En mis clases de Historia de las doctrinas económicas —impartidas décadas atrás tanto en el INTEC (República Dominicana) como en la Universidad Autónoma Chapingo (México)— solía proponer a los estudiantes la idea de que, a lo largo de los últimos dos siglos, la historia del pensamiento y de la política económica ha seguido un patrón pendular entre dos polos que se alternan: el liberalismo económico —centrado en la primacía del mercado y la apertura comercial— y el intervencionismo estatal —orientado a la regulación, el proteccionismo y la conducción estratégica del desarrollo.

Esta dinámica, caracterizada por períodos de apertura y liberalización seguidos de etapas de cierre, regulación y protección económica, ha marcado hitos en los últimos 150 años. Se trata de un ciclo histórico que suele prolongarse por alrededor de cinco décadas, impulsado por crisis que precipitan el fin de cada etapa, y que puede resumirse en la secuencia liberalismo clásico -> keynesianismo -> neoproteccionismo/intervencionismo.

Para sustentar esta hipótesis les mostraba que, a finales del siglo XIX y primeras décadas del XX, prevaleció el ideario liberal, desplazado tras la Gran Depresión por el paradigma keynesiano, que marcó el orden económico de posguerra hasta su crisis en la década de 1970. El giro neoliberal de los años ochenta reeditó, bajo nuevas condiciones, la lógica de apertura y desregulación, la cual, medio siglo después, enfrenta hoy un viraje hacia el neoproteccionismo, evidenciado en políticas industriales y comerciales que buscan reconfigurar las jerarquías del sistema económico internacional.

Lo que está pasando en la coyuntura actual, es que el péndulo vuelve a inclinarse. La era del liberalismo-neoliberalismo, con su fe en el libre comercio, se desvanece, y asoma con fuerza la etapa del neoproteccionismo.

2. Que viva el rey: de la estrategia al plan 

“¡El rey ha muerto, viva el rey!” (“¡Le roi est mort, vive le roi!”) es una fórmula nacida en la monarquía francesa, cuya primera referencia se remonta a 1422, cuando, tras la muerte del rey Carlos VI, fue proclamado su hijo Carlos VII. La evocación de esta expresión resulta pertinente para ilustrar el giro estratégico que caracteriza la actual política comercial e industrial, en el que el neoproteccionismo estadounidense desplaza la primacía del liberalismo-neoliberalismo global.

Más que un gesto simbólico, el giro constituye un golpe de timón: un viraje estratégico que subvierte el orden previo y redefine la posición de los actores. Se inscribe en un cambio estructural del guion económico internacional, en el que Estados Unidos pasa de encarnar al promotor de la apertura global a erigirse en guardián armado y celoso de sus fronteras económicas, redefiniendo así su función en el sistema mundial. Es, en definitiva, un giro sustantivo que reconfigura el equilibrio y reordena la arquitectura de poder en el sistema económico internacional.

En este contexto, parafraseando la fórmula monárquica, la consigna podría formularse como: “El libre comercio ha muerto, viva el neoproteccionismo”. No se trata de una sustitución abrupta, repentina, improvisada; es un relevo paulatino y calculado, que responde a una visión y lógica de reconfiguración profunda de la política económica. La apertura irrestricta cede terreno a un proteccionismo que, bajo la dirección de Washington, adquiere la condición de herramienta estratégica para la proyección de poder.

Este es, precisamente, el proceso que ha sido desplegado en los siete meses iniciales la administración de Donald Trump; y que, de acuerdo con su propia dinámica, aún se encuentra lejos de concluir. Es un cambio de timón en el que, el país del Norte no sólo ha dejado claro que está reescribiendo el guion, sino que, además, pretende quedarse con el lapicero. Y con el cuaderno también.

En este breve lapso transcurrido, los términos del intercambio están experimentando una transformación sustancial. En el nuevo escenario, aranceles, subsidios y requisitos de producción local han dejado de constituir excepciones para erigirse en elementos centrales —auténticos mecanismos de protección permanentes— dentro de un esquema que redefine las reglas del comercio internacional y reorienta la localización de inversiones y actividades productivas. En consecuencia, las cadenas de suministro se reorganizan bajo la premisa de acortar distancias de producción y reducir la dependencia de terceros, impulsando procesos de relocalización industrial, reshoring y nearshoring, junto con la diversificación de proveedores estratégicos. Todo ello orientado a reforzar la resiliencia productiva y asegurar el control de segmentos clave de la manufactura y el abastecimiento.

La consigna que emerge en la nueva economía global reproduce, con renovada vigencia, la lógica histórica: “América para los americanos”; o, en términos más directos —dicho sin rodeos—: primero lo nuestro. Y el resto del mundo… que se acomode como pueda.

