En el universo del cine, dos conceptos fundamentales —el canon cinematográfico y el campo cinematográfico— sirven como ejes para entender cómo se construyen las jerarquías de valor, se consagran obras y se definen las normas de gusto. Ambos términos, aunque distintos, están profundamente conectados: el canon es el resultado visible del campo cinematográfico, que opera como un sistema dinámico de fuerzas, intereses y poderes en constante disputa.

¿Qué es el canon cinematográfico?

El canon cinematográfico se refiere al conjunto de películas que han sido legitimadas como “grandes obras” dentro del arte cinematográfico. No es un inventario neutral. Más bien, funciona como una lista excluyente que privilegia ciertas narrativas, géneros, estilos y regiones del mundo en detrimento de otras. Estas selecciones están marcadas por decisiones editoriales, históricas y estéticas que, con el tiempo, terminan por consolidarse como verdades incuestionables dentro de las instituciones culturales: escuelas de cine, revistas especializadas, festivales y museos.

Como señala el texto de referencia, el canon ha sido históricamente dominado por una mirada eurocéntrica y patriarcal. Hollywood, el cine europeo de autor y los directores masculinos blancos han ocupado la cima de esta jerarquía. Las mujeres, las cinematografías del Sur global y los enfoques alternativos han sido sistemáticamente subrepresentados. Esta limitación convierte al canon en un espejo deformante de la diversidad del cine mundial.

El campo cinematográfico: espacio de lucha simbólica

Para entender cómo se forma ese canon, es necesario mirar al campo cinematográfico, un concepto tomado de Pierre Bourdieu. El campo es un espacio social autónomo donde distintos agentes —críticos, académicos, cineastas, distribuidores, festivales— luchan por imponer su definición legítima del “buen cine”. Esta lucha no es meramente estética, sino política y simbólica. Quien impone su visión en el campo adquiere la autoridad para consagrar obras.

El campo cinematográfico no es plano. Está estructurado por una tensión entre el “polo de producción restringida” (cine de autor, cine experimental, cine independiente) y el “polo de gran producción” (cine comercial, industrial, mainstream). Esta tensión también se expresa en las relaciones entre cine nacional y cine internacional, entre géneros populares y cine de arte, y entre las industrias centrales y las periferias.

El poder en el campo cinematográfico no se distribuye de forma equitativa. Los agentes más consagrados (festivales como Cannes, críticos como Cahiers du Cinéma, universidades como UCLA) tienen mayor capacidad de imponer valor. Pero esta legitimidad también puede ser desafiada por movimientos alternativos que buscan ampliar el canon: festivales de cine indígena, redes de cine feminista, cine comunitario, etc.

Canon y exclusión: la mirada crítica contemporánea

La consolidación del canon ha sido objeto de múltiples críticas en las últimas décadas. Las principales objeciones apuntan a su carácter excluyente. El  canon, al presentarse como universal, oculta sus sesgos históricos y sociales. Se ha constituido a partir de una mirada normativa que privilegia ciertas estéticas (narrativas clásicas, montaje invisible, realismo psicológico) y excluye otras (documental, experimental, cine político, cine decolonial).

En este sentido, la crítica contemporánea al canon no busca solo incluir a nuevas voces —mujeres, cineastas del Sur, minorías sexuales—, sino cuestionar el propio sistema de valores que define qué es “bueno” en el cine. Así, lo que está en juego no es solo la ampliación del canon, sino la transformación de los criterios de legitimidad dentro del campo cinematográfico.

El trabajo de académicas como Laura Mulvey y bell hooks, así como movimientos como el cine queer, el cine negro y el cine poscolonial, han sido fundamentales para esta transformación. Estos enfoques no solo incorporan nuevas películas al repertorio “legítimo”, sino que invitan a ver de otro modo: a cuestionar la mirada dominante, a recuperar experiencias marginalizadas, a desestabilizar los criterios de gusto consagrados.

El campo como espacio dinámico

Uno de los aportes clave del texto es pensar el campo cinematográfico no como una estructura fija, sino como un espacio de disputas dinámicas. Cada actor del campo —ya sea un festival de cine indígena, una crítica transfeminista o un archivo digital colaborativo— disputa el sentido del cine y sus formas de legitimación. La producción de valor simbólico está constantemente en tensión.

Un ejemplo reciente de esta disputa es la creciente importancia del streaming. Plataformas como Netflix o MUBI han empezado a influir en la legitimación de películas, en parte porque ofrecen visibilidad global a películas que antes solo circulaban en circuitos reducidos. Esto reconfigura el campo: modifica quién puede consagrar una obra, bajo qué criterios y para qué públicos.

Del mismo modo, fenómenos como las listas colaborativas en línea, las bases de datos abiertas como Letterboxd, y los algoritmos de recomendación también producen efectos en el canon. Si bien a menudo reproducen viejas jerarquías (por popularidad o algoritmos sesgados), también abren posibilidades de democratización, donde los espectadores participan en la construcción de valor.

El canon como campo de batalla simbólico

El canon, lejos de ser un listado cerrado y neutro, es un campo de batalla simbólico. Cada inclusión y exclusión, cada consagración y olvido, refleja una lucha de poder. Los que tienen el poder de definir qué películas “importan” controlan la memoria cultural, la enseñanza en las escuelas de cine, los programas de restauración fílmica, la programación de festivales y la investigación académica. El canon, históricamente dominado por una mirada eurocéntrica y patriarcal, privilegia ciertas narrativas y excluye otras, reflejando una lucha de poder simbólica. Para transformar este sistema, es esencial cuestionar los criterios de legitimidad y abrir el campo a nuevas voces y enfoques. Movimientos como el cine queer, el cine negro y el cine poscolonial han sido cruciales en esta transformación, invitando a ver el cine desde una perspectiva más inclusiva y diversa.

Por eso, cuestionar el canon no es simplemente una tarea de corrección política o de inclusión multicultural. Es una tarea crítica que apunta a desestabilizar el poder simbólico. El objetivo no es tener “más diversidad” en las listas de las mejores películas, sino transformar el sistema mismo que define qué es lo valioso en el cine.

Frente a esto, el desafío contemporáneo no es simplemente sumar nuevas películas al canon, sino abrir el campo a otras formas de valoración, a otras miradas, a otros criterios. Un canon más justo no es necesariamente uno más amplio, sino uno más consciente de su historia, más atento a sus exclusiones y más permeable a las transformaciones del mundo.

Así, pensar el cine es también pensar la política cultural que lo estructura. Preguntarnos qué películas son enseñadas, preservadas y celebradas es preguntarnos qué mundo queremos recordar y qué voces queremos escuchar. El canon, entonces, no debe ser una lista final, sino un espacio en disputa, en constante revisión, donde el cine se piense a sí mismo desde su pluralidad irreductible.

Gustavo A. Ricart

Cineasta y gestor cultural

Soy cineasta, gestor cultural y crítico en formación. Desarrolló mi carrera entre la creación audiovisual y el pensamiento crítico, combinando la práctica artística con estudios universitarios en Historia y Crítica del Arte. Actualmente cursa una maestría en Gestión Cultural, con el firme propósito de contribuir a la vida pública desde la reflexión estética y el análisis sociocultural. En paralelo, colabora activamente en proyectos que buscan descentralizar el acceso a la cultura y revalorizar nuestro patrimonio.

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