“La verdad está en el hombre, no en el mundo” – Platón

Pedro de Jesús Paulino, maestro universitario, narrador y poeta, en su publicación ‘’Laberinto de sombras’’ nos sumerge en una colección de haikus distintos. El gusto por los haikus radica en la capacidad de concentrar sentimiento y naturaleza en un espacio lírico limitado, brindando una vivencia profunda y juiciosa. Lo conciso exige al escritor encontrar la sustancia de un instante y revelarlo de forma realista, con intensa emotividad.

El haiku es, en esencia, una forma poética japonesa breve, compuesta por tres versos y siete sílabas respectivamente. Aunque suele centrarse en la naturaleza, también aborda lo cotidiano, evocando impresiones y recuerdos. El haiku escudriña en la memoria, provocando agitaciones intensas y duraderas en quien lo lee. A través de formas y apreciaciones, incita a la meditación.

La brevedad del haiku invita a contemplar lo bello del mundo y lo transitorio de la existencia. Estimula el ingenio. Escribir haikus es una experiencia placentera y creativa que nos invita a examinar nuestros propios sentimientos y el entorno. Esta forma poética representa un reto: la limitación silábica exige precisión léxica y concisión expresiva.

Los haikus conectan con la naturaleza como un caudal de gozo y armonía, especialmente para quienes saben apreciar su belleza. Permiten la revelación de emociones y reflexiones de forma sucinta y sensible, estableciendo un vínculo íntimo con el lector. Su estructura mínima puede utilizarse como modelo de reflexión sobre el sentido de la vida, la existencia humana y la relación con el mundo natural. En los haikus habita la belleza de lo particular y la trascendencia de la experiencia. El haiku es como un pequeño estuche repleto de poesía que transforma la verdad visible.

El llamado

“Me llama, y tiemblo: hace dos noches que partiste” (p. 30)

La poética del haiku se sostiene en la sorpresa y la conmoción que provoca en el poeta: una contemplación de la existencia.

Triste otoño

“Llega el otoño; con las hojas secas, llega la muerte” (p. 63)

El haiku, como forma literaria breve, ha cruzado puentes, fronteras y culturas. Hoy es universal. Escritores y poetas de todo el mundo lo han adoptado, y se ha traducido a numerosos idiomas y adaptado a distintos estilos. El haiku es un obsequio al mundo. No solo es atractivo por su forma: cautiva por la opción de vida que enuncia. Es una dádiva gratuita al universo, una manera de conciliarse con el mundo a través de una cosmovisión universal, vigente y necesaria.

Pedro Paulino, en ‘’Laberinto de sombras’’, enlaza sus vivencias con el cosmos. Recorre el azul celeste con preguntas, a veces intrigantes y desafiantes, otras veces con exclamaciones terribles.

Mentira

¡Todo falso!
En la tumba
solo hay paz
(p. 75)

¿Hojas secas?

El árbol quedó sin hojas:
todas se echaron a volar.
(p. 37)

Él observa. Aspira el perfume de la marga. Tiembla. Enmudece. Grita a los pájaros que surcan el viento. Está tan vivo. Se regocija, no ante razones esenciales, sino ante la percepción pura. Ese es el verdadero sentido del haiku. La escritura de Pedro Paulino se manifiesta como una intervención especial, más allá de lo humano. Tal vez impulsada por una horda de cuervos azabaches y brillantes. Me viene a la mente un poema de Edgar Allan Poe:

“Y el cuervo inmóvil, fúnebre y adusto,
sigue siempre de Palas sobre el busto,
y bajo mi fanal,
proyecta mancha lúgubre en la alfombra
y su mirada infernal asombra.”

Pedro de Jesús Paulino.

Hay tanto vuelo en este texto: ‘’Laberinto de sombras’’ es un gran bestiario que maravilla. Estos haikus oscuros están bien cimentados en su recorrido. Mantienen diálogos rigurosos entre sí. Él entiende su analogía. Tienen nombres inscritos. Espera la luminiscencia del alba y del crepúsculo. A veces, parece abrirse con fe ante un jardín íntimo, serótino. ¿Acaso no observa la tierra? Tal vez lleva tiempo sondeando cirros y promontorios.

