“Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.”
— 1 Corintios 13:13
El amor después del amor, un poemario inspirado en el sentimiento más hermoso de este cosmos. En este texto se despliega una variedad armónica, donde las figuras fluyen con cadencia a lo largo del tiempo. El autor, con su mirada única sobre la existencia, canta al amor en todas sus facetas: a veces con dolor, otras con interrogantes, y también con la felicidad que provoca el idilio, cuando todo fluye en un cauce fresco.
“El amor traspasa las locuras del deseo y revienta el arcoíris que aún no se presenta.” Este poeta se apropia de la fuerza de su inventiva: en su simbolismo brota una lírica abundante. Desde una mirada psicológica, este verso nos muestra que amar es una forma de atravesar la propia locura: la del deseo, la idealización y el miedo al abandono. Amar es enfrentarse a la imagen que tememos del otro, pero también a aquello que tememos de nosotros mismos.
En esa reinvención en el ‘’yo’’ se expande, se cura o se desintegra para nacer de nuevo. El amor, en su vastedad atemporal, es también un territorio de la mente y del alma. En este libro, el sentimiento se convierte en espejo de la psique: un espacio donde se confrontan el deseo, la pérdida y la necesidad de sentido.
El autor no solo escribe sobre el amor, sino que lo analiza desde la profundidad emocional, revelando sus contradicciones y su poder transformador. El amor no se dice: se intuye, se respira, se traduce en el lenguaje secreto de las cosas. En este poemario, Alfonso Torres Ulloa transforma el sentimiento en una constelación de símbolos: cada palabra es un pétalo que cae del árbol del alma, cada verso un río que busca su mar.
El amor es la sustancia invisible que sostiene el universo: una corriente de fuego que atraviesa los cuerpos y las sombras, que se disfraza de lluvia para besar la tierra y se levanta en silencio cuando el alma reconoce su reflejo. El amor, en su infinidad intemporal, no solo es un sentimiento: es una forma de conocimiento.
En este poemario se revela como una ontología del alma, una búsqueda constante del ser a través del otro. Cada verso vibra en la tensión entre lo efímero y lo eterno, entre lo humano y lo divino. El autor, en su poética, se atreve a descifrar el misterio del amor que sostiene la existencia: la llama invisible que da sentido a todo lo que acontece.
En su lenguaje simbólico, el poeta comprende que amar es una forma de recordar, no una memoria del tiempo, sino del ser. En el amor, el alma se reconoce, se desdobla y se busca. Por eso, su palabra poética no solo canta, sino que reflexiona desde la emoción, haciendo del amor una meditación que respira entre los límites del cuerpo y el infinito.
“Es la memoria que nos desmemoria camino al laberinto.” Sus palabras danzan al ritmo de un viaje ideal, donde se definen los sentimientos que le fluyen, donde convergen sus emociones hacia la vida, el amor y la humanidad, con todas sus consecuencias. Este abordaje al amor se disfruta a través de sus páginas.
El amor, en esta obra, se presenta como el hilo que conduce a través del laberinto de la existencia. Es una búsqueda sin llegada, un retorno constante hacia lo que somos cuando amamos. Cada metáfora del autor abre una grieta en la realidad, desde donde asoma la eternidad de lo amado.
En su intimismo hay un diálogo entre lo sensible y lo trascendente, entre el fuego que consume y la quietud que salva. El amor, para el poeta, es también memoria emocional: aquello que guarda el cuerpo cuando la mente olvida. Es un laberinto donde los recuerdos se mezclan con los anhelos, donde cada vínculo revive heridas antiguas y revela el inconsciente afectivo que nos habita.
El amor, entonces, se vuelve un proceso terapéutico, un viaje hacia la autocomprensión.
“Ese amor que no se ha dado, pero arde en la mirada del silencio.”
Aquí, el amor aparece como carencia y como deseo no resuelto. Lo que no se da, lo que no se alcanza, lo que permanece en el silencio interior, se convierte en materia viva del inconsciente. En esa ausencia late la verdad del yo: el anhelo de ser comprendido, de ser visto, de ser contenido.
El poeta logra expresar ese fuego interno que impulsa, hiere y, al mismo tiempo, sana. Las metáforas del autor tienen una estética esencial que maravilla en los versos. Su poesía en este texto se caracteriza por su estilo intimista. El autor, en su camino creativo, transforma las palabras en una ceremonia de pensamientos y regresos sin margen, pues comprende que la cadencia del idilio se sostiene en el filo del lenguaje.
Este libro de poemas, en sus formas y sonoridades, asume la existencia como el núcleo de sus evocaciones y acciones en las vivencias que le acontecen. El amor es llama que no quema, pero ilumina. Es un jardín que florece en el aire, un sueño que respira dentro del pecho.
Lo no vivido, lo no dicho, también ama: el silencio es su morada. Allí donde no llega la palabra, el amor se hace viento, caricia, sombra que abraza.
“Toda la lluvia viene sobre mi cabeza como tu cuerpo que me inundas. Van brotando las azucenas, asoma el sol cargado de tibieza.”
