Cientos de migrantes sin techo, muchos de ellos latinoamericanos y africanos, que se ven obligados a dormir en Barajas, el aeropuerto que sirve a Madrid, han logrado resistir una intensa semana de controles impuestos por la operadora estatal AENA. La situación ha servido de artillería a los gobiernos antagónicos de Madrid y de España, que se culpan mutuamente, mientras el drama humano en la terminal se agudiza.

 

Unos 22 vigilantes de grueso antebrazo y porra ceñida se plantaron el 21 de mayo frente a los torniquetes del metro y en los pocos accesos peatonales que permanecían abiertos durante la noche en el aeropuerto de Barajas.

“Tarjeta de embarque. Boarding Pass”, solicitaban mecánicamente a cada persona que accedía a la terminal, entre las 18.00 y las 05.00 del siguiente día, con el objetivo de impedir la entrada a cualquiera que pretendiera dormir en la terminal. 

El despliegue no fue suficiente para evitar que decenas de migrantes pasaran la noche en el interior del aeropuerto. Si bien algunos se daban media vuelta al ver a los controles, otros encontraron múltiples formas de burlarlos.

Un grupo, por ejemplo, usó una rampa secundaria del metro y otros más descubrieron el sistema antipánico de algunas puertas superiores, por donde entraron y salieron en reiteradas ocasiones, según constató France 24. Otros simplemente armaron su cama mucho antes de que se plantaran los guardias. 

El sindicato UGT asegura que a 150 personas se les negó el acceso a la terminal, mientras que 170 durmieron en el interior. Mientras, el gremio de trabajadores del aeropuerto (ASAE), que aboga por el desalojo, ha tildado de “fracaso” la medida:

“Son muy pocas las personas que no han podido acceder al recinto aeroportuario y se han quedado en los bancos o en el estacionamiento hasta que se han quitado los controles”.

¿Y hoy dónde voy a dormir?

Mahmadou, un senegalés de 51 años, quiso entrar por la puerta principal cuando eran más de las 22.00. Avanzó un par de metros antes de que un grupo de ocho agentes lo rodeara. El hombre simplemente se negó a marcharse. Pacífico y obstinado, se sentó en un bordillo a esperar que llegará la Policía, según la amenaza de la seguridad privada. 

La escena, en plena entrada principal, fue seguida atentamente por decenas de pernoctantes que asomaban la cabeza por las plantas superiores. “Esto no es normal, esto es tortura, tenemos derechos y somos humanos”, gritó desde arriba un joven que raspaba una lata de atún. Poco tardaron en llegar los dos agentes de la Policía nacional.

—Aquí hay un operativo y son las reglas de AENA. Mañana, si desea, puede llegar antes de las 18.00 y quedarse adentro— insinuó el uniformado.

—¿Y hoy dónde voy a dormir? ¿En la calle? —preguntó el senegalés, que gesticulaba enérgicamente con las manos, frente al agente— de aquí me sacan, pero al calabozo —zanjó, mientras juntaba sus muñecas como simulando un arresto.

Duelo de administraciones

La transformación del aeropuerto de Barajas en un albergue para personas sin hogar ha ido avanzando por años. Una noticia de 2010 publicada por el diario El Mundo cita datos del Ayuntamiento sobre una treintena de “mendigos” que, según los trabajadores del aeropuerto, constituían un foco de inseguridad.

Desde entonces, el tema había pasado más bien desapercibido hasta febrero de este año, cuando cobró más fuerza que nunca, a causa de un informe que alertaba de un aumento exponencial de esta población. 

Las cámaras acudieron a transmitir en directo el drama de los sintecho.

Entonces, los partidos tradicionales —el socialista PSOE y el derechista PP— aprovecharon el momento para culparse entre sí, antes de hallar respuestas conjuntas. En un intento de mediación, el defensor del Pueblo ha exhortado a AENA, —cuyo propietario mayoritario es el Ministerio de Transporte— y al Ayuntamiento de Madrid a sentarse a la mesa. 

Finalmente, ambas instituciones se reconciliaron en la tarde del 22 de mayo.

José Luis Martínez-Almeida (PP), alcalde de Madrid, informó que, “a pesar de las discrepancias”, acordaron realizar un censo de las personas sin hogar en Barajas e intensificar “la periodicidad de las reuniones que mantiene la comisión técnica”.

Más allá del conteo oficial, que será realizado por una ONG, este primer acercamiento no ha dejado entrever ninguna solución habitacional para quienes se refugian en la terminal aérea.

De momento, las únicas medidas que ha ejecutado AENA han sido impedir la entrada a asociaciones benéficas que traían comida a las personas sin hogar, cerrar los baños y cortar el agua a partir de la media noche y mover a los sintecho de la segunda planta a la primera, lejos del paso de los viajeros, en un intento por barrer debajo de la alfombra.

“Me gustaría encontrar trabajo, tener una habitación"

“Te hacen sentir como una porquería. No les importa ni que las personas tengan hambre”, sintetiza Héctor Porras, exmilitar venezolano de 40 años que duerme desde octubre de 2024 en la Terminal 4 del aeropuerto. 

“Te hacen sentir como una porquería. No les importa ni que las personas tengan hambre”.

Este miércoles, Porras se topó con el control de seguridad cuando regresaba de la ONG que le brinda alimentación y asesoría migratoria. Le impidieron el paso, ante la mirada curiosa de viajeros y periodistas.

“Siento que me humillaron públicamente ante las cámaras de televisión, ante los viajeros y ante a un grupo de empleados del aeropuerto que se iban riendo mientras me miraban”. Al final se coló por una escalera de emergencia.

