En el presente escrito planteo que en nuestro país existen actitudes fóbicas frente a los árboles. A esto lo denominamos arborofobia, palabra híbrida derivada del latin “arbor”, y de la voz griega “phóbos”, que significa fobia o miedo. El significado de arborofobia es, pues, fobia o miedo que experimentan determinadas personas a los árboles.

En el inicio, relacionamos la importancia del oxígeno con la biodiversidad y el papel que juega el reino vegetal de cara a la existencia de ese elemento en la atmósfera terrestre. En segundo lugar, se pondera la forma en que durante las últimas décadas los seres humanos asisten a revalorizar la importancia de las plantas como factor determinante en el desenvolvimiento de la vida en el Planeta.

Luego, y a pesar de lo previamente planteado, se argumenta en torno a la existencia de actitudes fóbicas a los árboles en la República Dominicana, reseñando algunos hechos acaecidos en las últimas semanas. De paso se esbozan, también, otros tipos de actitudes que, si bien no son de carácter fóbico, sí afectan las condiciones de posibilidad de la existencia del conjunto de las especies vegetales y, con ello, de toda la biodiversidad. Finalmente, se exhorta a cultivar relaciones de amistad con la flora, lo que redundaría en el respeto y en una sana convivencia entre todos los seres vivos, dentro de la casa común: la Madre Tierra.

De las plantas recibimos alimentos, medicinas, madera, combustible, disfrute estético ¿Qué reciben de nosotros a cambio? Los seres humanos valoramos muy poco al reino plantae, como si pudiéramos darnos el lujo de vivir sin él. Bien que apreciamos sus frutos y todo lo que podemos emplear para nuestro bienestar; pero solemos ignorar que, aparte de los nutrientes que nos prodigan, hay tres contribuciones relevantes de las plantas: el oxígeno que producen, el dióxido de carbono que absorben y la sombra que proyectan. La primera hoja de cualquier vegetal da lugar a esta triple función. Lo que comienza en pequeño se agiganta con el paso del tiempo.

El oxígeno lo consideramos algo tan obvio y cotidiano que lo damos siempre por sentado. Total, ha estado ahí disponible desde que nacemos. En realidad, respirar es el acto fundamental e imprescindible de la vida: lo que más hacemos en el transcurrir de nuestra existencia, tanto despiertos como dormidos. Cuando dejamos de respirar, la vida se nos escapa.

La atmósfera que nos envuelve lo contiene, junto a nosotros y el resto de los seres vivos. En realidad, gran parte de lo que somos en tanto entes físicos, es oxígeno. Visto de este modo, nuestra vida está oxigenada permanentemente. Basta con tener en cuenta que alrededor del 88.8% del peso de una molécula de agua es oxígeno; la parte restante es hidrógeno. En gran medida somos oxígeno, lo tenemos dentro, pero suele ocurrir que lo que se cree tener siempre, se descuida.

En este punto nos asaltan varias preguntas: ¿Tendremos siempre a disposición el aire que respiramos?  ¿El oxígeno que inhalamos es apto para la salud de los animales humanos y no humanos? ¿Cuál es la función de la flora en lo que respecta al oxígeno? ¿Por qué son tan importantes las plantas? ¿Qué ha ocurrido en ciudades como Pekín o Delhi, donde se recomienda ponerse mascarillas? ¿Debiéramos en República Dominicana mirarnos en ese espejo?

El oxígeno es muy abundante en el planeta: detrás del hidrógeno y el helio, es el tercer elemento que más abunda en nuestra Pacha Mama. Forma el 21% de la atmósfera terrestre, pero si bajara al 17%, la respiración se tornaría dificultosa; y si subiera al 25%, los compuestos orgánicos inflamables podrían arden fácilmente.

No es ocioso cuestionarse sobre el origen del oxígeno presente en la atmósfera terrestre. Los biólogos marinos nos enseñan que los océanos, gracias al concurso de las algas marinas y las cianobacterias, desempeñan un rol primordial en la producción de oxígeno por medio de la fotosíntesis: contribuyen con aproximadamente la mitad del oxígeno existente en la Tierra. La otra mitad lo aportan las plantas, gracias al mismo fenómeno. De lo que puede concluirse que la fotosíntesis “Es la misión secreta de la hoja” (Ramírez-Báez, La misión de un árbol, 2021).

