Niebla de sortilegios (2010), novela del autor dominicano Rufino Pérez, es una obra de gran densidad simbólica y emocional, donde el realismo mágico, la tradición oral caribeña y la memoria familiar se entrelazan en una atmósfera suspendida entre el sueño y la vigilia. Ambientada en un campo dominicano marcado por la superstición, el duelo y los rituales sincréticos, esta novela construye una narrativa profundamente femenina, dolorosamente espiritual y culturalmente enraizada.
Entre el duelo y la redención
La historia gira en torno a Romelia, una mujer estéril marcada por la muerte de su hermana Roberta, cuyo recuerdo se reactiva con la llegada de Robertina, la sobrina-hija que encarna una segunda oportunidad, tanto afectiva como espiritual. El eje narrativo se articula en torno al proceso de maternidad inesperada de Romelia, una gestación que parece orquestada por las fuerzas sobrenaturales que pueblan su entorno. El dolor no desaparece; se transforma en rito, en ofrenda, en acto redentor.
La novela trata la memoria como un tejido vivo: lo que ha sido continúa presente, ya no como nostalgia sino como potencia afectiva. Robertina es un cuerpo intermedio entre lo que murió y lo que vendrá; su presencia canaliza la catarsis familiar. Rufino Pérez nos recuerda que el pasado, cuando se vive intensamente, no está detrás, sino latiendo bajo la piel de lo cotidiano.
Robertina: sabiduría innata y tragedia espiritual
Robertina es quizás el personaje más fascinante y profundamente construido de la novela. Dotada de una gracia inusual y de una sabiduría instintiva que desafía su falta de educación formal, ella encarna un poder transformador que cautiva a cuantos interactúan con ella. A través del humor, la generosidad, la lealtad y una fe orgánica, Robertina representa una espiritualidad viva, crítica y profundamente humanista. Es una mujer que, sin haber pasado por la escuela, logra reflexionar con agudeza sobre el sentido de la vida, la muerte y el más allá, reinterpretando incluso las enseñanzas bíblicas con lucidez filosófica.
Desde joven, establece una relación compleja con sus figuras parentales: admira el carácter ético de Romelia y se distancia del derroche e ignorancia de Manuel Santana. En su madurez, guiada por una “fuerza natural maravillosa”, se une en matrimonio con su hermano de crianza, en una fusión pasional y definitiva. Esta unión, por su carga simbólica y afectiva, profundiza el sentido ritual y mítico del relato: el amor no obedece a las leyes convencionales, sino a un destino tejido por lo invisible.
Sin embargo, la vida de Robertina no concluye en gloria ni santidad, sino en enfermedad y descomposición. Al caer súbitamente enferma de cáncer, la novela expone el colapso del mito y la fragilidad de la carne. Su muerte —devastadora y absurda— y la posterior profanación de su tumba por estudiantes extranjeros, constituyen un giro brutal que lanza a los lectores a una reflexión profunda sobre la injusticia, el azar y la arbitrariedad de la existencia.
Este desenlace abre una tríada conceptual demoledora: duda sobre la justeza de un ser divino, escepticismo sobre la existencia de lo sobrenatural, y resignación ante el caos moral del mundo. Robertina, símbolo de gracia y sabiduría, no escapa a la crudeza del destino. Su historia ilumina una pregunta existencial que atraviesa toda la novela: ¿puede lo sagrado protegernos de lo trágico?
Espiritualidad, sincretismo y realismo mágico
Niebla de sortilegios es una obra profundamente espiritual. El sincretismo religioso se expresa no solo en el culto a Santa Eloísa y en los rituales de sanación que Romelia ejecuta bajo el bambú centenario, sino también en la relación íntima entre la naturaleza y lo divino. La novela está habitada por símbolos vivientes: mariposas que anuncian el cambio, gallos que imponen su ley masculina, plantas que curan o matan.
El realismo mágico no es aquí un adorno, sino una condición ontológica del relato: lo sobrenatural no interrumpe lo real, lo acompaña. Esta hibridez recuerda a obras como Cien años de soledad, La casa de los espíritus o Pedro Páramo, no por imitación, sino por resonancia espiritual y estética. La frontera entre los vivos y los muertos es porosa: los sueños son advertencias, las apariciones son presagios, y las ánimas forman parte del paisaje.
Poética del lenguaje y estructura del tiempo
El estilo de Pérez es lírico, barroco, intensamente sensorial. La narración fluye entre el presente y los recuerdos, entre lo vivido y lo soñado, en una estructura fragmentada que simula un tiempo circular, donde los acontecimientos no terminan, sino que reverberan. El lenguaje mezcla registros: lo científico (“fitoalexinas”, “peritoneo”) convive con lo ritual (“albahaca”, “velones”), generando una tensión fecunda entre razón y fe, curación y veneno.
Las frases largas y oracionales evocan el tono ceremonioso de la oralidad campesina, como si cada oración fuese una invocación. Este estilo no busca la eficiencia, sino la densidad; exige una lectura atenta, contemplativa, que se deje envolver por los olores, los sonidos, los fluidos del mundo que retrata.
Fatalismo mágico y crítica social
Más allá del lirismo, la novela contiene una crítica social aguda. El peso de la tradición patriarcal, la marginación de las mujeres, el trabajo infantil, la pobreza rural, todo está presente en un plano subyacente. La espiritualidad que redime también puede cegar: personajes como Abrahán siguen los ritos con devoción, pero encuentran la muerte como destino.
Este fatalismo mágico –donde el ritual no siempre salva, donde el milagro puede ser trampa– es una de las apuestas más originales de la novela. Lo sagrado se contamina con lo profano, y el dolor no se disuelve, se transforma. El sufrimiento de Robertina y la profanación de su tumba reafirman esta tensión: incluso la vida más luminosa puede ser arrastrada por la sombra.
Valoración final
Niebla de Sortilegios es una obra notable dentro de la literatura dominicana contemporánea. Por su lirismo, su hondura emocional, su capacidad para fundir lo mágico y lo cotidiano, y su atención a los vínculos entre espiritualidad, género y territorio, merece un lugar de reconocimiento.
Rufino Pérez ha escrito una novela envolvente, rica en símbolos y sensibilidad, donde cada escena es un conjuro y cada personaje una revelación. Aunque el ritmo pausado y la densidad estilística pueden ser un reto para ciertos lectores, quienes se adentren en sus páginas encontrarán un universo complejo y conmovedor.
Altamente recomendada para quienes buscan novelas con dimensión simbólica, mística y poética, ancladas en la identidad caribeña y en la resistencia íntima de lo femenino.
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