Ha muerto José Rafael Lantigua. Amanece el país con esa dolorosa noticia y en mi país íntimo y sensible, el alba se colapsa y suspende, y un gris y terrible nubarrón de dolor engulle el horizonte. Sé que permanecerá allí por mucho tiempo, impidiendo la luz, y que todas mis lágrimas, así se transfiguren en un fiero aguacero, no podrán disiparlo tan pronto.

¡Ah, mi dilecto tocayo por ambos nombres, como solía decirle siempre! ¡Cuánta felicidad, cuánto gesto altruista, cuándo goce estético e intelectual has dejado en mi vida, en la que interviniste, siempre, como una fuerza bienhechora, especialmente, abriendo para mí este país, que hoy es mi casa, convencido de que sabría amarlo como tú mismo, convencido de que en un futuro no lejano podrías enorgullecerte de mí, como lo hacías…

Me parece verte llegar a una reunión de selectos amigos, o recibirnos, con tu siempre pronta carcajada, y tu enfático tono de voz, echándome el brazo sobre el hombro y anunciando a grandes voces: ¡Miren por dónde va este cubanito, eh! ¿Tienen noticias de lo que está haciendo?  ¡Ah, estos cubanos tienen algo, yo no sé…!

José Rafael Lantigua y Rafael José Rodríguez Pérez.

Un alma hermosa, la de José, una brillante luz su pensamiento, su hondura intelectual, su lucidez, su fina poesía… A él, pude llamarle Maestro, y siempre lo reconocí como tal. También a Eduardo Heras León. Ambos fueron amigos, muy amigos, y por Eduardo conocí a José. Hoy, 5 de agosto, precisamente, en el día en que se va Lantigua, Heras León estaría cumpliendo ochenta y cinco años.

A lo largo de muchas décadas los unió una hermandad hecha de mutua admiración y de respeto. El azar concurrente los enlaza otra vez, de algún modo, por una fecha en la que podré recordarlos al unísono mientras viva, hasta que podamos volver a encontrarnos en ese plano en el que están los dos, para seguir tantas conversaciones apasionadas e inconclusas sobre nuestra novia común: la literatura.

Ah, mi querido José Rafael, tocayo por ambos nombres, solo puedo decirte que te lloraré mucho, que te extrañaré demasiado, que dejas un vacío, humano e intelectual, que no creo que pueda ser llenado por nadie.

Conocí a Lantigua en una ocasión en la que vine, junto a Eduardo, como invitado a la Feria del Libro (evento que Lantigua fundó y que luego convirtió, también, en internacional). Ideado por Lantigua, existía una especie de convenio para que cada año dos graduados del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso participaran en la Feria del Libro. Tuve esa oportunidad (lo es escrito otras veces) y ese regalo cambió mi destino. Puedo decir que admiré a Lantigua antes de conocerlo y de ser su amigo, pues Heras León siempre hablaba de él con inmenso cariño.

En el transcurso de la Feria, Lantigua hizo lo que todos los años: convidó a Eduardo y a sus dos discípulos invitados a cenar en su casa. En una reseña que escribí luego sobre su libro Territorio de espejos (que me obsequió esa noche), lo narré así:

Pero todo se vuelve más místico y hermoso cuando se tiene la posibilidad de conocer a un poeta en carne y hueso, y no solo a través del numen de sus versos. Hace muy poco, reviví ese placer: pude estrechar la mano del poeta, ensayista y crítico literario dominicano, José Rafael Lantigua.

A fuer de ser sincero, creo que lo quería de antes, porque sin conocerlo, escuché muchas veces su nombre en boca de personas que amo, y la corriente de innata simpatía, admiración y agradecimiento que suscitaba su mención me contagiaba siempre. Suelo querer a aquellos que aprecian a los míos, y hago inmediato espacio para ellos en mi rincón de afectos.

