién la ocupará mañana.
Por último, hablemos de algo tan simple como no robar a los demás. Creo que son los sistemas políticos y socioeconómicos los que crean ladrones. Debido al desequilibrio y la desigualdad en la distribución de la riqueza y los privilegios, hay ricos y pobres: los ricos roban a los pobres, los pobres trabajan para los ricos, los ricos pagan mal a los pobres, y los más desposeídos roban lo poco que tienen a otros pobres, lo que en última instancia llaman clases sociales. Sin embargo, no digo que los ricos sean malos; hablo de un sistema de explotación que está llevando a la catástrofe en todo el mundo. Cuando llegué a Lima, todos me decían que tuviera cuidado con mi teléfono; tenía que mantener la ventanilla cerrada en los taxis para evitar que me lo robaran. Lo mismo me pasó en Buenos Aires hace tres años: el mismo argentino me aconsejó que tuviera cuidado con otros argentinos. En Medellín, los colombianos me hablaron de varios barrios peligrosos que debía evitar durante mi viaje al país en 2021. Lo mismo pasó en Ciudad de México: todos los mexicanos me desaconsejaron ir a Tepito.
Entonces, ¿por qué todo el mundo deja el teléfono en la cama en un hostal? Por supuesto, hay taquillas en las habitaciones donde los más precavidos pueden guardar sus pertenencias, incluso las más personales; hay una cámara en el pasillo. Pero la verdad es que a nadie parece importarle su teléfono, su computadora portátil, su comida o su ropa, o el riesgo de robo. Esta pequeña comunidad me había demostrado una vez más que el mal no reside en el hombre, sino en su condición; el verdadero peligro reside en el miedo y la confusión que se le inculcan. «El trauma de generaciones», como habría dicho Josephine, otra joven europea que conocí en este lugar.
¡Ah, Josephine! Me alegró mucho conocer a esta chica; tiene algo especial. Descubrir sus orígenes ya es especial: Josephine es una chica blanca nacida en Francia, de padre y madre blancos, la mamá nacida en Sudáfrica durante el apartheid, y ella misma es de origen africano blanco, francés y holandés. Para mí, esta chica blanca tiene sangre color negro; ella también lo sabe, habla de un "sentir", dice tener un "flow diferente". Ambos sabemos que es una sabiduría profunda, una magia ancestral que fluye por sus venas, una conexión con lo invisible, algo puro que da sentido a la existencia. "El mar es hermoso en todas partes", dijo una tarde, mientras contemplaba el mar negro desde el mirador de Barranco.
El regreso
En Nochebuena, estaba solo en el pequeño balcón. Sobre la mesa, un cenicero estaba lleno de colillas, restos de las numerosas visitas que habían pasado por allí. El frío del verano limeño me envolvió mientras mi mirada se perdía en el parque vacío, pues aún era temprano. Apenas las 7:00 de la mañana. Ahora, el hostal estaba casi vacío, en parte debido a la temporada. Cuatro o cinco días antes, mis jóvenes amigos ya se habían ido a otros países de Sudamérica en busca de nuevas aventuras. El gato gris que dormía con Julienne todas las noches estaba triste; buscaba a la chica por todas partes: en las habitaciones, en la recepción, incluso detrás de la mesa de billar. Pero Julienne ya llevaba varias horas de camino a Ecuador. Para cuando llegara, seguramente habría encontrado otro gatito con quien dormir. Asimismo, a medida que avanzaba la noche, el pequeño gato gris también habría encontrado a alguien más. Así es la vida, un ir y venir constante.
De la misma manera, Indran, el poeta srilanqués-estadounidense, hacía tiempo que había mirado hacia otros horizontes. Me dijo que se iba a Argentina, luego a Madrid, antes de regresar a Washington. Lo que él no sabía era que, mientras tanto, mi hostal barato se había convertido en una fuente de inspiración literaria para mí. No volví a ver a Harold Alva después del recital de poesía al que me había invitado en el municipio de Barranco. Claro, me llamó para invitarme a pasar Año Nuevo con otros poetas en casa del poeta Aramayo, pero le dije que me iría el 29 de diciembre de regreso a México. Prometimos vernos pronto, quizás en Cuernavaca, o por supuesto en Lima, ¿y por qué no también en Puerto Príncipe? —Espero que no haya más bandas armadas en mi país pronto — pensé, sin decir palabra.
