Este texto se extiende, sí, porque hurga en el comatoso sistema educativo dominicano. No es un paseo liviano, sino una inmersión en el naufragio de un derecho. Si algunos encuentran pesada su lectura, quizás sea porque el propio sistema les ha robado la paciencia, la curiosidad, la sed de profundidad. Es la escuela, entonces, reflejada en la dificultad para leerlo, el síntoma y la enfermedad en un mismo cuerpo que agoniza.

En 2018 y 2022, República Dominicana ocupó el penúltimo lugar en lectura y el último en matemáticas y ciencias en las pruebas PISA, un reflejo crudo de un sistema educativo que, durante décadas, ha priorizado la infraestructura física sobre la calidad pedagógica. Con solo 1 de cada 1,000 estudiantes alcanzando niveles de excelencia —frente a un promedio de 157 en países de la OCDE—, el país enfrenta una crisis que trasciende lo académico: es un fracaso moral. Los datos no mienten: el 75% de los estudiantes asiste a escuelas públicas, pero menos del 2% de estos centros cuenta con recursos tecnológicos básicos, y el 40% de los docentes carece de formación especializada en metodologías activas. Estos números no son meras estadísticas; son el rostro de una generación condenada a la desigualdad si no se actúa con audacia.

Las raíces del colapso

El problema no es nuevo. Desde 2016, el Ministerio de Educación reconoce "avances limitados" en indicadores clave, como la retención escolar o el dominio de competencias básicas. Las aulas siguen siendo espacios donde prima la memorización sobre el pensamiento crítico, donde los libros de texto son escasos y obsoletos, y donde la tecnología es un lujo, no una herramienta pedagógica. Una encuesta especializada a docentes revela realidades alarmantes: el 78% reporta falta de materiales didácticos y el 65% señala la ausencia de talleres prácticos. Estos no son déficits aislados; son síntomas de un modelo que ignora las necesidades del siglo XXI.

Un nuevo paradigma

La solución no radica en parches temporales, sino en una reestructuración profunda que priorice cuatro ejes:

  1. Formación docente con enfoque en competencias

El 60% de los docentes dominicanos no ha recibido capacitación en metodologías STEAM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería, Artes y Matemáticas), según datos del propio MINERD. Urge un programa nacional de desarrollo profesional continuo, centrado en pedagogías lúdicas, manejo de emociones en el aula y uso crítico de tecnología. Esto implica crear redes de mentores y acompañamiento pedagógico, donde los educadores reflexionen sobre su práctica en entornos colaborativos.

  1. Currículo centrado en el pensamiento crítico y creatividad

Eliminar la obsesión por la memorización requiere reemplazar las clases magistrales con proyectos interdisciplinarios. Por ejemplo, integrar robótica y astronomía en primaria, o finanzas personales, creación de contenido en YouTube y cine documental en secundaria, como herramientas para resolver problemas comunitarios. Un estudio piloto en 10 escuelas demostró que estudiantes expuestos a estas metodologías mejoraron un 30% su capacidad de análisis frente a grupos control.

  1. Infraestructura como derecho, no como publicidad

A pesar de contar con más de 7,000 escuelas públicas, la funcionalidad de sus instalaciones es limitada: solo un exiguo 15% dispone de laboratorios operativos y un significativo 35% sufre la falta de suministro estable de agua potable. Esta fragilidad se refleja también en la implementación de la siempre precaria Jornada Extendida, cuyo alcance en cuanto a la implementación se ha incrementado, pero en cuanto al contenido pedagógico continúa siendo considerablemente deficiente. Tras alcanzar los 3,818 centros en el ciclo 2016-2017, actualmente alrededor de 5,300 instituciones educativas mantienen esta modalidad, de acuerdo con el INABIE. La inversión debe redirigirse: en lugar de construir más aulas vacías, equipar las existentes con internet de alta velocidad, bibliotecas digitales y espacios polivalentes para artes y deportes. La tecnología no es un adorno; es un puente para reducir brechas.

  1. Evaluación holística y participación comunitaria

El sistema de evaluación actual, con su énfasis en tareas y exámenes estandarizados, pasa por alto dimensiones cruciales del desarrollo estudiantil, como la resiliencia emocional y la colaboración efectiva. En contraposición, la adopción de rúbricas cualitativas que evalúen habilidades socioemocionales esenciales –desde la autorregulación hasta la empatía– ofrecería una visión más integral del aprendizaje. Esta aproximación desvincularía la evaluación de las tareas como instrumento punitivo, reconociendo su potencial inherente como actividad de aprendizaje.

