De entrada, quiero destacar que no me gusta el término patois (patuá), prefiero la palabra créole (criollo), que tampoco es anodina. Está vinculada a la esclavitud a que fue sometido el pueblo haitiano, pero tiene menor carga de mala intención que el concepto patois.
Este término sirve principalmente a desacreditar las lenguas regionales privadas de estatus oficial. Lenguas que no siempre son regionales, pueden también ser la lengua principal de un pueblo o nación, como es el caso de Haití). Su uso, con toda la carga peyorativa que encierra, no es nuevo. Ya Diderot (1713-1784), enciclopedista del siglo de las luces, escribe en su famosa Enciclopedia: “Patois, lengua corrompida, tal como es hablada en casi todas las provincias. Cada una tiene su patois, solo se habla la lengua (francés) en la capital…”
George Orwell (1985), en su célebre novela Nineteen Eihghty-Four, donde dibuja un mundo futurista en el que las libertades son limitadas, la verdad manipulada y los ciudadanos vigilados muy de cerca por un régimen donde una de las principales representaciones es un personaje ficticio llamado Big Btrother, nos enseña lo siguiente: quien quiere controlar el pensamiento de la gente controla primero las palabras usadas para expresar ese pensamiento. Este razonamiento explica muy bien lo que se esconde detrás de la definición que da el connotado escritor y filósofo francés al concepto patois.
Desde su origen es, pues, un término cargado de mala fe, que ha jugado un papel capital en el descrédito y la marginación de lenguas regionales e incluso nacionales, cuando pertenecen a pueblos considerados inferiores.
El término créole, en cambio, sin ser ingenuo, anodino, repito, es menos ofensivo. Procede etimológicamente de dos lenguas, del portugués (crioulo) y del español (criollo). Ambos vienen de la misma palabra latina, criare, que significa criar, alimentar o, más precisamente, sirviente criado, alimentado, en una casa o dominio. En su origen, una persona llamada criollo designaba en primer término a alguien que era criado en un lugar, que era del país. Luego la palabra pasó a designar animales y cosas, vacas o pollos criollos, aguacates criollos…
El créole haitiano
El kreyòl o créole haitiano es una lengua única, genuina invención del pueblo haitiano, que se formó como una mezcla del francés con diversas influencias lingüísticas, portugués, arameo, español, taíno, así como de varias lenguas de África del Oeste. Nace como una forma de resistencia africana contra la esclavitud. Es, pues, una lengua de un fuerte contenido emancipador.
Se desarrolló durante el período de la esclavitud, cuando los africanos procedentes de las diferentes regiones del continente fueron deportados a Haití para trabajar en las plantaciones de caña y otros cultivos. Estos esclavos procedían de diversas étnicas y hablaban lenguas distintas: el fon (hablado en sur de Benín), el yoruba (África del oeste), el lingala (Congo y países de África Central y otras lenguas bantúes (subgrupo de lenguas nigero-congolesas).
La ausencia de una lengua común los empujó a crear una simplificada para comprender y comunicarse con los colonos europeos, principalmente franceses. De ahí la preponderancia de la influencia del francés en esta lengua, aunque en muchos aspectos lingüísticos, como las construcciones verbales, preposiciones y palabras que designan elementos de la vida cotidiana, tienen la marca de la influencia africana.
Para los haitianos esto no es un pasado a esconder, sino una herencia a exhibir y reivindicar.
Hablar esta lengua de fuerte influencia africana es para ellos mucho más que un medio de comunicación. Es además la manera de afirmarse en su identidad, su herencia y una historia de resiliencia frente a la adversidad.
Cabe destacar que, si bien el créole haitiano se formó fundamentalmente a partir del francés colonial y préstamos a lenguas originarias de África, no es de ninguna manera un simple francés, fon, yoruba o lingala deformado, sino un verdadero sistema lingüístico, con su propia gramática, sus reglas fonéticas, y sus estructuras sintácticas distintas.
Además de contar con un reconocimiento oficial desde 1987, poco tiempo después del desplome de la tiranía durvalierista (1986), y de instituciones que se ocupan de su uso y promoción, otra característica que le da al créole haitiano el rango de verdadera lengua es que cuenta con una codificación escrita, una tradición literaria no despreciable. Importantes obras literarias han sido escritas originalmente en esta lengua. Para solo citar algunas de las más notables, Dézafi, de Frankétienne; Tézin le poisson amoureux, de Rose-Guignard; recopilación de cuentos de Lou Boisrond; Les aventures de Yaya, de Angie Bell et Tico Armand; Anthologie bilingue de la poésie haitienne, de 1986 à nos jours; Dictionnaire créole haitien-français, de Joseph Prophète, entre otras.