En las últimas décadas, pero sobre todo a raíz del covid-19, la humanidad ha cobrado una conciencia mayor de la importancia que encierra el reino vegetal; receptividad o apertura que está llamada a redundar en los esfuerzos de protección y preservación de vegetalia [Uso el término como sinónimo de reino vegetal]. Claro indicio de ello es la tendencia actual de compartir nuestras moradas con las plantas; no solo las de tipo ornamental, sino también medicinales y hasta comestibles, como las hortalizas. Hoy es común que se destinen azoteas para su cultivo. Todo esto habla de cómo avanza el sentimiento de armonizar la vida con la naturaleza, en estrechar lazos de eco-amistad con el resto de la comunidad biótica.

Los seres humanos siempre nos hemos sentido más identificados con animalia que con vegetalia, lo cual es natural, por la mayor similitud que tenemos con la fauna, reino del cual formamos parte.  Pero al transcurrir los años se advierte una revalorización de la vegetación, quizá debido a la necesidad de aplacar los rigores con que nos golpea el sofocante calor, incrementado en las últimas décadas por el calentamiento global, pues se conoce la función reguladora de la temperatura por parte de las plantas.

He aquí otro de los papeles relevantes desempeñados por las especies vegetales: aparte de proporcionarnos alimentos, oxígeno, sombra, absorben dióxido de carbono presente en la atmósfera, gas tóxico que, en cantidades excesivas provoca la muerte.

En adición, desde hace varias décadas viene practicándose con interés inusitado lo relativo a la terapia vegetal. A ella acuden muchas personas, tras confirmar por experiencia directa los resultados psíquico-afectivos que trae consigo una íntima convivencia con la vegetación.

Es maravilloso contemplar y escuchar a personas hablar con las plantas: sienten sus reacciones y hasta son capaces de descifra una especie de códigos enigmáticos con que se comunican, llegando incluso al punto de tratarlas de modo individualizado. Hace poco una amiga me reveló los nombres con que distingue a varias matas con las que comparte en su balcón.

En su caso no se trata de Hortensia, Rosa, Magnolia o Margarita, sino de Paola, Esther, Katherin. Significativo intento de convertirlas en interlocutoras, de personalizarlas ¿No estamos ante un nuevo tipo de mascotas, hasta ahora reservado al reino animal? Si en el medio evo europeo Francisco de Asís hablaba de “hermano lobo”, hoy podríamos hablar también de “hermano roble” o “hermana guanábana”. Algo que sienta muy raro en nuestra época.

Si bien es cierto que nos avenimos a nuevas apreciaciones y sensibilidades en torno a la vida vegetal, no debe ignorarse que se trata de casos esporádicos, puesto que lo más común es ver cómo se desarrollan patrones de comportamiento hostiles hacia los árboles, destacándose lo que podríamos denominar arborofobia o, más apropiadamente, fitofobia.

Dentro del mundo vegetal, los árboles constituyen el grupo que padece mayor tasa de repulsa por parte de la fauna humana. Pero en el caso de la República Dominicana ¿cabe hablarse de comportamientos fóbicos frente a los árboles, en la doble acepción de fobia: como aversión o repulsa y como miedo o temor?

Yendo aún más lejos: ¿No tendríamos que hablar también de fitofobia, con lo que englobaríamos a todos los seres vivos del reino plantae? Fitofobia es una palabra compuesta derivada de dos vocablos griegos: “phyton”, que significa planta, y “phóbos”, cuyo significado es miedo o fobia. Fitofobia significaría, entonces, fobia o miedo a las especies vegetales. Se está ante un concepto más amplio que arborofobia, limitado a los árboles. Mientras que, por el contrario, el sentimiento de amor hacia los vegetales recibe el nombre de fitofilia: Fito con el significado de planta y filia como amor. Pero existe también otro vocablo para designar la afición o atracción que muestran determinadas personas hacia árboles y plantas, que pudiera desembocar en cierta expresión de fetichismo. Se llama dendrofilia. “Dendro” proviene de la raíz griega “dendron”, cuyo significado es árbol.

Entre las principales motivaciones que provocan repulsa a los árboles podrían citarse las siguientes: atracción de rayos; generación de basuras; impactos negativos de las raíces en pisos, aceras y cisternas; accidentes por caída de ramas o troncos; obstáculos para la construcción de casas, edificios, plazas, centros deportivos, hoteles resorts, calles, avenidas, puentes, carreteras, y para la extracción minera; presencia de espinas, como en la ceiba o la javilla.

