El tránsito entre la Edad Moderna y la Ilustración fue un momento decisivo para la astrología. Durante siglos, había sido una herramienta legítima para comprender el mundo, respaldada por reyes, universidades y médicos. Sin embargo, el siglo XVII trajo consigo un cambio de paradigma: la razón comenzó a consolidarse como la vía principal para alcanzar la verdad, y el método científico —con su énfasis en la observación, la medición y la verificación— se convirtió en el nuevo árbitro del conocimiento. En este contexto, la astrología se encontró en un territorio incierto, cuestionada por algunos como superstición y defendida por otros como una ciencia antigua que aún tenía respuestas que ofrecer.

La Ilustración, que floreció especialmente entre 1685 y 1815, no solo fue un movimiento cultural e intelectual, sino también un cambio profundo en la forma en que la humanidad se concebía a sí misma. Filósofos como Voltaire y Diderot promovieron un pensamiento crítico que buscaba liberarse de lo que consideraban supersticiones. Sin embargo, esta época no supuso una desaparición inmediata de la astrología: muchos ilustrados la conocían, y en algunos casos, la practicaban en privado. La contradicción estaba servida: mientras se proclamaba públicamente la supremacía de la razón, en los salones y gabinetes de curiosidades seguían circulando horóscopos, cartas natales y tratados astrológicos.
Entre astronomía y astrología: una separación dolorosa
Uno de los puntos clave de esta etapa fue la ruptura definitiva entre astronomía y astrología. Hasta el Renacimiento, ambas disciplinas compartían terreno, y figuras como Johannes Kepler o Tycho Brahe podían dedicarse a ambas sin que ello supusiera una contradicción. Pero con el avance del telescopio, las tablas astronómicas precisas y la creciente capacidad de predecir fenómenos celestes con exactitud matemática, la astronomía comenzó a desvincularse del simbolismo y la interpretación personal.
Isaac Newton, por ejemplo, cambió la narrativa al explicar el movimiento de los cuerpos celestes a través de leyes universales. Para muchos, esto eliminaba la necesidad de atribuir a los planetas influencias directas sobre la vida humana. Sin embargo, no todos compartían esta visión reduccionista. Algunos astrólogos de la época argumentaban que descubrir las leyes físicas del cosmos no invalidaba la existencia de una dimensión simbólica o espiritual, sino que la complementaba.
El resultado fue un divorcio cultural: la astronomía se consolidó como ciencia respetada, mientras que la astrología empezó a quedar relegada a los márgenes, asociada cada vez más con la adivinación y menos con el conocimiento legítimo.
Persecución, ridiculización y persistencia
En este nuevo contexto, ç no solo fue apartada de la academia, sino que también fue objeto de burla. Periódicos satíricos de la época publicaban caricaturas de astrólogos como charlatanes que estafaban a los ingenuos. En Inglaterra, el periódico The Grub Street Journal llegó a publicar falsas predicciones para ridiculizar a los practicantes.
Al mismo tiempo, las autoridades religiosas —tanto católicas como protestantes— comenzaron a mirarla con creciente desconfianza. Si bien la Iglesia había tolerado o incluso integrado ciertos aspectos astrológicos en el pasado, la Reforma y la Contrarreforma habían intensificado el rechazo a cualquier práctica que se percibiera como competencia para la teología. Así, la astrología quedó atrapada entre dos fuegos: la crítica racionalista y la condena religiosa.
Sin embargo, su popularidad no desapareció. Los almanaques astrológicos siguieron imprimiéndose masivamente en Europa y América colonial. Agricultores, navegantes y personas comunes continuaban consultando las fases de la luna y las posiciones planetarias para tomar decisiones. Incluso Benjamin Franklin, figura icónica de la Ilustración americana, publicó en su famoso Poor Richard’s Almanack referencias veladas a creencias astrológicas, camuflándolas como sabiduría popular.
El giro filosófico: ¿pueden convivir razón y simbolismo?
La tensión entre razón y misterio no era, ni es, necesariamente excluyente. De hecho, varios pensadores de la época reflexionaron sobre la posibilidad de que el método científico y el simbolismo astrológico pudieran ser dos lenguajes distintos para hablar de una misma realidad.
Marsilio Ficino, aunque perteneciente al Renacimiento y no a la Ilustración, fue redescubierto por algunos humanistas tardíos que veían en su enfoque una vía intermedia: la astrología como arte interpretativo que no compite con la ciencia, sino que ofrece un mapa de significados. En la Ilustración, ciertos médicos seguían elaborando diagnósticos considerando la hora de nacimiento o el momento de la consulta, no porque creyeran que los astros “causaran” las enfermedades, sino porque reconocían patrones y sincronicidades que la ciencia no podía medir.
Este punto abre una reflexión contemporánea: quizá el error histórico no fue que la ciencia reclamara un espacio de rigor, sino que se pretendiera eliminar todo aquello que no encajara en su marco. La experiencia humana es más amplia que los datos cuantificables, y la astrología, con su carga de símbolos y arquetipos, puede ofrecer perspectivas complementarias a las mediciones objetivas.
Ejemplos históricos de resistencia y adaptación
En Francia, a pesar de la influencia enciclopedista, astrólogos como Jean-Baptiste Morin de Villefranche defendieron la astrología judicial (predictiva) y trataron de reformularla con un enfoque más matemático y sistemático. En Inglaterra, William Lilly —ya en el siglo XVII— había dejado un legado de textos que siguieron circulando, influyendo en la práctica posterior. En el mundo islámico, algunas cortes otomanas continuaban empleando astrólogos oficiales, aunque la práctica ya estaba más asociada a la tradición cultural que a la política de Estado.
En América Latina, los misioneros jesuitas, aunque oficialmente rechazaban la astrología, registraban observaciones astronómicas que a menudo se entrelazaban con sistemas calendáricos indígenas de fuerte componente simbólico. Este sincretismo silencioso muestra cómo sobrevivía bajo nuevas formas, adaptándose a diferentes contextos culturales.
Reflexión personal: lo que nos dice esta tensión hoy
Como astróloga y herborista que vive en pleno siglo XXI, observo que la tensión entre razón y misterio sigue viva. El discurso científico contemporáneo, heredero de la Ilustración, a menudo desacredita la astrología sin explorarla en profundidad. Sin embargo, el resurgimiento de sus prácticas en las últimas décadas sugiere que las personas buscan algo más que datos: buscan significado.
Para mí, este es el verdadero legado de aquella encrucijada histórica. No se trata de elegir entre ciencia y astrología, sino de reconocer que cada una responde a preguntas diferentes. La ciencia puede decirnos cómo se mueven los planetas; la astrología puede ayudarnos a reflexionar sobre lo que esos movimientos simbolizan en nuestras vidas.
La Ilustración nos legó el valor de la razón crítica, y la astrología nos recuerda la importancia de los relatos simbólicos que dan sentido a nuestra experiencia. Tal vez el desafío actual no sea repetir la división de hace tres siglos, sino aprender a dialogar entre ambas miradas.
Bibliografía
- Curry, Patrick. A History of Astrology. London: Bloomsbury, 2005.
- Tester, S. J. A History of Western Astrology. Woodbridge: Boydell Press, 1987.
- Campion, Nicholas. Astrology and Cosmology in the World’s Religions. New York: NYU Press, 2012.
- Franklin, Benjamin. Poor Richard’s Almanack. Philadelphia, 1732–1758.
- Morin de Villefranche, Jean-Baptiste. Astrologia Gallica. Paris, 1661.
Compartir esta nota