Ciudad de México enfrenta lluvias intensas que colapsan avenidas, anegan viviendas y ponen a prueba —una vez más— los límites de una infraestructura urbana rebasada. Expertos advierten que este fenómeno no es un simple capricho del clima: el hundimiento histórico del Valle de México, un sistema de drenaje obsoleto y la expansión urbana sin planeación, agravan una crisis que ya no puede explicarse como una “anomalía estacional”.
Una tormenta anunciada. Ciudad de México atraviesa una de las temporadas de lluvias más intensas en décadas que ha dejado registros históricos y que a su vez ha puesto en evidencia las limitaciones de la infraestructura hídrica de la capital.
El pasado 11 de agosto, la jefa de Gobierno de Ciudad de México, Clara Brugada, detalló que en el Zócalo capitalino se registraron 84,5 milímetros de lluvia, un nivel que no se observaba desde 1952, cuando la cifra más alta había sido de 67 mm.
“Cada día rompemos récord, siempre pensamos 'esta lluvia es la más fuerte' y al otro día sale otra peor”, advirtió ese día la mandataria en una rueda de prensa.
Otras zonas de la capital también se vieron seriamente afectadas. En la alcaldía Venustiano Carranza, especialmente en los alrededores del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) se alcanzaron los 57 mm de lluvia, de los cuales 50 milímetros se concentraron en apenas 20 minutos, provocando afectaciones operativas y cancelaciones de al menos 100 vuelos.
En los medios locales, imágenes de vehículos sumergidos bajo el agua, barrios colapsados, algunas estaciones del metro inundadas y derrumbes de viviendas han ocupado los titulares.
No era la primera vez que los capitalinos veían esa noticia. El 2 de junio, por ejemplo, se acumularon 70 mm de agua en buena parte de la ciudad, según datos de la Secretaría de Gestión Integral del Agua (Segiagua).
En solo cinco horas cayeron 10,2 millones de metros cúbicos de agua: una cantidad suficiente para llenar y rebasar la capacidad total de la Presa Madín, en el Estado de México, que almacena hasta siete millones.
Aunque las autoridades locales han apuntado a "causas naturales" como el origen de las recientes lluvias intensas en la Ciudad de México, expertos en el tema consultados por France 24 plantean una lectura distinta.
“Esto es lo que llamamos el enfoque naturalista en que las autoridades siempre se quitan la responsabilidad de lo que tienen que hacer. En México tenemos una cosa que se llama Secretaría de Gestión Integral de Riesgo y Protección Civil. Yo hago la broma de que ni es secretaría, ni es gestión, ni es integral y no saben lo que es el riesgo. Lo llevo a ese extremo porque la rendición de cuentas que pueden brindar es muy pobre”, explica Víctor Magaña, investigador del Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Un sistema antiguo para una nueva megaciudad
El experto señala que el problema es histórico pero no ha sido atendido por ninguna Administración.
“Siempre ha sido el eterno dilema desde que existían los aztecas: cómo sacar el agua porque decidieron fundar a esta ciudad en un lago”, explica Magaña.
La expansión urbana de la Ciudad de México está marcada por una geografía particular: una cuenca cerrada que originalmente albergaba cinco grandes lagos —Texcoco, Xaltocan, Zumpango, Xochimilco y Chalco— y que, durante la temporada de lluvias, se transformaba en un vasto cuerpo de agua de más de 2.000 km².
Desde la época colonial, se han implementado obras de ingeniería para drenar estas aguas, como el tajo de Nochistongo en el siglo XVIII y el Gran Canal del Desagüe en el siglo XX.
Hoy, 700 años después, la Zona Metropolitana del Valle de México, con más de 22 millones de habitantes, representa el 95% de la superficie que ocupaban aquellos lagos.
Este crecimiento, especialmente acelerado en la segunda mitad del siglo XX, ha extendido la mancha urbana sobre antiguos terrenos lacustres, elevando la presión al sistema de drenaje.
“Cuando uno piensa qué ha llevado a esta problemática, pues básicamente es una sobrepoblación concentrada, sin servicios, mal planeada, mal diseñada, etcétera. Lo mismo sucede en muchas de las otras ciudades”, apunta Magaña.
A inicios de agosto, la Comisión Nacional del Agua, Conagua, informó que retiraron más de 35.000 toneladas de residuos sólidos de la infraestructura de desagüe en el Valle de México.
El operativo de limpieza intentó asegurar el flujo de agua durante la temporada de lluvias y reducir el riesgo de desbordamientos e inundaciones.
“Eso quiere decir que el drenaje no lo habían limpiado. Bueno, esa es una forma indirecta de que reconozcan que el mantenimiento del drenaje no había sido preventivo”, reclama Magaña.
