Julio César Marmolejos. Villa Juana, Santo Domingo. Es docente universitario y un gestor social y cultural desde sus días juveniles en los clubes y asociaciones estudiantiles. Un apacionado de la historia, y la literatura pese a su profesión de Químinco, así como de los temas políticos. Es el actual director de la Biblioteca Pedro Mir de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).                              

Escribir es un acto litúrgico, sobradamente ritual y que conlleva una entramada dosis de complicidades y dedicación. Por lo que sacar y poner en las manos de un público lector un texto (dejemos de lado lo económico) sin importar la rama o género escrito es realmente un acto mágico del que solo el que se sienta hacerlo lo logra si lo disfruta, si convive con estos afanes que deja y da el fruto terminado.

Para un escritor de oficio o ya con varias experiencias en partos librescos no es tan apremiante y angustiantes este trance existencial. Pero para alguien que por primera vez se adentra en nadar en estas aguas profundas y turbulentas del mundo escritural y editorial le resulta harto difícil el transitar de un lado (las ideas del libro en la cabeza) al otro del libro hecho realidad en las manos.

De ahí que se ha de suponer que la satisfacción del autor es y será siempre inmensa, esto, aunque no vuelva a escribir más en el discurrir de su vida. El libro Villa Juana en mis recuerdos de Julio Marmolejos, es una de estas piezas emblemática que pasó y transitó por este avatar previamente contado, su autor un químico de profesión y docente universitario, aunque es dueño de una gran capacidad intelectual dado su enamoramiento de la historia y la literatura a la que dedica horas para devorar páginas en favor de mantener ese acervo cultural libresco.

Es lo que le ha permitido sin ser un escritor de oficio escribir uno de los libros importantes en la historiografía popular dominicana y sin dudas un libro de relatos en el marco literario que nada tiene que envidiarles a otros hechos por narradores de oficio.

En esta obra J. C. Marmolejos recorre los hechos, personajes y vivencias de los últimos 65 años de este emblemático sector capitalino ubicado en el centro de la zona norte de la capital dominicana.

El autor memorialmente desanda y como un guía meticuloso nos toma de las manos y nos lleva por aquellas calles ayer polvorientas contándonos sus días infantiles y juveniles por la geografía del barrio, de su barrio, por los lugares paradigmáticos como el parque y su retreta, las iglesias y sus rituales, salas de cines, los colmados, la escuela, los pleitos callejeros de la panilla de las infantes entre juegos divertidos de piza colá, trúcalo y el pañuelo, y que pase la señorita cuidado con la de atrás…

Y ni hablar de las personalidades íconos que hacían del ames reír de los tigueritos y adultos del barrio de Villa Juana y nique decir de la fratricida Guerra de Abril del 65, misma que cuenta en dos amenos relatos: Los yanquis invasores: I y Los invasores yanquis: II págs. 61 al 64. Relatos que nos lo narrar como juego y travesura de muchachadas, pero que en el fondo llevan lo que denomino un patriotismo inocente o una infantil rebeldía nacionalista: veamos, lo que nos dice en el primer relato ya antes citado. Uno de los jovenzuelos dice: vamos a calentar a los malditos yanquis, desde el techo de la República… al siguiente día subimos al techo de la Escuela República Dominicana y esperamos que pase un yipecito gringo… piedras y más piedras.

Y sigue narrando escenas heroicas ante el hecho de una invasión armada a la patria amada, con inocencia y desconocimiento de causa sí, pero heroica…En una nublada mañana notamos que ese día no pasaba ningún vehículo, yo lo noté extraño, pero al rato aparece un yipecito con dos jóvenes soldados y esta vez piedra, botellas llovían sobre estos dos infelices jóvenes soldados invasores, detienen el yipecito y pistola en manos, se guarecen en las casas, en el lado sur de la calle Peña Batlle.

Marmolejos en este libro deja una documentación histórica contada en una ágil, dinámica y amenas formas de describir aquellos acontecimientos y hecho de manera tal que un se envuelve en una lectura jocosa, alegre, educativa y también melancólica al trasladarse uno como lector al barrio, pueblo o espacio geográfico donde ha transcurrido tu pasado infantojuvenil.

Esta como siempre decimos: una literatura del traslado, en donde el autor hace que el leyente se sienta parte integrar lo narrado, el lector pasa hacer objeto actoral y se vive y desvive en las páginas en devoración. Esto no es una acción fácil de lograr, ni siquiera para los escritores ya peleados o publicados varias veces en el mundo de las publicaciones, pero sintomáticamente se da que J. Marmolejo logra con una maestría que pareciese un escritor ya experimentado.