Debo decir, entonces, que este hombre ensanchó ese rincón, ¡y todavía no había leído sus versos! Allá, en su isla, durante una velada en la que fue admirable anfitrión, me regaló y dedicó dos libros: Territorio de espejos y La fatiga invocada. Al segundo poemario —el último publicado por él, en 2014— lo escogí como amigo de viaje durante mi regreso a Cuba, de modo que mientras la aeronave se elevaba al azul, yo invocaba sereno a una fatiga que nunca apareció en mi ánimo lector, pues las poéticas “cristalizaciones” de momentos aparentemente comunes que logra en muchos textos, me cautivaron con su fervor tranquilo. (https://acortar.link/8z1yiy)

Durante esa noche maravillosa en la cual Lantigua nos recibió en su hogar, nos mostró su fabulosa biblioteca, nos deleitó con su conversación, nos presentó a su amada esposa Miguelina, y nos agasajó con los más suculentos manjares de la cocina dominicana, algo renació en mí, algo parecido a la esperanza, que ya escaseaba en mi Isla, sumida en la miseria y en la muerte terrible de los sueños. Me dije: he aquí alguien a quien admirar, a quien emular. He aquí la sensibilidad, el aura, el espíritu literario e intelectual capaz de redimir esos dolores asfixiantes de la mediocridad y cerrazón de un sistema obsoleto que me martirizaba por tantos años ya. He aquí una tierra libre, un espíritu libre. ¡He aquí Quisqueya!

Luego volvería muchas veces a aquella casa y a aquella biblioteca, pero esa noche fue definitoria. Volví a Cuba, y para que no dejar morir aquella sensación enseguida le escribí una nota de agradecimiento. Guardo su respuesta de entonces como un tesoro:

Resalto algo en esta nota pergeñada tan a la carrera. Tú eres el único cubano (salvo el Chino Heras, que es otra cosa), de los tantos que hemos invitado o gestionado su invitación, el único, repito, que se ha dignado escribirme una vez ha vuelto a poner pies en su tierra. Esto tiene para mí una importancia que no te imaginas. Tantos y tantas de los y las cuales nunca supe jamás. Comprendo las limitaciones y el hecho de que antes no tuviesen internet. Pero, sea lo que sea, es la tuya la primera nota que recibo en tantos años y en tantos viajes, de cubano alguno que he invitado o agasajado en SD. Gracias por el gesto y por la amistad. Comprendo que estás hecho de otro material, ¡y lo celebro!

Hice más. Escribí una larga reseña sobre su poemario, que luego publiqué en redes y en nuestro periódico cultural La Campana. A él le encantó, y me escribió enseguida que iba a publicarla en su página. (www.jrlantigua.com)

Ahora, que Lantigua ha partido hacia la intensa luz, y que me duelo de esta repentina ausencia como un huérfano, he buscado y casi releído la prolija  correspondencia digital que mantuvimos a lo largo de esta década de amistad fraternal, y reconozco, sin ambages, aunque mi corazón sí lo sabía, que ni yo mismo había aquilatado su impresionante influencia en mi vida, en la toma de decisiones, en las oportunidades, en los consejos de padre vivido, en los ánimos y soporte espiritual que supo dar siempre oportunamente, sin verticalismos, sin imposiciones, sin soberbia, tal como hacen los grandes, los verdaderamente grandes…

Para mí, Lantigua era casi sagrado, como el propio Heras León. Ellos urdieron el viaje y la invitación que me trajeron hasta aquí la primera vez. Luego, cuando entablamos amistad, Lantigua hizo más: me cursó una invitación vía el Centro de Estudios de la Cultura, que dirigía, en Funglode, para que viniera a dar un Curso de Técnicas Narrativas. Él había visto mi desempeño y la lealdad y el cariño que profesaba a mi maestro, y entendió que yo podía ser una extensión del Chino (que apenas quería viajar ya). Por eso me invitó solo, previa consulta con Eduardo, que dio su visto bueno.

Recuerdo que casi al venir me informó que podía invitar a dos personas más, las que quisiera, que eso estaba contemplado en la invitación: «Es tu oportunidad», me dijo. «Estás preparado». Él nunca imaginó que yo inventaría un viaje a La Habana para convencer otra vez a Eduardo y a su esposa Ivón, para que El Chino fuera conmigo otra vez a Santo Domingo. «Lo cuidaré mucho», prometí a Ivón, y ella se dejó convencer.

Cuando se lo dije, Lantigua se quedó un poco asombrado, pero igual de feliz. «Te damos una oportunidad, a ti, y decides honrar otra vez a tu maestro. ¿Eres consciente de que, al venir él, la figura será él, e incluso los honorarios principales serán para él? «Lo sé», le contesté. «Eso no importa».