Pedro Paulino no es solo un poeta: es un lacero de las horas. Un ser que contempla la centella que se desvanece con la prisa de las estaciones. Su poética no es un visaje ingrávido, sino una reflexión punzante, como un sable de caballería ligera que no enfrenta hombres, sino los secretos de la naturaleza. Rinde ceremonia a la brisa. Es un ritualista de laberintos oscuros, con luces furtivas y sombras que se pliegan como marañas del alma. En sus alas elogia al viento. Sigue el rastro de los arreboles. Con su mirada de hiena —precisa, aguda y vigilante— introduce claridad en la espesura del mundo. No se limita a describir la realidad: la revela.

Pedro Paulino es un alma en vigilia, escondida entre las grietas del tiempo, como un monje errante del haiku. Se enfrenta a los misterios de la creación, a la luz que revela y a la sombra que cobija. Su palabra no nace de la razón, sino del asombro. No describe: ora. Su mirada —como la de una hiena, pero compasiva como la del sabio— penetra la oscuridad, no para disiparla, sino para descubrir su transparencia. En su visión, lo cotidiano se convierte en epifanía. Cada haiku es una chispa del fuego eterno, una plegaria silenciosa que se inscribe en el viento. Su obra fluye como un mar sagrado e infinito cuya corriente acaricia los márgenes del corazón.

En este texto, la poesía se manifiesta como océano infinito donde cada haiku es una ola que brilla en el oleaje del devenir. Ilumina con lucidez serena. El autor se ofrece a los caminos abruptos, esos que no tienen manantiales, donde su llanto ha fluido.

Ausencia

Hoy no estás,
eres esa sombra
que escapa al vacío
(p. 21)

Donde su risa tuvo ecos.

Sonrisa de haiku

Jardín en primavera;
el haiku se desviste
en cada flor
(p. 41)

Tuvo sueños suaves y compactos. La vida lo fue apartando y vivió incompleto. Estos haikus son huellas de un viajero interior que camina con sus vivencias sangrantes a través de las estaciones. En este libro, lo cotidiano deviene misterio. La vida aparece como una herida abierta por lo fugaz.

La muerte está siempre presente, como un eco que constantemente roza. Se pueden descubrir sus pisadas, su fondo bermejo, que se encubre en la afonía para rehuir —cuando quiere— al deceso. Para coser y descoser los días. Este poemario es un mapa espiritual del viajero interior, donde las estaciones del alma, los tiempos con sus nostalgias, sus circunstancias sangrantes y sus umbrales, se convierten en un templo del recuerdo y la aceptación: vida, muerte, dolor, belleza… todo confluye como estaciones de un mismo mantra existencial.

Pero hay algo que se transforma. El haiku, en las manos de Pedro Paulino, abandona su forma clásica para vestirse de símbolos, títulos y visiones. Cada poema se convierte en un acto de transgresión sagrada, una ruptura necesaria para dar paso a lo nuevo, a lo revelado. Paulino se entrega al bosque, en ese baile eterno entre la vida y la muerte. Esa danza que nos trae a la tierra, desde donde emergen el amor y el odio. Se entrega al aire. Parece que su aspiración es, siempre, ser aire en el alón de un ave. Se entrega al sendero, a su merced. ¿Una metrópoli y el paraíso le servirán? Él está consciente de que los capullos languidecen a diario.

Parece asumir la escritura del haiku como una indagación del espíritu. Pedro Paulino contempla. Se percibe en este texto que camina con detenimiento por su tiempo. Se nota el lazo que tiene con la naturaleza. Aquí inaugura circunstancias estéticas que trascienden la lírica tradicional. Incorpora una táctica en su fraseología que reafirma su identidad como escritor del mundo, y no solo como declarante. Podemos ver cómo, en sus líneas, el perspectivismo está presente: esa idea que plantea que lo existente no es un absoluto inmutable, sino una red de interpretaciones que requieren no solo de los ojos que miran, sino de los entornos desde los que se observa.

