Acostumbro a ir semanalmente a Librería Cuesta para ojear algunas páginas de una que otra edición perteneciente a un escritor determinado, u otros escritores de cuyos contenidos me siento atraído.
Hace unos días, siguiendo la costumbre, más bien vespertina, veo ejemplares de novelas ya conocidas de escritores clásicos que, desde hace años, marcaron mis pasos dentro de la creación. Novelas que me llevan de las manos hasta para tocarlas y sentir el olor de sus páginas. En ese paseo, encumbrado por lo maravilloso, veo un libro de una edición muy elaborada, titulada: Cabeza de turco, Poesía esencial, una edición de Huerga Fiero, editores, España, 2024, de Plinio Chahín.
Tomo el libro y lo abro en la página 113, y leo el siguiente poema:
¿Qué lugar ocupa
¿El otro que se va y deja llorando?
¿A dónde iré el día de mi muerte?
Alguien recuerda agonizando
¿A donde iré sin ver tu rostro?
Derrama tus dolores y bendice mi tumba
Mi cuerpo equilibra tu caída
La composición, un poema sobrio, seco, que procura articularse al tema que poetiza, que es la muerte, pero es una muerte muy única, descollada con un significado y un significante vertido en una estructura en apariencia inconclusa, me envuelve de algunas interrogantes.
Dicha composición la integran siete versos libres, en ellos hay dos palabras que me detienen y que me hacen volver a la lectura, una dos, tres y cuatro veces buscando la justificación del uso de esas dos palabras en esa composición. Se trata de: llorando y agonizando, dos gerundios, es decir, dos modificadores del verbo o dos modificadores de un adjetivo.
Me llama la atención, además del uso de estas dos palabras, tan propias de la tradición de la retórica tradicional, tan conectadas al tema central que se poetiza, el morir y, en cierto modo, renacer en otras sustancias.
Pienso, y pienso, que un poeta como Plinio Chahín, lector persistente de poesía, acuda a estas dos palabras para darle soporte al concepto amplificado de muerte, diría que estaba ante una estructura que supone significativas variables. Pero, dentro de mis cavilaciones, buscando la razón potencial de este uso, arribo, precisamente, a la razón verdadera. Descubro que aquello que pensaba un error es donde recae mayor expresividad del poema, donde opera la modificación del uso lingüístico necesario y, en consecuencia, donde cae la restructuración de las palabras escogidas.
Veamos las razones que nos llevan a esta afirmación.
Los dos gerundios, objeto de ser en conjunción con estos dos verbos, "deja y recuerdan", forman frases verbales. En ellos descansa el mayor peso de las modificaciones para que se cree el acto poético, y una gracia del autor. La ruptura de la tradición retórica que remonta, desde muy lejos, presenta una descomposición del hacer muy real, tocable, visible, y más, muy distinta.
Primer gerundio: llorando
Con esta palabra se produce el milagro de la extensión del otro. ¿Y qué es el otro? El otro es amplitud, vastedad, mismas condiciones que integran el cosmos. "Llorando" no es simplemente un adverbio, se transforma en un sustantivo de forma y fondo que abarca, o que incluye horizontes, especies, civilizaciones, microorganismos, la gravitación de lo infinito partiendo de la individualidad que converge en constante redefinición de un existir que al unísono se mantiene perenne, pues la materia no desaparece, se transforma, de acuerdo a un postulado físico.
Segundo gerundio: agonizando
"Alguien recuerda agonizando" ese agonizando está directamente asociado con ¨´tu rostro¨¨, ¿quién agoniza? Puede ser, desde un punto de vista espiritual, que se refiere a ese personaje abarcador, entidad que asume el todo, Dios, o desde luego, lo recuerda crucificado como el hijo de Dios con el dolor físico de la agonía, acción que se reorienta con la singularidad de la siguiente pregunta:
"¿A dónde iré sin ver tu rostro?" y a quien se asume, dentro del concepto de la fe, corresponde al maestro Jesús de Nazaret. De ahí que el gerundio "agonizando" corresponde a una imagen bien plástica que se ha insertado en la tradición simbólica del mundo místico, pero también dentro de un existencialismo cotidiano ordinario, y esta plenitud de sentido del gerundio, encuentra otra razón de ser en el pedido "Derrama dolores y bendice mi tumba" que es donde se conjuga el uno y el otro, hecho que se ahonda y ratifica con el verso final: "Mi cuerpo equilibra tu caída".
Punto final
Estos gestos formales conducen a la situación que se poetiza, al armazón semántico.
¿Qué se poetiza?
La muerte, como un cuerpo ambiguo, conceptual, matemático, filosófico, dogmático, ateísta, religioso, esotérico y material científico ante el hecho concluyente de partir de un ser vivo, se muestra como tema recurrente en la narración poética desde los inicios del mundo. Ahora, ¿a qué muerte, a nuestro entender, se enfila este poema?
Es una muerte singular, la de Jesús, asimismo, también se contempla la muerte del poeta, quien se integra a esa muerte mayor en configurar un todo dentro de un esquema propiamente universal.
De modo que, en sentido global, el poema trata en torno a la reflexión de dos muertes, la que describe el poeta, que va como los otros, que quedaron llorando y que a la hora de su propia muerte invocan ese rostro agonizando. Acto de conciliación a la hora de la verdad que le pide a ese rostro derramar su gracia sobre el cuerpo que busca formar parte de esa transformación material de la que hablamos en un principio con respecto al primer estado de la materia tras ser parte de la ascensión en la que hay una vida diluida en energía dispersa en el universo, o paraíso, la cual no vemos, pero sí, si aprendemos a ver hacia dentro, percibimos y se establece el equilibrio en la caída de uno y la de los otros.
Así, en el libro de luminosa cubierta, de pronto encontré, a mi modo de ver, este poema ejemplar, el que palpita en palabras articuladas a pulsos y ritmos.
Nota.
En este poema que analizamos eliminamos, según la lógica de nuestro juicio, el verso: Oh Hechicera, porque consideramos que el mismo rompe la circularidad necesaria que exige complejidad en tal composición.
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