Parecido a lo que ocurre en el mundo de los animales, los comportamientos fóbicos respecto de los árboles podrían tener sus orígenes en cuestiones de tipo atávico, como parte del conjunto de reminiscencias acumuladas en el inconsciente colectivo. Un ejemplo es el relato de un residente en Jarabacoa, quien escuchó de labios de su abuelo que sembrar almendras cerca de la casa era muy peligroso, porque las raíces crecen mucho y se extenderían hasta el hogar, provocando la muerte de quien la sembró.

En la República Dominicana se han producido situaciones que confirman la existencia de posturas fóbicas hacia los árboles. Donde su impacto ha sido mayor es en la Capital y las principales ciudades. En el caso de Santo Domingo, puede captarse cómo los trabajos de rehabilitación y remozamiento del Malecón vienen agotando las escasas reservas forestales del lugar.

Se debieran plantar más árboles en el Malecón; al contrario, se derriban árboles y se cubre el lugar con asfalto o cemento, con lo que se aumenta la intensa ola de calor; además, se instalan bancos y parqueos para acomodar a los visitantes y sus vehículos. De esta suerte se busca la comodidad y diversión de la gente a costas de la arboleda.

En este sitio icónico de la Capital, fue cedido un espacio para la instalación de un restaurant. Lo mismo ocurrió en el Mirador Sur. Y con el propósito de construir un cementerio, fue reducida la extensión territorial del Parque Mirador Norte; mientras que en el Mirador del Este se derribaron árboles para edificar una plaza en cuyo diseño original se incluía una terminal de autobuses ¿Y qué decir del Parque Mirador del Oeste?

Aquí hago un paréntesis para llamar la atención sobre la ausencia en este artículo del Parque Mirador del Oeste. Creo que se ha cometido una gran injusticia contra esta jurisdicción, la más contaminada y olvidada del Gran Santo Domingo ¿Por qué los gobiernos que hemos tenido luego de Balaguer no se han animado a continuar una obra tan notable y digna de emulación?

Llama mucho la atención que en un periodo de doce años se construyeran tres parques miradores; mientras que, en cuarenta años, durante los gobiernos del PRD, el PLD y el PRM, ni siquiera se haya creado uno. Se ha emulado la consigna: “Progresar es deforestar” o, “progresar es talar”. Pero aquí, y para ser justo, debería mencionarse una excepción: el Plan Nacional Quisqueya Verde.

La construcción de una presa de cola en la Provincia Sánchez Ramírez ha conllevado la tala indiscriminada de árboles y la subsecuente contaminación del arroyo Naranjo. Aquí la vegetación se convierte en víctima de la actividad minera. Otra vez las plantas como obstrucción del progreso.

En las últimas semanas la arborofobia ha cobrado vigencia con dos hechos recientes registrados en Santo Domingo, uno consumado y otro que solo el tiempo permitirá conocer sus resultados: Nos referimos a la tala de árboles en el Estadio Olímpico “Juan Pablo Duarte”, y al anunciado plan de ampliación de la Avenida República de Colombia, cuyas primeras informaciones planteaban la posibilidad del derribo de árboles en uno de los laterales del Jardín Botánico Nacional.

El anuncio, formulado intencionalmente de forma ambigua y confusa, sirvió al gobierno dominicano para medir el termómetro de la fitofilia o amor a la flora en República Dominicana. En medio de la agitación provocada en el seno de la opinión pública tras la infausta noticia, se perpetraron acciones ecocidas en el Centro Olímpico, autorizado por el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales.

Centenas de árboles considerados como obstáculos para la ampliación de un Estadio de Béisbol, cortados con el empleo de maquinarias pesadas, de lo cual no se informó siquiera al ministro de Deportes y Recreación. Las denuncias de la Fundación Wiche García Saleta no tuvieron el impacto que el caso merecía. Aunque debe consignarse la indignación del ministro de Deportes y Recreación, ingeniero Kelvin Antonio Cruz, tras enterarse de lo sucedido por medio de la prensa.

