En una reunión con los presidentes y líderes de 16 países de la región del Caribe, el presidente de Brasil, Luis Ignacio Lula Da Silva, cuestionó la indiferencia y el abandono de Haití, como nación de la región que desde hace años se encuentra en una terrible crisis social, política, económica y humanitaria.

Ante representantes de Haití, República Dominicana, Barbados, Santa Lucía, San Cristóbal y Nieves, Antigua y Barbuda, Cuba, Bahamas, Belice, Granada, Jamaica, San Vicente y las Granadinas, Suriname y Trinidad Tobago, Lula expresó con bastante ánimo de justicia lo siguiente: "Haití no puede ser castigado eternamente por haber sido el primer país que se independizó en las Américas". Y tiene toda la razón.

Los organismos internacionales, incluyendo las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad, la Organización de Estados Americanos, el Caricom, y los llamados países del Core Group, Francia, Estados Unidos y Canadá, han abandonado las gestiones por Haití, aparentemente porque se cansaron de buscar resultados sin consiguieron siquiera algo de lo deseado.

Tratar con los haitianos es, luce ser así, una tarea complicada. Hay poca capacidad de ponerse de acuerdo. Los propios haitianos tienen poca tolerancia y poca capacidad de diálogo. Ni los políticos ni los empresarios haitianos han logrado algún pacto, más que la constitución de un Consejo Asesor Presidencial de poca significación, conseguido gracias a la intervención del Caricom.

Pese a la ayuda internacional, encabezada por Kenia, con una misión militar para enfrentar las bandas criminales que aterrorizan el país, los haitianos no han logrado ningún éxito. Las bandas han seguido afectando la percepción mundial sobre su influencia, y han doblegado la voluntad del mundo para acudir en su auxilio. Es lo que las bandas desean, para terminar apropiándose de ese país.

Por poner el caso del vecino, República Dominicana, ha sido poco o ninguno el esfuerzo de los haitianos para responder con inteligencia a los esfuerzos de un presidente de un país democrático, Luis Abinader, para reclamar atención ante los evidentes peligros de violencia en la región con las bandas que controlan Haití.

Han priorizado pequeños conflictos, como el control de las aguas del Río Dajabón o Masacre, o la política desesperada de deportación puesta en marcha por el gobierno dominicano, y no han buscado un diálogo, un entendimiento, una ayuda más efectiva para el restablecimiento político en Haití, al que podría contribuir la República Dominicana.

La desesperación de los haitianos no es pequeña. Con razón, pese a la dura política de deportaciones del gobierno dominicano, pese a los abusos, la represión, la negación de servicios hospitalarios, aplicadas por el gobierno dominicano, cada día hay más apresamientos y detección de nacionales haitianos entrando por vía irregular al territorio dominicano.

Haití, a través del débil Consejo Asesor Presidencial, debe posponer sus quejas, y estratégicamente buscar una alianza con las autoridades dominicanas, para consolidar su lucha contra las bandas que son más peligrosas y hacen más daños que las políticas de deportación del gobierno dominicano.

Los haitianos tienen quejas contra los dominicanos. Siempre ha sido así. Los dominicanos tenemos quejas contra los haitianos. Siempre ha sido así. En Haití hay personas que odian a la República Dominicana. En nuestro país hay personas que odian a Haití. Por sobre esos casos, de odio y resentimiento, las autoridades de Haití y República Dominicana debían actuar de forma conjunta contra los riesgos que los afectan directamente a ellos y que nos acechan a nosotros, como consecuencia de la cercanía, la proximidad, y de compartir una misma isla para las dos naciones.

Lula, que es un líder de dimensión internacional, tiene razón. "Haití no puede ser castigado eternamente por haber sido el primer país que se independizó en las Américas". Pero el látigo más fuerte en este momento, y desde hace décadas, lo tienen los propios haitianos contra su pueblo. Corresponde a los haitianos atender las demandas de algún pliego de prioridades de los propios haitianos, para salvar a su nación. Ningún país se salva por la ayuda exterior. Atenúa sus desgracias, pero el esfuerzo para levantarse y seguir andando es y debe ser de su propio pueblo. .Y eso es lo que se demanda en este momento.

Son los haitianos los que tienen la palabra. El cuadro internacional es adverso. Estados Unidos sigue aplicando políticas durísimas de deportación de haitianos. No hay vuelos entre Estados Unidos y Haití. República Dominicana sigue deportando haitianos. El presidente Dominicano atiende más en reclamo sobre Haití que cualquier otro asunto para beneficio de la República Dominicana. Lo acaba de hacer con el presidente francés, Enmanuel Macrón, y lo hizo frente a Luis Ignacio Lula Da Silva. Lo que falta es la respuesta de los haitianos, no con palabras, sino con hechos.