El único que quedaba en la habitación era el tipo que nunca salía, que se pasaba el tiempo leyendo y usaba gafas. No hablaba mucho, pero me pareció poeta. También estaba la joven coreana con la camiseta de la selección argentina de fútbol, y algunos otros turistas de paso, pero solo por un breve momento. Y luego estaba Juan Carlos, el encargado de mantenimiento del hostal. "No manches wey", así solía bromear el peruano más mexicano que conozco. Pero también puedo decir que era el tipo más amable que conocí en Lima. Cuando lo vi por primera vez, pensé que era mexicano por su cara, su complexión, su altura, su ropa, y para colmo, se parecía mucho a Temo, mi amigo que vendía tacos en Indios Verdes, al norte de la Ciudad de México. Pero no solo parecía mexicano; encarnaba el espíritu mexicano. Era un apasionado de la cultura mexicana; había visto todas las películas mexicanas.
Juan Carlos era, en cierto modo, el nexo entre el personal y los huéspedes del hostal, un vínculo esencial que permeaba todo el establecimiento. Imprescindible tanto para la dirección como para cada huésped, gestionaba con esmero cada llegada y salida en colaboración con el equipo de recepción, por lo que conocía a cada huésped a la perfección: su número de habitación, su país de origen, sus compañeros de viaje y su idioma. Charlaba con todos, incluso con quienes no hablaban español. Su energía era contagiosa. Hacía las camas, limpiaba los baños, pintaba las paredes y se aseguraba de la comodidad de todos. También se aseguraba de que el personal de limpieza hiciera su trabajo, todo ello sin dejar de encontrar tiempo para reír. Desde la ventana de la amplia sala del piso de arriba, lo vi llegar, cruzando el parque con paso seguro, camino al trabajo. Pude ver que amaba su trabajo, que era más que un simple trabajo, era su vida, su mundo. Levantó la vista, me vio y, con inmensa alegría, me saludó al estilo mexicano antes de dirigirse a la puerta principal.
- " Ese es mi vato " — Le dije riendo, también para responder a la mexicana.
Su saludo me llenó de gran esperanza por el futuro del mundo. Comprendí que si algún día ciudadanos comunes, dotados de un corazón como el suyo y un compromiso genuino con la sociedad, se convirtieran en ministros y embajadores, entonces quizás, quién sabe, jóvenes como Laurie y Dodo tendrían mejores oportunidades. ¿Por qué lo digo así? Para construir un mundo más justo, debemos abogar por la eliminación de las barreras y trabajar por un sistema que respete y valore la vida de cada persona, independientemente de su origen. Solo así podremos dar pleno sentido a la dignidad humana y a los derechos inherentes de todos.
Es esencial examinar cómo las políticas de inmigración y las restricciones de viaje afectan de manera desproporcionada a las poblaciones de ciertos países, particularmente en África, América Latina y el Caribe. Por esta misma razón, no había un solo africano en el hostal, ni ningún joven caribeño o latinoamericano descubriendo América como los jóvenes europeos. Esto es lo que Josephine llamó el "privilegio de los pasaportes": políticas que restringen la circulación de personas de países pobres y que no solo violan la dignidad humana, sino que también socavan los valores universales que decimos defender.
De esta forma, mis oficios de seguimiento sobre el caso de los jóvenes haitianos han circulado de una oficina a otra, sin llegar nunca a una conclusión. De la entrada a la ventanilla, de la ventanilla a la mesa de partes, de la mesa de partes al despacho, del despacho al escritorio, del escritorio a la “chingada” pero nunca llegaron a oídos ni al corazón de nadie capaz de comprender la situación: Son simplemente jóvenes que buscan estudiar y contribuir a la vida de su comunidad. No es su culpa que su país esté invadido por bandidos ni que su gobierno sea un desastre.