Pero no es únicamente que se estén cortando árboles, también estamos disminuyendo su siembra, pues entre 2013 y 2023 se registraron altibajos apreciables en las actividades de reforestación llevadas a cabo, según las estadísticas de Medio Ambiente. Es decir, República Dominicana ha visto reducirse en un 42.5 % la siembra de árboles en esa década (Listín Diario, Sección Medio Ambiente, 01 de enero de 2025).

Esta información está vinculada directamente con otra problemática: el aumento de la temperatura, un fenómeno global. Se considera que el año 2023 ha sido el más caluroso de los que se llevan registrados en el mundo en el país, un fenómeno global. En lo que respecta a la República Dominicana, ha aumentado su promedio de temperatura máxima anual en los últimos catorce años. En el caso de Santo Domingo, su temperatura promedio en 2023 fue de 32.8 grados centígrados, 1.4 grados centígrados mayor que la que tenía hace 14 años (Diario Libre, Sección Planeta, 30 diciembre 2024). Hay, pues, tres situaciones o factores que debemos tomar en cuenta, para calibrar la magnitud del problema que estamos confrontando y está llamado a empeorarse: primero, la tala de árboles; segundo, la disminución de su siembra; tercero, el aumento de temperatura.

En lo relativo a la extinción de nuestra arboleda, la ignorancia de las personas incide negativamente, por el dicho de que “el que no sabe es como el que no ve”. La muchachada se divierte con las prácticas del “maroteo”, pero es a todas luces condenable tumbar diez guayabas cuando solo va a sacarse provecho de una. Esto encierra una cuestión de ignorancia y también de necesidad.

Por otro lado, está la indiferencia o dolencia que muestra una enorme cantidad de seres humanos, cuando de proteger y preservar la flora se trata. Hay una especie de apatía o falta de interés frente al tema, pues se visualizan los árboles como si fueran objetos y no en cuanto seres vivos dotados de aliento vital. De ahí la actitud indolente hacia el reino plantae. Por lo visto, se está ante un problema que no solo se recrudece por la falta de conocimiento o ignorancia, sino además porque solo vemos en la flora recursos destinados al mercado.

En un libro muy curioso, en que los árboles son convertidos en personajes importantes, encontramos los siguientes planteamientos: “El hombre desconoce hasta qué punto los árboles padecemos (…) Tenemos nuestros propios problemas, pero nuestra principal amenaza es que el mismo hombre nos ve (…) como un objeto del cual él se puede servir; olvida que tenemos nuestros propios sentimientos” (Ramírez-Báez, R. A, La misión de un árbol, 2021).

Por último, está la codicia. La búsqueda insaciable de riquezas en cada momento y circunstancias convierte a las plantas y animales en meros recursos. Y esto, inmerso en una sociedad donde el capital impone las reglas de vida, se agrava aún mucho más, pues todo se ve desde el prisma del mercado.

El hecho mismo del nombre que se da al ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales es muestra inequívoca de la distorsión en que incurrimos, pues un bosque, un lago o un río, entrarían también en la denominación general de recursos naturales. Esto constituye una aberración desde el punto de vista de la ética del ambiente. Un recurso es un medio ¿Es correcto desde la ética ecológica, aplicar este concepto a un manglar, a un jardín o a una tórtola?

Deviene en una urgente necesidad sacudirnos del antropocentrismo filosófico y ético, visión según la cual solo los seres humanos tenemos dignidad o valores intrínsecos que se deben respetar y resguardar. Al parecer, estamos muy lejos de postular dignidad y derechos a los ecosistemas. Una nueva visión de la naturaleza deberá ir tomando cuerpo. Una forma distinta de relacionarnos con el planeta habrá de abrirse campo.

Para lograrlo hay que estar dispuestos a romper esquemas establecidos por milenios. Cuando esto ocurra visualizaremos de una manera distinta nuestro lugar en el mundo, a nuestra Pacha Mama. Nos visualizaremos dentro de la biodiversidad como seres que conviven con otros, sin deseos de dominio ni explotación. Y ya instalados en esta nueva modalidad de relación con la naturaleza, estaremos en condiciones de dejar en el pasado la arborofobia, para cultivar la fitofilia como amor fraterno al conjunto de las plantas.

EN ESTA NOTA

Julio Minaya

Filósofo

Filosofo, Profesor de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), Doctor en Filosofia por la Universidad del Pais Vasco

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