“El decoro es la forma visible de la dignidad.” 
-José Martí 
 “Educar no es dar carrera para vivir, sino templar el alma para las dificultades de la vida.” 
-Pedro Henríquez Ureña 

(Una sociedad que pierde el respeto por sí misma no se derrumba de golpe: se desmorona lentamente, desde sus hogares, sus aulas y sus palabras.) 

La dignidad como raíz nacional 

La República Dominicana no solo necesita obras: necesita valores. 

Y los valores no se decretan: se enseñan, se viven y se defienden. 

El decoro y la dignidad fueron, desde los días de Duarte, las columnas invisibles sobre las que se levantó esta nación. 

Hoy parecen olvidadas, reemplazadas por el espectáculo, la desvergüenza y la lógica del “todo se vale” o el “na e’ na”. 

Vivimos tiempos donde muchos buscan fama sin mérito y poder sin moral. 

Basta escuchar las redes sociales, la radio o la televisión: los llamados “líderes” y “figuras” compiten por quién es más vulgar, no por quién aporta más al bien común. 

Pero una nación no se mide por sus edificios ni por sus autopistas, sino por el carácter de su gente, por la decencia de sus líderes y por la conciencia con que educa a sus hijos. 

La educación como escudo del alma nacional 

El aula es el primer territorio de la patria. 

Allí debería sembrarse el respeto, la honestidad, la empatía y el amor por la verdad. 

Sin embargo, hace años reducimos la educación a porcentajes y cifras presupuestarias, creyendo que el 4% bastaba para curar el alma nacional. 

Los resultados lo desmienten: en la evaluación PISA 2022, la República Dominicana ocupó los lugares 74 en lectura, 77 en ciencias y 79 en matemáticas entre 81 países. 

No es solo un fracaso académico: es un fracaso moral. 

Se enseña a memorizar, no a pensar; a competir, no a convivir. 

Así crece una generación conectada a la tecnología, pero desconectada de los valores humanos. 

El maestro -antes figura de respeto y ejemplo moral- ha sido desplazado y desvalorizado. 

Los colegios venden imagen; las universidades persiguen rankings; los estudiantes egresan con títulos, pero sin criterio. 

No hay progreso verdadero sin ética, ni educación útil sin decoro. 

Educar, como recordaba Pedro Henríquez Ureña, es templar el alma para las dificultades de la vida. 

No basta formar para el empleo: hay que formar para la justicia, la convivencia y la dignidad. 

Un joven bien educado es un adulto respetuoso y responsable. 

Por eso, la educación es el puente entre la niñez que aprende y la ciudadanía que construye. 

Así como vemos a nuestro Presidente dar el primer picazo para iniciar una gran obra de infraestructura, también quisiéramos verlo reunido con educadores, maestros y estudiantes, impulsando compromisos reales para mejorar la calidad de la educación nacional. 

Del mismo modo, sería esperanzador verlo respaldando con igual entusiasmo los proyectos y logros del Ministerio de Cultura, porque la educación y la cultura son los verdaderos cimientos de una nación civilizada y libre.  

La familia y la escuela: dos frentes de la misma batalla 

La defensa de la sociedad dominicana comienza en el hogar y se refuerza en las aulas. 

En la casa se siembra la semilla; en la escuela se cultiva; en la universidad se cosecha. 

Sin esa cadena moral, ningún país resiste la vulgaridad que lo corroe desde adentro. 

Nuestros abuelos no tenían títulos, pero sabían respetar. 

Hoy abundan los diplomas y escasea la compostura. 

Muchos padres han delegado la educación de sus hijos a las pantallas y a los “influencers”, olvidando que el ejemplo es el primer currículo moral. 

Así se pierde el alma de un pueblo: no por pobreza, sino por indiferencia. 

 La defensa del decoro como deber nacional 

Defender el decoro no es nostalgia: es una urgencia. 

Es recordar que la palabra es un patrimonio moral, que el respeto no envejece y que la dignidad es la primera forma de soberanía. 

Cuando un funcionario insulta, cuando un maestro humilla, cuando un ciudadano se burla del deber, la nación se debilita un poco más. 

Necesitamos una educación que forme seres humanos íntegros, no solo empleados; 

una comunicación que eleve, no que degrade; 

una política que eduque con el ejemplo. 

Porque una República no se sostiene por sus votos, sino por sus valores. 

Volver a la altura 

El decoro y la dignidad no se ponen viejos. 

Son el aire moral de una nación. 

Si queremos un futuro distinto, debemos restaurar la educación como fuente de luz y la decencia como principio de Estado. 

La defensa de la sociedad dominicana empieza en el corazón del hogar, continúa en las aulas y se consagra en la conducta pública. 

Porque solo un pueblo educado en valores puede ser verdaderamente libre

Danilo Ginebra

Publicista y director de teatro

Danilo Ginebra. Director de teatro, publicista y gestor cultural, reconocido por su innovación y compromiso con los valores patrióticos y sociales. Su dedicación al arte, la publicidad y la política refleja su incansable esfuerzo por el bienestar colectivo. Se distingue por su trato afable y su solidaridad.

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