Las razones para ayudarlos surgen de la responsabilidad moral, los derechos humanos y la solidaridad internacional. La Declaración Universal de Derechos Humanos establece que toda persona tiene derecho a buscar asilo y refugio ante la persecución y la necesidad. Además, financiarán sus propios estudios y estancia en el país; no solicitarán becas ni ayudas gubernamentales. Por otro lado, es importante recordar que ayudar a nuestros hermanos y hermanas en un país en crisis no implica culpar al Estado anfitrión por la situación que la causó. Las crisis pueden tener múltiples causas, tanto internas como externas, y ninguna justifica el cierre de fronteras. En definitiva, toda persona, independientemente de su nacionalidad, merece ser tratada con dignidad y respeto. Sin embargo, someter a las personas a un escrutinio crítico basado únicamente en su país de origen perpetúa una narrativa deshumanizante. — «Menos leyes y más conciencia», — mi joven amigo dijo en un momento.
Y luego, más tarde en el día.
Eran apenas las 7 p. m. Y el hostal estaba completamente vacío. Incluso el chico que nunca salía se había ido. La coreana se había pasado toda la tarde preparando su maleta, llena de artículos de belleza, y luego se fue al aeropuerto. Pronto, solo Antonio permaneció en el vestíbulo, con la música sonando sin parar. Probablemente era la misma canción que había escuchado en la radio con su padre en Nochebuena en Venezuela. Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía el hostal solo para mí. Indran probablemente nunca lo creerá, pero tenía el Flying Dog solo para mí por 35 soles la noche; o tal vez cuando regrese a Lima en septiembre, se lo contará a todo el mundo.
Perdido en mis pensamientos junto a la ventana, escuchando la lista de reproducción de Antonio, de repente sentí vibrar mi teléfono; así que inmediatamente leí el nuevo mensaje de WhatsApp. Era de Josephine.
- "¿Cómo va la vida? ¿Pudiste encontrar una respuesta para tu gente?"
¿Debería confiarle mi angustia y desánimo? Rendirme nunca había cambiado nada. Tranquilizado por un villancico en la radio, me armé de valor para responder positivamente a mi amiga que había pensado en mí. Además, el estadounidense, antes de irse, me dijo que me veía salir temprano todos los días para hacer contactos y que, por lo tanto, me deseaba lo mejor. El chileno también me dio su bendición al marcharse y me regaló dos monedas de 50 pesos chilenos como recuerdo de nuestro encuentro. Al igual que Solange y Julienne, a quienes tampoco olvidaré nunca, Ángel me animó a perseverar y a no rendirme antes de partir a reunirse con sus padres, que habían venido a visitarlo desde Francia.
- Espero encontrar pronto soluciones para la difícil situación de los jóvenes haitianos. Mientras tanto, es 24 de diciembre; podría darme el gusto de un pastel y pasar otra noche en mi hostal de 35 soles, seguro de que se acerca el año nuevo y de que, tal vez, las fronteras desaparecerán y los sueños de miles de jóvenes como Laurie y Dodo de viajar y estudiar se harán realidad. Si hay algo que debo decirles ahora, es simplemente animarlos a no rendirse. De hecho, a pesar de todas las dificultades y adversidades que encontré en México y Perú para abrirles una puerta —o, mejor dicho, para forzarla—, las señales de la vida nunca dejaron de recordarme que debo mantener viva la esperanza y perseverar.
Josephine, al otro lado de la frontera, al darse cuenta de que no me había rendido, respondió con alivio, añadiendo un emoji de sol, como para unir su energía vital a la de estos jóvenes haitianos que buscaban una salida.
- “La vie est difficile mais elle est magnifique”, “La vida es difícil, pero es hermosa” ☀️
Continuará…
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