La noche del 14 de agosto tuve el privilegio de asistir al estreno de Cuerpos de barro en la Sala Ravelo del Teatro Nacional Eduardo Brito. El director del Teatro Nacional, Carlos Veitía, recibió al público con unas palabras que unieron celebración y compromiso en el marco del 50 aniversario de esta institución. Entre sus anuncios, destacó una iniciativa que merece permanecer como noticia viva: el programa Puertas Abiertas, concebido para que el arte no sea un privilegio, sino un derecho. Gracias a este programa, grupos comunitarios, envejecientes y estudiantes de escasos recursos pueden disfrutar de funciones, ensayos abiertos, recorridos guiados y programas de capacitación sin costo alguno.
En ese mismo espíritu, el maestro Haffe Serulle presentó Cuerpos de barro, de su autoría y dirección, agradeciendo las facilidades brindadas por la gestión de Veitía y reconociendo su visión de dignificar tanto la dirección como a los artistas y al público, manteniendo siempre las puertas abiertas.
Tras sus palabras, los actores Stuart Ortiz, Lissette Jiménez y Saúl Rodríguez irrumpieron con un breve y pícaro entremés que rompió la cuarta pared, tendiendo un puente invisible con el público. Invitaron a emitir un sonido único, casi ritual, que más adelante resonaría en momentos de alta tensión dramática, creando un código íntimo entre escena y platea. Ese gesto, a la vez lúdico y simbólico, preparó al espectador para un viaje profundo por la psique de los personajes.
Asistir a una puesta en escena de Haffe Serulle es aceptar un desafío: mirarse en un espejo incómodo y resistir la tentación de apartar la vista. Su teatro rehúye la complacencia, evita la ligereza del consumo rápido y busca encender preguntas esenciales. Es un teatro orgánico, visceral y profundamente humano.

En un rincón olvidado por el tiempo, cuerpos emergen del barro. No son solo cuerpos: son memorias, amores que desafiaron la muerte, preguntas que permanecen sin respuesta. La obra transita por épocas y estilos, entrelazando la poesía de lo íntimo con la crudeza de lo humano. Cuerpos de barro es el amor que sobrevive al desgaste, el dolor que se transforma en belleza y el espejo que devuelve al espectador su propio reflejo.
Serulle entrelaza símbolos que evocan la pureza del alma, con ecos de la visión clásica griega sobre la virtud y la belleza esencial de las cosas. Un Anciano recorre los pasillos de su memoria acompañado de su joven esposa, quien, entre testigo y víctima, encarna la posibilidad de redención frente a una vida marcada por el desgaste, la culpa y la necesidad de perdón. Los telares, símbolo de fragilidad y creación, se convierten en hilo conductor de la narrativa y la atmósfera.
Las interpretaciones alcanzan una verdad emocional que trasciende el texto: la joven esposa proyecta una fuerza contenida; el Anciano, con fragilidad conmovedora, carga el peso de la memoria. La voz matizada, el lenguaje corporal preciso y las miradas que dialogan con el silencio se ponen al servicio de la intensidad dramática.
El uso del espacio y los movimientos entre los elementos escenográficos están calculados con precisión: cada desplazamiento tiene un sentido dramático, y las distancias entre personajes se transforman en metáforas de cercanía o ruptura. La dramaturgia alterna pausas contemplativas con estallidos de intensidad, manteniendo viva la tensión. Tal vez, en algunas escenas, una mayor fluidez rítmica potenciaría aún más el impacto final.

Como siempre, las obras de Haffe Serulle son un referente del teatro dominicano. Su sello es el de un perfeccionista que integra, mediante la experimentación y el cuidado minucioso, actuación, escenografía, imágenes y símbolos en una misma respiración escénica. En Cuerpos de barro, esa alquimia se percibe en cada gesto y en cada silencio, recordándonos que el buen teatro no se improvisa: se cincela, como el barro, hasta que la forma revela el alma.
No es un montaje para el olvido: es un espejo que muestra lo que preferimos no mirar y, al mismo tiempo, la belleza que resiste en medio de la erosión del tiempo. Verla es abrirse a una experiencia que trasciende lo escénico. Altamente recomendable para quienes buscan algo más que entretenimiento: un encuentro con el alma. La obra estará en cartelera estos dos fines de semana del mes de agosto, una oportunidad breve para vivirla en primera fila.
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