Porras llegó a España en búsqueda de un mejor futuro, pero ha tenido que esperar más de seis meses para empezar la búsqueda de trabajo como solicitante de asilo. “No te voy a negar que he tenido días de encerrarme a llorar en un baño”, afirma este padre de familia, que hace más de un mes no puede llamar a casa.

“Tengo un hijo que va a cumplir 10 años y él espera que su papá le envíe [dinero] para su carrito, para su [regalo de] Niño Jesús y para su colegio, ese peso familiar sobre mis hombros me tiene desesperado”.

De momento, quiere ver las cosas con positivismo porque esta semana ha empezado a repartir su hoja de vida en algunas empresas. “Me gustaría encontrar trabajo, tener una habitación y, con el tiempo, avanzar a un apartamento para poder traer a la persona que quiero y darle a mi hijo lo que necesita. Pero primero tengo que salir de aquí”, apunta mientras se afana un cigarrillo en la entrada del aeropuerto.  

La asistencia a la población sin hogar en Madrid es competencia del Ayuntamiento de la capital (gobierno municipal) y, en menor medida, de la Comunidad de Madrid (gobierno regional).

Aun así, el consistorio liderado por Almeida ha justificado que la saturación de los servicios sociales le impide hacer frente a la situación en la terminal aérea y, en un intento por involucrar al Gobierno nacional, ha alegado la presencia de solicitantes de asilo que sí le competen al Ejecutivo del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

Así, el Aeropuerto de Madrid escenifica un capítulo más de la batalla política entre los partidos mayoritarios del país.

Desde que en el Palacio de la Moncloa ondean las banderas socialistas del socialista PSOE, en las Comunidades Autónomas y ayuntamientos donde se iza la del conservador Partido Popular (PP) han intentado boicotear las políticas del Gobierno nacional. Entonces, han surgido bastiones, como Andalucía o Madrid, donde algunas de las directrices del Ejecutivo central se hacen papel mojado. Ha ocurrido, por ejemplo, con la ley estatal de vivienda o con el reparto de menores migrantes.

Sin ir más lejos, la aún fresca tragedia de la DANA —que apagó más de 220 vidas en Valencia— puso de manifiesto la falta de cooperación de los gobiernos regionales y la administración nacional, incluso en la peor inundación de la historia de España.

Unos "inquilinos" incómodos

Separados por un par de metros, decenas de hombres y mujeres duermen en el suelo de la Terminal 4 sepultados entre cobijas y chaquetas.

De alguna manta raída emergen un par de pies descalzos y resecos. Los olores que emanan los cuerpos se mezclan con los que salen de los portacomidas.  A las 04.30, el sonido de los radioteléfonos y la luz de las linternas de los guardias despiertan a los sintecho. Es hora de recoger los cartones para que el equipo de limpieza pueda hacer su trabajo. 

Con el tiempo, los inquilinos del Barajas han conformado grupos que les permiten turnarse para ir a buscar comida, para cargar los teléfonos o para cuidar las pertenencias.

A estas personas, la prensa amarillista británica los ha definido esta semana como "zombis". El diario 'The Sun' ha comparado la terminal aérea con los barrios carcomidos por el fentanilo en EE. UU. en una descripción distorsionada de lo que en realidad se vive en Madrid.

Estas publicaciones han desencadenado un hastío generalizado por la prensa entre los ocupantes de Barajas, que quieren sacudirse el estigma.

Las cámaras de televisión apenas pueden acercarse al lugar unos segundos y a una distancia prudente, antes de que algún gritó los rechace. De ahí que la mayoría de quienes han participado de este reportaje no hayan querido revelar su apellido ni se hayan dejado retratar.

"¿Si te encontramos un albergue, aceptarías irte?"

Ya es cerca de la medianoche y las guardias no saben qué hacer con Mahmadou. El hombre dice que no se va y está claro que no pueden sacarlo por la fuerza. “¿Si te encontramos un albergue, aceptarías irte?”, le pregunta la policía. “Por supuesto que sí”, contesta él.

Mahmadou salió de su natal Dakar con 30 años rumbo al Viejo Continente. Cruzó en patera el Atlántico hasta llegar a Tenerife. La experiencia más aterradora de su vida, según comenta con France 24. 

Actualmente, está nacionalizado y trabaja en el sector de la construcción. Lleva pocos días durmiendo en el aeropuerto, desde que terminó la relación con su ahora exesposa. Aunque tiene empleo, no ha logrado encontrar una habitación, afirma, por su color de piel. “Cuando me abren la puerta para visitar el piso, me dicen que ya está arrendado”.

Tras un concierto de llamadas entre la Policía, AENA y los servicios sociales municipales, un uniformado regresa con Mahmadou. “Que no hay sitio”, anuncia, mientras se encoge de hombros. Y a modo de despedida:

“Hasta aquí hemos llegado nosotros. Y a ver si sacas esto también en las noticias, para que se sepa de quién es la culpa de que no haya plazas en los albergues”, dijo, apuntando al periodista.

Para entonces, los vigilantes del aeropuerto habían desaparecido y la terminal se abría frente a Mahmadou sin restricción. El senegalés avanzó con sus pertenencias en un carrito de los que usan los turistas para transportar las maletas.

“Las personas que vienen a dormir aquí no es porque les guste, es porque no tienen más opción. Si hubiese albergues, nadie vendría al aeropuerto”, comenta.

Desde arriba, algunos aplauden para celebrar la ingreso de Mahmadou que, en cierto sentido, es también una victoria para ellos. Él les corresponde con una sonrisa a la que le faltan cuatro dientes.

“Ese negro es valiente, deben estar pensando”.

France24

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