Se dice que el vocablo “angurrioso” es un adjetivo del español americano, de uso muy especial en países como República Dominicana y Colombia, que hace referencia a aquella persona que se caracteriza por la mezquindad, el egoísmo, la codicia y, sobre todo, la ambición desmedida por obtener riquezas.

Curioso, ¿no?

Como arbolito de navidad, viene cargado de características muy peculiares. El Angurrioso es mezquino y egoísta, es decir, “tó´pamí, nada pa´ti”. Y si hay algo pa´ti, serán migajas. Ambicioso y codicioso de acumular sobre todo riqueza. Ansioso y hambriento, por lo que padece de un hambre histórica y social insaciable.

Parecería que la angurria y el angurrioso andan sueltos y no escatiman ningún esfuerzo por despojar al país de los recursos que son imprescindibles para su desarrollo. Miles de millones saqueados de áreas tan fundamentales para todos los dominicanos como son la educación y la salud.

Y eso no es nuevo, ni acá ni acullá, pues todo parece que es una situación que viene impregnada en nuestro propio “ser humano”, solo que la tomamos “a-sigún”, es decir, dependiendo de quién o quiénes son los acusados de corrupción. Del emperador Julio César, se dice que su afán de hacerse con la ajeno era proverbial.

Irene Vallejo, en su artículo sobre el tema publicado en la página Milenio y que tituló “El ángulo oscuro” inicia diciendo: “Si no lo creo, no lo veo. Cuando los sospechosos son los nuestros, solemos ser más ciegos a sus corrupciones y transgresiones”. Evidente, lo que antes decíamos, hay sus corruptos y corruptas preferidas.

Y como para ponerle la tapa al pomo, sigue diciendo: “Nada nuevo bajo el sol ni entre las sombras: la combinación de fachada respetable y cloacas abusivas remontan al pasado más remoto. A lo largo de los siglos han visto la luz oscuros desmanes de gobernantes, hombres de negocios, poderosos magnates, intelectuales, individuos respetables y aparentemente alejados de cualquier mancha, con alta opinión de sí mismos. Con frecuencia, estos atropellos han sido absueltos por el imaginario colectivo: a sus señorías se les perdonan las fechorías”.

En nuestra anterior entrega del 15 de septiembre por este mismo medio, y a propósito del tema, decíamos:

“La normalización de la corrupción mediante la sospecha de que “todos roban” sin que ello movilice seriamente a todo el poder judicial y policial, nos coloca no solo ante el resquebrajamiento de la economía, los planes económicos y sociales gubernamentales, sino también a la pérdida de la fe en la democracia.”

“La corrupción como estilo de vida no solo sustrae dinero, roba lo más preciado que puede tener una sociedad, su presente y su futuro de desarrollo y bienestar colectivo. La esperanza de una vida digna centrada en el desarrollo pleno de las personas y de las instituciones llamadas a crear, desarrollar y asegurar que todo eso sea posible.”

En un artículo que publicáramos en el periódico Listín Diario el pasado 26 de septiembre, señalamos lo siguiente:

“Una cuestión importante del tema de la corrupción es cómo se gesta en la mente y en la mirada social y de ahí, cómo se normaliza y se tolera. Hay varios modelos que, desde la psicología, pueden ayudarnos a comprender este fenómeno social que corroe los cimientos de la vida democrática…”.

Para el propósito de esta entrega hacemos referencia al modelo de procesamiento predictivo, desarrollado por Daniel Yon, el cual plantea que el cerebro funciona como un editor de noticias, así, prefiere confirmar el titular que ya escribió antes que abrir espacio a lo inesperado. Si para la ciudadanía “todos los políticos son corruptos”, cualquier señal ambigua se interpreta en esa clave. No hay sorpresa alguna.”

Y por supuesto, si la angurria se convierte en característica de la cultura política, solo decir: “A Dios que nos agarre confesado”, pues de todo tendríamos que esperar, y parece que se cumple lo dicho por John Steinbeck: “El poder no corrompe. El miedo corrompe, tal vez el miedo a perder el poder”.

“Con algo tengo que quedarme después de tantos sacrificios”, me imagino dirían algunos por sus adentros. Estamos ante un escenario social en que la angurria y el angurrioso afloran por donde quiera. Solo hay que ver la prensa o las redes del día, para encontrarnos con nuevos abscesos de pus, que brotan por doquier.

Me viene a la mente aquel tango que parece renovarse todos los días, Cambalache, el cual escuché muchas veces a mi padre cantar y que en su segunda estrofa nos dice:

Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor
Ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador
Todo es igual, nada es mejor
¡Lo mismo un burro que un gran profesor!
No hay aplazaos ni escalafón
Los inmorales nos han iguala’o
Si uno vive en la impostura
Y otro roba en su ambición
Da lo mismo que sea cura
Colchonero, rey de bastos
Caradura o polizón

Ojalá que pronto los antónimos florezcan y podamos vivir en una sociedad en que la decencia y la solidaridad, el apego a principios éticos fundamentales, sea lo que norme la vida de todos, sobre todo de aquellos que tienen la sagrada misión de ser “servidores públicos”.

Julio Leonardo Valeirón Ureña

Psicólogo y educador

Psicólogo-educador y maestro de generaciones en psicología. Comprometido con el desarrollo de una educación de Calidad en el país y la Región.

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