He leído con atención y genuino entusiasmo su artículo «Lo que separa y lo que une: límites y diálogos entre lo infantil y lo juvenil», publicado recientemente en Acento, y quiero expresarle mis felicitaciones por la lucidez de su planteamiento. Celebro que se abran estos debates tan necesarios sobre la literatura dirigida a niños y jóvenes, un tema que, como usted, también defiendo desde mi quehacer como educador y escritor dominicano.
Permítame, sin embargo, disentir amablemente de una idea puntual que usted plantea al establecer diferencias entre una literatura y otra. Usted señala que “la literatura juvenil explora conflictos de identidad, autonomía, sexualidad, ética, pertenencia” y que “se dirige a un lector que ya puede leer solo, cuestionar, comparar.”
Comparto la caracterización que ofrece, pero considero que varios de esos temas también están profundamente presentes en la literatura infantil. Los niños, incluso los más pequeños, enfrentan dilemas de varios tipos, incluidos los de identidad, de pertenencia y de ética; son grandes filósofos que se hacen preguntas enormes y, a través del juego simbólico, intentan comprender el mundo.
Desde la perspectiva educativa, esto se confirma en el propio Diseño Curricular del Nivel Inicial de la República Dominicana, que establece entre sus nueve principios el de autonomía, trabajado intencionalmente desde los cero hasta los seis años. Esa autonomía se cultiva también a través de la literatura: en cada historia, los niños aprenden a decidir, imaginar, discernir y construir sentido.
En mis andanzas, quizá un tanto quijotescas, suelo insistir ante maestras, autoridades y tomadores de decisiones en materia educativa y cultural que no se debe subestimar a los niños. A menudo se desestiman libros porque contienen palabras complejas o conceptos que se considera que los pequeños no comprenderán. Sin embargo, la literatura precisamente está para enriquecer el vocabulario, ampliar el pensamiento y despertar la curiosidad. Si una palabra o una idea resulta nueva o desconocida, eso se convierte en un punto de conversación entre el mediador y el niño; y en ese diálogo se cumple una de las más nobles funciones de la literatura: crear conversación, pensamiento y vínculo.
En cuanto a su afirmación de que la literatura juvenil se dirige a un lector que “ya puede leer solo”, me gustaría añadir que los niños del nivel inicial también leen solos, aunque de manera no convencional. Lo hacen desde la experiencia sensorial y simbólica del libro: leen a través de las imágenes y los textos, de los colores, las formas y las texturas que encuentran al pasar las páginas. Desde ahí construyen significados, inventan historias, decodifican emociones. Esa es una forma de lectura, no mediada, no literal, pero profundamente activa, significativa y preparatoria para la lectura convencional.
En ese acto, el niño modela gestos de lectura: pasa las páginas de izquierda a derecha, orienta la mirada en el mismo sentido y comienza a establecer correspondencias visuales y espaciales que anticipan el proceso lector al que usted se refiere. Es, en definitiva, un ejercicio de pensamiento simbólico que precede la alfabetización formal.
Es un tema que he desarrollado en un artículo publicado también en Acento, donde defiendo que el niño lector se forma no solo en la decodificación verbal, sino en la experiencia estética y sensorial de la lectura.
Cambiando de tema, quedé maravillado con su perfil profesional, que se presenta en su firma en Acento como “Doctor en Humanidades, en Estudios Sociales y Culturales del Caribe”, con maestrías en Educación y en Lingüística Aplicada. Esa coincidencia temática me resultó particularmente inspiradora, ya que actualmente curso un doctorado en Ciencias de la Educación y he sido invitado por la Universidad Anáhuac a impartir clases en un Diplomado de Humanidades, donde desarrollo el módulo dedicado al Caribe.
Por ello, aprovecho este espacio para invitarle públicamente a participar como invitado en una de mis clases, a fin de compartir con los estudiantes sus reflexiones desde la perspectiva caribeña, con lo cual enriqueceríamos enormemente el diálogo académico y cultural.
Ojalá esta carta sirva para seguir aireando ideas sobre las fronteras y las características comunes y diferentes entre ambas literaturas, y para que más voces se sumen a esta conversación que tanto necesita nuestro ecosistema cultural y educativo.
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