En la narrativa latinoamericana contemporánea, la figura del marginado urbano —el antihéroe — se ha consolidado como emblema de resistencia moral frente al desencanto moderno. En el cuento La victoria, Máximo Vega construye una voz narrativa que rescata la humanidad del fracaso a través de Alberto "Kid" Beltrán, un boxeador que encarna la paradoja de la derrota como triunfo ético.
Esta mirada encuentra resonancia en Torito de Julio Cortázar, relato que, aunque más breve y experimental, comparte la sensibilidad hacia los sujetos periféricos y vulnerables. Sin embargo, mientras Cortázar despliega su maestría en el juego perceptivo y lo absurdo, Vega sostiene la mirada en el realismo coloquial que ancla su relato en la precariedad del Caribe urbano.
Como afirma el antropólogo y crítico cultural Néstor García Canclini: “la literatura urbana latinoamericana contemporánea convierte el fracaso en la forma más humana de autenticidad". En ese sentido, tanto Vega como Cortázar inscriben la derrota en el territorio de la ética.
Kid Beltrán, protagonista de La victoria, es un boxeador envejecido prematuramente que sobrevive de sus recuerdos y de la rutina en un bar marginal. Su vida está marcada por una promesa filial —ser campeón del mundo— y por el descubrimiento de su imposibilidad de cumplirla. "Campeón del mundo o nada", le promete a su madre, pero esa meta se convierte en carga que arrastra hasta el final (Vega, La Ciudad Perdida, 2004, p. 22).
El cuento narra cómo Beltrán, obligado a perder peleas amañadas por dinero, decide rebelarse durante su último combate. Al enfrentarse a "el Martillo Torres", un joven promesa del boxeo, elige ganar —aunque sea solo por unos instantes— antes de caer deliberadamente para cumplir con el acuerdo económico. En ese gesto ambiguo, entre la obediencia y la rebelión, Vega sitúa su mensaje: la verdadera victoria no reside en el resultado, sino en la afirmación de la dignidad propia.
Esta noción coincide con la lectura ética de Ruiz Fajardo en Literatura urbana latinoamericana: márgenes y ciudad (2008), quien señala que "la literatura del fracaso urbano en América Latina se distingue por la persistencia de la dignidad incluso en los escenarios más degradados" (p. 112).
La prosa de Máximo Vega se caracteriza por una oralidad densa y sincopada, con frases extensas que imitan el flujo de la conversación popular. El narrador —un escritor que escucha la historia en la barra de un bar— funciona como testigo de una verdad casi confesional. El lenguaje reproduce el habla cotidiana sin sacrificar tensión, lo que sitúa el relato en la herencia del realismo sucio caribeño.
El espacio narrativo, dominado por el olor del ron, el sudor y la noche tropical, es más que un escenario : es una atmósfera moral. El boxeo aparece como metáfora del cuerpo y del tiempo, donde cada golpe compendia los años de frustración, deseo y resistencia.
Julio Cortázar, en Torito, presenta también a un personaje periférico: un hombre pequeño, golpeado por la vida, cuya voz —a ratos humorística y fragmentada— revela el absurdo y la precariedad del mundo urbano. Para Cortázar (Final del juego, 1956), "la vida se gana por puntos, y casi siempre pierde el que pelea más limpio" (p. 78).
A diferencia de Vega, Cortázar transforma la experiencia marginal en un espacio de ambigüedad perceptiva: el lenguaje se fragmenta, se mezcla lo fantástico y lo real, y el personaje oscila entre la derrota física y la epifanía existencial. Vega, por su parte, opta por una poética del realismo ético, donde el fracaso no es metáfora, sino materia concreta de la vida.
Mientras Torito se desdobla en un monólogo que bordea lo absurdo, La victoria se articula como relato dentro del relato, revelando al final que el boxeador vencido es, en realidad, el mismo dependiente que atiende el bar. La revelación no busca sorpresa, sino cierre moral: la vida continúa, y la dignidad también puede sobrevivir en la rutina del anonimato.
El boxeo, en ambos relatos, opera como metáfora del cuerpo enfrentado a la historia. En Vega, cada golpe simboliza el deterioro físico y espiritual del hombre caribeño común, atrapado entre la miseria y el anhelo de superación. En Cortázar, la violencia adquiere matices existenciales, donde el cuerpo es escenario del absurdo humano.
Como apunta Bignozzi: "el cuerpo golpeado del personaje cortazariano es también el cuerpo textual: ambos revelan la fractura del sujeto moderno". Vega, en cambio, no estetiza la herida : la exhibe. En su cuento, la sangre, el sudor y la derrota no se transmutan en metáfora, sino que permanecen como huella visible de lo real.
Ambos cuentos permiten establecer un paralelismo crítico significativo. Mientras La victoria de Máximo Vega presenta como protagonista a un boxeador fracasado – un antihéroe moral cuya dignidad sobrevive en medio de la derrota—, Torito de Julio Cortázar nos introduce en la conciencia fragmentada de un antihéroe existencial, símbolo de la vulnerabilidad y el absurdo de la vida moderna.
Los estilos de ambos autores divergen con claridad: Vega desarrolla un realismo coloquial, fluido y testimonial, arraigado en la oralidad caribeña, mientras que Cortázar se decanta por la fragmentación, el humor y la ambigüedad del lenguaje. En cuanto al tema, Vega explora la dignidad en la derrota y la ética del fracaso; Cortázar, en cambio, indaga en la vulnerabilidad del individuo ante el sinsentido de la existencia. También los espacios narrativos refuerzan esta diferencia: los bares, burdeles y calles caribeñas de Vega contrastan con la ciudad moderna y anónima del universo cortazariano. Finalmente, el cuerpo adquiere en La victoria el valor de símbolo del esfuerzo y la caída, mientras que en Torito se convierte en metáfora del desajuste existencial y del absurdo humano.
El diálogo entre ambos textos permite pensar la derrota como gesto humano de resistencia. En Vega, la ética; en Cortázar, la ironía. Ambos muestran que la literatura del margen es también la literatura de lo humano esencial.
La victoria de Máximo Vega resignifica el fracaso desde la ética : perder puede ser la única forma de vencer. En su universo narrativo, la marginalidad no es solo condición social, sino categoría moral que permite pensar la dignidad en contextos adversos.
En contraposición, Torito de Cortázar explora el mismo territorio desde la fractura de la percepción y el absurdo urbano. Ambos textos, sin embargo, coinciden en una misma afirmación : el ser humano se mide no por su éxito, sino por su capacidad de mantenerse íntegro ante la caída.
La victoria, entonces, no es el aplauso del público ni el título del campeón, sino la persistencia del alma ante la derrota.
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