La verdad se construye a partir del entretejido de distintas visiones. El mundo, entonces, no se da como un dato, sino como una posibilidad. Para un gorrión, la rama es cobijo para el nido que teje; para un humano, es sombra, fruto, flor. Vida para ambos o muerte, si fuera la única esperanza y el árbol que los sostiene se secara. La pluralidad de sentidos no se yuxtapone, sino que revela la imposibilidad de una sola verdad.

En esta encrucijada de miradas, la literatura de Pedro Paulino abandona la idea del espacio como simple escenario funcional y lo eleva a entidad significativa: el espacio como significante, como sujeto literario en sí mismo. Se vislumbra lo íntimo de sus honduras. Con el haiku es más sencillo comprender lo quebradizo de la humanidad en su vínculo con el universo y los factores sociales. El haiku hace que el hombre sea un mejor ser humano y, por ende, un mejor escritor.

En este libro de haikus se erige, así, un mapa ontológico donde la realidad no se impone, sino que se describe. Y esa realidad será siempre contingente, modulada por el espacio que la encarna. La pregunta se insinúa: ¿seguimos siendo nosotros los principales, si todo lo que nos rodea tiene voz? Esta interrogante nos conduce a una experiencia espiritual profunda. Porque si todo habla, si todo guarda un mensaje, entonces vivir es una forma de comunión.

Estos haikus son el eco de esa comunión. La palabra ya no nace del ego, sino del alma que se disuelve en el mundo, como el rocío en la hoja al amanecer. Leer este libro es rendirse al misterio. Es aceptar que habitamos un espacio sagrado, compartido, prestado por fuerzas invisibles que también buscan ser comprendidas. Pedro Paulino no nos lleva al centro de la realidad, sino a su corazón escondido. Allí donde cada cosa —cada piedra, cada sombra, cada latido del paisaje— canta una verdad que no se dice, sino que se escucha desde el alma abierta.

Hay una inquietud filosófica en el aire. ¿Si lo hace desde su perspectiva, el individuo consigue conceder significado? En apariencia sí. Pero el cambio radical del poemario reside en que ese individuo cede el centro. Ya no domina, sino que escucha. En tres líneas se desvelan tantas cosas en la fotografía de la vida. El haiku es inspiración, contemplación, mística, inexistencia, refulgencia, candidez, incógnita, elucubración, conocimiento, sustancia, asombro, grito, mudez, desinterés, alegría, empatía, respeto, sugerencia, impermanencia, y tantas cosas más.

En estos haikus, los espacios y objetos adquieren voz: estatuas, jardín, mar, fusil, trompeta, reloj, luna, lluvia… múltiples voces nos hablan: las del espacio, los objetos, lo no humano que reclama su derecho a significar. Leemos este libro no para entender el mundo desde nosotros, sino para oír cómo el mundo, en su diversidad de perspectivas, empieza a hablarnos. Un momento del haiku basta para comprender conceptos globales desde una perspectiva individual. Paulino se funde en sus haikus. En su libro parece volverse uno solo con todo lo que existe. En sus líneas se estrechan la filosofía y la poesía.

Sin esclarecimientos, sin suposiciones, solo creyendo, nos dice que en el rocío está la clave de la vida. Que en un gusano hay tanta incongruencia entre lo que puede transformar: belleza y muerte, alas y podredumbre. Su poesía se vuelve trino en los grillos que acechan su ventanal. Pedro Paulino abre una puerta sutil hacia un modo de ver y sentir el mundo que no se rige por la lógica de la posesión ni del control, sino por la entrega y la escucha.

Sus haikus no son observaciones de lo real: son oraciones del instante, revelaciones de una conciencia que ha comprendido que todo en el universo —hasta la más pequeña hoja— posee un alma. Aquí se manifiesta una espiritualidad del perspectivismo: la comprensión profunda de que la realidad no es un bloque sólido, sino un mar de miradas. El árbol no es solo sustento o sombra: cada ser lo contempla desde su rincón del cosmos, y en ese mirar, el árbol se revela de manera única. No hay una sola verdad, sino múltiples manifestaciones de lo divino.

Así, el espacio deja de ser solo contenedor y se convierte en presencia viva, en un tejido que desea ser escuchado. Nos invita a hacer silencio para que hablen las cosas. Ave, féretro, hoja y rama ya no son objetos: son espíritus que murmuran desde su quietud, revelando un orden más vasto y secreto, donde el ser humano no es el centro, sino parte de un tejido mayor. Él canta y se mece en una lluvia que se deshilacha, escurriendo por barrotes y rejas olvidadas.