Por su parte, el especialista en ingeniería hídrica, Jorge Fernández Olavarría, coincide en que el crecimiento descontrolado y la obsolescencia del drenaje provoca que en cada temporada de lluvias la infraestructura de la ciudad es desafiada.
“Tenemos muchas inundaciones porque el colector principal, a la hora que recibe esa cantidad de lluvia que no la tenían proyectada para estos años que estamos viviendo, se pone cada vez peor. Ves las alcantarillas rebosando de agua, y el Gobierno no hace gran cosa para la captación de agua de lluvia”, afirma el experto y agrega:
“Hay muchos socavones, aberturas de la nada en la tierra. Es consecuencia de que ha llovido tanto que el agua busca salida y empieza a formar cavidades y socavones que llegan a tronar las avenidas. Y también de la sobreexplotación que tenemos porque sacamos más agua de la que nosotros metemos”
Una ciudad que se hunde hasta 40 centímetros por año
El subsuelo del Valle de México está compuesto por arcillas blandas con alto contenido de agua, lo que lo convierte en un terreno altamente compresible y propenso a deformaciones.
Esta característica geológica, sumada a la sobreexplotación de los acuíferos para abastecer a la capital, ha generado hundimientos acelerados y desiguales que afectan de manera crítica la infraestructura urbana.
Una de las consecuencias más visibles es la pérdida de capacidad en los cauces superficiales y subterráneos encargados de drenar las aguas pluviales, lo que incrementa el riesgo de inundaciones que hoy interrumpen la vida cotidiana de miles de habitantes.
“Todos saben que el problema principal es el hundimiento, no es la basura”, explica Dean Chahim, profesor e investigador del Departamento de Estudios Ambientales de la Universidad de Nueva York.
“Los colectores que atraviesan la ciudad están construidos con una pendiente para que vaya hacia abajo. Pero el hundimiento diferencial está causado por la sobreexplotación del agua del acuífero (…) Debajo de la tierra, van los tubos del drenaje y estos están atravesando diferentes velocidades de hundimientos. De repente el agua tiene que subir para llegar a la parte donde hay bajada. Pierden su capacidad de desalojo”, afirma el ingeniero civil.
Chahim cuenta que en 2008 las autoridades pusieron plantas de bombeo para levantar el agua en algunas zonas, pero aún así, debido a los hundimientos, actualmente el agua no llega a esas plantas. “No hay una solución técnica que hoy en día pueda parar el hundimiento”, señala.
El experto apunta que el crecimiento urbano en la capital mexicana se ha llevado a cabo sin controles.
“Lo que han hecho es tapar todo con concreto para hacer autopistas, centros comerciales, lo que sea, menos, espacios para el agua. Lo que más se requiere es una planeación urbana que tome en cuenta hacer espacios para el agua”.
Fernández Olavarría, quien cuenta con más de tres décadas trabajando en el sector hídrico, confirma que la causa de ese hundimiento es la sobreexplotación de los acuíferos.
“Empecé con mi abuelo y para que te des una idea, los primeros pozos de extracción de agua los hacíamos a 100, 125 o 150 metros. Ahora los de extracción (de agua) ya se están yendo a 400 o 450 m de profundidad porque el agua está más profundo”, cuenta.
“El problema sigue siendo el mismo. Como hay hundimientos, los sistemas de drenaje no conservan su pendiente. O sea, estamos en un círculo vicioso que no podemos resolver”, lamenta la doctora Delia Montero, coordinadora de la Red de Investigación en Agua de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Con un hundimiento anual que oscila entre los 10 y 30 centímetros, la Ciudad de México se encamina a una crisis urbana sin precedentes. En menos de diez años, algunas zonas podrían volverse “inhabitables” y requerir “desplazamientos forzados” de su población ante el riesgo de inundaciones y escasez de agua, advirtieron geólogos de la UNAM recientemente.
Un símbolo de este fenómeno es el emblemático Ángel de la Independencia. “Cada determinados años le tienen que añadir un escalón” debido al hundimiento del terreno, explica Sergio Rodríguez, geólogo de la UNAM.
“Con un promedio de hundimiento de 15 a 30 centímetros por año, si lo multiplicás por 10 años, ya son tres metros, y si lo multiplicás por 100, pues es increíble”, añade.
En zonas críticas como Iztapalapa, una de las más densamente pobladas y con mayor número de pozos, las consecuencias ya se sienten: escasez constante de agua, mayores riesgos de inundación y con hundimientos de hasta 40 centímetros por año, según los expertos.
“Tiene que pasar que la ciudad se quede sin agua o que se hunda el metro, o que de veras pase una catástrofe mayor (…) los políticos ven su agenda, su grupo, su interés. Y tenemos una población muy pasiva”, señala Delia Montero.
