Las elegías de Duino de Rainel María Rilke representan un viaje espiritual, poético y existencial que hace reflexionar sobre la muerte, la existencia humana, el sufrimiento, el amor, la belleza y la relación con lo divino. Son poemas muy densos, llenos de imágenes simbólicas y de figuras literarias que enriquecen y embellecen los poemas. Rilke utiliza un tono elevado y meditativo, además, busca captar lo invisible o abstracto de la vida.
Rilke expresa sus emociones y sentimientos a través de figuras como los ángeles, los niños los muertos, los amantes y otras figuras que son los referentes que se adueñan de las piezas y, a través de estas, envuelve sus metáforas y alegorías, haciéndolas el centro de la obra poética. A partir de la sexta elegía, se va adentrando a una exploración más intensa y simbólica del destino del ser humano. En las últimas composiciones el poeta parece aceptar o redimirse a la condición trágica de la vida, pero no como una derrota, sino como una forma de plenitud. Nos quiere hacer ver que lo humano es efímero y muy frágil, y que por esa misma razón debemos de valorarlo.
La sexta elegía, es un poema profundamente simbólico, el autor compara el ser humano ideal con una higuera, aquel ser humano que madura sin ostentación y sin distracciones superficiales. La higuera al dar frutos sin mostrar mucho las flores, ya que son muy pequeñas, representa una sabiduría silenciosa y natural, una realización interior y verdadera.
HIGUERA, desde ha tiempo
Pude alcanzar la significación
Entera de tu exento frutecer
—el cómo tú te cuajas,
Sin tránsito de flores, en el fruto
Decisivo, llegando, sin alardes,
A tu puro secreto.
La séptima elegía es una pieza de pura meditación sobre la transformación interior y la existencia, el autor se dirige a un ser elevado; un ángel, para expresar el deseo de que el canto humano sea una manifestación pura del impulso vital. El poeta quiere hacer entender que lo importante no es la duración, sino la intensidad con la que se vive, propone que el verdadero mundo está dentro de nosotros, que la vida no es más que un proceso de transformación interior, donde incluso lo que desaparece del mundo exterior puede ser construido de forma espiritual. Le habla al ángel no para invocarlo, sino para hacerle ver que los seres humanos también son capaces de hacer milagros que aún sin lo eterno, el hombre puede elevarse.
¡Oh, sí, asómbrate ángel; ese milagro es nuestro!
¡Oh gran ángel, nosotros logramos tales cosas!
Proclámalo; mi aliento
No tiene alcance para celebrarlo.
A pesar de la vida, no perdimos
Esos espacios, ricos en dones, que son nuestros.
La octava elegía es una obra poética que hace reflexionar sobre la condición humana frente a la libertad del mundo natural. Rilke contrasta la existencia del ser humano con la de los animales. Expresa que los animales viven plenamente en el presente, sin miedo
y sin límites, mientras que el ser humano vive atado al pasado y a la conciencia de la muerte. Este sugiere que la misma conciencia que nos hace humanos, también nos separa de la plenitud, de fluir libre en la vida. También expone que somos una especie que siempre se está despidiendo, que vivimos de la nostalgia de un hogar perdido, que organizamos el mundo, pero nos sentimos extranjeros en el.
El mundo nos agobia.
Lo organizamos. Pero
Se derrumba en añicos.
Lo organizamos otra vez y, entonces,
Nosotros mismos
Caemos rotos en menudas trizas.
¿Quién nos conformó así—
Que hagamos lo que hagamos,
Tenemos siempre la actitud
De quien se va?
Como el que sobre la última colina,
Desde donde divisa todo el valle,
Una vez más, se vuelve, se detiene y rezaga,
Así vivimos—
Despidiéndonos siempre.
La elegía novena expresa y contrasta la condición humana frente a lo efímero, en esta pieza el poeta se pregunta por qué, si podemos vivir como el laurel, silencioso y pleno, elegimos ser humanos, llevando con nosotros todo que implica serlo; la desesperación, el sufrimiento y anhelo. Pero reafirma que haber estado una sola vez aquí basta, que esta sola vez nos compromete con la existencia, que no venimos al mundo solo para nombrar cosas, sino a decirlas desde su interior, a darles un significado, que esa es nuestra verdadera tarea; salvar lo que perece y darle forma en nosotros. Para Rilke, la muerte no significa solo un final, sino una fuerza sagrada que inspira y transforma. Que esta es la esencia de la tierra y la vida, lo que da sentido a nuestra existencia efímera.
¿POR qué, cuando es posible que pase nuestra escasa existencia como un laurel —un poco más oscuro que aquellos otros verdes ornados de menudas ondas en los bordes De sus hojas
(semejantes al leve sonreír de la brisa)—,
Por qué entonces tener que ser humano y, queriendo evitar el destino,
Anhelar el destino?
La décima y última elegía, cierra con una meditación sobre el dolor, la muerte y la búsqueda humana del sentido. Rilke en esta pieza personifica la lamentación, y la refleja como una figura femenina y ancestral que guía a los jóvenes hacia el sufrimiento y la melancolía. Esta personificación le da voz y presencia tangible al dolor, transformándolo en una realidad con la que se puede dialogar y hasta comprender. El poeta nos invita a que aceptemos el dolor como parte del ser humano y como algo que es inseparable de la vida. También, muestra la felicidad como algo fugaz, no como un estado permanente, por lo que hay que aprovecharla.
Y nosotros, que siempre hemos esperado mirar cómo tramonta
La felicidad,
Experimentaríamos ese enternecimiento
Que casi nos trastorna
Cuando la dicha cae.
En suma, estos poemas son muy simbólicos y reflexivos, haciéndonos ver lo efímero y frágil de la vida, dónde lo existencial y emocional se apodera de nosotros y nos hacen meditar sobre nuestro tiempo en la tierra. Sin duda, estas obras poéticas nos ponen a temblar y en introspección en cómo estamos viviendo la vida y si la estamos valorando o no, pero al final, cada uno decide como vivirla, ¿Verdad?
Referencias
Rilke, R. M. (1923). Las elegías de Duino (J. J. Domenchina, Trad., pról., notas y apunte biográfico). Edición en español del original Duineser Elegien.
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