Texto de Andrés Acevedo leído en la puesta en circulación del libro Voces de mi voz, del poeta Enegildo Peña. Santiago de los Caballeros, 21 de octubre de 2025.
Enegildo Peña y quien escribe tenemos más de 35 años de amistad interrumpida. Nos conocimos en la fundación del Taller Líttera de la Sociedad Cultural Alianza Cibaeña en el 1985. En sus inicios literarios, Enegildo era un poeta romántico e idealista. No al estilo del inglés Lord Byron (1788-1824), el alemán Heinrich Heine (1798-1856), el francés Víctor Hugo (1802-1885) y el español Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870). No, era nada más y nada menos que al estilo anacrónico del poeta cubano José Ángel Buesa.
Esa forma de concebir la expresión y creación poética fue cambiando a partir de la lectura de los maestros con un lenguaje poético y narrativo universal. Su madurez poética la encontramos en la publicación de su primer libro: Más allá de mi sombra (1993), en donde se advierte la búsqueda de un poetizar que trasciende el lenguaje común. En su segundo libro de poesía: “En la palabra” (2000), continúa evidenciando su dominio de la poética.
En este tercer libro titulado: Voces de mi voz: Enepoemario (2025), Enegildo decide transparentar su discurso, aunque todavía coquetea con algunas imágenes abstractas de sus anteriores obras. Enegildo Peña venía pensando y repensando este libro desde hacía bastante tiempo. A él siempre le ha interesado lo erótico, por lo que parte de su contenido aborda esta temática.
Octavio Paz, poeta y ensayista mexicano y premio Nobel de Literatura 1990, plantea que: “…lo erótico se concibe como una fuerza primordial que trasciende el sexo, conectando a los amantes y permitiéndoles conciliar opuestos, como el yo y el otro, e incluso la vida y la muerte, para lograr un retorno a un estado de unidad primordial y autorrealización”. Precisa, además que: “El instante erótico es una experiencia vertical de tiempo y de ser que genera una comunión con el mundo, una forma de conocimiento que va más allá del aislamiento del yo cotidiano”.
Enegildo trabaja lo erótico desde su particular universo creativo. En su obra: casa, cuarto, alfombra, cama, sábana, espejo, paredes, persiana, ventana, madrugada e insomnio, son metáforas extensivas de su cuerpo.
“Detrás de mí, todo se pierde
en el espejo de mi cama.
Otros ojos son sus reflejos
en la luz de otros cuerpos perdidos
que todavía recogen
los gemidos que hay en mí.
Mi cuerpo es el espejo
que está detrás de mí y de mi cama”.
En otra puntualización de lo erótico, Octavio Paz, plantea: “El amor erótico no se limita al acto sexual, sino que es una experiencia de autorrealización que implica la trascendencia del propio ser”. Enegildo simboliza la cama (su cama) como el escenario donde se materializan sus pasiones posibles e imposibles. Por eso expresa:
“La cama es un recinto de bondades,
donde a veces soñamos lo imposible.
La cama es un cuerpo de otro cuerpo:
un deseo de los deseos que en ella hemos tenido,
un sudor de temblores y de convulsiones,
de un habitar de todas mis partes”.
Para el poeta mexicano: “…el amor erótico es una experiencia de “morir y resucitar” al entrar en el otro y fundirse en una unidad, un estado que da autenticidad al amor”. Este postulado se encuentra presente en la obra de Enegildo Peña. Ejemplo.
“Te siento tan adentro
que me dejas afuera,
tendido en la soledad
de mis sábanas”.
Esta obra fue creada desde un yo poético. En este sentido, el autor se pregunta.
“Quizás este cuarto que ahora habito
nunca fue mío,
sino de otro que no conozco.
El cuarto y yo,
somos dos habitantes que se deshacen:
el uno en sus paredes
el otro
en sus soledades”.
La obra está estructurada en tres renglones. El primero: “Voz rutinaria”, un conjunto de 20 poesías de confesión, al estilo “Canto a mí mismo” del poeta estadounidense Walt Whitman. El segundo: “La voz de los cuerpos”, compuesto por 25 textos poéticos que confiesan lo que ocultan y develan dos cuerpos entrelazados. La tercera parte: “La voz de la muerte”, lo conforman 15 poemas donde el poeta rememora a sus progenitores, familiares y amigos. Tres metáforas de la personificación excelentemente concebidas.
Al concluir la lectura de esta obra me quedé pensando en la verosimilitud de su lenguaje poético. Esta obra es un manifiesto de la intimidad del poeta, de su amor y desamor, de su pesimismo, de su morir y resucitar a través de las palabras. Cada texto poético puesto aquí es una ventana abierta hacia el interior y el exterior de su profundo ser.
“Las ventanas son mis ojos,
también son los de las paredes
donde se mira hacia adentro y hacia afuera”.
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