Lo relatos de Villa Juana en mis recuerdos es un trabajo de ejercicio memorial, de microhistorias de anécdotas y recuerdos, en el que el autor logra poner en blanco y negro el Villa Juana del último tramo del siglo pasado. Por lo que es un registro histórico para inventariar la forma y manera en que este barrio capitalino (y en el podemos ver a muchos otros) se desenvolvía en la cotidianidad de la vida social salpicada de la realidades políticas, culturales, económicas, en la salud y la cotidianidad del trabajo…

Tal y como lo narra en el homenaje a Quince el mecánico de bicicletas e Isaías Piñeyro el zapatero, por igual en el relato Pedro el amolador y Chito y Madrid, en fin, son relatos para reflexionar, morirnos de la risa, contados en un lenguaje sencillo y amenos. Este trabajo literario de Julio Marmolejos hace más que un homenaje a su barrio y a su agente, él camina sobre el silencio de los otros, por lo que este texto es un canto a la idiosincrasia de esta barriada, a los mitos y leyendas de su gente, sí, un documento esencial para la historicidad de Villa Juana.

Julio Marmolejos un químico-escritor, que, aunque no vuelva a tomar la pluma en favor de la literatura ha dejado desde ya un legado para la patria al reflejar en sus relatos la vivencialidades que hicieron y hacen posible la indeleble barriada de Villa Juana.

Es por ello, que Villa Juana en mis recuerdos en Julio César Marmolejos es un cantar de salve a los que siempre seremos los mismos, a los que andaremos siempre con el rostro alargado de hidalguía; sin sueños manchados en las pupilas, sin arrebatos de ojos arañados de pesadillas por lo indebido.  Por ello, queremos cerrar con el relato íntegro titulado El hijo descarriado

El barrio de Villa Juana, en los actuales momentos está muy congestionado de vehículos, no es muy sencillo el conseguir un parqueo, los que eran viviendas hace una, dos o tres décadas atrás, ahora son negocios, repuestos, gomas, talleres de reparación de todos lo que te puedas imaginar.

Voy buscando un espacio donde pueda parquear el vehículo, aunque sea dos o tres bloques hacia cualquier lado, me introduzco por la callecita llamada Charles Pie, la cual todo el Villajuanero la conoce como “El Caminito”. Parqueo frente a una antigua casa, aparentemente abandonada, Adonde vivían en ella amigos de juegos infantiles, condiscípulos, de la Escuela Nicaragua. Papito, Rosa, Carmela, Julio y el más pequeño de ello Andresito.

El padre y la madre eran una pareja de por vida, el alto, de origen español, pelo lacio, nunca lo oí hablar ni reír, honesto y serio, empeñado en sacar sus hijos adelante con su trabajo.

En cambio, ella tenía pelo negro y lacio, de tez más oscura que la de su esposo, el rostro dulce y cariñoso, su sonrisa era agradable y nunca vi en su cara animadversión hacia ningunos de los niños que acudíamos a su patio trasero a buscar cerezas o guayabas.

Julio había heredado la mezcla racial y esa blanca sonrisa, la candidez de sus miradas lo cual lo hacía ser simpático a primera vista. Cualidades muy especiales y que adornan algunos seres desde su nacimiento. Tal cual era el caso de Julio.

A lo lejos viene un señor con una carretilla llena de corotos viejos, sillas, mesa, botellas plásticas y otras inservibles cosas. Era Julio, me reconoció y me ofreció esa sonrisa de esa que, nacen desde el alma.

Le digo: –¿Hola Julio, como estas?

–Hola Julio César, yo estoy bien.

Meto la mano en mi bolsillo y discretamente le dejo caer unos pesos y monedas que tenía. Él se pone contento y grita para que algunas personas que allí estaban oigan.

–” Ven, ven que yo conozco a persona importante ¡

–“Miren, miren que no es como ustedes dicen.”

Pensé para mi adentro.

–“si el supiera, cada uno lleva una carga a su espalda”.

En ese momento comprendí que él estaba en su momento de lucidez.  Dos discretas lágrimas bajaron por sus mejillas. Una señora cuando ya me iba me dijo: –” El sufre mucho, está solo en esa casa, sus hermanos, unos murieron, otros están fuera de este país. Nunca lo había visto tan contento”. “Llora de alegría”.

Le dije: — adiós, Julio, Cuídate.  Él, con su ya viejo rostro dibujado en su angelical sonrisa me dijo: –“Adiós, adiós, Julio Cesar”.

En el camino iba pensando que, en esta vida, nada está escrito y que cada uno va forjando su destino, su camino. Los padres trazamos una línea, pero llega el momento en que los hijos son independientes y se lanzan al vuelo, al vuelo de su vida.

El solo pensar, que aquel talentoso e inteligente muchacho, criado con la delicadeza y cuido de una madre cariñosa, con el mimo de un padre preocupado, se convertiría en un indigente, que vive recogiendo corotos viejos por las calles de esta ciudad.

Es paradoja de la vida.

Vayan estas sencillas palabras para todos los padres que sufren aquí en la tierra o desde el más allá la desdicha de un hijo descarriado.

Que Dios, el todopoderoso se apiade, en su momento de tu infeliz alma.

Luesmil Castor Paniagua

Poeta y ensayista

Luesmil Castor Paniagua. Profesor de la Escuela de Comunicación UASD. Ensayista, poeta y narrador.

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