La película Brick (2025), dirigida por Philip Koch y distribuida por Netflix, representa un intento ambicioso por combinar ciencia ficción, suspenso y drama existencial dentro de una narrativa claustrofóbica. Con un escenario centrado en un departamento misteriosamente sellado por un muro de ladrillos imposibles de romper, Brick parte de una premisa intrigante para desarrollar una historia de tensión psicológica y reflexión tecnológica. Aunque las críticas han sido mixtas, su estructura narrativa responde claramente al "viaje del héroe", con el protagonista, Tim (interpretado por Matthias Schweighöfer), emprendiendo una transformación que va más allá de la simple supervivencia.
Desde los primeros minutos, Brick establece una situación de aislamiento total. Tim y su pareja Olivia (Ruby O. Fee) despiertan en su apartamento solo para descubrir que están encerrados por una pared de ladrillos negros, una especie de tecnología de nanobloques que sella todo el edificio sin previo aviso. La desconexión es absoluta: sin señal, sin agua, sin salidas. La atmósfera de encierro se intensifica con el diseño de producción: espacios fríos, iluminación tenue y sonido casi minimalista. El espectador se ve arrastrado a un espacio hermético, donde el tiempo parece suspenderse y cada acción está cargada de tensión contenida.
Narrativamente, Brick sigue de forma relativamente ortodoxa el esquema del viaje del héroe. Tim comienza como un personaje pasivo, desorientado, afectado emocionalmente por una pérdida reciente: la muerte de su bebé. Esta herida psicológica condiciona sus decisiones e interacciones. El encierro funciona como el "llamado a la aventura", una interrupción brutal del mundo cotidiano. Inicialmente, Tim rechaza la realidad de su situación, actuando desde la negación y el miedo. Pero conforme la historia avanza, es forzado a asumir un rol de liderazgo entre los otros habitantes atrapados del edificio.
Los personajes secundarios actúan como arquetipos dentro del viaje: el mentor (el experto informático), el adversario (el conspiracionista Yuri), los aliados (la pareja de turistas), e incluso la sombra (la propia tecnología que los aísla). A medida que Tim recolecta información y asume riesgos, se aproxima al "abismo" narrativo: la revelación de que la tecnología de seguridad falló tras un incendio, y que el programador principal había muerto, dejando sin control el sistema automatizado. Esta es su prueba final: descifrar el sistema y enfrentar la posibilidad de que su mundo exterior también haya colapsado.
La escena cumbre llega cuando, tras encontrar el código para desbloquear la salida, Tim y Olivia logran escapar, solo para descubrir que la ciudad entera también está sellada. Es un giro que desestabiliza la narrativa clásica: el héroe no regresa al mundo ordinario con el "elixir" que restaura el orden, sino que entra a un nuevo ciclo de incertidumbre. Aquí Bricksugiere una dimensión filosófica: no hay mundo seguro al cual volver, y la tecnología que prometía protección se ha convertido en carcelera global.
El estilo visual de Brick refuerza su tema central: la opresión del espacio cerrado y la ansiedad de lo desconocido. Koch opta por un enfoque contenido, con planos cerrados, colores fríos y una dirección de arte que acentúa el estancamiento físico y emocional. La falta de música incidental dramática es una elección efectiva, permitiendo que los silencios y los ruidos cotidianos (el crujido de una puerta, el zumbido de la electricidad) adquieran una presencia ominosa. Esta estética recuerda a películas como Cube (1997) o The Platform (2019), donde el espacio mismo se convierte en un personaje.
En cuanto a los temas, Brick aborda la tecnología desde una doble perspectiva: como aliada fallida y como amenaza latente. La idea de que una medida de seguridad tecnológica pueda sellar sin aviso un edificio completo y desconectarlo del mundo refleja miedos contemporáneos sobre vigilancia, automatización y la pérdida de agencia humana. La película también toca la fragilidad emocional de sus personajes, especialmente a través de la relación entre Tim y Olivia. Ambos arrastran un duelo sin resolver, y el encierro actúa como catalizador para confrontar lo que habían reprimido. En ese sentido, el muro es también metafórico: representa el trauma, la desconexión emocional y el miedo a mirar hacia dentro.
Desde esta perspectiva, Brick puede leerse también como una poderosa analogía de lo que muchas parejas vivieron durante la cuarentena por la pandemia del COVID-19. Así como Tim y Olivia se ven forzados a convivir de forma constante en un espacio cerrado, muchas relaciones se pusieron a prueba en condiciones de encierro prolongado, sin escapatoria ni espacio personal. El aislamiento intensificó conflictos preexistentes, sacó a la luz emociones no resueltas y obligó a muchas personas a enfrentar aspectos profundos de su relación. En Brick, el encierro no solo pone a prueba la dinámica de pareja, sino que también expone sus límites, sus silencios y sus duelos no procesados. El muro puede ser visto como una representación de la barrera invisible que el encierro físico convierte en visible: la distancia emocional que puede crecer entre dos personas que conviven, pero no se comunican profundamente. En ese sentido, la película trasciende su premisa de ciencia ficción para ofrecer una reflexión contemporánea sobre la intimidad en tiempos de crisis.
Sin embargo, a pesar de sus logros estilísticos y conceptuales, Brick no escapa de algunas críticas. Varios analistas han señalado que los personajes secundarios están poco desarrollados y funcionan más como engranajes narrativos que como individuos complejos. El conspiracionista Yuri, por ejemplo, encarna la figura del negador paranoico, pero su arco no evoluciona ni ofrece una contrapropuesta convincente. Del mismo modo, el conflicto con la pareja de turistas carece de profundidad dramática y sirve más como obstáculo funcional que como exploración interpersonal.
También se ha cuestionado el mensaje filosófico de la película. Si bien el final sugiere una crítica a la tecnología sin control y a la confianza ciega en sistemas automatizados, algunos críticos consideran que Brick se queda en la superficie y no explora del todo las implicaciones sociales o políticas de su mundo distópico. El hecho de que más de ocho mil personas estén conectadas al mismo sistema sin que exista una amenaza real ofrece un comentario potente sobre el miedo como mecanismo de control, pero ese comentario no se articula de forma contundente dentro del guion.
No obstante, lo que rescata a Brick de estas limitaciones es su capacidad para crear una experiencia inmersiva. La sensación de encierro, la tensión constante y la atmósfera inquietante convierten a la película en un thriller eficaz. El viaje emocional de Tim es creíble y conmovedor, particularmente porque está atravesado por una pérdida real y no solo por un conflicto externo. Su transformación no es la de un héroe clásico que vence al mal, sino la de un individuo que acepta que el mundo ya no funciona bajo las lógicas conocidas y que debe reconstruirse desde la incertidumbre.
Lo que me gusta de Brick (2025) es presisamente que es que apuesta por el minimalismo narrativo y visual para contar una historia de encierro, trauma y tecnología desbordada. Aunque no alcanza la profundidad filosófica de otras distopías contemporáneas, y algunos de sus personajes carecen de desarrollo, la cinta logra construir un viaje del héroe adaptado a los temores del siglo XXI: el aislamiento, la deshumanización y la dependencia tecnológica. En ese sentido, es un espejo oscuro de nuestra realidad digital, donde la seguridad puede convertirse en prisión y la libertad, en una idea cada vez más abstracta. Brick no ofrece respuestas definitivas, pero sugiere una verdad inquietante: a veces, las paredes más difíciles de derribar son las que hemos construido alrededor de nuestras emociones.
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