Por su lado, Chahim agrega que “están priorizando la plusvalía urbana en vez de la protección de la ciudadanía en contra de la inundaciones”.
Las consecuencias no visibles en la población
Más allá de los daños materiales, las lluvias intensas en Ciudad de México provocan efectos duraderos sobre las personas y sus comunidades. Así lo advierte el psicólogo social Carlos Contreras, de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), quien señala que “una parte importante de los efectos del desastre se manifiesta en los cuerpos, las mentes y el tejido social”.
Contreras explica que incluso cuando no hay una pérdida directa, la percepción constante de daño en el entorno puede afectar el sistema inmune y generar estrés crónico en la población.
“Las adversidades a veces se viven simplemente con observar el daño a nuestro alrededor”, apunta. Pero para muchas personas, las consecuencias son concretas: perder un taxi, un pequeño comercio, o ver cancelados los ingresos diarios por la falta de clientela.
“En este país no es común tener seguros privados ni apoyo para reconstruir los planes de vida”, lamenta. Las afectaciones individuales —dice— se “socializan” sin que existan mecanismos institucionales para atenderlas, mientras los recursos se concentran en planes más visibles que, en sus palabras, “dan más votos”.
En ese contexto, la recuperación recae en redes informales: “Cada quien trata de salvar lo que puede, con ayuda de familiares, amigos, vecinos o incluso desconocidos que pasan y echan una mano”. Esa solidaridad espontánea contrasta con la falta de un sistema estructurado de apoyo para quienes más lo necesitan.
Para el psicólogo, el subsuelo de Ciudad de México no solo sostiene físicamente a la metrópoli, también representa una metáfora de lo que mantiene viva a la ciudad humana.
“Así como describí hace rato la relación de la ciudad con su subterráneo, de alguna manera es una buena metáfora de lo que pasa con la ciudad humana y sus autoridades”, reflexiona.
“Hay dos realidades: una discursiva, la de la clase política; y otra, la que sucede a ras de tierra”, sentencia.
El experto agrega que durante las emergencias, “contamos más con la gente que con las instituciones. Contamos más con los vecinos que con los recursos institucionales y no las comunidades no están siendo suficientemente conectadas, capacitadas, empoderadas para responder”.
“Lo que vivimos es la nueva normalidad”
El Gobierno de la Ciudad de México presentó a finales de junio una nueva estrategia para enfrentar los retos hídricos de la capital: el Programa de 100 Puntos de Acupuntura Hídrica. Esta iniciativa busca infiltrar millones de litros de agua de lluvia al subsuelo, mitigar inundaciones y contribuir a la recarga del acuífero del Valle de México.
Durante el anuncio, realizado en Iztapalapa, la jefa de Gobierno, Clara Brugada, reconoció la necesidad de cambiar el paradigma de gestión del agua en la capital.
“Históricamente nos hemos peleado con el agua. Primero desecamos lagos, luego la lluvia la tratamos como amenaza. Y al mismo tiempo, sobreexplotamos el acuífero”, reconoció.
La propuesta se inspira en el concepto de la acupuntura tradicional china, trasladado al territorio urbano: “Así como se colocan agujas en puntos críticos del cuerpo, intervenimos puntos estratégicos de la ciudad donde hay desequilibrio hídrico. Es una manera de hidratar el subsuelo en zonas donde históricamente solo se ha extraído agua”, comentó.
El programa contempla obras de infiltración profunda, sistemas de captación pluvial en espacios públicos y privados, así como la recuperación de cuerpos de agua actualmente obstruidos o degradados. La meta es duplicar anualmente el volumen de agua infiltrada.
“Ya no podemos decir que son lluvias atípicas. Lo que vivimos es la nueva normalidad”, lamentó Brugada.
En su etapa inicial, el programa prevé inyectar 26 millones de litros al subsuelo y llevar a cabo acciones de saneamiento en vasos reguladores de zonas prioritarias. Esta visión se enmarca dentro de un modelo de “ciudad esponja” que promueve infraestructuras verdes como techos vivos, camellones permeables y parques diseñados para captar escurrimientos pluviales.
Para Víctor Magaña, investigador del Instituto de Geografía de la UNAM, la nueva estrategia hídrica presentada por el gobierno capitalino aún debe demostrar su eficacia más allá de los anuncios públicos. Aunque reconoce que el plan suena ambicioso, considera que la clave estará en su implementación y evaluación.
“No basta con que lo anuncien y que digan cuántos millones se van a invertir. El siguiente paso es lo que llamamos rendición de cuentas. ¿Qué es la rendición de cuentas? Mostrar que aún cuando se presentan tormentas similares, el impacto es diferente”, afirma Magaña.
Por ahora, dice, “el destino nos alcanzó en materia de inundaciones”.
Con EFE y medios locales
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