¡Cuánta multiplicidad eufónica en estos versos! Hay un río que fluye entre las ideas y las formas de expresión en su armonía. En esta imagen, el amor actúa como una catarsis emocional: lluvia y cuerpo se confunden; la emoción desborda, limpia y renueva.
Amar se convierte en un proceso de integración; el contacto con el otro reconcilia las partes de nosotros mismos que habíamos negado. Cada metáfora del autor es una sesión de introspección poética, donde la palabra sustituye el análisis. Así, su poesía revela una comprensión filosófica: el amor no es una emoción pasajera, sino la estructura esencial de lo real, aquello que hace posible la experiencia misma del ser.
En sus versos se advierte la tensión heideggeriana entre el ser y el tiempo, la persistencia de un “tú” que otorga sentido a la existencia. Este autor asume la vida y el amor como efecto metafísico de los principios. Y es que la vida declara los conceptos del cuerpo y avanza en su grito de durabilidad.
Los hechos de la vida, en sus tiempos, la determinan:
“Se alejaron las lluvias y de ronda se fue la primavera. Quedaron las lluvias de mayo en octubre y sus travesuras.”
El amor aquí es agua y fuego, semilla y luz. Es el soplo divino que fecunda la tierra del alma, haciendo florecer la conciencia. El autor entiende que amar es ser tocado por Dios, y que todo encuentro verdadero es una forma de oración. En sus palabras se corrobora lo vacío de la existencia:
“Miro el tiempo que te quedas, queda en mí el tiempo tuyo.”
El tiempo en la experiencia amorosa es percepción psíquica. Lo que el amor deja no se mide en días, sino en huellas emocionales. El yo interior se marca por lo vivido, lo perdido, lo imaginado. En este sentido, el amor es un molde del alma: nos transforma en función de aquello que sentimos, recordamos o anhelamos.
Así, el amor se hace eternidad en lo efímero. El tiempo ya no es límite, sino espacio donde lo divino se manifiesta. En esa fusión de almas y destinos se vislumbra el misterio del espíritu que todo lo habita.
El amor, entonces, es la fe hecha carne. En este texto nos encontramos con confidencias desde la óptica del amor, sus anhelos y fantasías. Sus poemas son edificaciones hechas con pedazos de su alma, y en cada soplo de su esencia exuda la delicadeza permeable de su carne, en los rincones que habita, tanto en los tiempos apacibles como en los tempestuosos.
Hay un mundo lleno de saudade, un cosmos de romance. Entra y sale de los espinosos túneles del amor. Alfonso Torres Ulloa se columpia en la vida, en sus ganas. Sabe que cansa elevarse al amor; a veces es orgásmico, otras un vuelo al vacío. El amor lo enardece, lo extasía: se mece en él. Es un reto que lo inicia desde su principio hasta su final. No puede escapar del amor.
El tiempo, en la experiencia amorosa, es percepción psíquica: lo que el amor deja no se mide en días, sino en huellas emocionales. El tiempo se pliega en la palabra. Amar es doblar la línea del instante y convertirlo en eternidad: es sostener el eco de un nombre entre los dedos del alma.
El amor no pasa: se transforma en sombra luminosa, en ceniza que aún palpita, en aroma que no se apaga.
“De aquí a mayo me dará una cita el amor.”
¿Dónde comienza el amor? ¿Dónde termina? ¿Hay amor más allá del amor? Estas preguntas reflejan una conciencia que busca comprenderse. No son interrogantes retóricas, sino psíquicas: el yo intenta delimitar la experiencia emocional que lo desborda.
¿Amamos al otro o la imagen que tenemos de él? ¿Amamos o necesitamos amar? En esas dudas habita la esencia del alma humana, siempre entre la plenitud y la carencia. En sus preguntas, el autor roza el límite del pensamiento: el amor como paradoja, como aquello que nunca puede ser poseído, pero siempre nos posee.
Desde su hondura, este poemario nos recuerda que todo conocimiento verdadero nace del asombro y toda sabiduría, del amor. El amor, con sus vicisitudes e inconstancias, conforma una celebración de la sensibilidad y una balada al cuerpo.
En estas páginas, el amor dialoga, canta y se subleva. Este poemario no solo celebra el amor, sino que lo disecciona, con la sensibilidad de quien sabe que amar es conocerse. En cada verso se percibe una lucha entre la razón y el sentimiento, entre el control y la entrega, entre el miedo y la apertura.
Alfonso Torres Ulloa convierte el amor en espejo psicológico: allí donde se reflejan nuestras heridas más antiguas y nuestras esperanzas más nuevas. En ese reflejo se descubre que el amor no solo une cuerpos, sino conciencias; no solo consuela, sino que revela.
El amor es la emoción que nos desnuda ante nosotros mismos. Más que una celebración del sentimiento, este libro es una meditación poética sobre la esencia de amar: un canto que se despliega entre la fe, la esperanza y la certeza de que solo el amor, como dijo el apóstol, permanece.
El amor es la respiración del alma en el universo. Este libro es una invitación a adentrarnos en su encanto.
Felicidades a este convite de ritmo sereno, que abre el paso hacia una entrada imprevisible.
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