En siglos pasados el cólera y otras patologías contagiosas como la viruela, tuberculosis, fiebre amarilla, sífilis y la peste, sembraban el mundo de cadáveres a destiempo. El avance de la ciencia puso término en gran medida a estas iniquidades de la naturaleza. El ilustre médico investigador Robert Koch, al regresar a Alemania en 1884 tras una investigación exhaustiva sobre la etiología de la patología en la India, de acuerdo al célebre microbiólogo Paul de Kruif, ante un público ansioso por escuchar sus informes, manifestaba:
“El cólera no nace jamás espontáneamente -dijo a un auditorio formado por sabios médicos-; ningún hombre sano puede ser atacado por el cólera a no ser que ingiera el bacilo coma, y este sólo puede proceder de sus iguales; no puede ser engendrado por ninguna otra cosa ni surgir de la nada. Y sólo puede desarrollarse en el intestino del hombre o en aguas muy contaminadas, como las que existen en la India”. (Paul de Kruif. Los cazadores de microbios. Ediciones Leyenda, S. A. de C. V. México, 2006. P. 121).
De manera definitiva Koch había aislado la bacteria del cólera. A partir de entonces de modo paulatino empezaron las regulaciones con el agua, los alimentos y las heces fecales, los medios de incidencia de la patología a través de los propios humanos.
Previamente de 1863 a 1874 se desarrolló la cuarta pandemia (epidemia mundial) de cólera. En América la epidemia se presentó de manera muy acometedora durante la guerra de la triple alianza, Brasil, Uruguay y Argentina contra el Paraguay, en 1867 mató 4000 soldados brasileños, por el lado paraguayo también se presentaron muchas bajas por la patología. (Frederick F. Cartwright. Michael Biddiss. Grandes pestes de la historia. Editorial El Ateneo. Buenos Aires, 2005. P. 151).
Para la época en nuestro país se desarrollaba una guerra, donde los rojos baecistas sitiaron a las tropas del Gobierno de José María Cabral en la Capital, a finales de 1867. En medio del asedio, en enero de 1868 se presentó el cólera que ya embestía a otros países de América.
La epidemia llegó por la vía marítima, los sitiados solo se podían reabastecer por ese lugar y se permitió entrar al puerto una goleta procedente de Curazao, donde ya había cólera, desatándose la enfermedad con suma agresividad en el interior de la ciudad amurallada. Al cementerio de la avenida Independencia fue necesario hacerle una extensión, de tantas víctimas que produjo la susodicha epidemia. A este anexo se le denominó por mucho tiempo el cementerio de los coléricos.
Sin imaginárselo los bandos contendientes, el cerco militar de la Capital sirvió de cordón sanitario e impidió que el foco epidémico se diseminara al interior. A finales del mes los seguidores de Cabral abandonaron el país en dos goletas, se trasladaron a Curazao (de donde llegó la enfermedad) y fueron sometidos a la cuarentena reglamentaria para la época.
Luego Cabral y sus seguidores regresaron para instalar en el Sur profundo un frente armado opositor a la tiranía de los seis años de Báez, quien pretendió anexar el país a los Estados Unidos. En esta gloriosa jornada Gregorio Luperón sería el insurgente más destacado en defensa de la soberanía nacional.
Esta epidemia de cólera de 1868 fue la última que se presentó en Dominicana. Al transcurrir 142 años de receso, dicha patología reapareció aquí en 2010 procedente de Haití, donde se asegura ingresó con soldados africanos de Nepal enviados a una misión de paz, portadores fortuitos de la enfermedad.
Ricardo Seitenfus, historiador brasileño que laboraba en Haití para la época, explicó que soldados de la llamada MINUSTAH de la ONU fueron asentados en la zona de Mirebalais en octubre de 2010 y una mala distribución del contenido de la fosa séptica que recogía las evacuaciones de los soldados contaminaron la parte alta del río Artibonito y dos canales afluentes. Se determinó que tubos plásticos con el contenido de las heces de letrinas del campamento contaminaron el río. Se desató una masiva epidemia de cólera. (Ricardo Seitenfus. La ONU y el cólera en Haití. Fundación Juan Bosch. Santo Domingo, 2020. P. 57).
Hasta 2018 se estimaban los casos sospechosos de la enfermedad cerca de 819,032, con 9,785 defunciones. (Ricardo Seitenfus. Obra citada. P. 71).
Como era de esperarse con la constante migración de ciudadanos haitianos a nuestro país, la epidemia atravesó la frontera a través de personas contaminadas. No con la magnitud explosiva que ocurría del otro lado, dada las mejores condiciones sanitarias de nuestro país.
Los hospitales criollos rápidamente enfrentaron la situación. Se trata de una diarrea aguda persistente, que puede conducir a una deshidratación grave y a la muerte. En Dominicana el manejo de esta sintomatología fue muy efectivo. En el año siguiente se incrementaron en demasía los casos, varios miles de afectados, dejando una mortalidad de 371 personas. La mayoría de los pacientes llegaban con deshidratación grave a los centros de salud, obviamente es un alto riesgo sanitario.
En Haití definitivamente el cólera se ha convertido en endémico o habitual, no solo porque ha sido su foco de distribución en la isla, sino por las endebles condiciones sanitarias y sociales que han mantenido un elevado perfil patológico de la enfermedad de manera constante.
En nuestro medio se han presentado casos cuyo volumen no ha vuelto a ser significativo. No obstante, con el incremento de la epidemia en Haití y la constante migración de ciudadanos de ese país hacia el nuestro es indudable que continuaron diagnosticándose ciudadanos afectados por la enfermedad.
Lo correcto es una exhaustiva vigilancia epidemiológica, que no puede ser catalogada de discriminación. Además se trata de algo muy específico que no deja dudas, sintomatologías agudas, principalmente diarreas persistentes que obligan a buscar asistencia médica.
El periodo de incubación de la enfermedad puede ser varios días, no todos sufren de inmediato de deshidratación moderada o grave, lo que implica que personas afectadas realicen su rutina normal en periodos que pueden distribuir el vibrión cólera. Lo pertinente es no solo el alerta ante pacientes con diarreas, sino insistir en la población de no ingerir agua cuya procedencia pueda estar contaminada y alimentos principalmente crudos o débilmente cocidos. Así como el lavado de manos en momentos que se considere oportuno por el manejo de algún elemento sospechoso de estar contaminado y el control de las heces. Las medidas de saneamiento son básicas.
Esto no significa que en estos tiempos lluviosos como el actual, se descuide el control de aguas estancadas, claras o turbias porque tenemos serios antecedentes de dengue y paludismo, cuya transmisión es a través de mosquitos.
Asimilando las reglas de higiene el cólera será una enfermedad más, porque su etiología o causas son muy conocidas y se pueden evitar. Sus manifestaciones clínicas identificadas a tiempo siempre favorecen la solución de los casos afectados.
Reiteramos procede una estricta vigilancia epidemiológica sobre el particular, la morbilidad o frecuencia de los casos puede aumentar en Haití a raíz de la reciente tanda lluviosa que ha afectado la isla, con el agravante que en ese país miles de personas conviven en condiciones harto precarias en campamentos de refugiados con muchas deficiencias higiénicas, lo que propicia una mayor extensión de la enfermedad. La alerta epidemiológica se impone.
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