De la estrategia al plan   

El plan multinivel de aranceles presentado por la administración Trump el pasado 2 de agosto para su aplicación inmediata, representa un paso adelante en su estrategia de protección respecto al gravamen universal impuesto en abril. Este plan afecta a alrededor de 70 socios comerciales de Estados Unidos y define con mayor precisión la fisonomía de la nueva política comercial del país norteamericano. En primer lugar, se mantiene el arancel universal del 10% previamente anunciado, aplicable a todas las importaciones que ingresen al mercado estadounidense desde cualquier parte del mundo.

En segundo lugar, se establecen aranceles diferenciados para 69 países con los que EE.UU. mantiene un déficit en su balanza comercial. De ellos, i) 40 países afrontarán de inmediato una tasa del 15%; ii) otros 22 países, encararán tasas arancelarias que oscilan entre 25 y 35%; y 7 países enfrentarán tasas oscilantes entre 40% y 50%, siendo Brasil el país con el gravamen más alto (50%) aplicado a todos los productos importados, exceptuando sólo las importaciones de aluminio, estaño, pulpa de madera, productos energéticos, fertilizantes y partes de aeronaves civiles, que sólo pagarán el arancel base de 10%. Estos nuevos aranceles entraron en vigor el 8 de agosto.

Conforme lo anunciado, con cada socio en particular se negoció un acuerdo marco de intercambio comercial. Casos clave son los alcanzados con Reino Unido, China, Vietnam, Indonesia, Japón y la Unión Europea. Algunos procesos especiales aún están en curso, como los de México y Canadá, países con los que, desde hace tres décadas, las relaciones comerciales se realizan bajo las reglas del T-MEC: el tratado comercial firmado entre México, Estados Unidos y Canadá en 2018, que sustituyó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) y que entró en vigor el 1ro de julio de 2020.

El nuevo marco de comercio —negociado o impuesto por Estados Unidos— aporta una claridad significativa sobre los objetivos perseguidos por la administración Trump, marcando un viraje nítido respecto a los modelos que predominaron en la política comercial durante casi cinco décadas. Puede afirmarse que constituye el preludio —por ahora— del ocaso del paradigma que inspiró e imperó en la gestión de la política y las relaciones comerciales a escala global. El tablero internacional asiste, así, al regreso calculado de un viejo actor: el proteccionismo, que vuelve a escena con un libreto renovado, pero con la misma ambición de redefinir las reglas del juego en política industrial y el comercio mundial.

Más que un conjunto de medidas técnicas, el plan arancelario de la administración Trump es la ejecución calculada de una visión estratégica: una apuesta política basada en un diagnóstico claro y de una promesa de campaña que hoy se traduce en una agenda, transformando esa visión en acción concreta y con efectos inmediatos.

Concluyendo 

En suma, más allá de la arquitectura técnica que exhibe el nuevo esquema arancelario estadounidense —la lista de países, su distribución por porcentajes—, su verdadera fuerza reside en la relectura que impone sobre las relaciones económicas bilaterales y en las señales que envía sobre el lugar que cada país ocupa en la jerarquía de competitividad global. Este plan no solo clasifica arancelariamente, sino que define cómo EE.UU. se vincula con cada socio y cómo valora su competitividad y fortaleza productiva.

Más que un ajuste de tasas, el plan implica una recalibración del estatus económico de cada país en la red comercial de EE.UU., con efectos directos sobre su poder de negociación estratégica y la confianza que inspira como socio. No se trata sólo de cuánto se paga de arancel, sino de lo que ese posicionamiento revela sobre la calidad del tejido productivo, su canasta exportadora y su posición en el tablero global.

Algunas decisiones —como la ubicación de cada país en el esquema arancelario multinivel, la determinación de qué productos se incluyen o se excluyen, el trato preferencial a determinados sectores, y otras—, lejos de ser neutras, contienen mensajes sobre el peso real de las economías y la calidad de sus estructuras productivas.

En este sentido, la posición que ocupa República Dominicana dentro del plan estadounidense no puede analizarse de forma aislada: es un indicio que exige contaste, comparación y evaluación crítica frente a economías similares. Es ahí donde surge, inevitablemente, la pregunta sobre qué revela y qué demanda este diagnóstico para la política industrial del país.

Juan Tomás Monegro

Académico y consultor.

Economista, graduado en México. Académico y consultor. Doctorado en Economía. Ex viceministro de Desarrollo de Industria, Comercio y Mipymes, y ex Viceministro de Planificación en el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo (MEPyD).

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