Migrante, en literatura, no es únicamente quien cruza fronteras físicas. Es también quien transita entre lenguas, culturas, identidades y memorias. Es una figura que encarna el desplazamiento, la búsqueda, el desarraigo y la reinvención. En este sentido, el migrante puede ser tanto un personaje como una voz narrativa, una metáfora viva de la hibridez y del conflicto entre pertenencias.
No estaríamos lejos de esa metáfora si pensáramos en la existencia de una literatura —y unas formas de leer— que nacen desde el movimiento y la migración. Estas formas nos han regalado historias como las de Julia Álvarez, Junot Díaz, Kianny Antigua, Josefina Báez, entre muchos otros. Letras hijas de un movimiento constante de sazones, dolores y realidades que fluyen entre nuestro Caribe y la integración multicultural y cosmopolita del viajero. Por lo que, tras leer a JP Infante, puedo hablar de un viajero afortunado en clara alusión al Fortunate Traveller de Derek Walcott, poeta que entendió el viaje no solo más allá del tránsito físico, sino también como una travesía espiritual, política y estética.
JP Infante ya orbitaba en mi universo literario desde hacía tiempo, pero fue apenas recientemente que pude leerlo con calma, adentrarme en la crudeza de un pasado riquísimo, lleno de detalles, de gestos sutiles. El trasfondo de sus cuentos es una cierta nostalgia noventera, el resultado —o quizás el fruto— de nuestros procesos migratorios dominicoamericanos. En los cuentos de JP se reviven tristezas y nostalgias que quizás resulten familiares para quienes transamos en lo diaspórico. Comunes, sí, pero es precisamente en ese sentido de comunidad donde radica la fuerza de estas historias. Por más individuales que sean, abrazan demasiadas voces.
En “Umbilical” se habla de la belleza y el terror de la conexión extrema con una madre dominicana. El Dominican Motherhood es un tema del que se ha hablado, no porque sea excepcional en sí mismo, sino porque una mamá dominicana es una fuente inagotable de propuestas multiversas. En ese ser se reúnen lo romántico y la violencia, en un conflicto que no se resuelve. Conexión, rizomas, símbolos, mitos e imágenes. JP Infante lo sabe, y lo dice con una frase que condensa siglos de historia íntima: “The women in your family have always been a mystery to the men in your family. These women are known, but only to each other.” Esa línea, que aparece como una revelación, nos recuerda que la maternidad dominicana no es solo una experiencia individual, sino una red de saberes compartidos, de silencios y complicidades que escapan a la mirada masculina y a la lógica del relato lineal.
En “Casi todo acerca de mi madre”, asistimos a una carta de amor. El tono reflexivo de la historia, reforzado por la interesantísima figura de la segunda persona narrativa, consigue algo que se da en la buena escritura: el equilibrio entre showing y telling. Aunque el tema es duro y un poco canalla, el uso de esa segunda persona plantea una intimidad que puede parecer incómoda, pero que es a la vez irresistible.
La voz narrativa se dirige a sí misma como si se mirara en un espejo roto, fragmentado por la memoria y el dolor. “On the way home on the 7 train, you realized your mother wanted your blessing and felt like crying. You hadn’t cried in years. Whenever you felt the urge, your mother’s voice played in your head, something she once told you: ‘When a man cries for me, I lose respect for him.’”
La frase golpea con la fuerza de una herida que no cierra. Y luego, en otro momento de la narración, el dolor se vuelve físico: “You immediately recognized what she was trying to remember in her eyes and the sight hurt like a kick inside your stomach; it was your name on the tip of your mother’s tongue.” Esa línea, que da título al libro, condensa el núcleo emocional de toda la colección: el intento de nombrar, de recordar, de conectar, incluso cuando el lenguaje falla.
Escritura desde los márgenes: El hustler fatulo que ocurre sobre un trasfondo nostálgico. JP Infante construye un decorado donde existe un anhelo de normalidad. Desde ahí parte su drama: el desajuste de un balance que, desde muy temprana edad, atemperado por la literatura, se convierte en una máquina de hacer preguntas. Hay algo de instinto en esa búsqueda: pautas fijas, casi biológicas, que empujan al personaje a reaccionar ante el entorno migratorio con una sensibilidad que no necesita ser aprendida, sino que emerge como respuesta funcional a una vida marcada por el desplazamiento.
En “Buying Cocaine”, se habla precisamente de esto. ¿Qué se escribe cuando estamos en los fringes del imperio? ¿Cuál es la voz del personaje que contará la historia del fin del mundo? ¿Empieza el fin del mundo por Nueva York? Y de ser así, ¿puede leerse como el pago del pecado original que cometimos al emigrar? Al dejar el paraíso caribeño para alimentar la complejidad de las factorías, los puntos, algunas bodegas y universidades.
La voz narrativa se mueve entre el deseo de desaparecer y la necesidad de ser visto. La lógica invertida del dolor se convierte en una poética del borde, donde la herida no se clausura, sino que se convierte en lenguaje.
En este contexto, también aparece el mimetismo como estrategia narrativa y social. Ciertos personajes adoptan costumbres, lenguajes y gestos de clases dominantes —académicas, urbanas, estadounidenses— en un intento por asumir sus privilegios. Pero JP Infante no cae en la caricatura: muestra cómo ese mimetismo puede ser tanto una forma de supervivencia como una trampa identitaria. El hustler fatulo, por ejemplo, no es solo un estafador, sino un sujeto que ha internalizado el deseo de parecerse a lo que el sistema premia, aunque eso implique perderse a sí mismo.
La literatura de JP Infante no busca respuestas definitivas. Su fuerza está en la pregunta, en la grieta, en el borde. Nos habla desde el margen, pero con una voz que resuena en el centro de nuestras experiencias compartidas. Sus cuentos son espejos rotos que, al reflejarnos, nos obligan a mirar más allá de la superficie. En la punta de la lengua de la madre está también nuestro nombre, nuestra historia, nuestra herida.
Debo, antes de terminar esta recomendación de este buenísimo escritor, dedicar unas palabras a la elegante manera que tiene Infante de incitarnos a leer o releer a James Baldwin. Uso la expresión “elegancia” porque el arte de declarar nuestras influencias y hablar de los libros que nos emocionan es difícil para quienes escribimos y leemos. Dice uno de los personajes de JP: “Reading helps you not to think about the people you miss.” Yo podría decir un poco más, pero no me atrevo, ya que se fracasa siempre al hablar de lo que se ama.
Y quizás ese fracaso es también parte del gesto literario: el intento de nombrar lo innombrable, de sobrevivir a lo que nos hiere. Como dice otro personaje: “Your babysitter, Nilda, says suicide is like killing someone, and if you were to survive jumping off the fire escape, the police would arrest you for attempted murder. If you do try killing yourself, you plan to live through it because suicide only works if you survive.” En esa paradoja se cifra la poética de Infante: escribir desde la herida, pero con la voluntad de seguir vivos, multiplicándonos en el amor reaprendido.
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