Paulino es un gran narrador de sus vivencias. Puede volver perpetuo lo que le circunda, sabiéndose superviviente, espabilado y consagrado. ¿Llegará la paz en un mohín de risa sacralizado frente a la revelación? Se descubre en el rendimiento de esta manera suya de vida. Los gorriones inventan visitas con conversaciones que no tienen interpretación grata. Él aguanta en sus vocablos. Se resguarda con la esencia del haiku.

El haiku es potencia ante un mundo que se torna inhumano, desalmado. El haiku es el aprendizaje de los sentidos. En el encuentro espiritual hay aflicción en las sombras que hablan del dolor de un ayer. ¡Cuánto vacío, cuánto silencio! Un intervalo sugiere una entrada para callar, viendo la cabalgata de sombras en un aleteo negro. Pedro Paulino anida en sus representaciones como refrendatario, sin dejarse ver, viajando con señales de buitre por sus haikus. Él, seguro, pasaría todo un ocaso observando gusanos, luego verlos convertirse en crisálidas.

Puede parecer simple conectar la luz del sol con la de las luciérnagas, con ese mismo refundirse secreto que tienen las sombras en las horas que las diferencian, esas que dicta el universo. El escritor de haikus debe salir de su zona de confort a buscar la iluminación. Porque esta tarea implica constancia en el camino, alimentado por un ánimo infalible y una esencia creadora.

Este bestiario encantado, este zoológico de sombras de Pedro Paulino no se reduce a tres versos: se convierte en un modo de estar en el mundo, de nombrar lo inefable, de pendular entre claridad y abismo, entre el decir y el silencio. La estructura del libro es un laberinto de cuestiones donde cada acápite rompe con la esencia minimalista del haiku tradicional, para abrir un espacio nuevo, fronterizo entre lo poético y lo filosófico, a través de su accionar figurado y la violación de sus normas.

Contra el afán del diario vivir, hay que hacer una pausa y descubrir los secretos de los jardines que perfuman la vida desde el fondo de la tierra. ¿Qué filosofía acogen los gorriones para amarse? El haiku es un atrio hacia lo trascendente, y este texto permite incluso escribir halagos a los buitres.

Este libro es un santuario de signos, un bestiario místico, un espejo de sombras que extiende las resonancias de la mirada de un viajero en el tiempo, entre encrucijadas y confusiones. En su centro habita el silencio, entre sombras verbales y reflejos del alma. Pedro Paulino deja que su palabra se meza como mirra entre el mundo visible y el invisible. Su haiku no se lee, se medita. No se entiende, se recibe. Porque en él, la poesía es un camino hacia lo eterno.

Evelyn Ramos Miranda

Poeta y narradora

Evelyn Ramos Miranda. Nació en Santo Domingo un 9 de febrero. Obtuvo una licenciatura en Educación Inicial y una maestría en Administración y Supervisión de Programas de Educación Inicial en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Catedrática de Educación en varias universidades. Ha sido funcionaria en diversas instituciones públicas como coordinadora de Educación en (MINERD, CONANI, IDSS y subdirectora de la Estancia Infantil de la UASD). Es Gestora Cultural. Labora como Coordinadora en la Casa de la Rectoría de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Sus poemas han sido publicados en revistas culturales y periódicos e incluidos en varias antologías, destacando Al filo del Agua, del Taller Literario César Vallejo de la UASD; Sororidad, Poesía y Narrativa (2020). Y Antología: Colección Poética Lacuhe (2022), Antología (poesía y narrativa) Detrás de las máscaras (2023). Tiene dos libros publicados: Al filo del vuelo (2023) y El País de los Dulces (2023). Ha participado en diversas Ferias Internacionales del Libro en Santo Domingo, New York, Colombia y Venezuela, como conferencista y poeta. También en diferentes tertulias y recitales del país y Puerto Rico. Es miembro del grupo poético Mujeres de Roca y Tinta. Egresada del Taller Literario César Vallejo de la UASD.

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