Él no opinó nada entonces, pero sé que mi actitud lo tocó profundo, y claro,  el curso fue algo hermoso, y luego volví solo, ¡claro que volví! Y aquí sigo hasta hoy, gracias a él.

Como suele ocurrir con quienes bien se quieren, tuvimos par de veces un choque de criterios, nada serio, aunque muy dolorosos para mí, porque cuando el cariño es genuino, todo duele, sobre todo si se es joven, inexperto y orgulloso, pero de esas experiencias me dio José la más grande lección, también, para mi vida: me enseñó a pedir disculpas, y empezó él. Fue una cura como pocas, porque entonces me dije: pero qué único este hombre, qué singular, qué fuera de serie. Y, ¿quién eres tú, muchacho, para merecer esta amistad? Desde entonces lo quise más, y lo quiero, porque a decir verdad yo no he vuelto a encontrar a alguien así, con ese corazón, esa amplitud de miras, esa nobleza humana para entender, reconocer y perdonar.

Hablábamos mucho, a veces casi a diario, por largas temporadas, aunque en ocasiones, como solía decirle, pasaba un ángel de silencio entre las islas; pero, una vez detectado, lo desplumábamos rápido y nos poníamos al día.

Bromeábamos, porque solía mandarme audios de diez y quince minutos. Y cada uno era un fiesta, primero al constatar su extensión, y luego por su contenido, lleno de fino humor criollo, consejos, reflexiones y noticias que soltaba sin pausas, a veces entre risas, otras muy serio.

Hace poquito, antes de este último y definitivo ángel de silencio (yo lo hacía viajando) me escribió, muy emocionado, contándome los detalles del nuevo periplo que proyectaba: «El Oriente otra vez», me dijo, «y terminamos en España para participar en su feria del libro».

Lantigua adoraba viajar, y leer. Conocía el mundo entero, y yo lo seguí, a través de la palabra, en algunas de esas travesías, ya fueran literales o literarias, pues solía describirme en detalle sus impresiones. Ahora recuerdo, por ejemplo, esta nota, fechada en septiembre de 2015:

Salute, querido tocayo:

A fines de la pasada semana, arribamos del viaje a Israel, que ha comprendido, además, fuera de los planes y a insistencia de este observador y «averiguador» incesante, entrar a Palestina y Jordania. Más de ahí no se puede. Egipto hubiese sido una opción, pero se ha convertido en un infierno, al igual que todo lo demás del Oriente medio.

Ha sido una experiencia imposible de narrar, desde mi vivencia como cristiano católico y desde mi visión como estudioso de la historia de los pueblos. Son tantas maravillas acumuladas, algunas no previstas, que es imposible explicártelas por este medio. Solo una: atravesar el desierto de Judea y conocer la vida de los beduinos, es sensacional, en aquella canícula infernal a 40 grados. Y luego seguir hasta Masada, la histórica ciudad donde Herodes el Grande se hizo construir un palacio que nunca visitó en medio del desierto y frente al Mar Muerto. Aquello es impresionante. Mi esposa y yo nos quedamos una noche en un hotelito del desierto para experimentar los sonidos de la noche en ese espacio de fascinación y misterio.

Luego, o antes, Jerusalén, Tel Aviv, Belén, Cafarnaúm, Magdala… Y una noche, justo la del cumpleaños, pernoctando en un kibutz frente al Mar de Galilea o Lago de Tiberíades. En fin, una travesía que no se parece a ninguna otra anterior. Los dominicanos viajan mucho a Israel por el tema religioso, hay constantes peregrinaciones durante todo el año, especialmente en el verano y entre marzo y mayo que es cuando tienen allá mejor temperatura, es la meca de los cristianos. Pero, en nuestro caso, quisimos ver más y aprovechar para conocer las tantas cosas que solo sabemos a través de los libros.

Aquí estamos ya de vuelta, en las tareas de la cotidianidad. Espero que sigas bien. Ojalá la visita del Papa Francisco ayude a superar muchas cosas que urge superar en esa querida patria tuya (y nuestra, por Gómez, por Heredia, por tantos…)

Te va el abrazo.

jrlantigua

Así era él, y su talento: con pocas líneas se instalaba en el corazón de sus lectores y mostraba un paisaje o una sensación con un belleza apenas imitable. Lo que hizo en este país, que hoy lo despide entre llantos, desde y para la cultura, merece varios tomos, pero aquí, en estas líneas, solo quiero mostrar a mi amigo, a mi maestro, y sé muy bien que las palabras tampoco alcanzan para eso.