Paralelamente, la creación de consejos locales inclusivos, donde padres, estudiantes y docentes colaboren en el diseño de políticas educativas, democratizaría la toma de decisiones y enriquecería el sistema con diversas perspectivas. Esta sinergia entre una evaluación holística y una gobernanza participativa podría fomentar un ambiente educativo más equitativo y relevante para las necesidades de la comunidad.

La voluntad política: Una deuda histórica

La tendencia histórica de los gobiernos ha sido considerar la educación como un gasto en lugar de una inversión estratégica con visión de futuro. Este enfoque revela una preocupante omisión de un deber moral fundamental. No obstante, la actual administración del Presidente Luis Abinader tiene la posibilidad de distinguirse de sus antecesores. Esta inercia no es fortuita, ya que un sistema educativo que fomente el análisis crítico y la autonomía intelectual inevitablemente cuestiona el statu quo que se alimenta de la ignorancia. Sin embargo, el trienio restante del Presidente Abinader representa aun una coyuntura valiosa para plantar las bases de una transformación duradera, siempre que se tenga la visión de priorizar las siguientes áreas:

  1. Eficientizar la inversión educativa: Hacer más eficiente el uso del 4% del PIB a educación —como exige la Constitución—, con auditorías públicas que rastreen cada peso invertido en capacitación docente y recursos tecnológicos.
  2. Alianzas público-académicas: Vincular universidades con escuelas para desarrollar investigación aplicada, como programas de tutorías entre pares o plataformas digitales de acceso abierto.
  3. Transparencia radical: Publicar en tiempo real datos sobre desempeño escolar, ausentismo docente y distribución de recursos, usando herramientas como blockchain para evitar corrupción.
  4. Educación bilingüe integral: Para construir una población estudiantil bilingüe (español-inglés), el modelo debe integrar el inglés como herramienta transversal, no como asignatura aislada. Esto implica:
    1. Formar docentes en metodologías CLIL (Aprendizaje Integrado de Contenidos y Lenguas), donde el inglés se use para enseñar ciencias, arte o tecnología, vinculándolo a proyectos prácticos (ej.: debates sobre ecología en inglés).
    2. Garantizar acceso a plataformas digitales interactivas con contenidos audiovisuales adaptados a distintos niveles, priorizando escuelas rurales mediante subsidios tecnológicos.
    3. Establecer alianzas con universidades angloparlantes para programas de intercambio virtual y presencial, aprovechando la diáspora dominicana.
    4. Implementar políticas de inmersión temprana, como "jornadas de inglés" semanales con actividades lúdicas (teatro, podcasts estudiantiles) que normalicen su uso cotidiano. Según el BID, países con enfoques similares (ej.: Uruguay) lograron un 40% de dominio básico en 5 años. La clave es romper la barrera de que el inglés es un "lujo académico" y convertirlo en un puente para acceder al conocimiento global.
  5. Integrar el homeschooling tradicional y un modelo de homeschooling asociado personalizado (un docente bilingüe por familia) al sistema educativo, con este objetivo se propone:
    1. Reconocer legalmente el homeschooling tradicional, estableciendo estándares curriculares flexibles y evaluaciones periódicas para garantizar calidad sin coartar la autonomía familiar.
    2. Crear un programa de homeschooling asociado con docentes bilingües asignados individualmente a cada familia, donde cada educador, formado en pedagogía diferenciada y competente en inglés, diseñe planes adaptados a las necesidades específicas del estudiante, utilizando recursos digitales y proyectos prácticos (ej.: ciencia aplicada en el hogar o literatura bilingüe).

Este modelo, al requerir un docente por familia, podría incrementar el empleo docente en hasta un 12% si el 5% de las 2.1 millones de familias con hijos en edad escolar lo adoptaran. Para evitar inequidades, el Estado subsidiaría el costo para familias vulnerables, priorizando zonas rurales con acceso limitado a escuelas. Ambos enfoques coexistirían bajo supervisión estatal, combinando libertad educativa con garantías de calidad. La implementación de esté modelo sería un excelente mecanismo para educar niños con capacidades diferentes (no videntes, sordos mudos, Síndrome de Down, Espectro -TEA-, trastornos del lenguaje, entre otros).

La educación dominicana no necesita más diagnósticos; necesita acción. Cada día que se pospone esta revolución, 212 estudiantes de secundaria abandonan las aulas diariamente, según la UNESCO. Los políticos tienen una elección: ser recordados como cómplices del colapso o como arquitectos de un futuro donde ningún niño dependa solo de los bolsillos de sus padres para acceder a oportunidades. La verdadera prueba no está en la popularidad, sino en la voluntad de priorizar a las personas sobre los intereses políticos.

El reloj corre.

José M. Santana

Economista e investigador.

Jose M. Santana Investigador Asociado del Profesor Noam Chomsky de MIT. @JoseMSantana10

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