También importantes obras escritas originalmente en francés han sido traducidas al créole haitiano, Une saison en enfer, de Arthur Bimbaud; L’espace d’un ciment, de Jacque Stephan Alexis; A la recherche tu temps perdu, de Marcel Proust, entre otras.
Otras lenguas que han influenciado al créole haitiano
Si bien las principales contribuciones vienen del francés y de lenguas africanas, el créole también se enriqueció con el taíno, lengua de los primeros habitantes de la isla. Como en el español, hay en esta lengua un considerable número de palabras tainas, sobre todo términos que designan elementos naturales, plantas y objetos de uso cotidiano.
También ha tomado mucho de otras lenguas europeas, como el inglés, el portugués y el español, sobre todo en las zonas próximas a la vecina República Dominicana. Las palabras y giros idiomáticos que el créole haitiano ha tomado del español dominicano superan en mucho la presencia de palabras del créole en el español dominicano. Y esto nunca ha sido motivo de preocupación para los haitianos. Es asumido como parte del enriquecimiento de su lengua.
Lenguas que han influenciado al español
Con extrañeza, leí recientemente un artículo en este diario donde su autor, sin sonrojo, plantea que “el idioma castellano es demasiado armonioso para que cometamos la profanación, digámoslo así, de sustituir palabras propias por otras, nada más y nada menos que procedentes de un patuá extranjero” (el subrayado es mío). Y es aquí mi problema con este planteamiento.
Son innumerables las palabras inglesas usadas a diario por los dominicanos, pudiendo evitarse, porque tienen su equivalente en español: closet, lobby, email, marketing, software, entre otras.
Considero legítimo rebelarse contra ese abuso de anglicismos, pero nunca basado en el bochornoso argumento de que el idioma castellano es demasiado armonioso para que cometamos la profanación de sustituir palabras propias por otras, nada más y nada menos que procedentes del inglés.
Aunque en menor cuantía, lo mismo podría decirse de palabras tomadas del francés, coqueta o coqueta, coquet o coquette, en francés, que podemos perfectamente sustituir por elegante o gracioso; cul-de-sac por calle sin salida; chofer por conductor; bufete, buffet en francés, que podemos sustituir por despacho, entre muchas otras.
Mucho más aberrante me resulta sublevarse contra la incorporación de palabras del créole haitiano o patuá, como prefiere llamar el referido autor, al español dominicano, con el argumento de que esta es una lengua pobre, indigna de aportar algo al español.
Las lenguas se desarrollan tomando préstamos. El español cuenta con alrededor de 4,000 palabras provenientes del árabe, que se explica por el dominio musulmán en la Península Ibérica durante varios siglos, concretamente desde 711 hasta la toma de Granada por los Reyes Católicos en 1492.
Y también porque los “moros” continuaron en la Península después de su expulsión, a través de los moriscos y, en menor medida, los mudéjares, que fueron forzados a convertirse al cristianismo. Esta influencia del árabe sobre el castellano permanece hasta nuestros días con la inmigración de árabes tanto en la Península como en los demás países de habla hispana, incluyendo República Dominicana, donde los inmigrantes libaneses, sirios y palestinos han dejado varias palabras, sobre todo vinculadas a la culinaria. A ello se les deben palabras como quipe, que viene del platillo libanés kibbeh; tipili (ensalada de trigo con menta y perejil, bien condimentada), que viene de la palabra tabbula o tabwlah, entre otras.
También recibió muchos aportes de las lenguas de los pueblos originarios de América, quechua (Perú, Ecuador y Bolivia); Guaraní, Paraguay, Brasil y Argentina; Náhuatl (antiguos aztecas); Maya (sur de México); Aimara (países andinos); taíno (grandes Antillas), entre otras.
Todos esos aportes, incluyendo el reducido número de palabras que el español dominicano ha tomado del créole haitiano, son bienvenidos y deberían asumirse como parte del enriquecimiento de la lengua.
Demonizar la presencia del limitado número de palabras del créole haitiano en el español dominicano, considerarlo una amenaza a la “pureza del idioma” que plantea tensiones es un camino temerario y muy peligroso.
Tengo el presentimiento de que detrás de esta deseada limpieza del idioma se pretende allanar el camino para otro deseo que podría tener consecuencias traumáticas para los dos pueblos que comparten la isla: la limpieza étnica. ¡Que Dios nos libre!
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