Se quedan tantas cosas inconclusas: él quería conocer y abrazar a mi hija, de la que siempre me pedía fotos, contento como nadie de su rescate;  cancelamos tantas veces, de parte y parte, y por tantas razones imprevistas, tantos desayunos y encuentros, que ya solíamos bromear con ello, alegando que pronto romperíamos nuestro propio récord; quería que organizáramos juntos un homenaje nacional al Eduardo Heras, anhelaba escribir una de sus columnas semanales sobre el trabajo de Río de Oro (retuve los libros una y otra vez, para cuando nos viéramos, y miren las cosas que tiene la vida, tan frágil); quería, también, publicar con nosotros y bajo nuestra colección Cierva Blanca, uno de sus libros…

Risueño, me comentaba una y otra vez: «Si no podemos vernos, manda los principales textos, que ese trabajo tuyo hay que mostrarlo a todo el país, y el indicado para eso, soy yo». Y bromeaba: «Ese río de oro no se desbordará de verdad hasta que Lantigua abra el dique». «Es relajando», agregaba, eufórico. «Estás haciendo un gran trabajo, y mereces que se sepa».

Ah, mi querido José Rafael, tocayo por ambos nombres, solo puedo decirte que te lloraré mucho, que te extrañaré demasiado, que dejas un vacío, humano e intelectual, que no creo que pueda ser llenado por nadie. No sé qué haré ahora para mantenerme informado del mundo literario, de los nuevos libros, de los nuevos autores, de las cosas profundas de la Cuba que amabas y de las que, a veces, increíblemente, me enteraba por ti, el hombre más avisado, informado y culto de toda la bolita del mundo.

Me despido, por ahora, con el mismo final de aquella reseña que amaste, que acaso te define como criatura poética, y que contiene, también, una especie de profecía que empezaste a cumplir en esta dura madrugada, al dejarnos tan solos: volver al universo, ser él…

A dios gracias, el poeta tiene ardides, sabe que hay que limpiar [a toda costa] la palidez/ la fetidez/ de este esquivo horizonte. /Y sentarse a escribir/ a reescribir/ la historia de este tránsito y su instante, / el momento en que, /sobre la mesa, / el cielo funda su luz/ y su zozobra. //

Esa astucia lo salva, porque viene a horcajadas sobre el más puro amor. La criatura ha aprendido a cantar; mas no recuerda cuándo el poema hizo su entrada/ galana/ en este cielo de miradas y caminos. Ella no se acuerda, pero su tierra sí. Tampoco sabe que ese don de los dioses es el premio a su canto.

Únicamente la poesía le dará libertad, y solo al entonar la música de su corazón, abrirá el mar sus hondos ojos verdes. La eternidad está grabada en ellos. En alguno de los graves instantes por venir, se mirarán de frente océano, criatura e infinito, y por otro segundo, o quizás para siempre, se fundirán en una misma esencia.

Santo Domingo de Guzmán, 5 de agosto de 2025

1:00 p.m.

Rafael José Rodríguez Pérez

Periodista, escritor y editor

Editor literario, periodista cultural y narrador con más de quince años de experiencia en medios, proyectos editoriales y formación en escritura creativa. Licenciado en Periodismo por la Universidad de Oriente (Cuba), con estudios en narrativa en el Centro Onelio Jorge Cardoso y Maestría en curso en Escritura Creativa (UNIR, España). En 2022 funda Río de Oro Editores S.R.L., desde donde ha coordinado decenas de publicaciones literarias e institucionales en alianza con autores, fundaciones e instituciones académicas. Ha trabajado en proyectos literarios del Banco Central y del Banco de Reservas, y ha sido corrector de estilo en medios como El Nuevo Diario, Revista 110 y en revistas académicas como Ciencia y Humanismo (UCNE) y RECIE (ISFODOSU). Fue periodista cultural en Cuba y editor de publicaciones como Ventana Sur, La Campana y La chiringa. También impartió talleres de narrativa en el Banco Central y en Funglode, y fue jurado del Premio de Cuento Juan Bosch en 2018 y 2024. Premiado en cuento, ensayo y periodismo cultural, es autor de El arco de luz, Conversar es amar y Cleva Solís: La otra poetisa del grupo Orígenes.

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